24 de diciembre de 2015

Kenya, país pendiente

-Libro-guía-


Había circulado una tarde-noche por las carreteras de Kenya hace muchos años al tratar de llegar del lago Victoria a Arusha (ambos lugares en Tanzania), ciudad ésta de partida para visitar el famoso cráter del Ngorongoro. La falta de carreteras entre ambos puntos, debido a la situación del Serengueti, obligaba entonces a hacer esa ruta. Había transitado por sus caminos pero no había visitado el país. Cree que se lo debía y no va a pasar más tiempo sin patearlo. Dentro de unos días desempolvará la mochila, preparará sus cuatro camisetas raídas y las otras cuatro cosas que suele empaquetar y se lanzará a la aventura.
Nada que ocultar. El país le apetece pero no le emociona; lleva ganas pero no una ilusión desmedida y sabe que habiendo ya visitado Tanzania, Kenya le va a ofrecer más de lo mismo. Quizás mucho más 'turisteo' y menos inocencia de sus gentes a la hora de enfrentarse al visitante. En todo caso, son premoniciones y el viajero insatisfecho no puede basar su viaje en ellas. Hace unos días compró la ‘lonely’, pese a estar un poco harto de estos libros-guía, y ha leído dos cosas.
Suficiente.
No hace falta ir muy documentado, es necesario dejarse sorprender y vivir de la improvisación. ¿Para qué si no viajar?. Salir del apuro, resolver en el momento y decidir la ruta la noche anterior son los principios básicos del buen viajar. El mochilero leonés los cumple a rajatabla.
¿Alguna sugerencia?.

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11 de diciembre de 2015

La roca de Pidurangala / Sri Lanka

-La roca Sigiriya, vista desde la roca de Pidurangala-

Cuando este viajero insatisfecho llegó a la roca Sigiriya (sobre la que ya ha escrito un ‘post’) pensó, viendo su empinada y cortante forma, que si subía a la cima se iba a perder la belleza de la roca en sí.  Podría valer el símil de “el árbol impediría ver el bosque”. Cuando se enteró de que había otra roca menos espectacular a poco más de un kilómetro pensó de nuevo (y lo está haciendo muy a menudo) que sería interesante observar desde la una a la otra. Y así fue.

-Buda recostado, antes de llegar a la cima-

La roca de Pidurangala se encontraba muy cercana al norte de la roca Sigiriya. Lo mejor de la experiencia fue la subida a aquel pico con sus impresionantes vistas sobre la otra roca más famosa. Además, muy cerca ya de la cima se encontraba un antiguo Buda en posición recostada que para cualquier viajero, que no hubiera visto muchos otros, podría ser interesante. Rugía el viento en la cumbre, como premonición de lo que sería la ascensión a la otra, que precisamente se llamaba “la roca del León”, más que por el rugido del viento por el diseño de las garras del felino que había en su base. El sol que acompañaba al viento era también fuerte. Parecía que viento y sol se hubieran unido para obligar al viajero a refugiarse al lado de las grandes rocas situadas en la cima al borde del precipicio. Rocas estas que parecían con ganas de salir rodando hacia la llanura. En la subida le acompañaron dos amables y simpáticos jovenzuelos de la zona que al llegar a lo más alto desaparecieron sin dejar rastro. Hubo un momento en que pensó que serían espíritus del Buda tumbado que acababa de dejar atrás.
Unas maravillosas vistas desde la roca de Pidurangala que animaron al mochilero leonés a afrontar al día siguiente el excesivo precio del ticket de entrada a la otra famosa roca. No podía perderse escudriñar por sus entrañas. Algo deberían guardar para ser tan conocida entre viajeros y turistas. Y así era.
-La roca de Pidurangala, vista desde la roca de Sigiriya-


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1 de diciembre de 2015

Parque Nacional de Yala


-Elefante, al fondo, y japonesa, espécimen también abundante-

El tan cacareado Parque Nacional de Yala por los libros-guías de Sri Lanka, y en especial por la ‘lonely’, decepcionó a este mochilero. En sus adentros, una vez realizada la visita, pensó que para el que conociera alguno de los parques nacionales africanos, la aventura en el Yala le iba a resultar un poco pobre, al menos en cuanto a animales avistados.

-Cocodrilo-

El centro de operaciones para hacerle una visita era la ciudad de Tissa (hay otras),  tranquila ciudad cercana y con la suficiente oferta de guías con sus 4x4 para poder cumplir con el objetivo de la aventura. El viajero insatisfecho llegó a Tissa después de varias horas de autobús desde las tierras altas de Sri Lanka, concretamente de Haputale, y no directamente pues tuvo que hacer transbordo en un pueblo que no recuerda. Toda una mañana, y parte de la tarde, de ‘curveteo’ en un autobús local, le posibilitó conocer todos los parajes de paso con cierta lentitud y parsimonia. Pueblos y más pueblos, cascadas, bosques interminables, curvas, montañas verdes hasta su cima y, sobre todo, paradas y más paradas para bajarse o subirse la gente local. Al fin y al cabo era su medio de transporte no el de este intruso leonés. Nada más parar el autobús en la ciudad de destino, un joven caza-mochileros le abordó. ¿Qué mochilero se acercaba a aquella ciudad y no visitaba luego el Parque Nacional aledaño?. Y al mochilero que tenía delante de él le veía despistado y con cara de necesitar información, como así era. A través de este jovenzuelo consiguió un hotel barato y mediante él cerró el trato para recorrer al día siguiente el Yala. No era la mejor época del año, pero el agente turístico casi garantizaba el avistamiento de algún leopardo, y el resto de animales, por supuesto. La ‘lonely’ también consideraba a Yala como “uno de los mejores parques del mundo para ver leopardos”.
No hubo suerte con este felino.

-Gallo de bankiva-

En el parque se estimaba que habitaban unos 300 elefantes salvajes “pero que pueden ser escurridizos”, según el libro-guía. También había osos de pelo negro [fotografía], peludos osos perezosos, chacales, sambares (parecidos a los gamos), chitales (también parecidos a los gamos pero moteados), jabalíes, búfalos, mangostas, gallos de bankiva, pavos reales, monos, y unos cocodrilos “asombrosamente grandes” (tampoco era para tanto y, además, se veían muy lejanos). Fueron cuatro horas completas, con un breve descanso, dentro del parque y la suerte (con la que siempre hay que contar para poder ver animales en la más absoluta libertad) no fue muy propicia.
Otra vez será.

-Oso de pelo negro-


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20 de noviembre de 2015

Aquel templo hindú en Trincomale

-Fuerte Frederick / Trincomale-

Siempre le llama la atención el exceso o, al menos, el mucho papanatismo religioso que hay en determinados sitios. Y, sencillamente, en los territorios en los que domina la religión hindú o la budista al viajero insatisfecho le parece especialmente sangrante. Sobre otras religiones en este ‘post’ no quiere pronunciarse aunque, sin duda, tienen elementos muy parecidos si no iguales.

-Buda-

Dentro del fuerte Frederick, en la ciudad de Trincomale, la mezcla de funcionalidades y especialidades era realmente llamativa. A la entrada, una vez cruzado el antiguo arco portugués (u holandés pues éstos se lo usurparon a los portugueses a mediados del siglo XVII) había un acuartelamiento con soldados haciendo guardia y barracones repletos de personal militar. No muy lejos, un monumento a Buda, éste erguido, adoptando una de sus habituales posturas (mano levantada saludando o dando parabienes ¡quién lo sabe!) y mirando fijo a la bahía frente a la ciudad. Continuando por el fuerte entre árboles centenarios (¡que maravillosa sombra proyectaban!) y después de una pronunciada subida, el templo hindú Kandasamy Kovil dedicado al dios Siva (sí, ese que tiene más brazos que un saltamontes patas) con la misión de proteger la isla de Sri Lanka de desastres naturales. Como siempre.

-Dios Siva, a la entrada del templo-

Llamaba la atención el emplazamiento del templo, la gran cantidad de peregrinos y, en especial, el mercadeo, o ‘tiendeo’, o ‘compreteo’ en sus alrededores. Alguno que lea esto dirá: ‘lo mismo pasa en Lourdes’, y el mochilero lo sabe, pero, ahora, quiere mostrar esa incomprensión por el papanatismo allí encontrado, aunque menor, incluso, que el que recordaba de India. El camino que llevaba al templo, una vez en la cima, estaba bordeado de tenderetes a ambos lados. Todo se vendía. Fruta, bebidas, golosinas, amuletos, ofrendas, guirnaldas chinas, velas, piedras de todo tipo, abanicos chinos, bandoleras chinas, cuadros chinos, fetiches, sombreros, flotadores de plástico chinos, chinos, chinos y más artículos chinos. Era más lamentable y peor incluso, si esto fuera posible, que la invasión de baratijas chinas en España. Un mercadeo de ‘todo a cien’ que chirriaba a los oídos y deslumbraba los ojos. Pero así eran las cercanías de los templos hindúes famosos o los más frecuentados por los peregrinos de todo el país. Y no llegó en el momento de mayor acumulación de gente. Cuando subía a la cima se encontró mucho sari femenino bajando. La puja (oración) ya había finalizado. Aún así, el lugar desprendía multitud.
-Camino de acceso al templo, repleto de tiendas-

Compró agua, un mango verde troceado, salpicado de sal-chili (un agradable sabor agri-dulce-picante que ya había descubierto en Camboya) y, descalzo como todos, abordó el templo con la curiosidad como única justificación.


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5 de noviembre de 2015

Escritos en tres idiomas

-De arriba a abajo: tamil, cingalés e inglés (en zona tamil)-

No sabe si era una cuestión pactada o si era algo exigido por los tamiles al gobierno central, de mayoría cingalés, pero la problemática por la diversidad cultural en el país (Sri Lanka) se veía compensada por esta ¿solución?, o quizás ¿término temporal?. No lo sabe. En todo caso, ¿qué solución?. La de colocar la información en los tres idiomas más influyentes del país. Además, idiomas muy diferentes porque incluso los caracteres alfabéticos eran distintos.
No hacía muchos años el país había superado una terrible guerra civil. En concreto, los ‘tigres tamiles’ se levantaron contra el gobierno de Colombo (de mayoría cingalés) y plantearon una revolución cruenta para conseguir la independencia del norte de la isla, de mayoría hindú e influenciados o procedentes de India. El viajero insatisfecho visitó Jaffna, capital de los tamiles al norte, y pudo comprobar alguno de los efectos de la guerra. Pero lo que desprendían estas fotografías era una ¿solución?. No cree que sea así para una problemática mayor, pero al menos si parecía ser una consecuencia. Pobre, sin duda, pero consecuencia de aquellos muchos años de lucha. Espera, sin duda, que haya habido otras de mayores arrestos. Tanto en el norte como en el sur, en el este o en el centro este mochilero pudo observar -nada especial pero si reiterativo- aquellas modernas placas colocadas en las principales calles de las ciudades, y a veces no tan principales. Las alertas de tsunami -más bien una necesidad que una concesión- aparecían también en los tres idiomas del país (tamil, cingalés e inglés).
-De arriba a abajo: cingalés, tamil e inglés (en zona cingalés)-

Y creedle que si no fuera por algún sari (vestido tradicional de las mujeres hindues) más en el norte que en el resto del país, no había forma de distinguir a unos y a otros. Un viaje de veinticinco días tampoco daba para mucho más, pero si pudo palpar esa solapada unión entre todos los isleños. ¿Con algunos problemas de integración?. Seguro, pero nada evidenciaba las pasadas disputas por religión y territorio. Desde fuera o desde la superficie, daba la sensación que el pueblo ‘srilankés’ había iniciado el siglo XXI mirando al futuro.

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24 de octubre de 2015

Areci malai

-Areci malai-

A las afueras de Trincomale, una ciudad de la costa este de Sri Lanka, había unas playas en las que todos los extranjeros que visitaban la zona tenían casi la obligación de hospedarse. Lo sugería la Lonely Planet como un buen lugar para alojarse, evitando así los pocos y malos ‘hoteluchos’ de la ciudad. Y lo que decía esta guía (de la que empieza a estar un poco harto) se convertía en mantra para todos aquellos mochileros que la utilizaban. Y, sí, el viajero insatisfecho también fue a caer por allí. La playa, muy normal. El hospedaje, muy regular y relativamente caro. La estancia, bastante aburrida, como son todas las playas del mundo mundial (excepto las españolas y alguna otra, según tiene entendido).
-Guía/tuc-tuc en la senda hacia la playa-

En esa búsqueda obsesiva por hacer algo que no fuera pasarse el día tumbado al sol y algo extra-lonelyplanet, se encontró con la posibilidad de visitar una playa (¡vaya!, ¿no habría otra cosa?) a unos sesenta kilómetros de donde se encontraba. El atractivo, según le dijo el mánager del hotelucho donde se hospedaba, era su arena, similar a los ‘granos de arroz’ (“Bonita e interesante”, decía el hombre). Y allá se lanzó este mochilero pensando encontrarse no sé qué. En todo caso, ello contribuía a ocupar el tiempo en esas horas 'mañaneras', evitando así el solazo playero. Un autobús local en dirección a otra ciudad más al norte le llevó a la zona. Allí, en una pequeña localidad, se dejó engañar por el conductor de un tuc-tuc que le hizo de guía y le acercó a la escondida playa Areci malai (en español ‘montaña de arroz’). Previa inscripción en el control militar que había en el acceso, por una senda entre matorrales se acercó al lugar, que aparecía al asomarse a un pequeño terraplén. Nada especial, una diminuta playa con una singular arena que simulaba ‘granos de arroz’, al menos si se observaba con imaginación y mente preconcebida, alimentada -recordaréis- por el mánager del hotelucho de las afueras de Trincomale. Muy cerca de allí, una factoría de arena, uno de los elementos generadores de riqueza para el país. Su exportación a China suponía unos bonitos beneficios.
-Arena como 'granos de arroz'-

La corta excursión en aquel bus local le permitió, además, conocer pequeños poblados y palpar una vez más la realidad rural de aquel bello país.Y pareciera poco, pero no lo es.

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16 de octubre de 2015

Viajar es algo fácil de contar

Después de comer, el viajero, que ha vuelto al terreno llano, despide a Quico y a su mula ‘Jardinera’, se echa a la sombra y se tapa lo ojos con el sombrero. Poco más tarde está profundamente dormido, con un sueño suave, fresco, confortador.
Cuando se despierta se incorpora, se estira un poco, carga con su morral y sigue adelante. Ha debido pasar bastante tiempo porque Quico y su mula ‘Jardinera’ están ya al otro lado de las Tetas, no se les ve por lado alguno.
Una mujer lava en silencio, con la cabeza al aire bajo un sol de justicia. Es el mediodía. El silencio es completo, no se oye más que….”. Así, con esta sencillez de novato viajero escribe Camilo José Cela su “Viaje a la Alcarria”.
Impresiona, si, su sencillez y su descripción pausada, nada extravagante o pretenciosa. Le gusta esa simplicidad, casi ingenuidad, al viajero insatisfecho. Muchas veces uno mismo piensa que necesitaría otro lenguaje para contar sus vivencias pero, siempre, fueron elucubraciones pasajeras, nada firmes. Este mochilero para construir las secuencias reales se apoya en los hoteles que utiliza, en los autobuses que toma, en el color de las paredes, en lo salvaje de la naturaleza, en la cara de la gente que cruza, en lo que lee, en lo que vive, en ese paseo precipitado o en ese trasnoche sin justificar. Solo así se siente a gusto con sus descripciones. El otro día salía solitario por un campo de hilagas/aliagas, matorrales agostados, carrascas de bellotas a punto de explotar, y cuando paseaba tranquilo se fijaba en todo y pensaba en lo fácil que sería contar todo aquello. Viajar es, quizá, eso: algo fácil de contar.
Y así, de pronto, se acordó de aquel día que vio en Tailandia a un adolescente avanzar por un camino, entre sombras y destellos de luz, que llevaba a la frontera de Birmania. ‘Allá, al fondo, esta Birmania’, le dijo el motero que le acompañaba. Entró en Birmania sin entrar. Visitó el país sin ver. Destruyó un régimen sin luchar.
¿Veis que fácil es contar un viaje?.

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4 de octubre de 2015

Polonnaruwa

-La dagoba más grande de Polonnaruwa-

Pensaba, literalmente, ‘pasar de piedras’ en este viaje y cayó en esta ciudad casi de casualidad. Polonnaruwa era una de las ciudades antiguas de Sri Lanka, la de mayor contenido patrimonial junto con Anuradhapura, y, después de visitada, debió de reconocer que era de imprescindible paso para todo viajero que venga a esta isla, “lágrima de la India”. Los monumentos de la ciudad se remontaban a hace 800 años, sus glorias también, y ahora daban una idea bastante buena del aspecto que tendría el sitio en sus mejores tiempos.
Llegó una calurosa tarde de agosto. Calurosa, de verdad. Después de dejar los bártulos en la ‘guesthouse’ alquiló una bicicleta allí mismo y se acercó al gran lago artificial Topa Wewa, para dejar correr las pocas horas de la tarde en sus orillas. A la mañana siguiente, alquiló de nuevo una bicicleta para acercarse a visitar las ruinas sin saber si después del tute del día anterior (le dolía el culo, majado por el asiento y la falta de costumbre) se arrepentiría. No lo hizo. La bicicleta era un buen complemento para visitar el sitio arqueológico: largas distancias entre algunos monumentos, no había excesivas pendientes y sí muchas sombras de árboles por los caminos, además, contaba con varios sitios donde vendían agua mineral, refrescos y agua de coco. ¡Excelente!.

-Uno de los monumentos del Cuardrángulo-

Dejaba la bici aparcada y visitaba, dejaba la bici aparcada y visitaba: Así era el ritmo.
Había varias zonas, la del Palacio Real que, por cierto, era pura ruina, cuatro paredes mal conservadas aunque se apreciaban esos grandes muros anchos y compactos. Otra de las zonas, el llamado Cuadrángulo que poseía una buena colección de diferentes edificios, una delicia para los arqueólogos, seguro. El viajero insatisfecho los visitó sin haber sentido nunca la llamada pero no dejando de sorprenderse con alguna de las ruinas vistas.
En el recinto de Polonnaruwa había, además, dos o tres estupas, o dagobas como decía el libro/guía, inmensas, la más grande de allí era la cuarta más grande de la isla. Y lo más sorprendente para sus ojos inexpertos estaba al final de recorrido: el Gal Vihara. Se componía de cuatro imágenes de Buda separadas, todas ellas esculpidas en un largo bloque de granito. El Buda de pie medía 7 metros y el reclinado, representado mientras entraba en el nirvana tras la muerte, 14 metros. Completaban el sitio otros dos Budas sentados. Si no lo más interesante e importante de Polonnaruwa, al menos este mochilero lo calificó como uno de los lugares más vistosos.


-Gal Vihara (Buda de pie y reclinado)-


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24 de septiembre de 2015

Imperial Saloon

-Exterior del 'Imperial Saloon', en Batticaloa-

Batticaloa
era una tranquila ciudad (¡bueno, no tanto!) de la costa este de Sri Lanka. Nadie le recomendó visitar este enclave pero allá que fue. Tomó un autobús en Trincomale, donde se encontraba y, después de un largo trayecto, el bus le dejó en una ancha calle sin nada que hacer. No sé si alguna vez lo ha dicho pero lo primero que hace el viajero insatisfecho al llegar a una ciudad es buscarse un alojamiento digno(?) para pasar la noche, o noches. Luego, ya se organizará para visitar el sitio. Despejado del peso del macuto es más fácil pensar y decidir.
Batticaloa, en una primera impresión (no podrá dar una segunda pues se marchó al día siguiente), era una ciudad confusa. No consiguió orientarse en las pocas horas que estuvo allí y eso que dedicó la tarde y parte de la mañana siguiente a interminables y prolongados paseos. En esta urbe ribereña entre islas se veían edificios por todos los lados ¿qué era la isla grande?, ¿qué era la otra isla?. ¿este puente une dos pequeñas islas, o une la isla grande y otra isla?. Esta claro que si hubiese permanecido allí más tiempo hubiese resuelto el problema. Pero paró poco.
Pareciera que hubiera ido a esa ciudad, que abandonó en tren al día siguiente, a tomarse una cerveza caliente, solitario en la recepción de un hotel, y cortarse un poco las greñas o escasos pelos de calvo incipiente (¿o compulsivo?) que es.
-Interior del 'Imperial Saloon'-

Pues sí, así fue, se topó con la peluquería “Imperial Saloon” más bonita, más recargada, más kitsch y colorida que ha visto en su vida. Sus paredes eran todo un espejo, cubiertas de pinturas decorativas, flores artificiales, lentejuelas, filigranas, vidrieras policromadas o guirnald
as. Al fondo, Durga, la Virgen María y Buda vigilaban sin rubor a la clientela (¿quien habló de odio interreligioso?). Estanterías plateadas, brillantes y recién pulidas por una mano amiga. Prevalecía el verde en sus diferentes tonalidades pero, también, había fragmentos de pared azul. Un monumento a la exageración. Aunque no estaba en sus planes, no se resistió a dejarse retocar el escaso pelo, a mirarse en aquel festín de espejos que reflejaban estatuillas de ángeles o jarrones de colores, y, como no, a sentarse en uno de sus desgastados y desgarrados sillones. Sonreía solo, al verse proyectado en los viejos cristales de grandes historias multicolor.
-Estación de tren-

Salió alegre de aquel ‘saloon’ de estilo recargado y repujado, y, sin más, tomó un tuc tuc y, con su mochila preparada, se presentó en la estación de tren. Buen viaje!!.

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12 de septiembre de 2015

Las ‘palmyras’ de Jaffna

-Paisaje de 'palmyras'-
Si había algo que distinguía la zona norte de Sri Lanka del resto, además de ser el territorio tamil donde prevalecía la religión hindú, era su apariencia más seca, casi desértica sin llegar a ser tal. El brillante verde de la zona centro y sur del país pasaba a ser más tenue, tiraba más a un verde grisáceo cercano al ocre del hipotético desierto. Y el calor (“¿Vas a Jaffna?. Uff, mucho calor”, decían allí). Pero también si había algo que destacaba, una vez cruzado el paso del Elefante, donde daba comienzo la península de Jaffna, eran las palmyras, esas palmeras altas, y algunas, pocas, ligeramente curvadas por el viento y, siendo muy delgadas, también por el propio peso de su cresta de hojas/abanico. Era una imagen recurrente, mirara por donde mirara, las palmyras destacaban en el horizonte como mástiles de banderas izadas de bienvenida. Y no debían ser muy frágiles cuando aguantaron muy bien los envites del pasado tsunami que perjudicó bastante a aquella zona ceilanesa. Este árbol estirado junto a pequeños destrozos provocados por aquel terrible fenómeno natural, conformaban a veces un extraño paisaje. Se calculaba que había 11 millones de palmeras en la isla de Sri Lanka, gran parte de ellas ubicadas una vez traspasado el paso del Elefante. Este paso, muy conocido en la isla, era un precioso istmo entre marismas que comunicaba la península de Jaffna con el resto de Sri Lanka, por el que se luchó encarnizadamente durante la pasada guerra, de la que aún quedaban vestigios. Se llamaba así por los cientos de elefantes que pasaban por allí de camino a la India entre el siglo IV a.C. y el siglo XIX.
Aquel trayecto en autobús en busca del templo hindú de la isla Nainativu (ya contado), sirvió al viajero insatisfecho para recrearse en el hallazgo de la palmyra e impulsar su admiración por esta planta que los locales utilizaban para casi todo. Iba unida a la cultura social del pueblo tamil: “la madera -según señalaba el libro/guía- sirve para las construcciones; las hojas para hacer vallas y tejidos; la fibra para hacer cuerdas, y la savia para beber. Si se la deja fermentar unas horas, se convierte en un ponche aromático de baja graduación. Las raíces jóvenes de la palmyra -añadía- son ricas en calcio y se comen como tentempié, o molidas, en forma de harina que se usa para hacer unas gachas llamadas khool”. 
Un pequeño homenaje a un árbol que destaca, entre otras cosas, por su altura  y languidez.


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27 de agosto de 2015

La Jaffna tamil

Templo hindú Naga Pooshani Amman Kovil, en Nainativu

Un poco fuera de la habitual ruta turística en Sri Lanka (aún no tiene buena prensa la estabilidad de la zona) se encontraba Jaffna, ciudad principal y base del territorio tamil. Algunos mensajes que recibió este mochilero antes del viaje eran que se necesitaba un permiso especial para viajar allí, otras lecturas decían que ya no era necesario. Con la incertidumbre de si tendría algún problema, al carecer de todo papel especial, se montó en aquel bus en Dambulla que le llevaría al centro de Jaffna. El viajero insatisfecho pensaba que podría ser una ciudad sugerente y que merecería la pena visitar aunque solo fueran dos días. Sin problemas en el trayecto, igual que en cualquier otra parte del país, tal vez una más evidente presencia policial en la ruta pero nada más. Ni permisos ni gaitas.
Viendo de la zona sur al llegar a esta ciudad lo primero que se percató fue del aumento de ‘saris’ como vestimenta en las mujeres, normal por otra parte en un área en la que prevalece la religión hindú. Por lo demás era una ciudad anodina que carecía de encanto. Pero la idea era visitar más al noroeste las islas que rodean la península de Jaffna, islas por cierto muy azotadas por el tsunami de hace unos años. Aún se veían ciertos vestigios de su paso aunque para los visitantes novatos difíciles estos de apreciar. Es más, no sabría distinguir estos daños de los producidos por la guerra que habían librado no hacía muchos años contra los cingaleses del sur. Pretendía visitar los templos hindúes famosos por el peregrinaje y le devoción que el pueblo ceilanés les dedicaba.
Abordó un bus local en la estación central a primera hora de la mañana y se lanzó a la búsqueda de templos, como si de un extemporáneo peregrino se tratara. El bus atravesaba los barrios periféricos de la ciudad; pasaba de isla en isla a través de carreteras elevadas sobre un mar poco profundo, casi perecieran marismas; atravesaba campos y campos de estilizadas palmeras, palmyras, y paisajes que mirados con cierta atención semejaban a extensiones fantasmagóricas. Pequeños pueblos pero, como todos los del país, con abundante presencia de gente por todos los rincones.
Cola para subir al barco a la isla de Nainativu

Interior de la bodega del barco

El destino final era la isla de Nainativu, donde para llegar, ahí sí, había que coger un pequeño barco. Y los barcos daban respeto. El viaje de unos pocos kilómetros a la isla (desde el pequeño muelle se veía a lo lejos) se realizaba en la bodega de un pequeño buque militar -dijeron- atestado de peregrinos con caras de cierta incertidumbre o, quizás, miedo. ¿O el miedo lo tenía este leonés al comprobar dónde se iba a meter?. En esos momentos recordaba las noticias de barcos hundidos por la zona con cientos y cientos de pasajeros atrapados en su interior. Adelante valiente!. Si van ellos ¿por qué no subir?.
Se visitaban dos templos, uno budista, discreto, y otro hindú, con sus esculturas kitsch, cuasi pretenciosas,  y sorprendente colorido. Llegó en el momento de la puja (ofrendas) y presenció un espectáculo, más kitsch aún, lleno de sonido y rezos en su interior. Para acceder, con respeto le pidieron se quitara la camiseta, además de las zapatillas, y, así, luciendo sin pudor su ‘tripilla-cervecera’, accedió.
¡Cosas de la religión hindú!.
Acceso al interior del templo hindú donde se celebraba 'la puja'


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10 de agosto de 2015

Sigiriya, y sus mujeres con sugerentes redondeces

Roca del León / Sigiriya 

Antes de aterrizar en Sri Lanka no conocía nada de Sigiriya, solo unas fotos y alguna breve referencia, pero nada especial y, probablemente, la roca de Sigiriya –conocida por otros como la roca del León- era la imagen más espectacular de Sri Lanka, un icono del país. Posiblemente, uno de los lugares más visitados de esta isla, aunque también el más caro. La entrada de 30 dólares (unas 3.900 rupias), a juicio de este mochilero, era excesiva. Una vez pagados y visitado el lugar se replanteó si mereció la pena.  Mereció la pena, sí, pero como viajero insatisfecho lanza desde aquí su protesta de indignación. Ser extranjero en Sri Lanka era penalizado -a veces, solo a veces- en euros o en dólares.
Inició la ascensión temprano, uno de los primeros en aquella jornada. Trataba así de aprovechar al máximo el mínimo frescor de la mañana y evitar el solazo que podría ser mortal. Las paredes de la roca del León eran casi verticales hasta la cumbre, más o menos llana y que contenía ruinas de una civilización antigua que -según decía el libro/guía- “en su día fue el epicentro del efímero reino de Kassapa”.
Una de las garras del León

Para llegar a pisar la cumbre había que ascender una serie de escaleras, algunas de ellas producían en el viajero cierto repelús, pegadas a las escarpadas paredes. En la ascensión se podían ver algunas cosas de las más espectaculares: los frescos o pinturas rupestres y unas zarpas de león talladas en roca, con una entrada y ascendentes escaleras entre ambas zarpas. De ahí el nombre que se le otorga a veces: la roca del León. Todo el complejo visitable, además, contaba con unos jardines medio destrozados, en algún sitio leyó que eran los jardines más antiguos de todo Asia.

Apsaras o concubinas del rey Kassapa

Hará una mención especial a los frescos o pinturas en la roca. Ubicadas en una especie de nicho a media subida, eran unas pinturas de mujeres de estrecha cintura y voluminosos pechos redondos, dignos de la mejor cirugía estética moderna [Para sí los hubiera querido la mismísima preysler]. Se suponía que representaban apsaras (ninfas celestiales) o a las concubinas del rey Kassapa. 
Ante tanta belleza, las teorías se disparaban y había quienes pensaban, llevándolo a su terreno, que estos dibujos representaban a Tara, una de las figuras más importantes del budismo tántrico. Serán verdad todas las teorías, aunque lo realmente cierto era que sus redondeces sugerían y producían admiración.


Copyright © By Blas F.Tomé 2015

30 de julio de 2015

Una pequeña isla, ¿un gran país?

No es que haya preparado el viaje a conciencia (¡Qué va!) pero ya tiene algunas ‘rupies’, moneda local del próximo viaje. Y cuando dice algunas, son pocas; le van a dar como mucho para recorrer el trayecto de aeropuerto al hotel si lo hace en taxi. Si se busca la vida, le sobrarán algunas para pagar la primera comida en la capital. Pero ya maneja ‘rupies’ y conoce la moneda, siempre necesario para dar los primeros pasos en un país a descubrir. Una amiga acaba de regresar de allí, en uno de los muchos viajes organizados que hace, y le ha traído unos cuantos billetes, incluso diferentes, para que los vaya conociendo.
Ya tiene el libro-guía, en esta ocasión, en español. Cuando cuenta con este librillo, el ánimo se pone en marcha. Es tan importante la guía como el billete de avión a la hora de mentalizarse de lo inminente del viaje. Con este particular libro, amontona otros que van a servir para el trayecto. En esta ocasión, le apetece releer Gente remota, de Evelyn Waugh, y refrescarse con este libro del que tiene un gran recuerdo. De vez en cuando, conviene releer y repasar. Apiló también en el montón El último tren a la zona verde, de Paul Theroux, su también último libro. Llevar a Theroux en un viaje es siempre, siempre, un acierto. Es para el viajero insatisfecho uno de los mejores escritores sobre esta temática y uno de los más entretenidos.
Sri Lanka es un gran país, sobre todo, es un país que le apetecía conocer. Lleno de gran tristeza, que no consigue apaciguar, emprende camino dentro de escasos días.
Saludos, amigos.


Copyright © By Blas F.Tomé 2015

21 de julio de 2015

La hiena de Ernest


Ernest Hemingway fue, sin duda, un gran escritor, un justo Premio Nobel de Literatura, pero a veces llegó a ser un poco siniestro, o representó ser un poco engreído. A este viajero insatisfecho ciertos libros, de este amante de las corridas de toros, no le gustan. Sus vivencias en África tampoco le gustan, eran crueles como debió ser la época en la que vivió, rodeado siempre de una brutalidad más bien buscada.
Dudó a la hora de comprar el libro “Verdes colinas de África” pues se temía lo peor y, leídas unas páginas, confirma lo se temía: su desvarío mental (el de Hemingway), teñido de cierta prepotencia e indignidad interior que le llevó donde tenía que llevarle. Un final trágico merecido y, hasta cierto punto, deseable.
¡Que le den!.
No le gusta hacer afirmaciones sin justificar su pensamiento y aquí deja un fragmento nimio de lo que escribe en este libro africano que podría haber sido un ejemplo de magnetismo hacia un continente maltratado. Hasta en los animales que él cazaba impone esa falta de empatía que le llevaría a la estupidez, al suicidio.
A […] le resultaba divertido ver a una hiena abatida a poca distancia. Estaba el cómico impacto de la bala y la agitada sorpresa de la hiena al encontrar la muerte dentro de su cuerpo. Era más divertido ver a una hiena alcanzada desde una gran distancia, en el calor reverberante de la planicie, verla retroceder, verla iniciar ese frenético círculo, ver esa velocidad eléctrica que significaba que estaba corriendo contra esa pequeña muerte niquelada que había en su interior. Pero el mejor chiste de todos, el que hacía a […] agitar las manos delante de la cara, apartar la mirada y sacudir la cabeza y reír, avergonzando incluso a la hiena, la culminación del humor hiénico, era la hiena, la clásica hiena, que, al recibir la bala demasiado atrás mientras corría, se ponía a dar círculos enloquecidos, mordiéndose y desgarrándose a sí misma hasta que se sacaba los intestinos, y ahí se quedaba, expulsándolos de una sacudida y comiéndoselos con fruición”.
¿Por qué personajes tan dañinos para África han tenido que pisar sus campos, sus tierras, sus selvas y tupidas sabanas, y sus ‘verdes colinas’?.

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4 de julio de 2015

Visitar Roma es una 'catetada'

Hace unos días, en uno de los comentarios que el viajero insatisfecho rellena habitualmente en sus lecturas a otros blogs, aseguraba, con cierto tono de provocación, que la visita a Roma le parecía una ‘catetada’, una ciudad construida y resguardada para la admiración de arqueólogos y mitólogos y, según parece, la mayoría de los mortales tienen algo de ambas cosas. Alguno de los lectores posteriores le tachaban de ‘hijo de la gran puta’ (¿a cuento de qué?) por realizar aquel comentario totalmente inofensivo para cualquier admirador de la ‘Ciudad Eterna’. 
- ¿Dijo ‘catetada’?. 
- Sí, porque lo piensa. 
En esta breve entrada va a intentar explicar algunos de sus vagos argumentos al respecto, nada válidos -con seguridad- para aquellos que ante una nimiedad se sienten ofendidos y capacitados para lanzar hirientes insultos que, por supuesto, le resbalan, y mucho.
De entrada, y sin mayores análisis, no desea visitar Roma porque no le atrae nada, nada, nada la sensación de sentirse en un lugar adorado por los que le llaman ‘hijo de la gran puta’. Pero tampoco le entran ganas de pasear por sus calles porque todo esta visto, todo ha sido contado, todo ha sido desmenuzado por expertos, periodistas y literatos. La mayoría de estos hablan maravillas de la ciudad pero este mochilero se pregunta si no lo harán para no perder a sus lectores más fieles, por lo general, difíciles de fidelizar y, a veces, muy intransigentes. No le entra en su sesera, tampoco, que algún mortal, mal asesorado, quiera morir nada más pisar sus calles. Más bien, para los ojos lejanos de este mochilero, es una urbe rancia, como rancio es el ambiente turístico de sus calles, como rancias son las constantes idas y venidas de las sotanas rancias como si de un desfile se tratara.
No le gustan los palacios, pues prefiere un marco de convivencia distinto donde crezcan niños sencillos y, quizás, harapientos. No le gustan las catedrales porque admira más aquella casa donde el pobre trabajador disfruta del descanso con los suyos. No le gustan los monumentos porque aún conociendo su simbolismo ve otros lugares más discretos que dicen mucho más de las gentes que los habitan.
Aprovechando esta breve disertación, meditada, por supuesto, y pensando en las diferentes culturas existentes, con sus diferentes formas de habitar y vivir, va a reseñar alguno de ‘sus monumentos’ preferidos:

Casa tradicional ghanesa en la ciudad de Paga
Todo un ejemplo de cultura y diseño del mejor estilo tradicional del Sahel. Casa de barro y reliquia de la época esclavista, por situarla en una época. La baja y minúscula entrada y el alto murete que por el interior la bordeaba hacia imposible que cualquier persona no bienvenida pudiera acceder.  La mejor Capilla Sixtina de Ghana.

Casa tradicional ‘mursi’
Los ‘mursis’ son una tribu africana que se localiza en las estepas de Jinka y, en especial, en el valle del Omo, región central de Etiopía. Se dedican principalmente al pastoreo de ganado vacuno y también son buenos recolectores de miel. Las mujeres ‘mursis’ son fácilmente identificables por el gran ‘plato labial’ inferior que es parte de su cultura. Sus casas, tal y como se aprecia en la fotografía, tienen forma ovalada y están construidas casi íntegramente de hierbas salvajes secas. Para él, mochilero leonés, esta construcción de hierba seca es toda una Basílica de San Pedro.

Viviendas embera
Es conocida como ‘tambo’. Consiste en un armazón de madera construido sobre pilotes a una altura de unos dos metros sobre el suelo. El techo es cónico de hojas de palma. No suelen tener paredes  ni divisiones internas y, como muestra la fotografía, suelen estar repletas de objetos y utensilios familiares. Igualita, igualita a la Basílica Santa María la Mayor.

Casa del norte de Mozambique
Sencilla, su decoración exterior con figuras geométricas era un hecho que las distinguía y tenía algo que ver con la protección de sus antepasados. El suelo era de tierra y la mayoría de ellas con un único habitáculo interior. Nada que envidiar al Panteón de Agripa.

Los ‘kreung’ de Camboya
La casa familiar de la fotografía de paredes de bambú trenzado pertenece a la tribu ‘kreung’, al norte de Camboya. En su cultura, los hijos, al independizarse de sus padres, se construían casitas aledañas e individuales de bambú, diferentes en su altura según el sexo: siempre más alta la del chico que la de la chica.  Por su sobriedad podría compararse perfectamente a la Basílica de San Pablo Extramuros.

Las ‘tatas’ de los somba (Benin)
Eran casas de barro, tal y como se ve en la fotografía, con varios habitáculos interiores y una terraza en la parte superior -a la que accedía por una minúscula escalera- con varios pequeños habitáculos que servían de dormitorio a la familia (recintos circulares separados) y, también, de almacén para el maíz o el mijo. En la parte baja, hacían fuego y, por la noche, guardaban los animales. Estas ‘tatas’ serían identificables en todo con el Coliseo romano.

Casa flotante camboyana
Humilde casa flotante parecida a otras miles que constituían poblados enteros en la cuenca de los ríos y, especialmente, a orillas del lago Tonlé Sap (Camboya), donde familias enteras disfrutaban de esa íntima y relajante convivencia.  Por el agua y sus recovecos tiene ese aire a la Fontana de Trevi que no hay quien se lo quite.


¡Entended el mensaje!.

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