Ya tiene su visado filipino, tiene su paciencia pareja con la virtud, su regusto interior en marcha, la ilusión y su billete electrónico. ¡Qué moderno!.
¡Rumbo al Oriente!
Este viajero insatisfecho cada vez prepara menos sus viajes y se deja sorprender. Siempre lo hizo. No será último de Filipinas, ya hubo “los últimos de Filipinas” que uno imagina entre realidad y leyenda; asedios épicos y salvajes cañonazos; rendiciones de banderas y asaltos de murallas; amor entre enemigos y pasiones españolas; invasiones de iglesias y separaciones trágicas; la enfermedad de beriberi y la carne de carabao. No llegará este mochilero a sufrir esos avatares y pasiones, ni siquiera se acercará al olor de la antigua guarnición española en la aldea costera de Baler. El viaje es parte de la vida y suele impregnarse de paz.
No traerá “mantones de Manila”. Es de sobra conocido que esas prendas venían de China. La leyenda existió y permaneció pero la realidad, en este caso, nada tiene que ver con la certeza.
Acompañará su comida con arroz blanco oriental y consumirá producto del país. Que nadie le hable de comerse un cocido madrileño, con salsa alemana, en un restaurante egipcio, en el centro de la isla de Luzón. Sería un escarnio.
¡Rumbo al Oriente!
Este viajero insatisfecho cada vez prepara menos sus viajes y se deja sorprender. Siempre lo hizo. No será último de Filipinas, ya hubo “los últimos de Filipinas” que uno imagina entre realidad y leyenda; asedios épicos y salvajes cañonazos; rendiciones de banderas y asaltos de murallas; amor entre enemigos y pasiones españolas; invasiones de iglesias y separaciones trágicas; la enfermedad de beriberi y la carne de carabao. No llegará este mochilero a sufrir esos avatares y pasiones, ni siquiera se acercará al olor de la antigua guarnición española en la aldea costera de Baler. El viaje es parte de la vida y suele impregnarse de paz.
No traerá “mantones de Manila”. Es de sobra conocido que esas prendas venían de China. La leyenda existió y permaneció pero la realidad, en este caso, nada tiene que ver con la certeza.
Acompañará su comida con arroz blanco oriental y consumirá producto del país. Que nadie le hable de comerse un cocido madrileño, con salsa alemana, en un restaurante egipcio, en el centro de la isla de Luzón. Sería un escarnio.
Relatará historias (¡Ay!, si supiera lo haría en tagalo o chabacano) desde allí, si no….. ¡hasta la vuelta!.
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