En
el año 2000, la Unesco catalogó, a varios sitios de Shahrisabz, como Patrimonio
de la Humanidad. Allí, se encontraban las ruinas de lo que, entonces, iba a ser
un gran palacio, de ahí el interés.
El
taxi compartido le dejó a las puertas del complejo (el antiguo palacio, una
mezquita, una madraza y la estatua del Tamerlan) que era lo único interesante
de la ciudad. Un amplio jardín englobaba todo lo más turístico.
Comenzó
visitando lo que quedaba del palacio Ak Saray, que Tamerlan mandó construir, en
1380, como una demostración de su poder: quería que fuera el más grande del
mundo y, por los muros y los arcos que quedaban, bien podría haberlo sido. Permanecía
en pie poco de él, excepto fragmentos del gigantesco pishtak (portal de entrada), cubierto de mosaicos, y sin restaurar.
La
verdad, era un poco decepcionante, a pesar de sus voluminosas formas.
Luego, después de admirar la estatua de bronce de Tamerlán —supuestamente, estaría en el centro del antiguo palacio y, ahora, en el centro de los jardines— y tomarse unas fotos con este “dueño —ahora, estático— del mundo, en el siglo XIV y XV”, paseó hasta una mezquita (Kok-Gumbaz) y al mausoleo (Dorus Siyadat), donde se encontraba la tumba de Jehangir, el hijo mayor de Tamerlan, y su favorito, que murió a los 22 años. También, la cripta de Tamerlan, ahora, ocupada por dos cuerpos sin identificar.
Paseo hasta la entrada del complejo, soportando el tremendo calor que hacía en aquella explanada con jardines y árboles, pero no suficientes para dar efectiva sombra, y regreso a Samarcanda.
Copyright © By Blas F.Tomé 2024