Entrada al palacio de Mukanda Douala
La entrada al país, Camerún, fue por Douala pero no sería hasta Garoua
donde el viajero insatisfecho daría por
iniciada su aventura.
Pasó una noche en Douala, sí, pero únicamente para
coger impulso, y porque los trayectos al norte de Camerún en avión no ocurrían
todos los días por diversos motivos: rentabilidad, organización o, simplemente,
el mal tiempo (en época seca, el ‘harmatán’,
viento del cercano desierto, a veces, mandaba).
Pasó una noche en Douala, sí, aunque durante el día
paseó por alguna de sus calles principales, como iniciándose en el transitar
por un país nuevo, diferente a otros aunque también con algún rasgo similar.
Pasó una noche en Douala, sí, pero incluso descubrió
alguna cosa singular, como el palacio de Mukanda Douala, construido por el
célebre, según decía el libro-guía, príncipe douala Dika Akwa como símbolo de la gran diversidad de pueblos que
habitan la capital económica del país. Lo descubrió por casualidad y le llamó
la atención sus paredes, estatuas, figuras y escudos que presidían la entrada.
Todo muy abandonado pero con ese aire dali[negro]niano que sorprendió al mochilero.
No entendió nada pero sin duda el águila y el cocodrilo eran la simbología de algún
pueblo tribal camerunés: ¿douala?,¿peul?, ¿bamileké?, ¿bassa?.... No lo supo.
Pero como ya dijo al principio su aventura comenzaría en Garoua,
donde le llevó un avión de CamAir, compañía
estandarte y bandera del país. Su inicio previsto con anterioridad (un mes) tampoco
era Garoua
sino Maroua,
en la provincia Extremo Norte del país. De allí, pensaba subir hasta el Lago
Chad, visitar el P.N. Waza y conocer Kousseri, en la frontera con el Chad, país.
Todo quedó aparcado al escuchar las contundentes sugerencias del Embajador de
España en Camerún: mejor no visitar el extremo norte. Decidió, entonces,
cambiar de destino su vuelo: no sería Maroua sino Garoua, unos 200
kilómetros más al sur. Acertada decisión pues una vez aterrizado en esta
última, un taxista local, al hilo del propósito viajero de visitar el P.N. Waza,
le sugirió lo mismo. Boko Haram, nombre del grupo
terrorista de carácter fundamentalista islámico, seguía actuando a sus anchas y con fuerza en la zona, e incluso estaba
impidiendo visitar el P.N. Waza que permanecía, aquellos días, cerrado.
El V(B)iajero Insatisfecho pertrechado para el 'harmatán'
En Garoua se encontró de lleno con el polvoriento país, más allá
de lo que imaginaba desde la distancia. Sufrió, en una de sus salidas moteras
(de paquete), la fuerza del ‘harmatán’
del desierto, y los caminos polvorientos declaraban su enemistad hacia este mochilero.
Polvo y más polvo, del ‘harmatán’ y del
surgido de las ruedas de camiones que dejaban una estela de color, calor y polvo.
Garoua destapó el Camerún islámico, con una total prevalencia en sus calles del
personaje muslín sobre cualquier otra ‘etnia religiosa’. Durante la oración, varias
veces al día y en ocasiones un verdadero gentío, sus movimientos masivos, ejercitados
en conjunto, y sus prolongadas genuflexiones e inclinaciones del cuerpo hacia
la Meca, daban miedo. Y miedo daba esa capacidad que parecía disponer el islam
para dominar corazones, conciencias, mentes y, en fin, personas. Era un miedo
psicológico producido por esas sensaciones de inestable obediencia que parecían
mantener con el supremo profeta.
Al fondo, musulmanes en plena oración en el mercado de Guidar
En la ciudad de Guidar, unos 100 kilómetros al norte de Garoua, durante el
mercado semanal, ante la llamada del muecín
desde el alminar de la mezquita cercana, la reacción fue espectacular. La
masiva afluencia al mercado de una muchedumbre con chilaba (o ‘jilbab’),
turbante o la ‘taqiyah’ (gorro redondeado
colocado en la cabeza) convirtieron el momento de la oración en un momento de aparente masiva reivindicación.
Su inmediata agrupación, sus movimientos al unísono con el rezo, arrodillados
y, al poco, agachados, sumidos en una oración pasional, daban miedo, sí. La
lejana pero imperativa voz del muecín
ejercía una fuerte presión, pasión y fervor. Sólo algunos cristianos, o de
otras religiones, parecían estar al margen del rezo musulmán, aunque este mochilero
leonés, quieto y perplejo, no paraba de mirar y mirar.
La mañana finalizó con un paseo por el mercado lleno de tenderetes,
plásticos, casava/mandioca, telas, artilugios chinos, herramientas y sol. Se
respiraba denso, a veces, frescura y valor. Otras, podredumbre, pimienta y
azafrán.
Una mixtura, siempre mezcla, potingue o pócima, en la
ordinaria y cotidiana vida africana.
Tenderete en el mercado de Guidar, con especias diversas
Copyright © By Blas F.Tomé 2019