Edificio del Ayuntamiento, en la plaza de la Aduana
Antes de nada y como primera reflexión, la elección del hotel, a través de Booking, no fue lo más acertada. Y aunque
pareciera una cuestión menor que en nada debería afectar, esa alternativa
disminuiría a la larga la capacidad explosiva emocional al penetrar
en un lugar tan en boca de todos, tan repetido, tan cacareado y tan sobre
elevado a las alturas como era Cartagena de Indias.
¿Será para tanto?
El viajero insatisfecho ya
conocía este enclave colonial pero habían pasado los años, muchos, y la
percepción de haber estado un día allí iba empobreciéndose según pasaban ante
él -apacibles y tranquilos- los edificios, palacios, las plazoletas, iglesias y
catedrales.
Al hotel, en la zona de Getsemaní al lado del centro histórico, le faltaba
ese glamur necesario para pasar dos o tres días en aquella soñada ciudad
criolla. Una vez aposentados, no sin antes consultar a los dioses del averno
sobre si era propicio y oportuno quedarse o abandonar el hotel, Cartagena,
la vieja Cartagena de Indias se ofreció populosa y mimosa a los recién
llegados. Un día fue centro y vida del escritor Nobel García Márquez. Allí
escribió, ejerció el periodismo desde sus inicios –‘el mejor oficio del mundo’,
le gustaba decir- y concibió su última morada. Como dijo quien bien le conocía “siendo de Aracataca,
viajando tanto a Bogotá y queriendo mucho a Barranquilla, la ciudad que escogió
como su residencia fue Cartagena”. Esta vieja urbe, ya sin
su ilustre vecino, se ofrecía ahora como un refugio pleno de turistas.
La puerta del Reloj se convertiría a partir de entonces en observador del
trasiego ‘turistón’ y viajero de
aquella pareja inconformista de españoles. Aquella puerta, por la cercanía al ‘nada
glamuroso’ hotel elegido, era de obligado paso para internarse en su parte
vieja.
Si bien perderse por el centro histórico era un imprescindible, una manera
eficaz de acercar el contenido monumental de la ciudad al foráneo era contratar
un guía turístico que abriera sin disimulo las ventanas al conocimiento. No
podría negar que hubo lo uno y lo otro. Y en Cartagena de Indias, como
en otras muchas ciudades del mundo, tenían este servicio de guía gratuito. No
era necesario nada más que apuntarse a través de una web. Sencillo.
La ciudad tenía muchos sitios turísticos como la puerta del Reloj, la Plaza
de la Aduana, el Convento e iglesia de San Pedro Claver (“el apóstol de los
negros”), la catedral Santa Catalina o el Palacio de la Inquisición. Muchos
patios interiores que visitar; muchas fachadas coloniales que admirar; muchos
balcones, recios balcones cargados de flores para fotografiar. Balcones
originales, pocos; balcones restaurados y recuperados, casi todos. El más
grande, largo, señorial y casi sin retoques el del Museo Naval del Caribe, con
vistas al mar.
Un repaso por todo el recorrido la ciudad, explicando detalles, siglos,
anécdotas y chascarrillos parecería aburrido e innecesario para esta entrada bloggera. Mejor, este mochilero va a
destacar cosas significativas, coloniales o no, monumentales o no, de esta
ciudad que para descifrar necesitaría casi guía asistido:
Los balcones y sus
flores
Eran la imagen de la ciudad. Colonial. Criolla. Su vetusta construcción y
sobresalientes del edificio, componían la imagen estrella de Cartagena. Sin
duda, serán una de las fotografías que nunca un viajero olvidará.
Las palenqueras
Las famosas palenqueras, en
principio originarias de San Basilio de Palenque, eran mujeres convertidas ya en
uno de los símbolos más representativos de la ciudad. Nadie escapaba a la
sorpresa cuando encontraba a esas mujeres ataviadas con vestidos de colores, a
veces los vistosos colores de la bandera colombiana, siempre transportando una
palangana repleta de productos en la cabeza, normalmente fruta.
(Preferían que las fotografías fueras precedidas de una gratificación.
¡Pillinas, pillinas!).
Palenqueras paseando por la calle
Los interesantes
baluartes de la muralla
No todos los que podría tener la muralla pero sí al menos dos: baluarte de
San Francisco Javier y baluarte de Santo Domingo.
En ambos, se situaban un bar
restaurante, uno de ellos de ambiente más joven, Café del Mar, donde servían frías cervezas ‘Águila Colombia’.¡Buenísimas! y necesarias, muy necesarias, créanle.
Un lugar ideal para deleitarse con una puesta de sol, escuchar música en
directo o mantener una acalorada discusión, en directo también.
Café de Mar / Baluarte de Santo Domingo
Cervezas 'Águila Colombia' [la foto esta tomada en Bocagrande]
Las Bóvedas
23 mazmorras construidas alrededor del año 1795 e incrustadas en la propia
muralla, donde su grosor alcazaba unos 15 metros. Construidas con fines
militares, en el momento de la independencia sirvieron de cárcel, depósito de
armas y cuarteles para los militares españoles.
Ahora funcionaban, después de una restauración, como tiendas de artesanías,
antigüedades y galerías por lo cual era uno de los lugares más visitados. Nada
de espectacular belleza pero sí lugar de cierto desasosiego.
Como añadido, algunas de las calles del barrio de San Diego donde se encontraban las Bóvedas eran, a juicio
de este mochilero, las más bellas calles, sin balcones, de la ciudad.
Las Bóvedas
Tiendas de recuerdos, en las Bóvedas
Un paseo por la
muralla
Era uno de los muchos placeres que otorgaba esta ciudad, al turista y al
local, al joven y a las familias. La prolongada brisa marina en la noche,
directa al rostro, y las luces de la ciudad cercanas arropando el paseo,
añadían ese punto más de bienestar y goce.
Muralla
Vallenato
Llegaba a convertirse en obsesión. Los colombianos debían de tener algún
convenio no firmado con ese ritmo pues se escuchaba por todo el país. O eso, o
eran forofos del grupo ‘Los embajadores vallenatos’ que pusieron
de moda hace años este ritmo. El vallenato es una composición musical, mezcla
de merengue, son y otros ritmos de procedencia negra, blanca e indígena. Para
más opulencia, hacía pocos años había sido incluido por la Unesco en la lista
del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. En honor a la verdad, no
fue en Cartagena donde más dieron la turra con este ritmo.
Bailando en la calle [aunque no era un vallenato]
Skyline de Bocagrande, en
contraste con las antiguas murallas
Bocagrande era esa manga playera a unos minutos de Cartagena. Se vislumbraba
a lo lejos. Cuando el sol se dejaba caer sobre la bahía, se construía una
imagen casi del reino de Narnia: en primer plano la muralla iluminada con sus
primeras luces y al fondo los altos edificios de apartamentos y hoteles.
Operaba como un relajante pero, quizás, por estar literalmente lejos.
Al fondo, el skyline de Bocagrande, desde el Café del Mar
La india Catalina
Ante la escultura en honor a San Pedro Claver, el Patrón cartagenero, donde
se le representaba caminando de la mano de un esclavo negro, cosa que él solía
hacer, la guía colombiana del recorrido, por algún motivo no recordado, explicaba
el fuerte significado tradicional de una mujer negra, la india Catalina,
personaje clave para el inicio del mestizaje en aquellos territorios, al
propiciar el asentamiento español de las huestes de Pedro de Heredia en el
1533, fundador de la ciudad, después de varios intentos fallidos. La india
Catalina era, además, tan conocedora del idioma castellano como de los
dialectos indígenas y, cambiando de temática, también concubina de Pedro de
Heredia, a quien a la postre traicionó.
Estatua de San Pedro Claver, paseando con un negro
[En otra entrada, tratará la visita al Castillo de San Felipe de Barajas,
algo alejado del centro histórico].
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