20 de febrero de 2019

Mercado del sábado en Lago Lagdo / Camerún


Mujeres, en su aseo personal a la orilla del lago

Lo vuelve a repetir. Y lo vuelve a dejar por escrito, sin pudor por la reiteración. Una de las deliberaciones mentales previas al viaje más persistentes en el viajero insatisfecho era poder alcanzar el lago Chad, al norte de Camerún y fronterizo con Chad y Nigeria.
Entonces, desde sus aposentos y visto desde la distancia, ayudado por San Google-Maps, no parecía una misión harto complicada, más bien un poco intrincada por la falta de comunicación y transporte entre pueblos y ciudades de la zona, todo ello superable con voluntad y ganas, tiempo, paciencia, pasión, y cierto grado de pericia viajera. ¿Le faltaba algo? No. No, pero no contaba con ‘boko haram’ que, al final, decidió por los demás.
Lamentable.

Mujeres vendiendo pescado seco
Pero ya estaba en Garoua y, en aquel momento, sus alrededores eran objetivos del mochilero. Para reprimir su ansiedad, no sabe si de lagos míticos o simplemente por el hecho de estar allí, decidió acercarse a Lago Lagdo, un inmenso lago/presa artificial en el río Benoué. La presa fue construida en 1982 con el objetivo de producir energía hidroeléctrica para abastecer el norte de Camerún, para la irrigación de 15.000 hectáreas de mijo, arroz, maíz y algodón. Y para favorecer la pesca. Según informaciones, el lago también estaba poblado por cocodrilos e hipopótamos, aunque en ningún momento este mochilero llegó a divisar. En la actualidad, se barajaban unas cifras importantes en torno a la pesca, y en una de sus laterales se celebraba todos los sábados un mercado donde se reunían “todas las etnias y nacionalidades en busca de pescado fresco y ahumado”.

Tenderete de ásperas hierbas
Era sábado aquel día y no quería perder la oportunidad de palpar aquel mercado africano (otro más, de los muchos que ha visitado en su vida) con características peculiares pues se trataba de un mercado exclusivo de pescado fresco y ahumado.
¡Cuántas muertes habrá evitado este pescado seco (tilapia, en la mayoría de los casos) en África!
Madrugó aquella mañana, quería estar presente en las primeras horas de aquel ajetreo ferial que distaba 50 kilómetros de donde se encontraba, la ciudad de Garoua. Pero en África cualquier plan, si se depende del transporte público, puede irse al garete. El matatu/minibús que salía hacia Lagdo era un vehículo destartalado, más cercano a la ruina y al desguace que a una segura circulación por carretera. Pero en aquel “áfrica-de-mis-amores” todo se solucionaba con aire en las ruedas, botellas de agua para refrigerar el motor y un buen conductor con nociones de mecánica artesana. A partir de ahí, todo podría ser solucionado en ruta.
El matatu tardó en salir. Primero lo hizo con dos pasajeros, el que suscribe entre ellos. Fue a dar una vuelta por la zona, por varias calles laterales al parqueadero, supuestamente para recoger nuevos incautos; dio aire a las ruedas; echó agua sucia al motor y regresó al lugar de inicio. Luego, poco a poco, según pasaban los minutos, se fue cargando de pasaje hasta la extenuación. Y partió.
Al descender en el centro del mercado el mochilero se convirtió, muy a su pesar, en objetivo de miradas y un curioso ojeo examinador, lo contrario a lo que quería propiciar. Pero era el único blanco en aquel trajín comercial. El mercado ocupaba la misma orilla del lago, y varias calles laterales. Calles formadas por el hacinamiento de casuchas permanentes de venta de productos de la zona. La gente se le veía con parsimonia y casi pachorra movilidad, exprimiéndose y ejercitándose en otros tiempos, tiempos africanos. Puestos y más puestos de productos, poco pescado seco, más especias, sacos de mijo, montoncitos de verduras y casava/mandioca. Tenderetes de plástico, ásperas hierbas y cartón. Y sorprendentemente, mucha leña, troncos transportados en piraguas que, al varar en la dura tierra apelmazada del borde, multitud de jóvenes, casi niños, se encargaban de descargar. Algunas mujeres hacían la colada en las orillas. Otras, hacían su aseo personal. Mientras, unos niños se acercaban a mirar. Mujeres vendedoras de diferentes etnias desconocidas e imposibles de detallar, levantaban la vista al paso del mochilero y mostraban expectación. Aquí, extendían una lona; allá, modelaban con sierra y martillo una incipiente piragua. Sacaba una foto que se evidenciaba general, tratando de pasar desapercibido, pero provocaba miradas de rechazo y cierta denegación. Todos parecían tímidos o extrañados con el viajero espectador. Paseó sin rumbo entre puestos, jolgorio, mercadeo y asombroso afán. 
Al final de la mañana, una moto le acercó a Lagon Bleu, un alojamiento a orillas del lago tan estratégicamente ubicado como abandonado por la civilización. Eran cuatro cabañas en una pequeña ladera llena de peñascos y poca vegetación. Seco y agostado lugar. Allí tomó una fría y espléndida cerveza ("33" Export) que le sirvió para retomar fuerzas ante el desazonado regreso a la ciudad de Garoua.
La visita había terminado.


Descargando leña de la piragua

VÍDEO




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6 de febrero de 2019

Las gargantas de Kola / Camerún


Las gargantas de Kola, cerca de la ciudad de Guidar

La insistencia de aquel taxista, amigo-interesado en la ciudad de Garoua (Camerún), fue el detonante principal para que el viajero insatisfecho visitara las gargantas de Kola. Aunque venía información en su libro-guía, no había reparado en ello. Normal, por otra parte, pues su costumbre era (y es) consultar el libro cuando ya ha iniciado el viaje y, como siempre, sin haber preparado absolutamente nada del recorrido. Tema éste por el que siempre recibe desproporcionadas críticas o, al menos, alguna arenga particular en contra de este planteamiento de viaje. Pero así es, y así lo deja dicho.
Una vez visitadas, consultó de nuevo su libro-guía y allí estaba la breve información sobre aquellas gargantas rocosas, incluso una fotografía. No obstante, no era una zona muy explotada y la información sobre ellas era escasa. Tal vez, lo apartado del lugar evitaba que esa profanación turística fuera excesiva.
Aquí, el mochilero (de mochila azul) dejará sus impresiones. No serán gran cosa, pero son suyas. Le sorprendieron, sí. No tenía ni idea de que en Camerún pudiera haber algo así, y era una de las principales curiosidades naturales de la zona, siempre y cuando no contemos -haciendo un poco de antropólogos- con los diferentes grupos étnicos que abundaban en la región (guidar, mbororo, bana, kapiski o mafa).
Peñas y borricos en el camino hacia las gargantas de Kola

En la ciudad de Guidar alquiló, algo que se está convirtiendo en rutina, una moto -con motero incluido- pues según las informaciones no estaba muy lejos (unos 9 kilómetros) pero por un camino de tierra que era necesario conocer. Así, el motero se convertía en medio de transporte pero también en guía local. Transitaron despacio -algo que previamente le había impuesto al joven piloto/conductor- por aquellos parajes secos del norte de Camerún. Un panorama seco, salpicado por montones de grandes rocas, salteado de caseríos de los pueblos guidar, algún que otro borrico y mucho polvo en el ambiente debido al suave harmatan que aquel día lo inundaba todo. A lo lejos vio una mujer subida en un árbol, hacha en mano, desmochándolo y, supuso, estaba haciendo leña para atizar alguna pobre lumbre familiar. Un niño, a los pies. Y campos de algodón. El algodón, parece ser, se había adaptado muy bien al terreno seco del norte Camerún. Se continuaba con producción de manera artesanal y suponía un añadido a las débiles economías del entorno guidar.
Una barrera cercana a las gargantas, consistente en un palo atravesado en el camino y vigilado por dos jóvenes, le hicieron ‘pasar por caja’ a este mochilero leonés. Siempre protestaba estos tickets tan poco oficiales pero que solían ser un ‘trágalo’.
Y tragó, aunque tampoco suponía la ruina.
Las gargantas de Kola (Gorges de Kola) constituyen un paisaje especial, surrealista casi marciano, visto en la distancia, antes de llegar. No eran muy extensas pero su recorrido, la parte asequible y más interesante, serían unos 800 metros. Unos metros fácilmente accesibles en época seca -y lo era entonces-, no había agua y, en su recorrido a contracorriente por el fondo arenoso-rocoso, un joven guía acompañaba al visitante. El joven se esforzaba en ver figuras en cualquier hendidura (un elefante, un sillón, una virgen,….), labradas a través de los tiempos por la fortaleza de las aguas sobre aquel territorio granítico, un granito blanco y negro. Miró y remiró; sacó fotos y se dejó fotografiar; se sentó en aquel sillón rocoso; se descalzó en un tramo con agua y protestó mentalmente al saldar la propina con el joven guía.
El V(B)iajero Insatisfecho, en las gargantas de Kola

Una buena sensación dejaba al final aquel sorprendente paisaje granítico. El mochilero, sin prisas, visitó lo poco visitable, subió ‘de paquete’ en la moto y abandonó el lugar. Únicamente se detuvieron para fotografiar unos montones de algodón que, por su blancura, destacaban de aquel entorno cercano. Unos niños se acercaron curiosos y se pelearon por unas pocas bolas de anís que el mochilero les ofreció.
Pero eran más niños que bolas.

Niños, al lado de los montones de algodón


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