25 de enero de 2015

Un breve acercamiento a Ratanakiri

-Casa 'kreung''. Al fondo, otras que van perdiendo su autenticidad-

La región de Ratanakiri, al noreste de Camboya, era conocida como el ’oriente salvaje’. Nada más lejos de la realidad si nos atenemos a sus gentes: amables, simpáticas y agradecidas con el visitante. En sus paisajes dominaban las montañas boscosas y un relativo terreno abrupto; también, el clima más frío del país, junto con la región de Mondulkiri. Si bien el libro-guía hablaba de difícil acceso, entonces, era un área totalmente accesible, buena carretera y perfecta comunicación, teniendo en cuenta dónde estaba: en Camboya. La localidad de Ban Lung, capital de la provincia, fue la base de operaciones, si esto puede definir esta breve visita.
Sus gentes “vendían” al turismo lo que tenían: pequeñas cascadas, senderismo de varios días de duración por la selva y visitas a las minorías étnicas (pueblos) de los alrededores.
-Lago circular 'Boeng Yeak Lom'-

El viajero insatisfecho vió dos ridículas cascadas (ninguna tenía algo especial) y visitó el Boeng Yeak Lom, un precioso lago, circular, quizás volcánico, muy cerca de la localidad y rodeado del verdor de la jungla circundante pero que se circunscribía a unos cientos de metros. Más alejado, se apropiaban del espacio las tierras de labor o los pequeños arbustos.
-Anciana 'kreung', soltera y sin hijos-

-Anciano 'kreung'-

Más le gustaron las minorías étnicas, los ‘kreung’ y los ‘tam puom’. En especial, los primeros que le recibieron con agrado y simpatía. El poblado de los segundos estaba semivacío, sus gentes durante el día solían bajar -y fue testigo de ello- a vender sus productos al mercado de Ban Lung. Para acercarse, alquiló una moto con su correspondiente motero que le sirvió, además, de guía. Con los ‘kreung’, entró en sus casas; fotografió a sus gentes; vió como elaboraban su aguardiente (o algo parecido) de arroz, más bien de cáscara de arroz, y la humildad, rayana a la absoluta pobreza, con que vivía aquella anciana, soltera y sin hijos, con quien intercambió sonrisas. El motero-guía dijo, traduciendo sus palabras, que en su juventud nadie había pagado la dote a su familia por ella. !Pobre!.
-Dos jóvenes 'kreung', elaborando aguardiente de arroz-

En la cultura ‘kreung’, los hijos, al independizarse de sus padres, se construían casitas aledañas e individuales de bambú, diferentes en su altura según el sexo: siempre más alta la del chico que la de la chica. Si bien en los pueblos actuales que visitó no pudo ver un caso real (para comparar), en las cercanías del lago Boeng Yeak Lom había un ejemplo, edificado a tamaño real, de ambas casas, tratando -cree- de mostrar al visitante la particularidad cultural y tradicional de la región.
-Casas 'kreung', alta (chico) y baja (chica)-

Sin duda, una nada despreciable experiencia para aquellos que, sin dejar a un lado ‘las piedras’, les atraiga un poco la parte antropológica en cada uno de los viajes.
Y un breve apunte más, en el recorrido por la zona se podían ver extensas y viejas plantaciones de caucho. También, recién plantadas, por lo que el caucho parece tener futuro. Un claro futuro con el petróleo al alza, pero no sabe si será lo mismo con un petróleo relativamente barato, y bajando.
Copyright © By Blas F.Tomé 2015

18 de enero de 2015

De Siem Reap a Battambang

De Siem Reap a Battambang  (dos ciudades camboyanas) se podía ir en un ordinario bus dando un gran rodeo o pagar un inflado ticket -muy caro comparado con el del bus- para cruzar el Tonlé Sap (el lago orgullo de los camboyanos), en un pequeño barco de recreo o excursión, evitando así el largo trayecto por carretera. 
Hasta los topes iba. 
Repleto de mochileros que querían vivir la experiencia, aunque la gran mayoría no imaginaba, el viajero insatisfecho tampoco, que en vez de ir cómodamente sentados, el completo pasaje iría literalmente apiñado, al bordo de la incomodidad, o sobrepasada ésta.
En la cubierta tumbado, o sentado, o sin saber que postura tomar, el sol calentaba a rabiar y el dañino sudor 'de hamaca de Benidorm' comenzaba a brotar en la piel. En medio del lago, la percepción era de total vulnerabilidad.
Calor y más calor, sudor y más sudor. Con el paso de las horas el hábito a sufrir mermaría las funestas sensaciones y el cabreo inicial. Como contrapunto, a su alrededor pasaban poblados flotantes (varios), pequeños o grandes y no menos extraños; débiles barcos de pescadores artesanos a las orillas; campos de arroz ya recolectados y secos, los más, y otros verdes y atrayentes; campos de maíz recién sembrado, con sus primeros brotes, y muchos, muchos palafitos de lugareños.
Un paisaje fascinante que obligaba olvidar la piña de mochileros que sufría las inclemencias del sol.

Después de haber cruzado el lago Tonlé Sap, en las márgenes del río que ascendía hacia Battambang formando constantes meandros, se visionaba, también, un espectáculo de niños que saludaban y gritaban la novedad; mujeres afanosas en la limpieza de los peces pescados; hombres en las orillas, algunos con el agua al pecho -desnudo-, cambiaban y reponían redes que hacían flotar con botellas de plástico.
Actividad, mucha actividad.
Casas levantadas sobre altos pilotes a la orilla, y plásticos de diferentes tamaños que sobre cuatro palos de bambú conformaban otros humildes hogares de pescadores en los múltiples recodos del rio.
Con el paso de las horas, que fueron muchas, el río era cada vez más estrecho y a la barcaza, repleta de holgazanes mochileros, cada vez le costaba más surcar sus aguas.
Al caer la tarde, cuando el sol perdía intensidad, la sensación de relajo y tranquilidad comenzaba a aflorar. Es más, era primordial para la mente del viajero. 
Cuando la noche ya era cerrada el barco llegaba a Battambang.
Feliz trayecto.



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4 de enero de 2015

Innecesaria, pero tenía que hacer la visita

-Fotografías de prisioneros muertos (alguna)-

La visita a la “prisión de seguridad (S-2)”, una de las muchas instauradas en todo Camboya por el dictador Pol Pot, era inquietante. Las condiciones en las que mantenían a los presos -a sus propios hermanos jemeres- eran lamentables. Pero tanto la visita a esta prisión como la posterior al ‘’campo de exterminio Choeung Ek” (a las afueras de Phnom Penh) fueron una experiencia psicológica, interior y hacia uno mismo (pero -cree- era necesario hacerla). En la prisión S-2 impresionaban la fotografías de los cientos, miles de presos fotografiados para luego ser torturados, o al revés; las fotografías reales de las diferentes posturas del preso ya torturado, quizás muerto, y, sobre todo, el frío y desangelado ambiente del edificio, ahora museo, antes prisión, y previo a Pol Pot, instituto de alumnos. Sólo los rayos de sol que penetraban por la ventanas enrejadas, cuando el viajero insatisfecho visitó el lugar, lograban templar el aterrador escalofrío reinante.
El campo de exterminio Choeung Ek no enseñaba nada más que los cráneos y fémures allí encontrados, guardados en una estupa a la entrada. Pero sin mostrar nada, la visita audio-guiada por un circuito, con 19 paradas, que recorría las diferentes fosas comunes y el lugar que ocuparon, entre otros, los barracones donde se hacinarían los recién llegados (hoy ya no existen), convertía a aquella extensión de terreno en un siniestro lugar.
-Cráneos guardados en la estupa-

Por el audífono (cada uno en su idioma) se contaban anécdotas -varias- de los supervivientes de los jemeres rojos, además de un escalofriante relato del guardia y verdugo Him Huy sobre algunas de las técnicas utilizadas para matar y deshacerse de prisioneros inocentes, mujeres y niños. Entre relato y relato, por el audífono advirtieron en varias ocasiones -para que el visitante tuviera cuidado de no pisar- de los huesos y dientes semienterrados  (vió varios) que aún se mantenían sin recoger a lo largo del recorrido.
Al finalizar, el mensaje invitaba a que esta masacre no se volviera a repetir. Masacres que, según recordaba la voz en off, ocurrieron en el régimen nazi alemán, en la Rusia de Stalin, en el Chile de Pinochet y en la Argentina de Videla. No citaban para nada lo ocurrido en España.
Como rendido homenaje, los camboyanos han ido colocando pulseras de colores en las vallas que protegían las fosas comunes y, en especial, en el árbol donde los niños pequeños fueron aplastados antes de ser arrojados a la fosa.
Sin haber visto nada especial, la visita dejó al mochilero pensativo, con mal sabor de boca.


-Pulseras de colores en el fatídico árbol-


-Pulseras de colores, en la valla que protegía una de las fosas-

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