Mutara III de Ruanda, nacido en Kamembe,
cerca de Cyangugu, en 1911, murió en 1959. Fue el penúltimo gobernante del
reino de Ruanda. Primer mwami (rey,
en kinyarwanda, idioma local del
país) convertido a la religión cristiana, su nombre bautizado fue Charles
Pierre Léon Rudahigwa. Tuvo su centro de operaciones de reinado en Nyanza, una
ciudad y extensa área del actual centro de Ruanda.
En esta ciudad tenía su palacio,
actualmente convertido en museo (Rukari King’s Palace Museum). Hasta
allí se acercó, con el fin de conocer algo, muy poco, del último estertor de
los reyes tradicionales ruandeses. Sin duda, Mutara III, hombre extremadamente
alto, según pudo comprobar en alguna de las fotografías que figuraban en el
museo, fue uno de los reyes más famosos de Ruanda. Más internacional y, quizás,
más querido. A su muerte (1959), su hermano menor fue elegido rey con el nombre
de Kigeli V, pero únicamente reinó dos años, hasta que se abolió la monarquía.
Cuando llegó a Nyanza, el viajero insatisfecho se propuso visitar el palacio/museo, en una de las colinas de los alrededores, donde se
ubicaba el palacio moderno del rey Mutara III, construido en 1931 y ocupado por
el rey hasta su fallecimiento, en 1959. Allí mismo, al constituirse como museo
(2008), reprodujeron la tradicional vivienda ruandesa de los reyes (el palacio
antiguo) con materiales también tradicionales. Este palacio antiguo contenía la
casa/cabaña principal que era sala, comedor y dormitorio, con una cama de
proporciones exageradas, y otras dos casas/cabaña, una de ellas despensa para
guardar bebidas.
El palacio moderno era un coqueto
edificio, de líneas europeas de la época, con varias salas en línea recta:
dormitorio, cuarto de baño, despacho, sala de recepción para autoridades
locales o sala de recepción para autoridades extranjeras.
En otra de las colinas, aproximadamente
a unos dos kilómetros, estaban enterrados tanto el rey Mutara III, su mujer, como
el sucesor, el rey Kigeli V. También, visitó el lugar. Un recinto cerrado con
esas tres tumbas. Entre ambas colinas, casas de labriegos, campos de cultivo,
niños mirones, alegres y pedigüeños, y señoras en sus labores hogareñas.
Fue un día de visitas, paseos, y de
escucha de explicaciones sobre ambos palacios del simpático guía que le
acompañó en el museo, no en el recinto funerario. Hasta éste último, llegó
andando y tuvo que aporrear la verja para que el vago vigilante le permitiera
el acceso.
Con las fotos, es posible que el lector pueda comprender mejor el lío de palacios, cabañas, colinas y tradiciones.
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