21 de febrero de 2013

El hombre que dormía con las abejas


Cuando aquel hombre con su tradicional bonete les invitó, casi forzó (al viajero insatisfecho y a la francesa con la que callejeaba en Banikoara, Benin) a visitar su casa porque quería “mostrarles algunas cosas”, dudaron si acompañarle o salir zumbando de allí. La curiosidad de la francesa (que hablaba un perfecto español y se ocupó de la traducción) y las ganas de descubrir del mochilero hicieron el resto. Cuando a la entrada al patio/corral de la casa les enseñó el pequeño habitáculo donde dormía, “con las abejas”, y les mostró la entrada de los himenópteros al interior de su ‘cubil’, pensaron (con una mirada cómplice) que era un perturbado.
Pero ‘el hombre que dormía con las abejas’ tenía más sorpresas para ambos mochileros. En la mitad del patio había un depósito, rústicamente cubierto, donde almacenaba -dijo- las boñigas de las vacas para su fermentación. 
[Siguiendo las fotografías será más fácil de entender].
Les enseñó el interior del pequeño pozo y el viajero puede asegurar -ahora- que en aquel momento fermentaba. Posteriormente, giró una llave de paso que abría el gas producido, almacenado no sabe dónde, y les llevó hacia el rudimentario manómetro que en esos momentos fluctuaba ligeramente.
A continuación, pidió una cerilla a una de las mujeres que había allí reposando (sospechosas de ser sus esposas) y mostrando a los visitantes el recorrido del tubo por donde supuestamente circulaba el gas producido por la fermentación (¡sorpresa!) encendió un fuego similar al de cualquier cocina de gas conocida. Una llama entre dorada y cristalina salía por aquellos diminutos orificios.
Sus explicaciones habían quedado probadas.
Un raído papel, enseñado con orgullo, evidenciaba el reconocimiento oficial a la elaboración de bio-gas doméstico, su particular energía renovable.
¡Admirable!
Pero ‘el hombre que dormía con las abejas’ era, además, defensor de las serpientes salvajes aunque inofensivas en su tupido jardin y que, a pesar de sus llamadas (Sshsh, sshsh) no honraron el momento con su presencia; mantenía varios árboles y plantas medicinales en su patio y se mostraba crítico con la forma actual y despilfarradora (nada ecológica) de sembrar el algodón, producto muy común y, a la vez, riqueza de aquella región.
Un genuíno personaje, y entrañable, que no decepcionó, es más dejó perplejos a la francesa y a este mochilero-leonés.
Se llamaba Mesuna Allasan.
¡Gracias, buen hombre!.
¡Gracias, Mesuna!.

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12 de febrero de 2013

Ceremonia vudú/Benín


Uno de los principios básicos de la religión vudú era, y es, que la vida de los ancestros continúa después de la muerte; y otro, se podía interactuar directamente con los espíritus.
Pero había más y más principios básicos.
Por mucho que el viajero insatisfecho tratase de analizar y descomponer, jamás entendería la ceremonia que acababa de presenciar a pleno día, con un sol punzante, cuando todos los libros decían que era en general nocturna.
¡Vaya -pensó- ceremonia para turistas!.
Otra vez el leonés se sintió estafado y sableado por los ‘listos’, rondadores de torpes blancos “para mostrarte esto y lo otro”.
Y lo sabía antes de ir, pero……., no se arrepintió de haber ido.
El agradable paseo en piragua desde el poblado lacustre de Ganvié, en el lago Nokoué, hasta el vecino asentamiento semilacustre de So-Tchanhoué, donde presenció el ritual, ya compensaba el engaño.
El vudú era, y es, baile; era, y es, ‘religión bailada’. Los movimientos del cuerpo humano imitaban los de algunos animales y ellos adquirían el poder y atributos del animal imitado.
El coro de rollizas mujeres que se incorporó al espectáculo no dejó de bailar, entretanto el oficiante del grupo danzaba y tarareaba. Removía los feos fetiches que había encima de aquel aparente altar, agarraba con fuerza un mustio pollo y restregaba con él los fetiches, mientras la música de tambores y el ruido-hojalata de las campanillas allí colocadas no dejaban de sonar. Con dos movimientos bruscos, quebró -en vivo- ambas patas al pollo, al que este mochilero vio en sus ojos sufrir. Después de varias vibraciones y extravagantes saltos, con un certero machetazo cortó la cabellera del alado que se retorció hasta morir.
¡Espeluznante!.
Con la sangre brotada, espolvoreó los amuletos del altar.
Las mujeres bailoteaban, curvando sus orondos cuerpos, tocando palmas y, alguna, golpeando con sus exuberantes, abultados, desnudos y brillantes pechos negros aquel aire caliente, tostado por el sol.
Una tétrica gala de música, ruido, baile y espíritus supuestos.
Uno de los personajes que allí se estremecía levemente con el canto, se retorció de pronto en una convulsión profunda, girando y dando vueltas por el empolvado suelo. Había entrado en trance, supuso el viajero, consecuencia de aquella mezcolanza de música, cantos y ‘estimulantes naturales’ ingeridos. Su estado de semiinconsciencia permitía, según parece, una “mejor comunicación con los espíritus”. En la confusión y el caos organizados, el mochilero observó luego cómo, vestido con un faldón de rafia, se embadurnaba como un patán el cuerpo con un amarillento líquido.
Al lado del pequeño templo vudú, medio escondidas detrás de unas planchas de latón, había varias botellas vacías de ‘sadavi-vino de palma’ y de un vulgar gin. Viendo lo que veía y las botellas consumidas, era fácil imaginar el germen del trance.
Ceremonia vudú, ceremonia de confusión.
Tendremos que respetarla.
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