22 de septiembre de 2017

Jack fruit / Uganda

El joven partiendo la 'jack fruit'

Al regreso de la visita a los primeros rápidos o cascadas del rio Nilo, en Bujagali, a unos 8 kilómetros de sus fuentes, en Jinja, el viajero insatisfecho le pidió al ‘boda boda’ (moto de alquiler, muy utilizada para trayectos cortos) que parara ante un grupo de casas, donde a la ida y al pasar relativamente rápido había visto que troceaban un producto que nunca había probado y tenía ganas de deleitar.
Antes de nada decir que los famosos rápidos en Bujagali habían desaparecido hacía unos pocos años al construir el dique para una presa unos kilómetros más abajo. Los carteles de alquiler de botes, canoas y demás artilugios aún se anunciaban, la pequeña infraestructura turística allí permanecía, pero venida a menos, e incluso a la entrada tenían un pequeño tenderete donde exigían el importe del ticket. Todo un verdadero timo para los incautos que hubo de pagar (eran pocos shillings) para evitar discusiones peregrinas. Después de visitar ‘solo agua’ -como le dijo el ‘boda boda’- viaje en balde del mochilero a aquel lugar. Decidió entonces, en el camino de regreso, poner en positivo y aprovechar la ruta ya pagada para sacarle algo de partido.
El producto que quería degustar era el llamado ‘jack fruit’. Ya lo había visto en anteriores países visitados, países como Sri Lanka, Kenia o Camboya. Exteriormente aún con notables diferencias, se podría parecer al durián pero mucho más voluminoso. Era el fruto de un frondoso árbol, cuelga de sus ramas más gordas, incluso del propio tronco, y podía adquirir un espectacular tamaño. Deseaba conocer su sabor.
El ‘boda boda’ paró voluntarioso en el lugar que le indicó, justo al lado del puesto donde ofrecían este extraño fruto. Antes de nada intentó saber si aquel producto estaba en venta y si podría probar un trozo. Por supuesto que estaba en venta, por supuesto que se podía adquirir y por supuesto que el mochilero lo iba a saborear.
Su interior estaba formado por innumerables gajos o pequeños frutos diminutos que eran necesarios aislar individualmente del resto de la pulpa. Ante el desconocimiento de qué era lo que había que comer y lo que era forzoso descartar (todo aparentemente igual y del mismo color) este mochilero se dejó ayudar por el joven vendedor e hizo lo más interesante: saborear lo que una vez separado le ofrecía aquel muchacho pinchado en un apropiado cuchillo. La ‘jack fruit’, en el paladar, tenía una textura suave, sabrosa, como ligeramente deslizante en la boca; blanda, como el interior de una madura chirimoya, y un sabor dulzón entre mango y papaya. No era aromática como se imaginaba -todavía recuerda el desagradable olor del durián- y a la vista, el gajo ya parecía ambrosía. Difícil describir la sensación al saborearla por primera vez. Diría, sin exagerar, que su sabor era deseable y tentador. Podría crear, ahora sí siendo un poco exagerado, adicción. En la ruidosa y populosa estación de minibuses (Taxi park) de la ciudad de Gulu, ya había podido comprobar la afición de los ugandeses por este ‘desconocido’ fruto. Un grupo de conductores y de busca-pasajeros, buscavidas, habituales en todas las estaciones africanas, estaba reunido alrededor de una gran, voluminosa y verde-amarillenta ‘jack fruit’ que otro compañero troceaba en el sucio suelo. Repartía entre todos. Allí, observando los movimientos de aquel grupo, viendo el placer con el que disfrutaban los gajos, ya se había preguntado: ¿a qué sabrá esta maldita ‘jack fruit’?.


'Jack fruit' en el árbol (foto tomada en Camboya)



Copyright © By Blas F.Tomé 2017

7 de septiembre de 2017

Una pareja de ‘karamojons’ / Uganda

Nada más aterrizar en UGANDA, en el aeropuerto de Entebbe, los personajes que por allí pululaban (empleados, seguratas, taxistas, maleteros, buscavidas,…) hablaban ‘luganda’. Para el viajero insatisfecho una lengua totalmente desconocida.
¿Y, entonces, dónde se entrelazaría y uniría el entendimiento para hacer más fácil la comunicación?: en el inglés, idioma oficial que todos conocían.
Al día siguiente, en sus ansias por iniciar el periplo real por el sur del país, viajó todo el día en un bus y se hospedó en la ciudad de Kabale, donde ya no hablaban el ‘luganda’ sino que se expresaban en ‘rukiinga’. El mochilero llegado a aquellas lejanas tierras comenzaba a pensar en lo difícil que sería una comunicación en aquella zona del país con idiomas tan diferentes. Pero no, todos, o casi, hablaban el ‘rukiinga’ y el inglés. Después de las visitas pertinentes por la zona, se fue ‘con viento fresco’ a la ciudad de Kisoro, unos ochenta kilómetros más al sur, en la frontera con Rwanda, y también del Congo. Al llegar, lo primero fue preguntar en inglés si allí, por casualidad, se expresaban en la lengua de la zona de Kabale, la ciudad anterior, pero el personaje interrogado, un joven vestido como un ranger, le dijo que la lengua local era el ‘rufunbira’. Vaya, pensó este mochilero, cada parada una nueva lengua.
Complicado, ¿verdad?.
En todos estos días, nadie le habló de una identidad nacional por hablar lenguas diferentes, nadie dijo nada de un hecho diferencial que supusiera ‘montar el numerito’ para conseguir especial estatus social y de vida.
[Y de eso ya se había dado cuenta en otros viajes africanos pero lo constata ahora, o ahora lo analiza más, mirando las bondades de fuera y comparando con las falacias de dentro].
Como el norte era uno de sus destinos lejanos, este leonés se dispuso a iniciar la andadura hacia esa parte más alejada. Después de atravesar el Parque Nacional Queen Elisabeth, se encaminó hacia la ciudad de Kasese, de paso hacia el Parque Nacional de las Montañas de la Luna (no se llamaba así pero este parque estaba montado alrededor de estas famosas montañas; y míticas, por cierto). Quiso saber -al escuchar las conversaciones en el tono de voz apreció algo diferente- si en Kasese hablaban ‘rufunbira’. No porque tuviera intención de mejorar su comunicación con ellos y aprender su lengua, sino por ‘puta’ curiosidad. Y no, allí, a unos 220 kilómetros de Kisoro se expresaban en ‘lhukonzo’.
¡Qué contrariedad!.
No obstante, en este caso ya lo había casi adivinado por el sonido bucal que era diferente o, quizás, era que se iba haciendo a la idea de que en cada ciudad que pisara hablarían distinto. Pocos kilómetros más al norte, ya en el distrito de Tooro, muy famoso entre los ugandeses por su antiguo reino y tradiciones, en la ciudad de Fort Portal preguntó al ‘boda boda’ (motorista) que alquiló para hacer un recorrido cercano, tratando de divisar de cerca las Montañas de la Luna, en qué idioma se expresaban en esta antigua y afamada región.
- Aquí hablamos el lutoro.
- Escríbemelo, por favor.
- ‘Lutooro’.
- Ah. Perfecto, muy parecido al nombre de la región.
Luego, las famosas cataratas Murchison le llevaron a este leonés, por su interés en visitarlas, hacia la ciudad de Masindi. En la agencia que le iba a llevar de ruta por el parque nacional de las cataratas, contratada en aquellos momentos, preguntó, ¿y vosotros os entenderéis perfectamente con el resto de los ugandeses al ser este un lugar turístico, no?. Sí, sí. Nos entendemos perfectamente en inglés, aunque aquí todos hablamos, y habitualmente, ‘lunyoro’.
A este mochilero le daban ganar de pasar de preguntar y empezar a convencerse de que en cada zona, en cada distrito, en cada ciudad o región hablarían diferentes lenguas. Como así era.
En la ciudad de Gulu, ‘acholi’, y en la ciudad de Moroto, al norte casi en la frontera con Kenya, territorio del pueblo karamoja, casi toda la población hablaba el ‘karamojon’.
Este territorio tal vez fue uno de los más problemáticos en el pasado por el abandono sufrido por parte del gobierno central, por la permisividad en la posesión de armas y por su carácter violento, pero nunca por sus reivindicaciones del ‘hecho diferencial’ en cuanto a sociedad y lenguaje. 
Al llegar a España, y encontrarse de nuevo con los rifirrafes políticos sobre el tema catalán, se acordó de los ‘karamojons’ y asoció a un dúo de independentistas catalanes con esta pareja de ‘karamojons[Foto]. Pura imaginación.


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