25 de marzo de 2023

Vat Phou, a unos kilómetros de Pakse


Gigantesco buda. Al fondo, Pakse

Los alrededores de Pakse, además de lo ya citado en el post anterior, ofrecían otros enclaves interesantes, o visitables. Cruzando el río Mekong, en la ladera de una pequeña montaña que se alzaba a lo lejos había otro monumental buda que extendía su mirada reposada sobre toda la ciudad, postrada a sus pies. Allí se dirigió el viajero insatisfecho dispuesto a alcanzar el enclave, después de ascender varias escalinatas, con gran pendiente e inclinación. Desde lo alto, se divisaba Pakse en toda su amplitud, el río Mekong y sus alrededores. Al lado del gigantesco buda, decenas de budas más pequeños, de tamaño humano, se alineaban en un lateral de un templo budista muy venerado y visitado. A aquellas horas, solitario, para satisfacción de este intruso mochilero. Los pequeños budas eran regalos de líderes extranjeros en sus visitas al país o presentes de prestigiosas instituciones internacionales al pueblo laosiano. En un pequeño letrero figuraba el origen del obsequio. La ascensión y la visita le ocuparían casi la mañana. En lo que quedaba de ésta, y en la tarde, se acercaría en su motocicleta Honda de alquiler a la cercana ciudad de Champasak, a unos 30 kilómetros.

Filas de budas

Champasak era el nombre de la provincia y de una población. Cerca de ésta se encontraba el antiguo templo de Vat Phou, objeto de la visita.

Vat Phou era un complejo en ruinas del imperio jemer, construido en el siglo XI, y declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en el año 2001. Este antiguo imperio jemer era el mismo que construyó los templos de Angkor, en Camboya, más monumentales, sin duda, que Vat Phou. El complejo constaba de unos lagos artificiales, de los que partía una calzada ceremonial, delimitada por dos filas de pilares con forma de flor de loto, hacia la parte intermedia, donde se ubican sendos edificios cuadrangulares caracterizados por conservar bellas decoraciones talladas, pero ya bastante deterioradas por el paso de los años. Después, una escalinata central ascendía por la ladera a la parte más alta y sagrada de templos.


Edificio cuadrangular, Vat Phou

Estas ruinas no eran especialmente espectaculares y carecían de la grandiosidad de los templos de Angkor, en Camboya. Todo el complejo estaba relativamente cuidado, pero no dejaba de ser algo de difícil comprensión para el curioso foráneo, aunque sí alcanzaba la valía para una corta visita.

Además, ¡qué leches!, sólo el viaje en solitario y en motocicleta desde Pakse ya merecía la pena. Los 30 kilómetros de ruta cruzaban por arrozales, donde se veían muchos búfalos de agua de pequeños propietarios; por bosques de árboles y, más cerca de las ruinas, a los lados de la carretera, minúsculos campos de flores de loto.


Calzada, Vat Phou

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10 de marzo de 2023

Pakse, ciudad al sur de Laos


Ofrenda matinal

Siempre ha pensado que los viajes, los trayectos y los instantes no son algo rígido y sometido, y sí, elementos con vida propia. No siempre se atienen a previsiones o programas y cambian, como éste, en este caso. En la salida de Phonsavan hacia nuevo destino, el pensamiento del viajero insatisfecho era encontrar un transporte hasta una ciudad (no recuerda su nombre) que servía de punto de enlace para, luego, tomar rumbo sur, hacia la ciudad de Savannakhet. Lo encontró y se montó, pero mientras circulaban el conductor no le avisó de la parada en esta ciudad y el vehículo continuó su trayecto hacia su destino final, Vientián. A mitad de la ruta, al enterarse, tuvo que tomar otro autobús de vuelta a la citada ciudad que había quedado atrás.

Cuando llegó después de este trayecto inútil, le mostraron un autobús que salía en ese preciso momento hacía Pakse. Sin pensarlo lo tomó. Tenía una parada en Savannakhet pero, como ha dicho anteriormente, los trayectos y los instantes tienen vida propia, no son rígidos, y decidió continuar. Tenía dudas sobre el interés de esta población intermedia.

El trayecto hacia Pakse era largo. Sabía que tendría que pasar noche en el autobús, pero la decisión estaba tomada.

Amanecía en Pakse cuando el autobús entraba en la estación. El sol levantaba su pesado cuerpo luminoso por el horizonte y con sus rayos despertaba a las gentes del entorno. Un grupo de monjes budistas recogía, entonces, las ofrendas matinales entre los pocos creyentes que había por los alrededores de la parada de bus. Una imagen típica, pero no por eso menos sobrecogedora e interesante. La religiosidad y la devoción sobrevolaban el acto. El cuadro que presenciaba era el siguiente: una joven reverenciaba a los monjes en silencio y entregaba la ofrenda con sumisión y fervor; éstos, con movimientos suaves y un paso lento, recibían uno a uno la donación en el cuenco que llevaban colgado del hombro.

El tímido frescor de la mañana recién nacida lo envolvía todo. Los aromas de la naturaleza mezclados con los olores de la ciudad -despertaba entonces- agradaban las sensaciones y el espíritu del recién llegado. La población de Pakse se asentaba a orillas del río Mekong y a los dos lados de un afluente, que desembocaba, justo allí, en él. A primeras horas ya era una ciudad activa, luego con el paso de las horas, sería una ciudad tremendamente vital.


Motocicleta alquilada

Siguiendo las sugerencias del libro-guía tomó una guesthouse de cierta calidad, pero de precio asequible, como suele ser habitual. Los turistas y mochileros que había en la localidad -supuso- estaban concentrados en aquella zona. Callejeó ese día por los aledaños cercanos y paseó por la orilla del río Mekong que allí se presentaba ancho y caudaloso.

Al día siguiente, alquilaría una motocicleta para visitar los alrededores. Un intenso día de circulación, aunque reposado y relajante. La libertad de sentir el aire templado de la zona a la velocidad que los pocos caballos del motor le permitían era todo un privilegio. A ratos, las nubes amenazaban con descargar sobre el nuevo motorista, pero se libró siempre de ello.

Visitó dos espectaculares cataratas a unos cuarenta kilómetros de Pakse: Tad Fane y Tad Yuang, muy cerca la una de la otra. ¡Qué belleza natural la de ambas cataratas, en especial, la de Tad Fane con sus dos bocas naturales y un salto de agua de 120 metros! Disfrutó del camino, de muchas escenas rurales, de los niños que gritaban al paso de la moto, de negocios artesanales a orillas de la carretera y, en general, de la vida laosiana.


Catarata Tad Fane


Catarata Tad Yuang


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24 de febrero de 2023

Phonsavan y la llanura de las jarras


Restaurante en Phonsavan

Phonsavan era una población del centro-norte de Laos, conocida por la Llanura de las jarras y reconocida, recientemente, como Patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO.

Llegó a punto de anochecer a la estación de autobuses, bastante solitaria y alejada del meollo poblacional, y se hizo de noche cerrada tratando de encontrar un tuk-tuk que le dejara en una de las guest-house del centro. Había varias y llevaba una de referencia, y esto le indicaría al conductor del vehículo de tres ruedas.

La guest-house resultó ser una preciosa casa de dos pisos con habitaciones a lo largo de un jardín o patio interior. Se accedía a ellas por puertas situadas en una galería o corredor que daba a dicho jardín. Se asemejaba a una corrala, pero relativamente nueva y especialmente limpia. Allí pasaría tres noches. La entrada daba a una ancha calle o avenida, en el centro de la ciudad. Frente a ella, un restaurante presentaba a la entrada unos grandes y oxidados proyectiles americanos, a modo de decoración art déco laosiano. En él comería, tomaría alguna cerveza y redactaría notas recordatorias de la ciudad.

Para la visita a la Llanura de las jarras, o tinajas, utilizaría los servicios del recepcionista que en su tiempo libre se convertía en motorista de alquiler. Casado, todo venía bien al joven matrimonio, con hijo pequeño, aunque no le vio excesivamente interesado por el dinero que tan justamente se había ganado.

Llanura de las jarras


Llanura de la jarras
Motorista y las tinajas

Esta famosa llanura, en realidad, constaba de varios asentamientos de tinajas en los alrededores de la ciudad. Pateando uno de estos lugares, parecía ser suficiente, pues todos eran más o menos lo mismo: un “sembrado” de jarras, unas de granito y otras de piedra arenisca, que ocupaban una extensa zona de terreno. Las jarras, de uno a tres metros, estaban esparcidas sin aparente control. Unas tumbadas, otras en pie; unas destrozadas y otras bien conservadas, pero todas ellas formaban un bonito conjunto.

Aunque no se conocía a ciencia cierta el uso de esas antiguas jarras, durante la excavación, el arqueólogo francés Colani, en 1930, observó que su interior contenía restos humanos, aunque no todas, pero muchos huesos mostraban evidencias de incineración. Algunos hoyos o socavones cercanos a las jarras daban cuenta de explosiones de bombas americanas durante la guerra en el país, según dijo el recepcionista-motorista.

El asentamiento visitado, tenía además una cueva, que bien podría haber sido refugio en tiempos bélicos. Ahora, un pequeño buda y unas ofrendas ocupaban uno de los laterales interiores. En el camino de vuelta a Phonsavan, visitaría otro buda, éste de proporciones gigantescas y en apariencia sin terminar, en la parte alta de una pequeña elevación de terreno.

¡Qué obsesión laosiana por construir grandes y dorados budas en los mogotes cercanos a las poblaciones!


Buda, en lo alto de un cerro

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8 de febrero de 2023

En Phongsali / Laos


Mujer (¿akha?) con vestimenta local

Estaba en Luang Namtha, en el norte de Laos, eligiendo y decidiendo el próximo destino: uno de ellos podría ser Phongsali. Sobre esta población se informaba en unas breves líneas del libro-guía. Según éstas, la población se levantaba en una sinuosa meseta, alejada unos trescientos kilómetros, o poco más, de donde se encontraba.

Nunca pensó que fuera tan largo el viaje hasta allí. La carretera era sinuosa, sí, y estaba trazada por las cimas de aquellas montañas que conformaban estrechos valles. De una cumbre a la otra o de una estribación montañosa a la siguiente. Fue un largo trayecto de más de catorce horas de ruta en un minibús cargado de viajeros, y se hizo muy largo. Arribaron a la población muy entrada la noche.

La estación de autobuses estaba a unos dos kilómetros del centro y gracias a la amabilidad de un vigilante de la estación (pagando el trayecto, por supuesto) pudo este viajero insatisfecho localizar uno de los pocos hoteluchos para pasar la noche. Era muy difícil la comunicación en aquella zona donde parecía no haber llegado turista alguno, ni mochilero perdido, pues todo el mundo hablaba su idioma local y carecía, al menos en apariencia, de una mínima infraestructura para desplazamientos por los alrededores. Aun así, al levantarse al día siguiente inició la dura batalla de tratar de conseguir algún medio para visitar algo de la zona circundante. Paró a un veterano motorista que le miró al pasar y, aunque ni era experto ni parecía fuera su labor, se lanzó a negociar el precio del trayecto a Ban Komean, un pequeño poblado -según detallaba la guía- productor de té, ubicado en una de las muchas laderas de la zona. El interés no era tanto por las plantaciones como por encontrar en la ruta algún pequeño pueblo local y tradicional, en el que siempre podría surgir la sorpresa de alguna actividad social típica o arcaica.


Dos trabajadores arreglando la antigua plantación de té

Con la moto circulando por caminos de tierra y piedras, socavones y baches, llegaron a la zona de las plantaciones de té después de casi una hora de trayecto. Nada especial, nada reseñable en el camino, sólo el disfrute de la naturaleza rural y las espectaculares panorámicas de valles y montañas que se extendían hacía el horizonte. Una vez allí, un paseo por los antiquísimos terrenos, con viejas plantas de té. Poco más en aquella excursión rural y sin mayores pretensiones.

Vio varias mujeres con atuendos tradicionales a lo largo de la ruta y, en especial, se cruzó con una que llamó su atención. Le hizo una foto para el recuerdo e intentó conocer su procedencia y el porqué de aquella vestimenta. Imposible la comunicación e imposible averiguar dónde se asentaba su poblado: desistió de conocer sus orígenes, aunque podría ser de algún pueblo Akha de los alrededores.

Pasó una larga mañana por los alrededores de Phongsali, intentando avistar algo llamativo, un poblado tradicional o una cultura local, pero, si bien disfrutó del aire fresco y virgen de la zona, no pudo saborear nada auténticamente antiguo y típico.

¡Cosas de la vida mochilera!


Mujer de la zona


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27 de enero de 2023

Presentación del libro FAKAHA


Asistentes a la presentación

El viajero insatisfecho no está acostumbrado a presentaciones o charlas. No es un lobo de conferencias ni un ave rapaz de soliloquios ante un público más o menos entregado, conocido o, todo lo contrario, difícil. Pero reconoce que en esta ocasión se sintió pleno, contento, feliz y ubicado (muy importante sentirse ubicado). Era el día de la presentación de su libro “Fakaha. Los pintores del bosque de Pablo Picasso”.

Llegó a la librería Gaztambide, donde tenía lugar la presentación, con el tiempo suficiente para sentir el local como algo suyo, como si fuera el salón de su casa o un habitáculo familiar ¡Hacerse con él! Una llamada de Paco Nadal al móvil preguntando si seguía “en pie lo de mañana” le ubicó definitivamente. “¡No, Paco, que es hoy, que es ahora!”. Era una broma de este gran amigo y viajero, que estaba ya a sólo unos metros el local.

La parte comercial de la librería era un espacio atrayente, lleno de estanterías y mesas con libros, volúmenes y ejemplares de todo tipo, formando un conjunto abigarrado de objetos de culto, aunque también de polvo. El sótano -al que se accedía por una pendiente escalera- igual de sobrecargado y barroco, transportaba al visitante hacia la intimidad y la cercanía. A sentir la protección de tanta letra enlatada y tanto libro envasado en estanterías laterales y frontales.

Y llegó Paco Nadal.

Saludos y sonrisas de bienvenida, ante otro gran amigo, Pepe, que instalaba una cámara para recoger la charla y empaquetarla luego en el recuerdo. El público asistente comenzó a llegar en tromba. Puntuales, deslumbrantes, contentos y animados. Algunos besos; a otros, abrazos. Algún saludo de lejos, pero cercano.

Y aquellas filas de sillas, que vio -en principio- como demasiadas y excesivas, se fueron ocupando. Culos y más culos se unieron al cómodo asiento. Sobre ellos, amigos y amigas relajados, pero expectantes. Más personas bajando las escaleras. No cesaban de entrar. Se llenó, y comenzamos. En los siguientes minutos, las escaleras de acceso sirvieron también de reposo para los más retrasados.

“Voy a empezar contando cómo conocí a un personaje como Blas, a un personaje peculiar. No me diréis que no es peculiar, porque rarito, rarito es”, así comenzó el acto de presentación de este libro africano y picassiano. Más, en concreto, de su autor. Estas fueron las primeras, cariñosas y sinceras palabras de Paco Nadal, desde aquel alto taburete. El público, sin duda, comenzó a darse cuenta de qué iba aquello y del tono en que iba a discurrir la reunión. Las sonrisas de los asistentes afloraron y todo el mundo se relajó. El primero, el que escribe estas líneas.

“Desde que abrí un blog en El País, desde el minuto uno, apareció un tío, un tal Blas F.Tomé, que me hacía comentarios en todas y cada una de las entradas. ¡Era un tocapelotas! No os lo podéis imaginar”. Paco ya se había ganado al público con ese tono, con esa facilidad de comunicación, de exteriorización de sus sentimientos y cordialidad en sus palabras ¡Gracias, Paco!

Todo, a partir de ahí, discurrió con un público animado, predispuesto a escuchar, a dejarse encandilar por el agradable y experto viajero, Paco Nadal. Se habló de África, de Picasso, de las máscaras, de las religiones animistas, de los recorridos mochileros, de los precarios hoteles, de sexo, del turismo de agencia, de cómo se había fraguado el libro […], de todo. Se expusieron ideas y temas africanos a diestro y siniestro. Al final, hubo preguntas. Y deduce este mochilero: porque el tema había sido interesante.

Gracias, a todos, por asistir. Gracias, Paco, Pepe, Zule, Pilar, Isabel, José Ignacio, Oriente, Inma, Perpe, Carmen, Beatriz, otra Beatriz, Jesús, Cristina, José Manuel, David, Ania, Marta, Melchor, Melchor Jr., Rus, Lou, Luis, Paula, Lola, Merche, Begoña, Prado, Melda, Nacho, Miriam, Miguel, Zulayka, María, Tatiana, Juan, Sandra, Noemí,... , y gracias a todos los que no cite por su nombre.

¡Un rato muy agradable!

VÍDEO

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21 de enero de 2023

Aquel norte de Laos


Paisaje laosiano

Nada más llegar a la población de Luang Namtha, en el norte de Laos, después de un día completo de transitar por no muy buenas carreteras, donde los baches imperaban a sus anchas, el viajero insatisfecho se encontró con una pareja de españoles, que se convertirían en compañeros de recorridos los dos días que estuvo en esta localidad. Un simpático y armonioso duplo, incansables fumadores y trabajadores de Correos.

El primer día, después de alquilar dos pequeñas motocicletas automáticas, se lanzaron a la carretera en busca de puntos interesantes por la zona del Parque Nacional Nam Ha. Era un lugar que “vendían” como ideal para hacer trekking, pero este mochilero cree que la opción elegida -hacerlo en moto- no fue desacertada. La carretera cruzaba el parque y, durante el trayecto, realizarían varias paradas. Una de ellas, en un poblado tradicional laosiano donde la amabilidad de las gentes, las tareas que realizaban y la alegría de los niños hablaban de su naturalidad y, hasta cierto punto, de sus raíces, ancladas aún en lejano pasado, pese a estar ubicados a orillas de la carretera. Aparcadas las motos al lado de aquellas casas de madera que formaban este tranquilo poblado rural, pasaron un buen rato disfrutando de la alegría de aquellas gentes. Muchos niños jugaron a ser niños y varias ancianas miraban con curiosidad a los foráneos invasores.


Poblado tradicional laosiano

Pararon, también, cerca de los campos de arroz que salpicaban la ruta para fotografiar de cerca las labores de la recolección y visitaron una cueva -resultó estar abandonada- que se anunciaba a pocos metros del camino. Una buena cerveza y un sabroso arroz con delicias locales sirvieron para tomar fuerzas. Después de descansar, iniciaron el camino de regreso a Luang Namtha.

En la siguiente jornada, una nueva ruta exploratoria: inspeccionaron las cataratas de Nam Dee, nada espectaculares y, después de retomar la carretera principal, se acercaron a Muang Sing, ciudad fronteriza con China, llena de chinos. Muchos kilómetros: parte de la vuelta y la entrada a la ciudad de origen fue ya de noche.

No había grandes cosas. La zona no tenía espléndidos y grandiosos monumentos, pero hicieron kilómetros y kilómetros experimentando la libertad, la alegría del relax y la pasión por descubrir nuevos lugares y sentir remotas sensaciones.


Recolección de arroz

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5 de enero de 2023

Fakaha. Los pintores del bosque de Pablo Picasso


SINOPSIS

En un reciente viaje que el autor realiza a Costa de Marfil, visita el pueblo de Fakaha, una población perdida en la sabana boscosa del norte del país. Allí se encuentra un cuadro, supuestamente pintado por Pablo Picasso a su paso por esta localidad, a finales de los años sesenta del siglo pasado. Las gentes de Fakaha, según algunos inverosímiles testimonios y el documento acreditativo adosado al viejo lienzo, fueron testigos de la llegada de aquel hombre blanco, viejo, descamisado y descalzo. Allí dejó –ahora, expuesto entre todas las telas- un ingenioso lienzo salido de su imaginación, sus manos y sus pinceles.
El autor comienza aquí la construcción del relato de aquel idílico e improbable viaje de Pablo Picasso a tierras africanas, en 1968, a punto de cumplir 87 años. Este libro es una interpretación imaginaria de aquel viaje del artista en busca de la realidad mística y mítica de las máscaras africanas, elementos claves en ciertos momentos en la evolución de su pintura. A través de las páginas, que reconstruyen el trayecto de Picasso realizado por el país en aquellos difíciles años, y de los capítulos en los que el propio pintor expone diferentes hechos en ciertas etapas de su vida, el autor profundiza en la visión trascendental del creador, sus obsesiones pictóricas, su evolución artística y hace, en fin, un singular repaso a la vida del pintor malagueño.
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Muñoz Torrero, 1
37007 - Salamanca

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1 de enero de 2023

Luang Prabang, ciudad Patrimonio de la Humanidad / Laos


Museo del Palacio Real

El trayecto de Vang Vieng a Luang Prabang, en un minibús repleto de pasajeros, fue toda una aventura de baches, saltos y sobresaltos. Un gran derrumbe de tierras en la carretera -atravesaba ésta una zona montañosa- hizo que a la duración del viaje se añadieran tres horas: la espera para sobrepasar con tranquilidad aquel inconveniente. Fue necesaria la intervención de una gran máquina con pala para limpiar el terreno y arrastrar a los vehículos hasta cruzar el trecho de zona afectada. Llegaron a Luang Prabang ya entrada la noche cuando lo previsto había sido alcanzar la ciudad con la claridad de media tarde.

Luang Prabang era una ciudad espectacular, muy turística. Guardaba aún el encanto de antigua colonia francesa pero poblada de multitud de templos, monasterios y todo tipo de vestigios budistas. Y monjes, muchos monjes budistas. Se contaban por cientos, puede que por millares. Monjes madrugadores, para recoger las ofrendas de sus fieles.

La ciudad, a orillas del río Mekong, rodeaba al templo Phu Si, erigido en lo alto de una pequeña montaña o elevación en cuya ladera crecían árboles y arbustos (De noche, la estupa débilmente iluminada, que coronaba el monte y el templo, parecía flotar sobre la ciudad, que dormía en su base).


Jóvenes monjes budistas preparando adornos


Templo, con la naga preparada para el desfile nocturno

La jornada transcurría para el viajero insatisfecho entre los paseos y las visitas a la multitud de templos perdidos en sus calles y callejuelas: Wat Mai Suwannaphumahm, Wat Ho Pah Bang, Royal Palace, Wat Siang Thong,… y más y más templos. También, con los recorridos por la parte alta de la ribera del río Mekong, donde un gran número de cafés y restaurantes animaban al turista a presenciar el tranquilo transcurrir de sus aguas, y a disfrutar de las maravillosas puestas de sol, perdido en ese momento entre la vegetación de la orilla contraria, las palmeras y el verde que lo imprimía todo de color.

Había muchos sitios en esta ciudad dónde centrar la mirada: en los templos; en las casas coloniales; en las guesthouse típicas, aparentemente limpias y muy cuidadas que salpicaban la parte más vieja de la ciudad; en los puestos callejeros, y en la amabilidad de sus gentes que no parecían estar hartas de la constante invasión del turismo.

Todos los días, en las primeras horas de la noche, se montaba un mercadillo variado de productos locales, de objetos turísticos, de jugos tropicales, de comida. Cientos y cientos de puestos sobre el suelo, en la calle principal que adquiría el valor de peatonal. Todo esto se añadía al Night Market que tenía su sitio fijo en una gran plaza en la base de la montaña central. Se llenaba de puestos, de mesas, de luces y, en general, de vida. Todo Luang Prabang parecía cenar en la vía pública y vivir al son que marcaba el extranjero, el foráneo que buscaba cosas típicas y originales.


Templos iluminados el día antes del Festival de la Luz

Una de las noches -recuerda que fueron tres- se celebró el Festival de la Luz o Barcas de fuego, de gran colorido, luces, carrozas de dragones o serpientes y gente alrededor. Una celebración local y tradicional, desvirtuada en los últimos años por la multitud de turistas, aunque aún mantenía cierta autenticidad. Una procesión de grandes barcas, repletas de velas encendidas y recubiertas con papel de colores sobre una estructura de bambú formando grandes serpientes luminosas: las nagas, diosas de las aguas. Estas grandes nagas iluminadas avanzaban por la calle principal hasta el principal monasterio de la ciudad, el Vat Siang Thong. Por un antiguo embarcadero real descendían hasta las aguas del río Mekong, donde las barcas eran liberadas creando un espectáculo precioso.

Una de las nagas en el desfile del Festival de la Luz

Había, además, en los alrededores, sitios que merecían una visita. Unos botes en la ribera del río Mekong, ofertaban recorridos a las cuevas Ban Pat Ou, y varios tuk-tuks, estacionados en los alrededores de Night Market, ofertaban visitas individuales o colectivas a las cataratas de Kuang Si. No era complicado pues llegar a estas cataratas, a unos 30 kilómetros de Luang Prabang. Varios pequeños saltos de agua durante un pequeño recorrido culminaban en una gran catarata principal.


Cataratas de Kuang Si


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15 de diciembre de 2022

Vang Vieng / Laos: paisaje y mochileros


Ante una cerveza, observando los alrededores, desde Vang Vieng

Llovía cuando el minibús llegaba a Vang Vieng, segunda etapa del recorrido laosiano. Hacía su parada final en un gran descampado vacío, frente a un hotel. Como el minibús venía cargado de jóvenes -y no tan jóvenes- mochileros, la estrategia de la parada no ofrecía dudas: propiciaba que alguno de los ocupantes del vehículo decidiera entrar en el hotel, y aquel día más, animado por la intensa lluvia.

No entró nadie.


Río Nam Song

Vang Vieng era una pequeña ciudad a medio camino entre Vientiane (la capital) y Luang Prabang (ciudad turística del país), Patrimonio de la Humanidad, por la UNESCO. En un principio, hace años, Vang Vieng fue un lugar que ocuparon los mochileros seducidos por los bellos parajes de montañas de piedra caliza y arrozales, con multitud de cuevas, caminos para explorar y el río Nam Song, con muchas posibilidades para el baño y otros deportes acuáticos, como el tubing. Con el paso de los años, se popularizó entre los mochileros y jóvenes que lo convirtieron en lugar-turístico-de-borrachera. Contra esto el gobierno laosiano había conseguido luchar, pero aún la ciudad se mantenía y se expandía con multitud de posibilidades turísticas, mal llamadas “de aventura”: tonterías para que cuatro jóvenes (muchos coreanos) perdieran el tiempo y se distrajeran en sus constantes ratos de ocio.

El paisaje merecía la pena. Las bellas y escarpadas montañas contrastaban con la pureza y uniformidad de los arrozales. Tomó una habitación en un tranquilo hotel-guesthouse dispuesto a pasar algún día por la zona. Y así fue. Animado por las panorámicas que desde la terraza de un bar observó nada más llegar, decidió pasar al menos dos días exploratorios. Alquiló una pequeña moto con motorista-guía incluido y recorrió campos de arrozales, subió a miradores y se internó en alguna que otra cueva, de las muchas que por allí había. La mayoría de ellas, rescatadas para su beneficio por el "clero budista". Algunas, en su interior, con altares e imágenes, veneraban a Budha.


En el mirador

En la única ascensión que hizo -por cierto, con mucha ‘trabajina’- se encontró, en lo más alto y entre unos peñascos, una moto anclada a las rocas, a modo de mirador. Hizo varias poses para el recuerdo, pues el sitio y el marco tenían realmente una fotografía.

Vang Vieng era un lugar tranquilo para paseos, para perderse entre arrozales y con posibilidades de tomar cervezas a discreción, en la variedad de sencillos bares y restaurantes por toda el área urbana y, también, alrededores.


Budha reclinado, en el interior de la cueva

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3 de diciembre de 2022

Buddha Park


Entrada al Buddha Park

No sabe realmente qué puede interesar a los viajeros o turistas del Buddha Park: una serie de esculturas de Buda y otras deidades del hinduismo, malas, de materiales baratos, relativamente modernas y rodeadas de un jardín cuidado, pero tampoco espectacular. Una especie de parque de atracciones, pero sin espectáculos vivos y móviles.

No sabe qué resulta interesante de semejante acopio de figuras y tallas de diferentes tamaños. No sabe, pero fue a visitarlo. Se dejó llevar por otros visitantes que estuvieron antes. Realmente no lo recomendaría. Está a 25 kilómetros de Vientiane, un trayecto que no se le hizo nada largo. Tomó un autobús (cree recordar que era el número 14) en una estación que no recuerda, cerca de Talat Sao, e hizo el trayecto como si fuera un laosiano más.


Buda reclinado

Una ostentosa puerta de entrada, en la solicitaban el pago del reglamentario ticket, daba acceso al recinto. A la derecha según se accedía, todo el conjunto de estatuas de diversas divinidades del hindú, entre ellas, Visnú, Siva y un gran Buda reclinado de unos cuarenta metros.

El paso de los años se mostraba en el deterioro de algunas tallas y de alguno de los asientos dispuestos allí para la contemplación del recargado espectáculo de deidades. Deterioro producido, supuso, por las condiciones climatológicas de un país húmedo y lluvioso. A pesar de las críticas, no consideró perdida la mañana. Al fondo un recinto de oración, y el río y sus orillas, con algunos campos labrados y preparados para ser sembrados de arroz.

Ah! y, por supuesto, un restaurante típico laosiano, donde aprovechó el viajero insatisfecho para libar (sin ser una abeja) el néctar (o jugo) de un coco natural.

¡Buenísimo!




Copyright © By Blas F.Tomé 2022 

22 de noviembre de 2022

Entrada en Laos


Ho Phra Keo

Llegó a la capital de Laos, Vientiane, con varias horas de retraso. No consiguió enlazar en Bangkok y tuvo que sacar a relucir su tarjeta para conseguir un nuevo billete, ocho horas más tarde.

¡Mal comienzo!, aunque tenía el convencimiento que todo se arreglaría en el transcurso de la ruta, de un “camino torcido saldría alguno derecho”, pensó. Ya de noche en el aeropuerto de la capital, un taxi le llevaría al hotel que tenía previsto. A la entrada, un cartel en letras góticas le recibía “Wellcome, V(B)iajero Insatisfecho”. Esto le subió el ánimo.

No era una mega ciudad Vientiane. Según tenía entendido, alrededor de un millón de habitantes.


Claustro de Wat Si Saket

Un café y unos huevos fritos a la mañana siguiente le ayudaron a lanzarse a conocer la ciudad. No sabía dónde estaba situado su hotel ni sabía hacia dónde tirar, pero el joven y simpático recepcionista le dio alguna pista. Con su mochila azul a la espalda, la fotocopia de un pequeño plano del centro, donde señalaba el hotel, y la experiencia viajera (o lo que es lo mismo, sin miedo a perderse) se aventuró a conocer al menos el centro de la ciudad. No era excesivamente agobiante el tráfico, tampoco la gente, ni el ruido y el bullicio, lo que facilitaba, y mucho, la relajación de los trayectos. Ahora, perdónenle, comenzarán una serie de nombres de difícil comprensión. Disculpad a este mochilero, pues se verá obligado a citarlos tal y como aparecían en los carteles o en el plano de la ciudad. Callejeó por avenidas relativamente amplias y aterrizó en Ho Phra Keo, un gran templo dorado y rojizo -enclavado en medio de un jardín- muy decorado y recién pintado. Luego se daría cuenta de que los templos, en la mayoría del territorio laosiano, son dorados en exceso y recargados en decoración. Varios budas rodeaban el templo, sentados en su más famosa posición, bhumisparsha, con la mano derecha apoyada sobre la rodilla y con los dedos apuntando hacia el suelo. La mano izquierda descansa sobre el regazo con la palma hacia arriba. Le dedicó mucho tiempo a ese primer templo, luego iría perdiendo minuciosidad al observar los detalles y realizaría visitas más rápidas.

Enfrente, estaba Wat Si Saket, el templo más antiguo de la ciudad. Tenía un claustro alrededor lleno de budas y nichos, con más budas pequeños a su vez, de aspecto antiguo y polvoriento.


Patuxai, arco de triunfo

De allí, la visita obligada a Patuxai, el arco de triunfo de la capital. Era grandioso, una mole cilíndrica con cuatro arcos. En el centro de los arcos una cúpula azul, adornada con motivos hindúes, y un mercadillo a sus pies. Le llamó la atención este mercadillo donde vendían artículos de todo tipo. Bebida, también. Hacía un sol chillón, picante y abrasador. Cualquier sombra, la sombra que daba aquel arco de triunfo era bien recibida.

Iría a más y más templos en Vientiane. Entre otros, a Pha That Luang (una enorme estupa dorada). A la entrada, la escultura del rey Setthathirath, fundador de Vientiane.

Un día agotador de templos, caminatas y calor.


Pha That Luang, al fondo

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2 de octubre de 2022

Laos


Mapa

Sin duda, Laos era una deuda pendiente.

El viajero insatisfecho conoce toda Indochina excepto este pequeño país, en el centro de la región. Si en un corto periodo de tiempo en su historia hubiera que destacar algo del país serían los bombardeos aéreos perpetrados por Estados Unidos, durante la guerra de Vietnam, con la intención de eliminar las bases norvietnamitas en este país e interrumpir las líneas de abastecimiento en el llamado “sendero Ho Chi Minh”.

¿Qué encontrará en la visita? Seguro que pagodas, templos budistas, alguna etnia singular y laosianos labrando su subsistencia en las grandes extensiones de arrozales. No es poco.

¿Qué buscará? Relax, vivir una vida diferente o singular, y contar las coincidencias con otros países visitados.

¿Qué llevará? Su mochila y la mente abierta. ¡Ah!, y dinerito, tarjeta bancaria y números clave.

¿Cuánto tiempo necesitará? No sabe, no contesta.

¿Qué comerá? Lo que viere por allí.

¿Planes? Ninguno.

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10 de septiembre de 2022

Parque Nacional Mburo / Uganda


Entrada al P.N. Mburo

Parada en la ciudad de Mbarara, Uganda. Hacía dos días que había atravesado la frontera desde Ruanda y le sobraban otros dos para tomar el vuelo de regreso a España. Mbarara era una urbe africana y ruidosa, cruce de carreteras hacia direcciones varias en Uganda. Ruidosa, bulliciosa y loca. No cree que el viajero insatisfecho pudiera estar allí mucho tiempo. Para la estancia nocturna, había elegido un hotel-residencia de estudiantes universitarios, pero con un ala de habitaciones para alquiler de viajeros, o comerciantes, o lo que dios quiera que parara por allí. Rodeado de extensos jardines, con un escaso, pero agradable, ambiente juvenil, y con unos trabajadores que durante el breve espacio de tiempo que estuvo allí desbordaron simpatía, el habitáculo alquilado fue, sin duda, un acierto.

La mejor opción que encontró para que la estancia en aquella plaza no pasara desapercibida en su currículo viajero fue visitar el Parque Nacional Mburo, a unos kilómetros de la ciudad. Las visitas a los parques nacionales siempre son caras y ésta no era distinta. Además, contando con que la excursioncita era en solitario para este mochilero, lo era aún más. Pero merecería la pena. Eran los últimos dineros del viaje a Ruanda y Uganda y no era cuestión de tirarse para atrás. Sabía también que tendría opciones de hacer un recorrido a pie por las praderas del parque lo que le agradaba y animaba.

Le recogieron temprano en el hotel. Aún era de noche. Mejor era llegar pronto para ver, en las primeras horas de la mañana, cómo los animales pastaban en su extenso bosque y grandes praderas. Así fue. La entrada al parque fue al poco de amanecer. En la puerta de acceso, un guía con fusil en mano se incorporó al Land Rover y una joven, que supuso fuera amiga de algún guarda, se unió también gratis al trayecto. No importaba, así iba acompañado por una joven dama.

Entre jirafas


Entre cebras

El paseo, entre jirafas, jabalís verrugosos, cebras, búfalos, impalas y otros animales fue una verdadera delicia. Pasear entre aquellas esbeltas jirafas, decenas, fue una inolvidable experiencia por las sensaciones de libertad que imprimía aquel ambiente salvaje y natural.

El simpático guía que acompañaba a la –ahora- pareja de turistas iba normalmente primero en la fila, observando cualquier incidencia y dirigiendo los pasos. Entre otras cosas, explicaría que en aquel territorio únicamente había animales salvajes herbívoros lo que facilitaba el paseo a pie. Solamente un león habitaba en aquel parque, pero sería muy difícil o imposible de ver. No obstante, era necesario tener las precauciones mínimas para evitar sorpresas.

Después del paseo a pie, sin la presencia de la joven dama que se bajó en la entrada, el conductor guía circuló despacio por los caminos y veredas de aquel extenso territorio y el mochilero pudo observar todo tipo de animales salvajes y libres. El trayecto finalizó a orillas de un gran lago, lleno de hipopótamos que resoplaban cerca de la orilla sin parar.

Relajada y agradable visita.


Manada de búfalos

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30 de agosto de 2022

Un rápido STOP en Muhanga / Ruanda


Glorieta en la ciudad de Muhanga

La parada en la ciudad de Muhanga/Gitarama fue imprevista y únicamente para curiosear lento y visitar la zona, ¿habría algo interesante? Nada especial que hacer y nada especial en sí misma como ciudad céntrica del territorio ruandés, pero no se debía desperdiciar nada en estas visitas mochileras. Por un motivo u otro podían sorprender. ¿Necesario para emprender un recorrido?: Mente abierta y decidida, nada mejor que dejarse fascinar por lo imprevisible.

Desde donde se hospedaba, con una moto-taxi se acercó a conocer la Catedral de Nuestra Señora (Cathedral of Our Lady, decía el libro-guía). Nada singular, pero esta construcción de ladrillo visto se parecía mucho al edificio religioso de Butare, aunque más estilizado y moderno. Al lado tenía uno de los muchos hoteles llevados por comunidades religiosas, pero éste sí fuera de su presupuesto: más caro y moderno que los utilizados en otras ciudades. Entró dentro de la catedral, sacó unas fotos y desde allí, una vez descendido por el cementerio inclinado, ubicado en una ladera, se acercó a los campos de arroz cercanos a admirar el verde intenso que en aquel momento lucían. Habló con una joven local, vestida de un rojo intenso, que circulaba en su misma dirección, receptiva a los comentarios intranscendentes, a las sugerencias picantes y a los amagos de entablar un mayor conocimiento personal. Todo se diluyó con los pasos precipitados de la joven que tenía sus compromisos sociales cerrados, pero la charla motivó risas y entretenimiento a ambos caminantes.


Catedral


Paseos, largos paseos sin rumbo, uno de los grandes placeres. Las cosas importantes, si las hubiera, siempre podían esperar. Y en esta ciudad, nada parecía tener un contenido sensacional. Una sala de artesanía que pretendió visitar luego, estaba cerrada por falta de afluencia, aunque se mostraron dispuestos a abrir más tarde para enseñársela a este mochilero. No fue preciso.

Al día siguiente se iría, con la satisfacción de haber conocido otro lugar ruandés. Otro rincón de vida.


Cementerio, con joven local de rojo


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