24 de diciembre de 2016

Java y Sumatra ¿a que suenan a piratas?.


Islas (miles), volcanes (decenas), terremotos (cientos), orangutanes (muchos), exotismo (variado), revueltas musulmanas (cruentas), tsunamis (desoladores), selvas (interminables), etnias (con muchas raíces),…. Todo esto y mucho más lleva en su mente el viajero insatisfecho al inicio de este viaje a Indonesia, aunque le gusta más hablar de Java y Sumatra. A la vuelta, seguro, traerá otras impresiones mucho más personales y certeras, no tan generales como las planteadas al principio.
A través de sus numerosas islas, el pueblo indonesio está conformado por distintos grupos étnicos, lingüísticos y religiosos. Los javaneses son el grupo étnico más grande y políticamente más dominante. Ha desarrollado una identidad definida por la diversidad étnica, el pluralismo religioso dentro de una población de mayoría musulmana y una historia de lucha. Indonesia es el país con más musulmanes del planeta, aunque tiene islas, como Bali, que mantienen una mayoría hindú.
No quiere visitar el país a la loco, en unos pocos días, sería inútil. Visitará una o dos islas, las que más le apetezcan. El resto seguirá manteniéndolas en su mente como algo posible y futurible. Pero así son los viajes, instrumentos para darse cuenta de que el territorio es inabarcable.
Pero sobre todo, sobre todo lo que quiere es dejarse sorprender.
Lleva en su mochila varios libros para intimar con ellos en las largas noches indonesias; entre ellos, ‘Senderos de libertad’, de Javier Moro, al que tiene un poco abandonado pero con ganas de terminar.
Y así, sin pena ni gloria, tomará el vuelo al lejano Oriente.
Algo es algo.

Copyright © By Blas F.Tomé 2016

14 de diciembre de 2016

Isla de Holbox

Calle en la isla de Holbox

Para llegar a la isla de Holbox, en el yucatán mexicano, era necesario acercarse a la población de Chiquilá. De allí, con intervalos de media hora, salían ferries hacia la isla que más parecía un arrecife surgido del océano. Un centenar de kilómetros antes de llegar a Chiquilá había conocido a tres jóvenes argentinas que también se dirigían, curiosas, al supuesto paraíso. Tomaron juntos el autobús y, desde entonces, por un motivo u otro tuvieron varios encuentros casuales en la isla. Eran muy agradables y para el viajero insatisfecho fueron un destello de alegría y jovialidad. Mientras el mochilero se trasladaba hasta la isla en el ferry, ellas lo hicieron en lancha rápida pero en la búsqueda de un hotel para dormir se volvieron a encontrar. Al final pasaron dos noches en el mismo hotel y se encontraron varias veces en los tranquilos paseos por la pequeña población de Holbox.
El lugar era ideal como punto de partida para conseguir avistar al tiburón ballena pero en aquel momento de la visita las salidas estaban prohibidas por los obligados períodos de descanso para que el bicho pudiera reproducirse con tranquilidad, aunque entonces varios carteles turísticos ofrecían erróneamente el paquete. No tuvo, por tanto, la suerte de realizar una excursión en barca por las aguas cercanas, pero si aprovechó para relajarse en la extensa playa que, tal vez por la época, estaba relativamente tranquila.
El ambiente turístico de aquella pequeña isla hacía que los lugares para dormir y comer fueran por lo general algo más caros que en el resto de México. Son los peajes a pagar, a veces, en los viajes ‘a tu aire’.
La primera noche, poco después de llegar, cenó junto a las amigas argentinas en uno de los restaurantes de la playa. Fue una larga plática sobre experiencias personales en el mundo viajero de cada uno. Ellas habían abandonado el trabajo y monotonía en la ciudad de Rosario (Argentina) para lanzarse en su coche por todo Sudamérica. A México habían llegado en avión desde Colombia, después de haber aparcado su coche allí. Lo tomarían de nuevo al regreso. ¡Qué envidia de viaje!. Este leonés, por su parte, les habló de sus largos recorridos por África y les infundió, o al menos eso le dijeron, el gusanillo de su pasión africana. Algún día irían, se atrevieron a decir, aunque por cuestiones de rutas aéreas les resultará muy caro viajar a este continente.
¡Gracias, Ana, Magda (o Meg) y Carol!.


Playa de la isla de Holbox
La estrecha y alargada isla (unos 20 kilómetros de largo por 1 o 2 kilómetros de ancho) estaba bordeada por una inmensa playa en el lado que daba a mar abierto. Cercanos a la playa, multitud de pequeños hoteles turísticos, construidos la mayoría de ellos lejos de los cánones de los grandes ‘resort’ y manteniendo cierto exotismo como columnas de madera de rudo tallado o techumbres de paja. Recorrió con paciencia gran parte de la orilla arenosa, incluso se metió en el agua a darse varios chapuzones. Fue un largo día de buscada soledad, por otra parte muy habitual, hasta que el sol descendió sobre las aguas cercanas del océano. Y lo hizo con bellas maneras. Entonces, con una cerveza y una sentada en una especie de malecón de cemento moldeado por las olas, se atrevió a internarse en lo más profundo de su alma viajera.


Puesta de sol

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2 de diciembre de 2016

Choluteca, como punto de partida

Graffiti publicitario en Amapala

Nada más entrar en Honduras, procedente de Nicaragua, el viajero insatisfecho se hospedó en Choluteca, o Villa de Jerez de la Frontera de mis Reales Tamarindos de Choluteca, una ciudad muy cercana al Pacífico y al golfo de Fonseca.
Desde la frontera con Nicaragua viajaba en un minibus con dos cholutecanos, padre e hijo, que le contaron anécdotas sobre la ciudad y sobre un español que había construido una urbanización para los más necesitados de la zona, sitio que aún se mantenía en pie y donde perduraba también el prestigio popular del personaje. Siente, en esta ocasión, no poder dar el nombre del mecenas pues, aunque se lo dijeron, su memoria ‘hace aguas’. Le hablaron del paso del huracán Mitch que había afectado, y mucho, a la ciudad y alrededores, incluso le señalaron las zonas más afectadas que mantenían aún alguna casa medio derruida. Los cultivos de camarones quedaron destrozados -en parte ya recuperados- y barrios enteros se removieron bajo un aluvión de lodo.
Manglares, camino de la isla del Tigre

Pero nada especial que ver en Choluteca. Durmió como un lirón en uno de sus hoteles más emblemáticos aunque, por supuesto, de precio 'baratón', y se lanzó a visitar los alrededores a golpe de autobús. Protagonistas de aquella área: la gran cantidad de manglares que eran el hogar o criadero de numerosas aves y demás bichejos. El autobús que le llevaba a la isla del Tigre donde se dirigía, dejándose llevar por las sugerencias del amigo Adalid, conserje del hotel, atravesaba cerca de varias lagunas cuadriculares para el cultivo del camarón y numerosas zonas de manglares. Para arribar a dicha isla era necesario abordar, en el puerto de Coyolito, una de las muchas lanchas rápidas que a modo de transporte público llevaban a las gentes a la isla y, en concreto, a la pequeña ciudad de Amapala, en la base del volcán del mismo nombre.
Amapala tuvo su momento de gloria y apogeo a finales del siglo XIX y primeros del XX y de ello quedaban vestigios como las antiguas casas de madera en las que vivían los grandes capitanes de barcos, marinos y otros personajes de renombre o, al menos, así se lo trasmitió aquel individuo que le abordó en medio de la calle cuando de manera pausada visitaba la zona. Alemanes y franceses llegaron a vivir atraídos por el comercio y hasta se dice que en algún momento pernoctó en la isla el afamado Albert Einstein. Viviera o no viviera allí el famoso científico, el lugar mantenía ese aire trasnochado de tiempos mejores.
Pasó parte del día perdiendo el tiempo por allí y regresó, mediada la tarde, por los mismos medios a la Choluteca que había abandonado a primera hora de la mañana.
 Casas de madera de los marinos, en Amapala
Placa, en una de las casas


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