22 de noviembre de 2019

Monument Valley, territorio navajo

Monument Valley
La diligencia, La legión invencible, Rio Grande o Centauros del desierto son algunas de las míticas películas de John Ford. Famosos films que en sus legendarias escenas de vaqueros, diligencias y caravanas de carromatos tirados por caballos mostraban paisajes del grandioso Monument Valley, panorama reconocido por todos los que han tenido una infancia rodeada o envuelta por el western americano. A John Ford le subyugó este paisaje rocoso del territorio navajo y, hoy día, se mantiene tal y como el acervo personal de muchos cinéfilos recordarán de las tardes de 'butaca y palomitas'. Con el tiempo, y la locura o fanfarria americana, ha sido el escenario de otras muchas películas de diversos géneros, como Licencia para Matar, Regreso al Futuro III, Thelma y Louise, Forrest Gump o El Llanero solitario.
¿Por qué no conocerlo?, se había preguntado siempre el viajero insatisfecho. Aunque no fue hasta que el grupo de amigos decidió hacer esa excursión al desierto de Arizona y Utah que no lo vio factible.
Muchos kilómetros a la redonda de este famoso y tórrido valle era una reserva india de los navajos, que explotaban además el negocio del recorrido al Monument Valley. Que era una reserva se notaba en esto, y en los muchos problemas que había para conseguir una cerveza fría (o caliente) en las poblaciones cercanas, incluida Tuba City, donde el ‘grupo Nissan Armada’ estuvo hospedado la noche anterior. El alcohol, por los problemas derivados de su abuso, estaba prohibido. Tiempo atrás, en el alcohol se habían refugiado muchos indios, tanto sioux como navajos, por las evidentes y forzadas contradicciones en su forma de vida. Los nativos americanos se negaban a abrazar una forma de comprender el mundo completamente distinto a la suya; al encierro en reservas a las que habían sido abocados; a la negación de su cultura, su espiritualidad y tradiciones, y al genocidio sostenido durante siglos. Una terrible pesadilla personal y comprensible, enmarcada en la absurda ensoñación americana.
El Monument Valley era un respiro de paz y polvo, y de silencio y estruendo de tubos de escape de 4x4. De la soledad de los ganaderos o labriegos navajos y la masificación del turismo necesario para la subsistencia de ellos. Todas estas contradicciones, y muchas más, convivían entre aquellas mitológicas rocas que subyugaron a John Ford.
Monument Valley

Pasaron por caja en la carretera que les llevaba al valle, en un puesto navajo de control y tickets. Una vez traspasado el límite, dejaron por unos minutos el Nissan aparcado y se acercaron al ‘view point’ que mostraba en su inmensidad el rocoso valle, las pequeñas montañas de cúspide plana, las aristas verticales de las rocas y la llanura repleta de matojos casi muertos. Un paisaje evocador.
Ya de pleno, en las múltiples paradas fotográficas, los copiosos puntos visuales se acumulaban en los objetivos de cámara y móvil. No era mucho lo que se podía hacer. Sólo circular y circular. Dejarse llevar por las miradas a través de las ventanillas del 4x4 Nissan. Por delante y por detrás las montañas se iban presentando con los nombres como han sido conocidas y catalogadas para el visitante, ‘The East and West Mitten Buttes’, ‘Merrick Butte’, ‘The Hub’, ‘Las Tres Hermanas’ o ‘Spearhead Mesa’. 
Muchas paradas para festejar la aventura, ‘hacer el ganso’ o, simplemente, estirar las piernas y disfrutar de un entorno peculiar.
Muchas paradas y relax.
Muchas paradas.
Cada uno tenía su punto de foto ideal. Cada uno deseaba inmortalizar el momento utópico.

(Y mucho más aquella pareja de Kansas).




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6 de noviembre de 2019

Grand Canyon


El gran cañón del Colorado

New York, Charlie Chaplin, el Gran Cañón, el western, Hemingway, los indios navajos, Lincoln,… ¿Habrá términos o vocablos más intensamente americanos que estos? ¿La humanidad se librará alguna vez de ellos? ¿Podrá alguien mantenerse al margen de su peso específico y rotunda fuerza a nivel mundial? No sabe este viajero insatisfecho, o al menos tiene dudas, si con su añeja postura antiamericana pretendía evitar todo ello o, en cierto sentido, lo simulaba. Sea como fuere, se lanzó a conocer el Gran Cañón con la sensación de hacer algo distinto a lo que había hecho en sus anteriores viajes, donde los trayectos y rutas los elegía después de una premeditada improvisación.
Para ello viajó hasta Las Vegas desde Montreal y esperó a que sus ‘organizados’ amigos le llevaran en volandas hasta orillas del Gran Cañón del río Colorado. Todo salió según lo previsto, se encontró con ellos en las oficinas de ‘El Álamo’, donde un flamante Nissan Armada les esperaba ¡Un pedazo 4x4 este Nissan que no conocía! El Gran Cañón estaba relativamente cerca de Las Vegas, y la tan cacareada Ruta 66 estaba en el camino. La tomaron en la famosa población de Kingman, donde aquella locomotora ‘Santa Fe/3759’, exhibida en todo su esplendor, parecía trasladar a los curiosos visitantes al corazón del oeste americano. Una vieja locomotora de hierro que, en otros tiempos, surcaría las famosas llanuras, saturadas de indios, colonos y atrevidos vaqueros. Fue como el bautismo de fuego de aquel pequeño grupo de amigos que se dirigía a los acantilados del famoso río por la Ruta 66, de rancio abolengo viajero. Dentro del 4x4 en el trayecto había de todo: risas, curiosidad, recuerdos, ansias de conocer o extrañeza por algunos chocantes momentos. Y, como no, ganas de llegar a orillas de los precipicios más afamados del territorio americano.
Locomotora "Santa Fe"

Este mochilero, según se acercaba, recordaba las barrancas de la Sierra de los Tarahumara, del estado de Chihuahua, en México. Allí, lo más grandioso y reputado eran las Barrancas de Urique, de Batopilas o del Cobre, que los lugareños definían como mucho más grandiosas que aquellos precipicios que iban a conocer. Y por su altura, sin duda, si lo eran. El Cañón del Colorado alcanzaba en su máximo los 1600 metros, mientras que la Barranca de Urique tenía una profundidad de 1879.
El gran cañón, visto desde el Yaki Point

Pero fue un gran trance cuando avistaron el Cañón. Un momento, quizás, de incredulidad ante lo que aparecía en los ojos de aquellos cuatro amigos en ruta. Se encontraban en una atalaya, más bien mirador, con una vista privilegiada sobre aquella célebre quebrada. Admiración y silencio. Respeto y desconcierto. Magnificencia y suntuosidad. Un cúmulo de sensaciones y reconocimiento general del ‘grupeto de amigos’ de estar ante una maravilla natural. Nada más.
Era fácil visitar los distintos miradores del Cañón del Colorado, en la parte que llamaban South Rim. Del Centro de Visitantes, tres líneas de autobuses acercaban a los curiosos a los diferentes puntos de observación, prefijados, pero elegidos con mucho tino. Todos los puntos, todos, tenían gran belleza visual. Se podían hacer a base de paradas de autobús o caminando de punto a punto. Ardua tarea esta última, sin duda.
El ‘grupo del Nissan Armada’ hizo de todo: trayectos en bus y andando, largas paradas y apresurados asomos al abismo. También, como no, ‘selfies’ de peligro. Finalizaron aquella alborotada jornada de emociones en el Yaki Point, a una hora en la que el sol caía ya hacia el horizonte, dejando una sensación de tranquilidad y paz. Los picachos de roca formaban largas sombras en los terraplenes y las aristas de las quebradas brillaban sin saber de dónde vendría su fulgor. El silencio incitaba a un grito apasionado y fogoso.
El Yaki Point, un excelente punto, y recomendable, para finalizar la visita.


Antigua gasolinera en la Ruta 66


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