Una vez visto esto, y en los días siguientes, sería un continuo patear madrazas, mausoleos o mezquitas.
Pero si había un lugar famoso en Samarcanda era el Registán, continuando la avenida, a unos centenares de metros de la gran estatua. Este conjunto de madrazas, y el espacio o plaza entre ellas era el principal punto de interés de la ciudad. Sus tres majestuosos edificios figuraban entre las escuelas coránicas más antiguas y mejor conservadas del mundo. Desde un pequeño mirador, antes de tomar unas escaleras hacía la plaza, se podía apreciar el complejo a la perfección. Los tres edificios, con sus mosaicos de colores, aunque prevalecía el azul, conformaban un gran conjunto estético. Luego, había que pasar por caja, para visitar cada una de ellas.
[Aquí, el escuadrón de restauradores uzbekos, se había lucido. También, en otros monumentos].
Unos metros antes de llegar, entró en un cementerio —más moderno— con multitud de lápidas con las fotografías del finado, sobre fondos negros. Allí, encontró su cuerpo descanso (no definitivo), acompañado de una botella de agua: los calores ese día eran especialmente ofensivos.
Habría muchas más cosas que reseñar, pero creo que el lector con esto debería tener suficiente. Exigiría muchos nombres raros sobre todo de mezquitas y madrazas, que convertiría su lectura en una especie de tortura.
Podría añadir que, llegado el momento del cansancio de mosaicos, ni siquiera entró en todas.