Una
de las mañanas —recuerda que era domingo— se acercó al Parque Sarmiento, un
pulmón para los cordobeses (de Argentina). Paseo sin rumbo por el parque,
concurrido dependiendo de las zonas, incluso se atrevió a alquilar (eran
gratis) una pequeña bicicleta que se estropeó a las primeras pedaladas. Se fue
por otra, y la cambió. El día avanzaba y se dio otro paseo por el centro, visitando
rincones, entrando en alguna casa colonial y deambulando por las calles
peatonales. Vio una ciudad que, según se apreciaba, tenía empatía con el
visitante.
No sabe por qué, pero sintió la influencia española en toda aquella región.
Estando en esta provincia, no podía faltar una cita con Alta Gracia, pequeña población en la que el Che Guevara se formó como hombre: allí paso una época en su tierna juventud. En la actualidad, la casa familiar era un museo donde se exponían algunas de sus pertenencias, y constituía un lugar ideal para nostálgicos. Allí estaba expuesta La poderosa II (o una réplica), famosa moto con la que partió para recorrer Sudamérica. Muy cerca estaba, también, la casa de Manuel de Falla —no mucha gente conoce que este célebre compositor español murió allí—, convertida también en museo. Una bella casa/chalet (Los Espinillos) —en la entrada, unos grandes y viejos cipreses— con cantidad de objetos que Falla utilizó, habitaciones en las que vivió, e incluso el catre en el que falleció, el 14 de noviembre de 1946.
Un viaje más, en su permanente deambular, a La Cumbrecita, un lugar en la sierra cordobesa, adaptado —muy cuidado— para el turismo local. Tenía sus orígenes en unos pioneros alemanes que lo fundaron y fomentaron. Una pequeña cascada era uno de los atractivos más visitados. Hasta allí llegó, como era habitual, en autobús local, lo que le ocupó todo el día al viajero insatisfecho.