Largo y bacheado trayecto hasta Sassandra, en la desembocadura del río con el mismo nombre. Venía de la población de San Pedro en un pequeño minibús destartalado que sorteaba, en algunos casos, o se lanzaba con decisión, en otros, a los muchos baches de la carretera. El trayecto lo hizo en el asiento del copiloto con otro pasajero más. Un poco apretados, pero al menos en primera línea de visión de todo lo que acontecía en la carretera. Suele solicitar este asiento cuando las condiciones lo permiten. Mejor que ir apretujado en la parte trasera. El minibús le dejó en la parte alta de la población. Para bajar a orillas del mar, donde tenía previsto alojarse, utilizó un taxi compartido que le ofreció una dama que iba hacia la misma dirección.
Pasó
tres noches en un pequeño hotel cercano a la desembocadura del río, compuesto
por varias casitas/cabañas, en cada una de ellas dos habitaciones. Limpio,
tranquilo y barato. Daba la sensación de estar llevado por mujeres, pues fueron
las únicas que vio atendiendo a la clientela. Escasa, por otro lado.
Muy
importante era la desembocadura del río para los pescadores, casi todos ellos
venidos del país vecino, Ghana. Allí resguardaban sus barcos del oleaje a falta
de un puerto pesquero artificial. Descargaban lo pescado a lo largo de la
playa, sistema muy utilizado entre los pescadores africanos: la arena de la playa
era su puerto de atraque y descarga. Luego, mediante un pequeño giro y trayecto,
se internaban en la tranquilidad de la desembocadura del río.
Al día siguiente de la llegada, el viajero insatisfecho contrató una pequeña piragua para hacer un recorrido fluvial por el delta y los paisajes que se veían a lo lejos. Tranquilidad y belleza, podrían ser las palabras claves para definirlo. Tuvo oportunidad de atravesar un canal natural repleto de manglares que fue como una internada directa a la naturaleza salvaje. Con el silencio que da el remo y lo cercano que están los fondos arenosos de la desembocadura observó variedad de pequeños animales, pájaros o caracoles marinos (a millares). El barquero-guía se vanagloriaba de que allí, en aquella zona, nunca pasarían hambre, pues la naturaleza ponía a su disposición multitud de productos.
Un
reposado paseo entre manglares, que a este mochilero le encantan; la visita a
un pequeño poblado de pescadores al lado contrario de la desembocadura, donde
había nacido el joven barquero, y un recorrido por el poblado de pescadores
ghaneses, fueron los parajes que pudo disfrutar aquel día. Nada espectaculares,
pero con tanto sabor africano, que no los cambiaría por la Vía del Corso, de
Roma.
En
el poblado ghanés, multitud de hornos artesanos para secar el pescado convertían
el lugar en algo especial, en un ajetreado espacio. Un paisaje de plásticos, el
aparente abandono, hornos de barro humeando, olor a pescado, el trasiego de jóvenes
portando en sus cabezas cubos con peces recién pescados, mujeres atendiendo los
hornos, niños jugando entre la suciedad y los pequeños regueros de aguas sucias,
daba el aspecto de un asentamiento entre desapacible y peligroso. Territorio de favelas, pero para una visita, un lugar curioso.
Al lado de la playa, un pequeño monolito rendía homenaje a la tripulación de MV Dumana, soldados británicos que murieron después de que este barco fuera alcanzado por torpedos frente a la costa de Sassandra, en la víspera de Navidad en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial.
Canal de manglares |
También merecía la pena la casa del antiguo Gobernador de Bas Sassandra, en lo alto de una pequeña colina que se formaba en la desembocadura del río. Creedle si opina que era un privilegiado asentamiento para la mansión de un gobernador, o un 'jefecillo', o para cualquier persona local. La casa, a punto de derrumbe, estaba desconchada y negra por la humedad y el abandono. Un huerto cercano, cuidado, ordenado y verde de hortaliza, parecía entornar el futuro hacia el lado del optimismo.
En aquel entorno y en aquella posición era un lugar de permanente brisa marina. Muy de agradecer.