25 de abril de 2023

Angola


Sencillo mapa de Angola

Cuando este ‘post’ salga a la luz, el viajero insatisfecho ya estará metido de lleno en un nuevo trayecto de mochila y caminatas. En esta ocasión, un viaje por Angola, país que no ha visitado, pero que siempre quiso conocer.

Angola es uno de los países africanos en los que más ha durado una guerra, que podría llamarse, guerra civil.

En el país, al independizarse en 1975, se formaron tres partidos independentistas, claves para entender la historia de lo que vendría después. Los partidos fueron MPLA, FNLA y UNITA. Éstos iniciaron una guerra antes de iniciar el traspaso de poderes, que cedían los portugueses. Se podría añadir un partido más, el FLEC, que pretendía la independencia del enclave de Cabinda (dentro del territorio del Congo), de Angola.

Todo un conglomerado de intereses, por parte de las potencias extranjeras, y las luchas de poder internas prolongaron la guerra y la inestabilidad hasta los primeros años del siglo XXI. Es decir, hasta hace unos pocos años.

Tiene referencias de que el país circula aún con múltiples problemas, pues tan larga lucha y guerra ha propiciado cierta devastación, sobre todo respecto a los recursos naturales agrícolas. Eso sí, tiene otros potenciales muy importantes como son petróleo, gas e, incluso, diamantes. De ahí que las potencias extranjeras tengan mucho interés en penetrar -ya lo han hecho- con sus garras explotadoras en el país.

Por aquí “mochileará” unos días, tratando de conocer, siempre desde su perspectiva, algo sobre este territorio, antigua colonia portuguesa.

No habla portugués, pero no lo considera un problema. Tal vez, alguna dificultad para moverse por el idioma, pero esto suele ser habitual en sus trayectos.

¡Hasta la vuelta!

Copyright © By Blas F.Tomé 2023

18 de abril de 2023

Sibu y Bintangor, Malasia


Llegando a Sibu, Malasia

Había terminado la visita a Laos, un país con muchas más cosas que ver que las disfrutadas. Había hecho un recorrido de norte a sur y con ello había conocido un poco, sólo un poco el país. Laos se merecía más visitas, sin duda. Se había ganado un tiempo que no le dedicó, seguro.

Después de atravesar la frontera con Camboya, el viajero insatisfecho se dirigió a Phnom Penh. Allí tomaría un vuelo para acercarse a Malasia, otro país que desconocía hasta entonces. Primero, aterrizaría en la parte malaya de la isla de Borneo y pisaría, así, una isla mítica, que siempre desprendió su curiosidad. Sin tener mucha idea hacia dónde ir, decidió empezar por Sibu, en el estado de Sarawak, una ciudad que resultó ser poco atractiva, a orillas del río Rajang. El ambiente de las calles, las edificaciones, lo que desprendía la ciudad a primera vista no le causó buenas sensaciones. Llegó, ya entrada la noche, procedente del aeropuerto, a un hotel con poca prestancia, como todos en los que solía pernoctar, pero éste, además, tenía poco que agradecer a la limpieza y al estilo. Únicamente destacaría la amabilidad del viejo recepcionista que le ayudó en lo que pudo, durante los días que estuvo allí. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, daría una vuelta por los alrededores del hotel. ¿Qué encontró? Una ciudad más, moderna y simple, sin ese algo de esencia asiática o, al menos, no lo vislumbró. Poco que hacer en esta ciudad y pensó que, si todas las localidades malayas eran así, sin identidad, no habría mucho que ver y, menos, disfrutar.


El V(B)iajero Insatisfecho, en Bintangor

“¿Qué puede hacer un visitante como yo en esta ciudad?”, le preguntó al recepcionista. Con muchas dudas y con gestos de “¡no tengo ni idea!”, le indicó al final que visitara una población cercana donde había una competición de motos y lanchas acuáticas. Como nunca había visto tal cosa, se lanzó a la pequeña aventura. Un autobús le llevaría a Bintangor. Allí, en el caudaloso río que atravesaba la población, una gran muchedumbre esperaba la celebración de la competición, o eso dedujo, pues no preguntó a nadie. Desde la parada del autobús, guiado por la gente que circulaba por las calles, llegó al puerto fluvial donde se desarrollaban las carreras. Sin haber visto aún el agua, en los aledaños del río, se cruzó con varias lanchas rápidas trasportadas en remolques, tenderetes con artículos de todo tipo, locales provisionales de venta de comida y fuerte música que salía de las casetas. Ver el ambiente, le animó por momentos. Y pasó la mañana, casi el día, en aquella población disfrutando del jolgorio de fiesta y competición que desprendía el entorno. Sin duda alguna, era el único extranjero que por allí pululaba. Nadie de la multitud parecía proceder de otro sitio que no fuera de la propia isla de Borneo. Recorrió gran parte de los grupos de forofos allí asentados en los muelles, en los edificios que bordaban el río y en los ribazos que el propio cauce había propiciado, y no pudo deducir que alguno de ellos fuera turista o mochilero.


Competición de lanchas rápidas

Competían unas motos acuáticas y unas lanchas de aerodinámico diseño, decoradas con colores alegres y llamativos, y equipadas en apariencia “a la última”. Se celebraron varias carreras en un circuito de ida y vuelta por el ancho cauce. Vistosos derrapes cuando debían girar 180 grados, y tomar el sentido contrario, justo después de traspasar una boya. Velocidad espectacular sobre el agua. Presenció varias competiciones y diferentes modalidades de pruebas. Le interesaban las lanchas, la competición, pero también le agradaba observar a aquellas gentes en su terreno, con sus alegrías y decepciones. Los malayos eran morenos de piel y se les diferenciaba perfectamente, pero había también una gran mixtura, pues se cruzaba con muchos locales orientales de rasgos chinos. No pasó desapercibido. Cuando se encontraba en lugares así no solía ocurrir. Siempre era el extranjero, el distinto, el turista que curioseaba, a quien todos debían echar el ojo.

Así pasó varias horas.

La isla de Borneo le llevaba a una sofisticada modernidad, cuando en el avión pensaba que lo trasladaría a épocas pasadas.


Público, presenciando las carreras

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6 de abril de 2023

Las “4.000 islas” del río Mekong


Don Khon, desde el puente francés

La zona de las “4.000 islas” era una región situada al sur de Laos, haciendo frontera natural con Camboya. El rio Mekong, con su particular color marrón, discurría sorteando multitud de islas de las cuales las más grandes eran Don Det y Don Khon. Según referencias, parecía ser que la mejor de las islas para descansar unos días era Don Det. Allí decidió ir, aunque luego se daría cuenta de que cualquiera de las dos hubiera sido una buena decisión. Para alcanzar la pequeña isla, en el centro del río, el minibús desde Pakse le dejaría en Nakassong, a orillas del río. Desde allí, en unos minutos, un pequeño bote le acercaría a su destino.

Don Det y Don Khon eran, sin duda, un destino de turismo de mochila. Un turismo que, como despedida de Laos antes de salir por el sur hacia Camboya, buscaba un lugar tranquilo de relax, al sonido de las aguas del río Mekong y los silencios de los campos de arroz. Porque ambas islas eran eso: paseos en barca, caminatas entre arrozales y trayectos en bicicleta por caminos de tierra y piedras.

El viajero insatisfecho se adaptó al ambiente de inmediato. Nada más llegar. Alquiló un pequeño hotel, algo más caro de lo habitual, pero teniendo en cuenta que era zona turística lo tomó como plus impuesto y, después de una ducha, se dispuso a inspeccionar aquel conjunto de callejuelas, con hoteles o guesthouse, y casas de pescadores y de dueños de arrozales. Había muchas tiendas de alquiler de bicicletas, puestos de venta de regalos, bares y pequeños restaurantes, algunos de ellos con terrazas sobre pilotes con vistas al río. Los carteles anunciaban: Mekong river tours, Money exchange, Rental bikes, shop,…de todo. Y todo para el disfrute de mochileros, también para las gentes de paquetes turísticos. Un par de perros peleaba a la entrada de un bar y varios gatos observaban el juego, entre vigilantes y curiosos. Las aguas circulaban mansas, silenciosas como un desfile fúnebre, por los laterales de la pequeña isla. Con buenas sensaciones, se retiró a su habitación.


Mujeres recolectando arroz

A la mañana siguiente, alquilaría una bici para recorrer los arrozales de la isla y se acercaría a Don Khon para lo que era preciso cruzar el llamado puente francés, aún entero y útil para el trasiego e intercambio entre islas. Don Khon tenía una carretera central recientemente asfaltada y llana lo que posibilitaba un reposado pedaleo. Visitó las cataratas Somphamit, donde el rio Mekong generaba pequeños, pero ruidosos saltos, debido al terreno rocoso por el que atravesaba. Los sonidos que saltaban al aire cuando el agua y la espuma rompían con las rocas, atronaban. En aquellos momentos, dos jóvenes locales en la misma orilla de la corriente envenenada colocaban redes o algún artilugio que desde donde estaba no conseguía distinguir. ¡Eran dos reyes de las aguas feroces del Mekong! 

También, pedaleó sin mucho esfuerzo hasta el extremo sur de la isla donde se ubicaba un antiguo puerto fluvial francés. El agua de un coco le sirvió allí de líquido revitalizador.

Otro día, andando, disfrutaría más de las orillas y de las aguas del mítico río de la Indochina colonial.


Cataratas Somphamit, en el río Mekong

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