27 de febrero de 2009

Ni último de Filipinas, ni mantón de Manila

Ya tiene su visado filipino, tiene su paciencia pareja con la virtud, su regusto interior en marcha, la ilusión y su billete electrónico. ¡Qué moderno!.
¡Rumbo al Oriente!
Este viajero insatisfecho cada vez prepara menos sus viajes y se deja sorprender. Siempre lo hizo. No será último de Filipinas, ya hubo “los últimos de Filipinas” que uno imagina entre realidad y leyenda; asedios épicos y salvajes cañonazos; rendiciones de banderas y asaltos de murallas; amor entre enemigos y pasiones españolas; invasiones de iglesias y separaciones trágicas; la enfermedad de beriberi y la carne de carabao. No llegará este mochilero a sufrir esos avatares y pasiones, ni siquiera se acercará al olor de la antigua guarnición española en la aldea costera de Baler. El viaje es parte de la vida y suele impregnarse de paz.
No traerá “mantones de Manila”. Es de sobra conocido que esas prendas venían de China. La leyenda existió y permaneció pero la realidad, en este caso, nada tiene que ver con la certeza.
Acompañará su comida con arroz blanco oriental y consumirá producto del país. Que nadie le hable de comerse un cocido madrileño, con salsa alemana, en un restaurante egipcio, en el centro de la isla de Luzón. Sería un escarnio.
Relatará historias (¡Ay!, si supiera lo haría en tagalo o chabacano) desde allí, si no….. ¡hasta la vuelta!.


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22 de febrero de 2009

¿África?


Cuando el viajero insatisfecho bajó del tren que le llevaba a Mwanza -lago Victoria- y presenció aquel ajetreo inesperado, ansioso, sobre unas vías muertas de un muerto pasado, con aquel sol aplanador y comida poco apetecible, pensaba en África.
………. En esa tierra de documentales, esa realidad teñida de pobreza, esos acantilados marrones y esas muertes. Esos animales con rayas y manchas, esos altos árboles altos y de copa plana, esos hombres de piel negra y brillante, esas matanzas, esas carreteras rojizas, ese territorio de la imaginación, esas noticias negras, ese territorio de fotografías, esas negras solitarias caminando por una peligrosa senda, esos ojos tristes, esos monos aulladores y chillones, esos niños descalzos, esas comidas míseras, ese sol abrasador, esas moscas asesinas, esos niños soldado, esos coches atestados, esos tenderetes de comida, esas manos siempre extendidas y esa mirada profunda. Ese olor a pobreza, esas aguas encharcadas, ese sudor humano, ese sin-aliento de miseria, ese territorio de exploradores, esas selvas verdes e insondables, ese grito silencioso,….
Ese grito silencioso.
¿Pensaba en África?.

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16 de febrero de 2009

Placer en los poros

“Poco después, estaba encima de la cama de su habitación con dos bellas jóvenes, de oscuro cuerpo casi escultural. Una de ellas, de unos veinticinco años y totalmente desnuda a sus pies, desvestía a la otra, más joven, unos dieciocho años, y tumbada a su lado.
No salía del asombro.
Las encontró en una lejana playa (en un lejano país), se rieron; se rieron mucho, con ganas. De pronto, sin preguntar nada, sin hacer ninguna invitación paralela, observó cómo le acompañaban. La respiración se convirtió en un ‘tic-tac’ de un reloj despertador y…., ansiosa, sin sosiego.
En la habitación, en esos momentos previos, sintió una serenidad interior que nada tenía que ver con la excitación permanente que le acompañaba los días pasados. Se fijó en sus cuerpos de piel chocolate tan deslumbrantes, y esa serenidad se fue por los aires.
A sus pies, unos pechos brillantes, grandes, ligeramente caídos. A su lado, tumbada con naturalidad no exenta de cierto rubor, unos pechos firmes, duros, mirando hacia las alturas con una dignidad salvaje. Se rindió a la belleza que le tenía extasiado y la penetración fue real. Alternativa. Primero a los veinticinco años, con su monte afeitado, húmeda hasta sus pantorrillas chocolate. Luego a los dieciocho, peluda y rizada con inocente naturalidad. Alternativa. Y otra vez, alternativa. Jugaron a varios juegos eróticos, nada pornográficos, de placer supremo. El latigazo final fue para la joven ninfa, sin pensarlo, sin desearlo, pero a ella le tocó todo. Bueno, creo que a quien tocó fue a él.
Y vuelve la serenidad sin prisas. Ahora son tres cuerpos tumbados y deseosos de caricias. Se miraban, sin hablarse, y sonreían. Nuevas caricias. Las piernas entremezcladas y en constante movimiento, con breves roces, sintiéndose la piel.
¡Placer en los poros!”.

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11 de febrero de 2009

En Petra, el marco también cuenta


Llegar al vasto valle de Petra tiene un preparativo previo sorprendente: un desfiladero de rocas arcillosas, que simulaban aplastar al caminante, moldeadas por el viento y la arena pues el agua -muy escasa- nunca las pudo tallar, y de curvas suaves que el jinete-viajero no precisó esquivar, se encargaba de ello el propio caballo, ya veterano en miles de turistas.
El viajero insatisfecho se dejó guiar montado en su caballo-turista y acompañado del palafrenero-turista hasta alcanzar a divisar Petra en su totalidad.
Al finalizar el angosto desfiladero, el sol recibía al mochilero a mazazos. El polvo -sin ventisca- provenía del trajín de los “truhanes” negociantes, asentados bajo lonas. De un salto descendió del caballo y con los brazos abiertos vislumbró y admiró a lo lejos el lugar. De frente, la Tesorería (La Khazneh); a izquierda y derecha, multitud de templos, recintos tallados en la roca. Tumbas esculpidas, a derecha e izquierda.
Todo un complejo, reliquia de una civilización que floreció, pasada, caduca e inexistente: la nabatea.

El marco donde se halla, hablaba de esfuerzo y desiertos; de caravanas y puntos en medio de la nada; de comercio; de negocios y tristes batallas; de empresas artesanas boyantes y, luego, nefastas; de sufrimiento,…., y de ladrones, anteriores a los de Ali Babá y su hermano Kassim.


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2 de febrero de 2009

Ellora

En varios de los templos-cueva sorprendía ver al hindú, doblado el lomo, barriendo con una menuda y artesanal balea. Pulían el suelo con movimientos lentos, trasversales, suaves y minuciosos. Uno, se sentía observado; otro, miraba pedigüeño al extranjero, y otro más, seguía con su trabajosa tarea como si nadie hubiera entrado en su particular coto. Daba sensación de limpio, cuidado, para que el turista -viajero local o extranjero- disfrutara de la frescura que brotaba de la piedra (Excepto en ciertos rincones, donde olía a insistente orín).
Eran las cuevas de Ellora (India).
Este viajero insatisfecho ascendió, uno por uno, todos los escalones, entró en todas las cuevas (numeradas), convertidas por antiguos artistas en auténticas obras ingenieras, y recorrió cada una de sus galerías.
Decía el libro-guía: “Las más bellas son la número 10, 12, 16, 21, 29 y 32”.
¡Qué atrevimiento!
Todas conformaban una composición extraordinaria, el viajero las visitaba con la misma ilusión, el hindú las limpiaba con la misma parsimonia y su artesano hacedor las debió pulir con el mismo esmero.
¡Qué trabajoso le resultó a este mochilero llegar hasta ellas desde aquella ciudad que ahora no recuerda!. Aunque la impaciencia y desánimo no rondarían jamás su impenetrable corazón.
Primero, acompañado por un jovenzuelo hindú; luego, un rickshaw; más tarde, un atestado autobús y, para finalizar, una larga caminata, todo ello combinado con el asfixiante olor y calor hindú. Olor con regusto a olla sucia, a restos de curry mal rebañado, a humo de caña mohosa, a escupitajos rojizos de hojas de betel.

Mereció la pena.

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