Murambi, Kigali, Kibuye, Birogo, Hanika, Ruharambuga, Bushenge,
Giheke, Bisesero o Gashonga son algunos nombres de Sitios de memoria del Genocidio,
repartidos por todo el territorio ruandés. Éstos y otros muchos, casi cada
pueblo tiene uno. Creed al viajero insatisfecho que todos eran justificados,
tenían su explicación, motivo y verdad. Visitó varios en sus locos paseos sin
rumbo por el país y, si bien, todos diferentes en su arquitectura y diseño, a
la vez, todos iguales en su mensaje de unión del pueblo ruandés. De encuentro
entre ciudadanos, aunque también de recuerdo, sin olvido, de unos hechos que no
deberían volver a ocurrir. Aunque la realidad podía ser distinta y las buenas
intenciones de unión de la sociedad ruandesa en general, se podían ver enturbiadas
por recelos personales. El motorista que le llevaba durante uno de los
recorridos, afirmaba: “Mi padre murió a manos de los hutus. Debo olvidar?. No,
no voy a olvidar”.
Visitó, en especial, Bisesero que fue muy representativo en aquel
genocidio atroz. Detallará lo ocurrido en él, como ejemplo, pero cada uno de
los memoriales tenía su historia de horror opaco, turbio o violento.

Plano general de Bisesero
Los habitantes de esta región, los “abasesero”, tenían la
reputación de ser pastores tutsis, dotados de una fuerte resistencia para
defender sus rebaños de los ataques. En los sucesos de 1959, y luego de 1962
(posteriores a la independencia), su capacidad de defensa les habría evitado la
violencia sufrida por otros tutsis en Ruanda. La historia de esta región era
conocida, pues, por el resto de los habitantes. En 1994, sobre la base de esta
reputación, los tutsis de Bisesero se convirtieron en punto de reunión para
resistir el genocidio.
De hecho, desde los primeros días después del derribo del avión del presidente -hutu- Juvenal Habyarimana (7 de abril) -según parece, origen de la persecución y genocidio- los tutsis de Bisesero fueron atacados por los milicianos interahamwe (radicales hutus), como en la mayoría de las regiones ruandesas. La resistencia en el lugar se organizó rápido, poco después, desde el 10 de abril de 1994. Ante los desconcertantes episodios de violencia, y la indecisión de algunos, los interahamwe pidieron al resto de hutus que se definieran y tomaran bando si tenían dudas sobre la justa persecución emprendida contra los tutsis. La población se dividió, y los tutsis y hutus moderados se reagruparon en puntos considerados más estratégicos. Cuando en las comunas vecinas comenzaron las masacres, otros tutsis de los alrededores acudieron en masa a Bisesero. Ante tal concentración, las autoridades ruandesas planearon pronto un gran ataque contra los tutsis allí refugiados. Además de los miembros (hutus) de la guardia presidencial y de las Fuerzas Armadas de Ruanda, en esta operación de limpieza participaron milicianos de otras regiones. Iban bien armados, mientras los tutsis de Bisesero contaban para la defensa únicamente con cuchillos, machetes y utensilios de labranza. Según las informaciones que se manejaron, después de insistentes ataques con armas de fuego, de cincuenta mil, los combatientes de la resistencia tutsi en Bisesero se redujeron a dos mil en poco más de un mes, cuando llegaron los soldados franceses de la Operación Turquesa.
El Memorial era sencillo, pero simbólico. Estaba formado por un serpenteante camino de cemento y piedra, todo él cubierto a prueba de chaparrones, empinado hacia la cima del monte donde estaba la tumba conjunta de casi todos los que allí murieron, menos unos cuantos cientos o miles que reposaban en tres edificios construidos, como interrumpiendo el paso en la vereda de subida. Allí, en los tres, se exponían a la vista cráneos y huesos en varias urnas acristaladas.
Durante la ascensión, entre el abre y cierra puertas (por prevención ante los monos) el guía le relató la historia ya referida. Insistió varias veces en el desigual armamento y en el heroísmo de los allí refugiados y perseguidos.
Una sobrecogedora visita, en un paraje alejado de todo, en plena naturaleza y perdido entre lomas. No había nada más que unas humildes casas a unos cientos de metros de dicho monumento. Lo demás eran montes de eucaliptos, laderas con maleza y otras cultivadas.
Llegó allí ‘de paquete’ en una moto, después de transitar por caminos pedregosos y riscos, y hacer un recorrido de curioso a varias plantaciones de té.
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