24 de mayo de 2015

Los reinos perdidos de África

Hoy toca libro. 
Sorprendente relato de un autor, Jeffrey Tayler, que no conocía -mejor, del que no había leído nada- sobre su viaje por esos reinos de África dentro del territorio del Sahel, aislados geográficamente y, sin duda, perdidos muchos años, al margen de las insistentes pesquisas del mundo explorador europeo. Para pergeñar este relato, el autor recorrió, en los primeros años del siglo XXI, cerca de 4000 kilómetros de este a oeste en camión, taxi, autobús o barco por el río Níger para acercarnos un territorio olvidado, sin pulir y hostil.  “Taylor nos presenta un Sahel acuciado por las rebeliones étnicas y la violencia sectaria, feudo del fundamentalismo y, no obstante, hogar de gentes y pueblos de una hospitalidad y fortaleza extraordinarias”, dicen en la contraportada del libro.
El viajero insatisfecho, que no es precisamente un crítico literario, cree que este relato crece poco a poco con el talento y las aventuras del autor, y con su forma de vivirlas y contarlas. Recuerda a los grandes escritores-viajeros por todos conocidos. Unas aventuras que con seguridad habrán cambiado al autor para el resto de su vida. Con una base teórica -y más: hablaba árabe- sobre la región describe con sencillez pero con sabiduría algunos acontecimientos trascendentales de esta área que rezuma cuasi feudalismo, vapuleada permanentemente por el harmatán que tantas veces nombra.
Así detalla, con gran acierto, un breve recorrido por una de las ciudades que cruzó en su camino: “Traqueteando por las calles en uno de los taxis destartalados de la ciudad, removiendo los hedores de las alcantarillas abiertas, uno se adentra en la muchedumbre de mendigos, jóvenes haraganes y trapicheros; el conductor toca la bocina para dispersar las carretillas y a sus propietarios despavoridos; se dispersan las columnas de mujeres que avanzan a duras penas, atónitas y sudorosas, cargadas con sacos de sorgo o cántaros de agua de los pozos vecinos”.
Si este mochilero piensa en esas frases, ellas describen situaciones similares vividas, en cualquiera de las muchas ciudades sembradas por los diversos caminos africanos. 
No es la ruta más sabrosa para recorrer pero sin duda es un sabroso libro para leer, disfrutar y apasionar a la mente con él.
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Tayler, Jeffrey. Los reinos perdidos de África (traducción de Marta Pino Moreno), Alhena Media, Barcelona, 2008.
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15 de mayo de 2015

El ‘tuk-tuk’

Tuk-tuk, taxi

El tuctuc, o tuk-tuk, o rikshaw era el medio de transporte estrella en Camboya. Tenía, y tiene gran variedad de nombres, según donde se sitúe el vehículo, pero, sin duda, donde toma posesión del lugar, o se implanta, se convierte en transporte imprescindible. El viajero insatisfecho ya lo había visto y disfrutado, por primera vez, en India. Luego, lo ha utilizado en muchos otros sitios como Tailandia, China, Filipinas, en Madagascar o en Perú, con variedades diferentes dependiendo del fabricante y, a veces, de las necesidades climatológicas del país.

Tuk-tuk, autobús

En otros sitios se llamaban motocarros o triciclos motorizados pero -generalizando- era el ‘mismo burro con distinto rabo’. Eran originales, vistosos y se adaptaban a las particularidades del país.
-          ¿Cómo visitar los templos de Angkor?.´- En tuk-tuk.
-          ¿Cómo ir al aeropuerto?.- En tuk-tuk.
-          ¿Cómo ir a un punto concreto y lejano de la ciudad?.- En tuk-tuk.
-          ¿Cómo ir a la playa?.- En tuk-tuk.
Para los solitarios mochileros eran un recurso ante el cansancio de la caminata por la ciudad. “Huy!!, qué lejos estará ahora la guesthouse!!. Pillaré un tuk-tuk”. En Camboya eran, por lo general, abiertos, panorámicos y muy bien aireados. O se acostumbró pronto o la capital Phnom Penh no era excesivamente ruidosa por lo que viajar en este transporte era bastante agradable. En los cruces servía eso de presentar el morro y luego continuar. Era una buena y general táctica.
Sus conductores ya fueran camboyanos, o tailandeses, o indios eran los que mejor hablaban inglés o se hacían comprender, los que llevaban al mochilero al hotel por un módico precio o simplemente experimentados guías para las pequeñas cosas.
En este muestrario de fotografías se ve también la variedad de usos que se les daba. Muchos, sin duda.
Inimaginables.

Tuk-tuk, artesanía

Tuk-tuk, todo a 100

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8 de mayo de 2015

Motilla del Azuer / Daimiel


-Vista del pozo desde arriba-
Algo cercano. No siempre en esta ventana se va a hablar de cosas lejanas.
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Uno de esos sitios en España que sorprende e impacta sin ser especialmente espectacular es Motilla del Azuer. Este asentamiento es el yacimiento más representativo de la Edad de Bronce en La Mancha, concretamente en Daimiel. Ubicado en la planicie de la meseta manchega, pasa casi desapercibido para aquel que no sea un estudioso del tema pero, al visitarlo, deja al viajero perplejo por la originalidad de su estructura, la sencillez del empedrado permanente aunque en medio de una gran complejidad en sus curvas. Desde donde realmente se percata uno de su estructura es a vista de pájaro, por lo que visitar el vídeo que se muestra en la página web es algo realmente aconsejable. Bellas imágenes, acompañadas por una preciosa melodía musical que anima únicamente al disfrute de lo que se va viendo en cada momento.
“El pozo más antiguo de la Península”, destacan en el vídeo, y no es de extrañar pues el yacimiento se remonta a los años 2200 a. d. C. Por lo tanto, con más de 4.000 años de antigüedad. ¡Ya han pasado años! Conforme los niveles hídricos bajaban en aquella época, los habitantes accedían a los niveles más bajos del nivel freático del agua por medios de pequeñas rampas descendiendo más y más en el subsuelo, superando, según datos del yacimiento, los 14 metros de profundidad.

-Geometrías curvas-
En el término municipal de Daimiel se encuentra la mayor concentración de este tipo de poblados de España. Sus habitantes actuales relatan con satisfacción este hecho, orgullosos como están de su gran pasado histórico.
Y el viajero insatisfecho se pregunta, curioso como siempre, si Alonso Quijano y el amigo Sancho probarían de sus aguas o, quizás, fuera el propio Rocinante el que se beneficiara de su presumible frescor. Previo acarreo del obediente escudero, claro.

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