26 de julio de 2020

Sassandra, en la desembocadura del río / Costa de Marfil

Casa del antiguo Gobernador de Bas Sassandra

Largo y bacheado trayecto hasta Sassandra, en la desembocadura del río con el mismo nombre. Venía de la población de San Pedro en un pequeño minibús destartalado que sorteaba, en algunos casos, o se lanzaba con decisión, en otros, a los muchos baches de la carretera. El trayecto lo hizo en el asiento del copiloto con otro pasajero más. Un poco apretados, pero al menos en primera línea de visión de todo lo que acontecía en la carretera. Suele solicitar este asiento cuando las condiciones lo permiten. Mejor que ir apretujado en la parte trasera. El minibús le dejó en la parte alta de la población. Para bajar a orillas del mar, donde tenía previsto alojarse, utilizó un taxi compartido que le ofreció una dama que iba hacia la misma dirección.

Pasó tres noches en un pequeño hotel cercano a la desembocadura del río, compuesto por varias casitas/cabañas, en cada una de ellas dos habitaciones. Limpio, tranquilo y barato. Daba la sensación de estar llevado por mujeres, pues fueron las únicas que vio atendiendo a la clientela. Escasa, por otro lado.

Muy importante era la desembocadura del río para los pescadores, casi todos ellos venidos del país vecino, Ghana. Allí resguardaban sus barcos del oleaje a falta de un puerto pesquero artificial. Descargaban lo pescado a lo largo de la playa, sistema muy utilizado entre los pescadores africanos: la arena de la playa era su puerto de atraque y descarga. Luego, mediante un pequeño giro y trayecto, se internaban en la tranquilidad de la desembocadura del río.

Al día siguiente de la llegada, el viajero insatisfecho contrató una pequeña piragua para hacer un recorrido fluvial por el delta y los paisajes que se veían a lo lejos. Tranquilidad y belleza, podrían ser las palabras claves para definirlo. Tuvo oportunidad de atravesar un canal natural repleto de manglares que fue como una internada directa a la naturaleza salvaje. Con el silencio que da el remo y lo cercano que están los fondos arenosos de la desembocadura observó variedad de pequeños animales, pájaros o caracoles marinos (a millares). El barquero-guía se vanagloriaba de que allí, en aquella zona, nunca pasarían hambre, pues la naturaleza ponía a su disposición multitud de productos.

Poblado ghanés

Un reposado paseo entre manglares, que a este mochilero le encantan; la visita a un pequeño poblado de pescadores al lado contrario de la desembocadura, donde había nacido el joven barquero, y un recorrido por el poblado de pescadores ghaneses, fueron los parajes que pudo disfrutar aquel día. Nada espectaculares, pero con tanto sabor africano, que no los cambiaría por la Vía del Corso, de Roma.

En el poblado ghanés, multitud de hornos artesanos para secar el pescado convertían el lugar en algo especial, en un ajetreado espacio. Un paisaje de plásticos, el aparente abandono, hornos de barro humeando, olor a pescado, el trasiego de jóvenes portando en sus cabezas cubos con peces recién pescados, mujeres atendiendo los hornos, niños jugando entre la suciedad y los pequeños regueros de aguas sucias, daba el aspecto de un asentamiento entre desapacible y peligroso. Territorio de favelas, pero para una visita, un lugar curioso.

Al lado de la playa, un pequeño monolito rendía homenaje a la tripulación de MV Dumana, soldados británicos que murieron después de que este barco fuera alcanzado por torpedos frente a la costa de Sassandra, en la víspera de Navidad en 1943, durante la Segunda Guerra Mundial.


A orillas de la desembocadura del río Sassandra

Canal de manglares

Piragua en el delta del río Sassandra

También merecía la pena la casa del antiguo Gobernador de Bas Sassandra, en lo alto de una pequeña colina que se formaba en la desembocadura del río. Creedle si opina que era un privilegiado asentamiento para la mansión de un gobernador, o un 'jefecillo', o para cualquier persona local. La casa, a punto de derrumbe, estaba desconchada y negra por la humedad y el abandono. Un huerto cercano, cuidado, ordenado y verde de hortaliza, parecía entornar el futuro hacia el lado del optimismo.

En aquel entorno y en aquella posición era un lugar de permanente brisa marina. Muy de agradecer.

Monolito en homenaje a las víctimas del Dumana

VÍDEO
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9 de julio de 2020

Kevin Carter y Alberto Rojas

Kevin Carter

Quien sea seguidor del blog ‘V(B)iajero Insatisfecho’, pero eso sí, quien sea lector a través del ordenador, con el diseño y estructura completos ante sus ojos (dice esto porque en la lectura a través del móvil no aparecen) habrá visto en la columna fija de la derecha una serie de apartados que también son fijos, su contenido no cambia, a excepción de cuando el bloguero lee un interesante libro y quiere dejarlo reflejado, o cuando inserta una nueva foto de un viaje reciente. En esta parte, que sería como el germen y fruto de su personalidad, tiene, entre otras cosas, un mapa de África; una definición de sí mismo; el archivo del blog; una foto que recibió el segundo premio de ‘selfis’ de El Viajero /El País; una foto del monasterio de San Miguel de Escalada, su ‘terruño’, y ‘Una imagen impresionante’: la fotografía de Kevin Carter, ganadora del premio Pulitzer 1994.

Pantallazo del blog V(B)iajero Insatisfecho

Esta fotografía (un buitre acechando a una niña moribunda) que vio en su momento en los periódicos le impresionó tanto que ha ocupado ese lugar desde la construcción de su blog, hace ya casi quince años.
Inevitablemente ya forma parte de su trayectoria como blogger.
El otro día una amiga (¡Muchas gracias!, Pilar/Pipedi) le regaló el libro de Alberto Rojas ‘África. La vida desnuda’, y la primera de sus historias sobre este continente -el libro relata diferentes momentos de los viajes de Alberto Rojas- es la búsqueda de esa niña (que resultó, luego, ser un niño) en Sudán del Sur, donde fue retratada por Kevin Carter. Alberto Rojas, después de ciertas investigaciones, se lanza en su búsqueda sin tener asegurado el éxito o un final feliz. Hace el trayecto de cinco mil quinientos kilómetros que separan Madrid de Ayod, una pequeña aldea de Sudán del Sur. ‘Los buitres no comen niños’ titula el capítulo de este libro, en alusión a la fotografía premiada que representa precisamente el acecho de un buitre al niño desnutrido y hambriento, que todo el mundo civilizado (?), al ver el realismo de la escena, da por muerto y desmenuzado por tan carroñero animal volador. Armado únicamente de la fotografía se presenta en la población de Ayod, un lugar que considera el más mísero de la Tierra. Para cualquier conocedor de África no es difícil imaginarse la capacidad de sufrimiento de sus gentes.
Y consigue, si, después de muchas pesquisas, identificar al niño (aunque la fotografía fue premiada como si fuera una niña). Cuando el boca a boca hizo su trabajo -dice- Mary (una amiga) nos dio la peor noticia: “Murió hace cuatro años. Consiguió sobrevivir al hambre, pero enfermó. Hoy vendrá su padre a verle. Le han dicho que hay alguien que le busca por una foto de su hijo”.
Y vino. Y le identificó como su hijo.
Kevin Carter, sudafricano, solo sobrevivió 93 días al Premio Pulitzer.
¿Por qué se suicidó Kevin Carter?, se pregunta Alberto Rojas, y añade “la explicación más simple, repetida y que mejor se ajusta a la construcción de una leyenda perfecta es la de la culpa”. La gente, a raíz del premio, le criticó “por canalla y desalmado ¿Por qué no hizo nada? [….]. Carter se arrepiente. Carter se suicida. Fin del cuento”.
Nadie, en la aldea de Ayod, había visto jamás la foto ni conocía su historia.

Gracias, Alberto, éste y tus otros escritos del libro constituyen tu mirada sobre África. Una mirada que respeta la realidad y nos hace a todos participes de esa cruda, crudísima materialidad africana”.

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