-Iglesia de San Juan Chamula-
Desde San Cristóbal de las Casas, donde se encontraba, agarró un minibús-colectivo, medio que utilizaban allí para desplazarse a los cercanos pueblos, y se presentó en el mercado. Como era domingo lo encontró especialmente ambientado, reunidos allí todos los habitantes de los pueblos y comunidades cercanos. A lo lejos, por las vecinas montañas, se hallaban diseminadas multitud de casas. El murmullo que oía era ‘tzotzil’ (nadie parecía hablar español; pero sí, todos lo entendían y hablaban, o casi todos), mientras atravesaba puestos de frutas, de telas, de herramientas de labranza, puestos de comida, vendedores de zapatillas, puestos de helados al sol, hierbas secas (no conocía sus nombres), lana de borrego -muchos montones- de la que estaban elaborados las faldas de las ‘chamulas’ y los chalecos (o algo parecido) de los ‘chamulos’ o, quizás, ‘chamulanos’. La falda de las mujeres, color negro; el chaleco de los hombres, color blanco.
-Mercado de San Juan Chamula. En primer plano, puesto con lana de borrego-
La visita iba para el mercado pero, en especial, para la iglesia. Ha dicho que
estaba dispuesto a introducirse en el misticismo mágico de San Juan Chamula. Por 25 pesos
mexicanos (poco más de un euro), pagados en la oficina de turismo situada al lado de la iglesia (si no impedían la entrada), los foráneos podían visitarla. Una manera de rentabilizar los incordios de los visitantes en sus rituales, sin duda. Era un lugar muy peculiar, en cuyo interior estaba terminantemente
prohibido fotografiar (las señales visibles lo indicaban: no cámaras, ni
móviles, ni gafas o gorras). La arquitectura del templo era de estilo colonial
clásico (como casi todas las iglesias del estado de Chiapas), pero con la particularidad de no contar con
bancas para sentarse, pues los habitantes oraban de rodillas, o acuclillados, y creaban en conjunto una
atmósfera mística muy especial al mezclarse rituales prehispánicos/mayas con los
de la evangelización católica.
La
entrada inicial al recinto interior fue espectacular por lo abigarrado del acervo,
por el humo reinante y también, como no, por ese inevitable misticismo mágico desprendido ante tantas figuras, velas encendidas entre la penumbra y los 'chamulos' en multitud de posturas.
Lo buscado por el mochilero.
La única nave de la iglesia estaba decorada con velas -cientos- de diferentes tamaños y colores. El suelo, todo él recubierto de una fina capa de hierba verde recién cortada, solamente en ciertos lugares (varios), donde habían hecho un hueco, el mosaico aparecía lleno de diminutas velas blancas encendidas, en forma de altares. Uno de los ‘tzotziles’ se encargaba de ir encendiendo las velas unas con otras, mientras se oía a su alrededor un suave ronroneo de oraciones en idioma ‘tzotzil’. Allí, en cada uno de esos pequeños altares, oraban sentados o arrodillados decenas de personas, algunas con gallinas en sus brazos. Para andar era necesario estar muy atento para no pisar alguna vela o mano que se encontrara apoyada en el suelo. Todo estaba arremolinado. Cierto, si, con un ordenado desbarajuste.
Lo buscado por el mochilero.
La única nave de la iglesia estaba decorada con velas -cientos- de diferentes tamaños y colores. El suelo, todo él recubierto de una fina capa de hierba verde recién cortada, solamente en ciertos lugares (varios), donde habían hecho un hueco, el mosaico aparecía lleno de diminutas velas blancas encendidas, en forma de altares. Uno de los ‘tzotziles’ se encargaba de ir encendiendo las velas unas con otras, mientras se oía a su alrededor un suave ronroneo de oraciones en idioma ‘tzotzil’. Allí, en cada uno de esos pequeños altares, oraban sentados o arrodillados decenas de personas, algunas con gallinas en sus brazos. Para andar era necesario estar muy atento para no pisar alguna vela o mano que se encontrara apoyada en el suelo. Todo estaba arremolinado. Cierto, si, con un ordenado desbarajuste.
Los
laterales de la nave, o recinto interior, estaban repletos de imágenes de
santos (a veces con extraños nombres) en hornacinas de madera, algunos de ellos
repetidos. San Pedro Mártir, San Pablo Mayor, Arcángel San Miguel Menor, San
Pedro dueño de la llave (por supuesto, portaba una en sus manos), San Pablo
Menor, Pastor, Santa Martha, Santa Magdalena y Sagrado Corazón Mayor. En una única hornacina aparecían, los tres
juntos, San Judas Tadeo, San Pedidor y San Juanito (por orden de exposición
y tamaño). También estaban allí representados Santo Tomás, la Virgen de la
Encarnación, Arcángel San Miguel Mayor y, aunque en diferentes cajones, Santiago, junto a San Lucas y San Mateo, y delante de ellos (algo
que le extrañó), además de las numerosas velas, la figurita de un caballo -parecía salido
del rancho ‘El Miedo’ de Doña
Bárbara- y la de un jaguar -también por los alrededores del mismo rancho-. Todas las
figuras de santos, absolutamente todas, llevaban colgado de su cuello un espejo,
debido a la creencia de que servían para reflejar la maldad. Preguntó a uno de
los presentes sobre este detalle y le comentó que los ‘chamulos’ no hacen confesión con un sacerdote, si no que realizan
autoconfesiones para lo que necesitan que sus faltas se reflejen en los
espejos.
Mientras
el viajero insatisfecho estuvo en su interior, se celebraba también una misa, con apariencia de rito
católico, pero únicamente en la parte delantera de la iglesia. El sacerdote oficiaba ante un grupo de personas, todos ellos de pie. Rodeándolo. Mientras, en el resto de
la iglesia, se homenajeaban a otras devociones distintas y se multiplicaban los
altares de velas en el suelo. Cada uno a su rollo. En el decorado del altar mayor o central, San
Juan Bautista ocupaba el lugar principal, rodeado de San Juan Menor y de otra
figura que no identificó. Y es que en San Juan Chamula el predilecto de su devoción era
San Juan Bautista, no Jesucristo, que lo tenían entre las imágenes con el resto
de los santos. El mismo San Juan Bautista presidía la pila bautismal en una de las esquinas, donde en aquel momento esperaban varios padres con sus bebés en brazos.
Al
tratar de abandonar el templo, una fila de músicos tocando tambores, guitarras (rudamente
elaboradas), arpas grandes (muy utilizadas en el folclore mexicano), y otros instrumentos, precedidos de una especie de incensarios de latón que multiplicaban el humo interior, le impidieron por unos momentos salir. Parecían 'Los tigres del norte', en uno de sus 'corridos mexicanos'.
Un
lío. Un barullo total.
El
humo que envolvía toda la nave, provocado por algo parecido al incienso y al
humo de los cientos/miles de velas, le añadía al marco de las múltiples
celebraciones un aire encantador, embaucador,
casi brujo.
No pudo sacar fotografías, en vista de las estrictas
prohibiciones. Y más cuando comprobó que al sacar su libretilla ‘moleskine’ para apuntar algo, un personaje con cara de pocos amigos se le acercó y lo impidió. "Tampoco se puede escribir. También lo prohíben", le dijo.
Ah!. Uno de los que elaboraban altares y encendían las velas en filas en el suelo, al pasar junto a él le preguntó, “¿de dónde procedes?”. El
mochilero, en medio de ese ambiente de prohibiciones, con la mosca tras la oreja o, quizás, con el miedo en el cuerpo, le contestó, “soy español”. Y el personaje en cuestión sonrió y le saludó efusivo.
“- ¡Mirad que si le da por recordar el violento pasado colonial español y embrutecerse!”.
“- ¡Mirad que si le da por recordar el violento pasado colonial español y embrutecerse!”.
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