27 de junio de 2017

Yogya

Uno de los vestíbulos palaciegos del 'Kraton'. Sin gente ¡espectacular!

Yogyakarta, en la isla de Java (Indonesia), era una ciudad fetiche para los viajeros, claro también por ser el punto de partida para visitar el templo de Borobudur, de indudable atractivo. El insensato que no visitara esta ciudad podría considerarse que no había viajado a Indonesia (un poco exagerado, pero válido para realzar la importancia de la misma). Y dentro de la ciudad, la calle estrella era Malioboro. Quién no pisara aquella calle no había visitado Yogyakarta. El viajero insatisfecho no solamente la pisó sino que se hospedó en una calle aledaña. Un grupo de minúsculas y angostas callejuelas eran el centro neurálgico de muchos mochileros en la ciudad (zona de Sosrowijayan). En cada portal había un hotelucho, una ‘homestay’ o una ‘guest-house’. También multitud de pequeños restaurantes, bares occidentales y tugurios de todo pelaje. En fin, lugares donde una ‘bintang’ (cerveza indonesia) era el mejor regalo que uno podía hacerse después de haber pateado el centro neurálgico y de valor visual.

Actuación dentro del 'Kraton'

Después de un café mañanero, la primera acometida a la calle Malioboro era tranquila, no así cuando el sol caía en la tarde que era un jolgorio de todo tipo de personajes y ambiente local. También, como no, turístico. Diversos personajes abordaban al mochilero para convencerle de entrar en una determinada tienda de ‘batik’, uno de los principales reclamos de la ciudad y, como consecuencia, una plaga de ofertas (agotador, a veces). Una sugerencia de este mochilero: antes de comprar un 'batik' y pagar un excesivo precio, mirar, mirar y remirar, también indagar hasta estar familiarizado con la oferta y los precios.
Un largo paseo por esta famosa calle finalizaba en la zona vieja, con el encanto que suelen tener estas en las distintas ciudades. Y dentro de la zona vieja, el ‘Kraton’ que no era en concreto un antiguo monumento sino más bien un singular barrio urbano, con multitud de monumentos y ambiente turístico local. A la llegada al mismo, lo que sorprendía era la cantidad de jóvenes indonesios que se querían fotografiar, y hacer ‘selfies’, con este leonés ‘terruñero’ y cascarrabias. Pero, como siempre,….. ¡a mandar!. O mejor, a obedecer y adaptarse a las costumbres del lugar.

Vigilantes en el 'Kraton'

El ‘Kraton’ era el inmenso palacio de los sultanes de Yogya (como se conoce popularmente a la ciudad) pero, también, un excepcional recinto en el que vivían unas 25.000 personas. Se trataba, en realidad, de una auténtica ciudad amurallada (dentro de la ciudad de Yogyakarta) con sus propios mercados, tiendas, artesanos del ‘batik’, escuelas y mezquitas, aunque gran parte del recinto se usaba como museo y contenía una extensa colección, entre la que se contaban los obsequios de monarcas europeos y otras reliquias. Algunos de los antiguos edificios eran ejemplos de arquitectura palaciega javanesa, con vestíbulos y espaciosos patios y pabellones. Pero todo estaba mezclado con un ambiente de barrio que, así, de nuevas, parecía un auténtico mestizaje de edificios y gentes. Sin duda el ‘Kraton’ era lo más visitado de Yogyakarta tanto por los turistas indonesios como por los foráneos.
Como conclusión, un bello recinto, lleno de gente simpática y abrasado, aquel día, por un calor asfixiante que de tanto en cuanto obligaba al mochilero a sentarse con una ‘bintang’ como acompañante.

Una de las calles de la zona


VÍDEO (Paseo por sus calles)


Copyright © By Blas F.Tomé 2017

14 de junio de 2017

Decoración callejera

Esquina decorada

Era una preciosa tarde de sábado. El sábado pasado. La octava edición de DecorAcción recubría de color varias calles del famoso barrio de las Letras de Madrid, las tiendas sacaban sus galas a la acera y a la calzada y todo desbordaba originalidad. Con el sol ya caído, las calles se llenaban de una agradable sombra, e imaginarias luces multicolor.


Ojo inquisidor


Esquina decorada

El recorrido del viajero insatisfecho comenzó en la de San Pedro, pero hubo otras calles más: la de Cervantes, San Agustín o San José. Fachadas y esquinas decoradas de metalizados dorados y plateadas figuras llamativas, sombreros componiendo un gigante gorro de arlequín, o guirnaldas. Algún bar lucía en la entrada sus terrazas-jardín, banderas de colores, muebles antiguos, cámaras centenarias y art-decó. Un ojo incrustado miraba inquisidor, también cambiaba de tonalidad. Los locales de esta histórica zona de Madrid lucían sus mejores galas y abandonaban sus fachadas al color por el color. Maravillosos locales de venta de muebles y objetos vintage. Se trata de "sacar el interiorismo a las fachadas" según explicaban los organizadores. Los balcones decorados competían en una falsa competición. Los vecinos mostraban sus mejores pasiones al decorar sus ventanas y balcones y daban, también, una nota más de soberbia coloración.
¡Genuino paseo!.
Total tranquilidad en la tarde que se envolvía de la noche según pasaban los minutos. Caían las sombras según los pasos avanzaban con curiosidad. “El tiempo es un ladrón y un villano”, rezaba en aquel ‘Modernario’ tienda de relojes.
Nada mejor para terminar este breve ‘post’.


 Muebles en las calles
Esculturas en la calle

El tiempo es un ladrón y un villano


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1 de junio de 2017

Las aguas pantanosas del Sudd

Imagen de National Geographic

En el imaginario del viajero insatisfecho esta uno de esos lugares que, en cierto modo, es el súmmum de lo enigmático: el pantano del Sudd. En sus primeras lecturas de exploradores ya había fijado su interés en ese accidente geográfico. En su mente figuraba como objetivo. Estos días, disfrutando del libro ‘Hijos del Nilo’, de Xavier Aldekoa -que recomienda- leyó con cierto regocijo una descripción o interpretación de ese lugar que ocupaba, y ocupa, un hueco en su imaginario como viajero. A veces, leer constituye una extraña manera de viajar o de alimentar en la imaginación un recorrido que ya existía en ella. Cree que este es el caso. No se va a resistir y lo va a transcribir tal y como lo leyó, tal y como aparece descrito en el libro:

El pantano del Sudd, que cubre el norte de Sudán del Sur, cambia cada año de forma. El caudal del Nilo altera cíclicamente el patrón del laberinto de islas y canales navegables y lo convierte en una trampa para la orientación. Su vasta extensión, las altas temperaturas y la densidad de la flora provocan que prácticamente la mitad del agua se pierda por la transpiración de las plantas o la evaporación. También es uno de los accidentes naturales más influyentes en la historia de la exploración. Porque nadie ha podido con el Sudd.
Es curioso como los nombres definen una actitud frente a la Historia. En árabe, Sudd se traduce como ‘barrera’ u ‘obstrucción’. Hay en ese significado un reto, una frustración por la exploración inacabada. Durante siglos, el Sudd demostró ser un muro tan impenetrable que hasta Roma respetó su nombre árabe. Hace más de dos mil años, un batallón de soldados romanos enviados a remontar el Nilo hasta sus fuentes no consiguió ir más allá de este bloque pantanoso, que marcó el límite de la penetración romana en África ecuatorial. Ese respeto por la toponimia local no se mantuvo en otros lugares. De nuevo, el lenguaje da pistas del cambio de los tiempos: cuando a partir del siglo XV los europeos expandieron sus dominios por África, viajaron con la mirada fija en sus ombligos. Por eso bautizaron a las nuevas tierras, que por supuesto ya tenían nombres, con sus apellidos o los de sus monarcas, como Rodhesia, hoy Zimbabue y Zambia, en honor al empresario y colonizador Cecil Rhodes; la ciudad de Livingstone, fundada por el célebre explorador escocés, o el lago Victoria, nombrado así en honor a la reina británica. Hay cientos ejemplos similares. Los exploradores occidentales también tiraron de la pereza o la avaricia. En un alarde de imaginación egocéntrica e interés comercial, los europeos bautizaron algunas regiones con las riquezas que esperaban sacar de ellas (Costa de Marfil, Costa de los Esclavos, Costa de Oro,…) o con lo primero que veían o escuchaban (Cabo Verde, por las montaña llenas de flores; Sierra Leona, por los violentos golpes de olas contra las rocas que parecían rugidos de León; o Camerún, por los abundantes camarones en sus estuarios,….). Como el Sudd se mantuvo inaccesible al empuje colonialista blanco, a nadie se le ocurrió cambiarle de nombre. Para qué. Sigue siendo una barrera”.


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