El joven partiendo la 'jack fruit'
Antes
de nada decir que los famosos rápidos en Bujagali habían desaparecido hacía unos
pocos años al construir el dique para una presa unos kilómetros más abajo. Los
carteles de alquiler de botes, canoas y demás artilugios aún se anunciaban, la
pequeña infraestructura turística allí permanecía, pero venida a menos, e
incluso a la entrada tenían un pequeño tenderete donde exigían el importe del ticket.
Todo un verdadero timo para los incautos que hubo de pagar (eran pocos shillings) para evitar discusiones
peregrinas. Después de visitar ‘solo agua’ -como le dijo el ‘boda boda’- viaje en balde del mochilero
a aquel lugar. Decidió entonces, en el camino de regreso, poner en positivo y
aprovechar la ruta ya pagada para sacarle algo de partido.
El
producto que quería degustar era el llamado ‘jack fruit’. Ya lo había visto en anteriores países visitados, países
como Sri Lanka, Kenia o Camboya. Exteriormente aún con notables diferencias, se
podría parecer al durián pero mucho
más voluminoso. Era el fruto de un frondoso árbol, cuelga de sus ramas más
gordas, incluso del propio tronco, y podía adquirir un espectacular tamaño. Deseaba
conocer su sabor.
El
‘boda boda’ paró voluntarioso en el
lugar que le indicó, justo al lado del puesto donde ofrecían este extraño
fruto. Antes de nada intentó saber si aquel producto estaba en venta y si podría
probar un trozo. Por supuesto que estaba en venta, por supuesto que se podía
adquirir y por supuesto que el mochilero lo iba a saborear.
Su
interior estaba formado por innumerables gajos o pequeños frutos diminutos que
eran necesarios aislar individualmente del resto de la pulpa. Ante el
desconocimiento de qué era lo que había que comer y lo que era forzoso
descartar (todo aparentemente igual y del mismo color) este mochilero se dejó
ayudar por el joven vendedor e hizo lo más interesante: saborear lo que una vez
separado le ofrecía aquel muchacho pinchado en un apropiado cuchillo. La ‘jack fruit’, en el paladar, tenía una
textura suave, sabrosa, como ligeramente deslizante en la boca; blanda, como el
interior de una madura chirimoya, y un sabor dulzón entre mango y papaya. No
era aromática como se imaginaba -todavía recuerda el desagradable olor del
durián- y a la vista, el gajo ya parecía ambrosía. Difícil describir la
sensación al saborearla por primera vez. Diría, sin exagerar, que su sabor era
deseable y tentador. Podría crear, ahora sí siendo un poco exagerado, adicción. En la ruidosa y populosa
estación de minibuses (Taxi park) de la
ciudad de Gulu, ya había podido comprobar la afición de los ugandeses por este ‘desconocido’
fruto. Un grupo de conductores y de busca-pasajeros, buscavidas, habituales en
todas las estaciones africanas, estaba reunido alrededor de una gran, voluminosa
y verde-amarillenta ‘jack fruit’ que
otro compañero troceaba en el sucio suelo. Repartía entre todos. Allí,
observando los movimientos de aquel grupo, viendo el placer con el que
disfrutaban los gajos, ya se había preguntado: ¿a qué sabrá esta maldita ‘jack fruit’?.
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