De manera tradicional, tras las enseñanzas en la infancia, las aventuras de la juventud y el reposo de la madurez es necesario reconocer que las nocheviejas tienen algo especial. Debemos acudir al Imperio Romano para comenzar a tener datos de su relevancia. Los romanos dedicaban el mes de enero al dios Janus, dios que mira al año que termina y al principio del que viene. Se le representaba con dos rostros, uno viejo y con barba, y otro joven, como el nuevo año que comienza. Este pueblo romano comía ese día con sus familiares y amigos, y se intercambiaban higos y dátiles con miel, con la intención de empezar el año de la manera más dulce posible.
O sea, si es especial la nochevieja, tiene su historia, sus anécdotas y sus tradiciones. El viajero insatisfecho ha pasado varias nocheviejas lejos. Deja aquí, después de cumplir este año 2020 con familiares y amigos, algunas breves historias sobre ellas.
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Quería conocer la mezquita de Kong,
una tradicional mezquita de estilo sudanés. Original construcción y belleza de
formas. Estos singulares edificios religiosos se caracterizaban por su material
de construcción común: ladrillos de barro reforzados por grandes troncos de
madera y vigas de soporte que sobresalían de la pared de manera irregular, sin
tallar. Estas estacas de madera, llamadas ‘torones’, se utilizaban como
andamios de cuando en cuando, según las necesidades de retocado de sus paredes.
Era 31 de diciembre, estaba en
Korhogo
a una relativa cierta distancia de Kong y se lanzó a la aventura.
Apareció allí sobre las cinco de la tarde, tiempo suficiente para visitar las
mezquitas, había dos del mismo estilo, aunque una de ellas, la menos famosa, de
tamaño menor. Paseó, sacó fotos y cuando la noche empezaba a caer se retiró al
único hotel que había en la población. Allí, tenían organizada la despedida del
año para varios invitados y a la entrada habían montado una auténtica terraza
con mesas, música y follón.
Se fue a dormir.
2012 (Benin)
“¿Qué estoy haciendo aquí?” se
preguntaba sobre las diez de la noche, solo, delante de unos espaguetis a la boloñesa, o algo
parecido, con una cerveza La Beninoise
al lado, la ciudad norteña de Natitingou al fondo, con escasas
luces y en silencio, solo roto por algún que otro bocinazo de los pocos coches que
a esa hora circulaban. Era 31 de diciembre (Nochevieja) y acababa de llegar a
la ciudad después de un cansado día de bus y baches.
2016 (Indonesia)
Era 31 de diciembre en Bukit
Lawang, isla de Sumatra, y en el resto del mundo. Madrugó como estaba
previsto, desayunó como era necesario y esperó como era de suponer. El guía contratado
para visitar la selva y orangutanes se presentó, una vez finalizado el café,
con ganas de negociar, aunque -diría- más bien con necesidad de imponer: “la
nochevieja es una noche de celebración”. Quería pasarla con su familia. No había más clientela para pasarla en la
selva como había contratado y tenía previsto.
Le miró en principio al muchacho
con intención de presionar, pero en una ágil batida mental, rápido encontró
sensatos sus razonamientos. ¿Qué haría él en la selva durmiendo al más puro
estilo de vagabundo sin techo con un guía para él solo y sin posibilidades de
socializar con otra gente? Aburrido
¿no?. Como lo contratado eran dos días, el guía le ofreció como alternativa dos
excursiones mañaneras y tardes de relax en el pequeño poblado repleto ya de
turistas locales.
Aceptó, sin más exigencias.
2017 (Birmania/Myanmar)
En la ciudad de Khata,
al norte del país. Había llegado en tren desde el norte, desde Myitkyina.
Se encontró con una ciudad relativamente tranquila, siendo 31 de diciembre. Una
ciudad que acogió a George Orwell a primeros del siglo XX. Allí escribió su
libro Los dias de Birmania y, gran
parte, está basado en su larga estancia de meses. Allí pasó también este mochilero
aquella nochevieja.
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