19 de febrero de 2016

Unos kilómetros de recorrido hasta avistar el lago Turkana (VÍDEO)

Era la primera vez que grababa un vídeo en uno de sus viajes y tenía puesta mucha ilusión. Por ello, en la primera ocasión que se le presentó, se puso de inmediato. El viaje en moto era ideal para probar esa nueva experiencia. Fijó la cámara al guardabarros delantero o, mejor, se fijó ella misma pues posee un potente imán, la conectó, y el motero, puesto en antecedentes, se lanzó entre baches hacia el lago Turkana.
El viajero insatisfecho advierte que fue un recorrido monótono aunque, acompañado como está por una preciosa música, se convierte en algo relajante y, quizás, de vicio.
Esto fue lo que recogió la 'CUBE', un sencillo aparato:




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9 de febrero de 2016

El lago Turkana no era un lago más

Momento de la llegada al lago Turkana

¿Por qué tenía ganas de visitar el lago Turkana?. Porque es un lago mítico en la secuencia exploratoria africana. Sabía que no tendría ante sus ojos grandes paisajes, todo lo contrario, pero la mente viajera a veces va por veredas que nada tienen que ver con la búsqueda de un sorprendente espectáculo natural. El trayecto desde Nairobi hasta Lodwar, capital de aquella región Turkana, era largo, complicado e, incluso, incómodo. Los kilómetros y kilómetros que era necesario recorrer se convertían, por momentos, en un verdadero suplicio. Las condiciones del asfalto no eran nada buenas y durante muchos kilómetros, donde el abandono estatal era más que evidente, este asfalto había desaparecido. Perfecto, o casi, el primer tramo hasta Kitale, una simpática ciudad tranquila aunque nadie piense que carecía del bullicio africano. Desde allí un autobús se lanzaba hacia Lodwar como si fuera una batidora ambulante. Gran parte de la carretera malísima. El paisaje iba poco a poco pasando a semidesierto, salpicado de aquellos arbustos llenos de espinas como de acacias malcriadas. Llegado un momento, apareció la noche y casi se agradeció. El polvo y la arena se adueñaban del camino, y al llegar a Lodwar a medianoche, el polvo estático en el aire asfixiaba los pulmones.


Mujeres 'turkanas' sentadas a la orilla del camino

Desde esta ciudad hasta el pueblo Kalokol, ribereño del lago, fue necesario que el mochilero alquilara una moto. El servicio regular de ‘matatus’ estaba sujeto a la usual arbitrariedad africana, y no era muy fiable. Eran 60 o 70 kilómetros por una carretera, ya sin asfalto, repleta de baches que el motero trataba de superar con un poco de paciencia y un mucho de pericia. Fueron más de dos horas de trayecto donde se cruzaron con rebaños de camellos, y camellos solitarios, con rebaños de cabras, y cabras esquivas que balaban como desesperadas al paisaje de arena y espinas que todo lo rodeaba. Pero, sobre todo, se cruzaron con varios poblados ‘turkanas’, humildes, rodeados de la nada, sin agua, sin comida, o algo que se pareciera, sin un utensilio en el interior de sus humildes chozas. Cabañas que desprendían pobreza y miseria. Se acercó a una de ellas y vio muy cerca el vacío, la nada y la más absoluta penuria. “Es como quieren vivir”, le dijo el guía-motero. No le creyó.


Cabaña 'turkana'

La ruta continuaba monótona, con aquel sol silencioso y dañino para la blanca piel del viajero insatisfecho. Nuevos rebaños de cabras, un joven ‘turkana’ en bicicleta se aproximaba de frente por la carretera llena de socavones y varias mujeres ‘turkanas’ sentadas aparecían a la orilla del camino, bajo un árbol semiseco saturado de espinas.
Atravesaron, sin detenerse, a su ritmo motero el pueblo de Kalokol y continuaron dos o tres kilómetros más hasta la misma orilla del lago. Ningún paisaje especial a la vista, pero un grito atronador de alegría descolocó a aquellas mujeres ‘turkanas’ que, apoyadas en un pequeño bote pesquero, charlaban en la orilla. El sueño de ver el lago Turkana, cumplido. Es el mayor lago permanente, en entorno desértico, del mundo. Según algunas informaciones, en peligro por el control en el suministro de aguas del río Omo que lo alimenta.
Tocó sus aguas, entre restos de pequeños peces muertos, y respiró fuerte su calurosa y reposada brisa. El sol se mostraba, en aquel momento, en todo su esplendor y picaba al mochilero.
Se fueron de vuelta al pueblo de Kalokol a vivir, de nuevo, un poco el bullicio africano.

Paisaje y camellos pastando


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