30 de marzo de 2012

Una fotogénica aparición: un 'banna'

Aquel ‘banna’ (fotografía), con el escaso cargamento de miel recolectado, bajaba solitario por la carretera donde el microbús se había averiado. En las últimas salidas del viajero insatisfecho (¿Coincidencia?. No sabe), los buses, minibuses o taxis compartidos suelen averiarse con cierta insistencia.
- ¿Puedo hacerte una fotografía?.
- Son 3 birr (moneda local).
- OK. ¡Venga!.
[ ¡A tragar! ].
La principal actividad económica de los ‘banna (en realidad, un subgrupo de la etnia ‘hamer’) era la ganadería. Se dedicaban especialmente al pastoreo de rebaños de vacas, y en menor medida, ovejas y cabras. La apicultura era otro recurso para su propia alimentación o posterior venta.
Aunque algunos continuaban siendo seminómadas y carecían de viviendas fijas, los ‘banna’ compartían muchas tradiciones y rituales con otros pueblos de la región etíope del río Omo. Cuando un joven quería casarse y había sido aceptado por la joven elegida, debía pasar por la prueba del ‘salto de las vacas’: la familia de la joven seleccionaba un grupo de vacas que, colocadas una junto a otra, el pretendiente debía saltar cuatro veces sobre ellas sin caerse. Si esto ocurría en alguno de los saltos, se consideraba un mal augurio para el futuro de la pareja por lo que el novio sería rechazado por la familia de la novia y tendría que esperar un año más para volver a pasar por la misma prueba.
Los ‘banna’, dicho sea de paso, podían tener hasta cuatro esposas.
Otra curiosa tradición era la dedicación de los hombres al cuidado y embellecimiento de sus peinados. Solían recubrirlos con un trabajado gorro que protegían a su vez durante el sueño. Acostumbraban a dormir con la cabeza recostada sobre un apoya-cabezas de madera.
Artilugio éste ofrecido con insistencia a los turistas/viajeros como artículo de recuerdo.
¡Pena no haber traído uno!.
Foto.: Originales colmenas-tronco de abejas colgadas de los árboles.
Copyright © By Blas F.Tomé 2012

21 de marzo de 2012

Los héroes del canal


En la esclusa de Miraflores, la más concurrida de las tres del canal de Panamá, había un museo [el viajero insatisfecho le dedicó un rato] que contenía fotografías, maquetas de los artilugios utilizados, fragmentos de maquinaria de la época y otras muchas cosas. Todas ellas suponían un homenaje a los miles de obreros que participaron en su construcción; que sufrieron atroces enfermedades o pagaron con su vida semejante proyecto.
Las palabras sobreimpresas en la fotografía podrían constituir un resumen del agradecimiento de la Historia para con aquellos héroes/trabajadores.
La importancia del canal era evidente, si bien la historia de su construcción estuvo llena de proyectos, quimeras e ilusiones. Sería el francés Ferdinand de Lesseps el que convirtió al canal de Panamá en un gran reto empresarial. Las obras comenzaron el 1 de enero de 1880, pero ocho años después se quedarían en un punto muerto. De Lesseps lo intentó, pero una mala planificación le llevó a un estrepitoso fracaso. Finalmente -como todo lector sabe- serían los estadounidenses quienes lograrían llevar a cabo su construcción, no sin antes intrigar, tramar y provocar convulsiones políticas hasta forzar la constitución de un nuevo país: Panamá.
Ese fragmento de aquella época tiene su historia oficial, su historia real y su leyenda negra.
Para quien quiera profundizar:

Copyright © By Blas F.Tomé 2012

17 de marzo de 2012

Cuento africano / Los celos

Un Rey tenía muchas mujeres pero, ante su desesperación, ninguna le había dado un solo hijo. Tras haber consultado a los augures, hizo preparar una comida mágica en la que debían participar todas sus esposas. Ahora bien, la más jóven fue enviada, malígnamente, al mercado por sus rivales, pocos instantes antes de que comenzara el almuerzo. Cuando regresó, le habían guardado las calabazas vacías para que… las lavase.
Desesperada, gritó antes sus burlonas compañeras:
-Quiero mi parte de la comida, tanto si ha sido preparada para que perezcamos como para mantenernos vivas, cosa que ignoro.
-No queda nada –clamaron las rivales
La nueva desposada no protesto pero, reuniendo las calabazas, rascó cuidadosamente su interior y comió los restos de todas ellas.
Seis meses después, en la cabeza de las malas compañeras creció de todo ¡pero su vientre siguió plano!. Sólo el de la más joven indicaba un próximo parto.
El Rey, tan maravillado como desconfiado, dio, sin que nadie lo supiera, una choza particular a la futura mamá e hizo que la sirviera una sola criada, a la que suponía muy fiel, luego se marchó de viaje. Durante su ausencia, las celosas descubrieron el escondrijo, sobornaron a la criada y enviaron a su rival un manjar envenenado. Cuando el Monarca regresó, su favorita, muerta desde hacía algunos días, se estaba ya descomponiendo. Montó en cólera, sospechó la verdad e interrogó a sus mujeres que le respondieron:
-¿Acaso teníamos su custodia?. ¿Sabíamos, siquiera, en que lugar la habías escondido?.
Una investigación acabó descubriendo la verdad. Esposas culpables y criada infiel fueron decapitadas por la propia mano del señor”.
………………..
Moraleja: los celos pueden llevar al crimen y a la muerte como castigo.

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10 de marzo de 2012

Las iglesias de Lalibela y otras divagaciones


Los etíopes vestían mal, para qué ocultarlo, aunque no destacaban del resto de los pueblos africanos que este viajero insatisfecho conocía de antemano. Conjugar los colores no era lo suyo ¿y por qué tendría que serlo?. Los adultos y las mujeres parecían creer que el tartán rojo y un estampado a flores color rosa eran colores complementarios. Las etíopes, algunas, llevaban un pareo hecho de un tela, y otro distinto y enorme de otra tela enrollado encima del primero.
En algunos lejanos poblados, las mujeres podían llevar los pechos al viento, pero las piernas debían quedar totalmente ocultas, alto secreto.
Valiente y muy valorada decisión.


Los hombres, bueno, bueno, eso ya era ¡la hostia!. Se vestían de estilos inimaginables: algunos llevaban largas camisas de un color parduzco; otros, con una ligera manta enrollada a la cabeza, bajo un sol de justicia. O llevaban una tela colgada de uno de los hombros, al estilo ‘Gladiator’. La filosofía -a parte de la indudable necesidad- parecía ser ‘si lo tienes ¿por qué no llevarlo?’. Y así ocurria en todo el país.
En Lalibela (Etiopía) era lo mismo (¿por qué iba a ser diferente?), aunque allí la imagen recurrente, como centro monástico importante, era el orador de blanco, el peregrino de blanco, y aquella multitud lejana, de velo blanco, que ascendía hasta la entrada de la iglesia socavada en piedra. La población de este enclave religioso pertenecía a la iglesia ortodoxa y eso, de lejos, se apreciaba aún siendo poco observador. En las concentraciones masivas que surgían por no sabe qué motivo, aunque prevalecía el blanco, el colorido restante y la estampa eran los mismos del resto de África: vestían mal.
Las iglesias escavadas en la roca, motivo principal de la visita y del comentario [este ‘blogger’ se ha entretenido por las ramas], eran otra historia.
Nada que ver.
Moldeadas únicamente con martillo y cincel, aquellas obras maestras de nombres tan sugerentes como Bet Maryam, Bet Meskel, Bet Giorgis o Bet Amanuel eran admirables y, según la leyenda, por las noches hasta los ángeles trabajaron en ellas. Según la leyenda y según le ‘remachó’ aquel joven local, serio y convencido. La miel de las abejas que por allí rondaban se creía estaba dotada de propiedades curativas especiales y, en concreto, la de Bet Giorgis era especial -se decía- para los desórdenes mentales.
¿Serían psicólogas aquellas abejas?.
Era duro y cansado pisar múltiples escaleras, estrechos pasillos con ascensos y descensos, oscuros túneles a prueba de valientes y subidas por una roca no muy pulida ni cincelada, pero todas aquellas iglesias, una por una, se lo merecían. La más fotografíada y visitada quizás fuera la Bet Giorgis (primera y segunda fotografía) donde el visitante al llegar veía el tejado de cruz tumbado a sus pies.




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2 de marzo de 2012

¡Dejen orar antes de salir!

Habrá pocos lugares en el mundo donde convivan tan bien y tan ordenadamente los turistas/viajeros con el culto religioso, con el fervor de la población y sus ritos centenarios como en Lalibela (Ethiopía). El respeto mutuo y la bonhomía del etíope convirtieron este hecho, para el viajero insatisfecho, en algo reseñable. Él mismo tuvo que esperar un tiempo para aflorar del templo visitado.
Ya tendrá tiempo de loar las particularidades de Lalibela como maravilla mundial y arquitectura insólita, ahora quiere mirar hacia la afabilidad del habitante, del niño, de la esposa o del trabajador etíope.
¡Dejen orar antes de salir!. 
Copyright © By Blas F.Tomé 2012