24 de noviembre de 2023

Samaipata, una rápida visita


Aeropuerto Internacional / Bolivia

Cuando el viajero insatisfecho llegó al Aeropuerto Viru-Viru estaba cansado (¿harto?) de vuelo. Habían sido doce horas de Madrid a Santa Cruz de la Sierra / Bolivia.

Nada de taxis para ir al centro de la ciudad, tomó un autobús que le dejaría relativamente cerca del hotel. Era primera de la mañana. El hotelucho estaba situado muy cerca de la plaza principal de la ciudad (Plaza 24 de septiembre), en el anillo histórico (Anillo 0). La ciudad de Santa Cruz tenía una organización de calles circular muy original a base de anillos concéntricos, distanciados uno de otro entre uno y tres kilómetros, que iban del cero al diez.

Aprovechando que el hotel aún no tenía la habitación disponible, optó por comenzar, aún cansado por el viaje, el recorrido de una mínima parte de Bolivia; no era cuestión de perder tiempo. La primera visita del primer día, y de la estancia sería a Samaipata.

Preguntó por la salida de autobuses a esta localidad y, después de localizar el medio de transporte —un turismo compartido con otros cuatro pasajeros, que partía cuando estaba lleno— se lanzó hacia la población. Eran 120 kilómetros, cuando había pensado en unos 20. ¡Qué despiste de hombre! Fueron unas tres horas de trayecto, de ida; y otras tantas de vuelta. En total, todo el día de despiste y aventura.

Samaipata era considerada la frontera sur del imperio inca, y fue por eso que este pueblo inca pre-colonial habría edificado el fuerte en una de las múltiples colinas fronterizas con otros pueblos aún no dominados. De ello, se conservaban unas ruinas que tenían su atractivo turístico, y se promocionaban como tal. No tenían nada que ver con Machu Pichu (la fortificación inca más conocida) y eran mucho más humildes en cuanto a sitio arqueológico y enclave estético. El Fuerte (así se le conocía) estaba ubicado a varios kilómetros de la población, por lo que tuvo que contratar un medio de transporte, y… ¡qué mejor que una moto-taxi! Estaba de enhorabuena este mochilero, pues es el medio que más utiliza cuando hay posibilidades. Había descubierto gran parte de África en moto y conocido muchas localidades en la zona de Indochina. En Bolivia no era tan habitual, pero se utilizaba —según comprobó— como vehículo de traslado de un lugar a otro en muchas poblaciones.


El Fuerte de Samaipata

Tras el pago de una entrada, se propuso recorrer todas las ruinas, para lo que no necesitó un guía, sino que, en la soledad y tranquilidad del recorrido, fueron apareciendo los objetos visitables. Se trataba de una gran cumbre de una montaña esculpida con dos grandes ranuras, asientos, estanques y motivos zoomorfos “con los cuales antiguas poblaciones de origen amazónico propiciaban sus ciclos agrícolas”, según Wikipedia. La enorme roca esculpida de El Fuerte era el más grande petroglifo terrestre del mundo. Había, incluso, estructuras fabricadas para evitar pisar la zona arqueológica.

El tiempo pasaba y, previendo el largo regreso a Santa Cruz, donde debería ocupar el hotel para su primera noche, no se extendió en otras visitas que ofertaban por la zona. Se podían hacer, también, caminatas por las montañas y valles, pero esto necesitaba tiempo, y no disponía de ello. Con un recorrido por la población, con cierto aire turístico: plaza, calles y tiendas, finalizó la visita a Samaipata.


El Fuerte de Samaipata

Copyright © By Blas F.Tomé 2023

3 de octubre de 2023

M’banza Kongo, capital del reino Kongo


Catedral, en M'banza Kongo

¡Qué largo se le hizo al viajero insatisfecho el trayecto a M’banza Kongo! Partió de la ciudad costera de N’Zeto, después de pasar el rato de espera con las bromas y risas de “Rambo” —así quería que le llamara— un simpático personaje, empleado en la parada del bus. Y se le hizo largo no tanto por la distancia a recorrer —que también— sino por la cantidad de baches que aquel autobús lleno tuvo que cruzar. La carretera asfaltada, en diferentes puntos, estaba tan deteriorada que el bus, de la empresa internacional Macon (la utilizó para muchos de sus trayectos largos), tenía que avanzar con mucho sigilo. Grandes extensiones de bosque y sabana, con multitud de pequeñas elevaciones verdes, muy verdes, fue el panorama disfrutado desde la ventanilla del vehículo. Arribaban a la estación final de la población a última hora de la tarde, con el tiempo justo para de día tomar una moto y tratar de encontrar un hotel donde poder pasar la noche. Como así fue.

M’banza Kongo, también conocida como São Salvador do Congo, era una ciudad, capital de la provincia de Zaire, en el noroeste del país. Fundada en 1483, fue capital del antiguo Reino de Kongo. Renombrada por los portugueses como São Salvador en los años 1568-1570, mantuvo este nombre hasta que Angola se independizó en 1975 y la ciudad recuperó su nombre inicial.

Una vez visitada, y después de una estancia de dos días, el mochilero se preguntaba si había merecido la pena internarse en el centro de país —un lugar que parecía territorio de nadie— para ver lo que vio.

Sí, había merecido la pena.

El hotel estaba bastante bien. Un hotel de una sola planta con unas quince o veinte habitaciones en línea y todos los servicios hoteleros habituales. Descansar, a veces, o siempre, era una buena manera de disfrutar de un viaje.

En la parte alta —la ciudad se extendía también por las laderas y otras lomas aledañas— estaba el palacio del gobernador, en unos cuidados jardines presididos por un gran busto de Agostinho Neto, el fundador de la patria. No muy lejos de allí se encontraba lo más importante y reseñable: las ruinas de la Sé Catedral, una pequeña iglesia que se consideraba había sido el primer lugar de culto cristiano construido en África central. Estaban cuidados sus alrededores, bastante bien conservadas sus cuatro paredes de piedra y en la parte principal sorprendía el gran arco de entrada. Hizo algunas fotos y observó a un grupo de escolares, acompañados por dos maestras, escuchando las explicaciones de lo que parecía ser un guía, u otro maestro más.


Museo de los Reyes de Kongo

De allí se dirigió al Museo de los Reyes de Kongo, un pequeño edificio recientemente restaurado con algún objeto histórico en su interior, entre ellos, el trono del último rey Kongo. Allí mismo se encontraba, también, el árbol de la Sangre, lugar famoso por la tremenda historia: fue el lugar de las ejecuciones ordenadas por el Manikongo, o rey Kongo. A pesar de su historia, para el visitante foráneo no era más que un árbol grande.

El último día alquiló una moto-taxi para recorrer los alrededores, que desde la altura de la ciudad se veían verdes y lozanos. Toda una mañana, sentado de paquete, observando diferentes mercados, humildes casas en las laderas, un gran hospital en construcción, barrios pobres, y poco más.


Laderas edificadas de M'banza Kongo

Copyright © By Blas F.Tomé 2023

22 de septiembre de 2023

Soyo, en la desembocadura del río Congo


Ramal del río Congo, en la desembocadura, desde Soyo

Otra etapa más, en Angola, fue Soyo, una ciudad en la desembocadura del río Congo, donde el río mezclaba sus dulces aguas con las saladas del Atlántico. Era una zona tan vasta y el río con tantas ramificaciones que la ciudad se ubicaba a cierta distancia de la desembocadura, del encuentro de las aguas del Congo con el océano. O sea, que no pudo apreciar realmente lo que quería.

Dar ese paseo por la vasta extensión de aguas sin control, aunque lo intentó, era demasiado caro para un solo pasajero en una pequeña embarcación a motor. Investigó, pero no tuvo suerte: le pedían más de cien dólares por un breve paseíto.

No.

Lo intentó con “un joven-pirata” que se ofrecía, por poco dinero, para un paseo por aquella ramificación del río Congo, pero el riesgo se apreciaba nada más ver la destrozada piragua.

No. 

Pero quiere comenzar a contar desde el principio: Al llegar a la estación de autobuses Macon de la ciudad, el motorista que escogió para buscar un hotel “bueno, bonito y barato” (otra vez), no fue nada eficiente. Yendo a un sitio sin nada preparado, encontrar a ese taxi-moto espabilado y resolutivo era siempre muy importante. Se hospedó en un hotel que no le gustó nada, pero que se ajustaba a su presupuesto. Luego, se arrepentiría de no haber sido más insistente y pesado con el chaval de la moto. Mentalizado, decidió disfrutar de lo que había en Soyo, que no era mucho. Desde esta ciudad, y muy cerca de donde se hospedaba, partía un barco/catamarán para Cabinda, ese territorio angoleño aislado entre dos países: Congo y la República Democrática del Congo. El catamarán estaba en el dique. Aunque se suponía que tenía servicio de transporte diario a Cabinda, allí estuvo atracado de forma permanente los dos días que el mochilero paseó por allí.


Pozo petrolífero, en los alrededores de Soyo

Soyo era conocida, además, por ser la ciudad más importante de una zona petrolífera. Por allí estuvo rondando y visitando el viajero insatisfecho todo un día en una moto alquilada, pero las posibilidades de acercase a la zona donde realmente se extraía el petróleo eran limitadas: todos los caminos estaban cortados y las explotaciones valladas. Consiguió, eso sí, ver algún pozo, semi abandonado y poco más.

No recomendaría a nadie aquellos parajes, pues carecen de interés y sin posibilidades de experiencias novedosas y extraordinarias.

“Unas veces se gana y otras se pierde”, aunque perder, realmente nunca era algo negativo.

 Copyright © By Blas F.Tomé 2023

9 de septiembre de 2023

Sumbe y alrededores / Angola


Garganta del río Cubal

Próxima parada: Sumbe. Nada más arribar a la estación de autobuses Macón de la ciudad —la empresa tenía estaciones en todas las ciudades importantes de Angola— tomó una moto-taxi para que le llevara a un hotel: “bueno, bonito y barato”, le dijo. El motorista lo interpretó a la perfección y le llevó a una zona tranquila, muy cerca de la playa, donde podría encontrar un hotel de estas características. Y lo encontró. El primer pronto sobre el fichaje de este personaje fue bueno y acertado, le pareció un joven ideal por su buena disposición e iniciativa. Le propuso ser el medio de transporte para el resto de visitas por aquella zona. Él, encantado.


Cataratas Binga

Dejó su mochila grande en la habitación, coqueta habitación en un hotel de planta baja a orillas del mar y, tras el obligado regateo con el motorista, salieron de excursión para visitar la garganta del río Cubal, no muy lejos del Sumbe (unos veinte kilómetros), por la carretera que le había traído de Benguela (Un rato antes, al pasar por allí en el autobús, ya había apreciado o adivinado que podría ser un lugar interesante). La mala suerte fue que, al llegar con el motorista al puente, donde comenzaba el recorrido por la garganta, un grupo de mozalbetes de aspecto poco tranquilizador —le daban muy mala espina (también al guía motero)— insistían en hacer el recorrido con el viajero insatisfecho. No se fio de estos muchachos y abortó la visita a la garganta, que comenzaba allí mismo. A veces era mejor no provocar a la suerte y evitar situaciones que de entrada se estimaban peligrosas. Unas fotos desde el puente, y regreso a Sumbe. ¡Ya habría otra ocasión!, aunque luego no la hubo.

Al día siguiente, con el mismo transporte, se dirigieron a las cataratas Binga, bastante alejadas de Sumbe, a unos 50 kilómetros. Salieron temprano, una vez satisfecho al cuerpo con el desayuno mañanero, y recorrieron el trayecto a una velocidad tranquila. A la salida de esta ciudad por la carretera que iba a Luanda, los primeros kilómetros fueron un poco peligrosos: mucha circulación y sobre todo camiones que como en todas las partes del mundo se convierten en obstáculos circulatorios. Y mucho más para una pequeña moto, cargada con dos personas. El resto del trayecto, después de un desvío, fue una delicia en cuanto a dificultades viarias: pocos vehículos.


Los dos puentes sobre el rio Keve

Las cataratas Binga se formaron en el cauce del rio Keve. Eran bajas y anchas, y el agua marrón retronaba desde el acantilado hasta una profunda garganta antes de proseguir hacia el verde valle tropical. Se veían varios saltos de agua —varios ramales— entre aquel verde chillón. Hizo multitud de fotos desde diferentes posiciones. Una vez recorrido y visto lo asequible en la parte baja, subieron a la parte alta, hacia el puente nuevo construido para cruzar el río, al lado del puente viejo, inservible éste, con algunas arcadas ya destruidas, recuerdo triste del pasado reciente de la región. En la zona vivía una hermana del motorista, en una pequeña casa de adobe y tejado de latón.

Allí estuvieron un buen rato. Uno de los hijos, con una desconocida enfermedad en su vientre, estaba allí sentado y triste a la entrada, decaído y embadurnado de una sustancia suministrada por algún curandero o brujo. Tenía cita médica en Sumbe, pero dentro de siete días ¿Aguantaría esa semana?

Daba pena.

Joven enfermo

Copyright © By Blas F.Tomé 2023 

29 de agosto de 2023

Benguela / Angola


Iglesia de Nuestra Señora del Pueblo

En Benguela se notaba mucho su pasado colonial, un pasado colonial portugués. Nacida al amparo de la explotación de minas de cobre de la zona de Katanga, su parte céntrica estaba cerca de una gran playa. Mediante un relativo moderno tren, aunque su construcción fuera de primeros del siglo XX, tenía una perfecta comunicación con Lobito, a unos treinta y tantos kilómetros.

(La puesta en acción de este tren hacía Katanga, sufrió multitud de avatares. Poco después de iniciada la construcción se paró durante la Primera Guerra Mundial y no se reanudó hasta 1924. Pero entonces, la falta de materiales y el aumento de precio que experimentaron se añadieron al retraso, y la línea no llegó a las minas de cobre de Katanga hasta 1929, y no fue finalizada del todo hasta 1931. El recién construido puerto de Lobito [a pocos kilómetros de Benguela] recibió el primer tren cargado de cobre de Katanga ese mismo año).

Llegó a la ciudad procedente de Lubango, en el interior, y se sintió obligado a visitar el primer día la playa, playa Morena. Se dió de bruces —le quedaba de paso, pues se la encontró sin buscarla— con la iglesia de Nuestra Señora del Pueblo (Igreja da Nossa Senhora do Populo), muy venerada por los locales, con una construcción que desprendía cierto encanto fuera de su simbología religiosa. Una estatua de la virgen a unas decenas de metros de la entrada, parecía envolver la explanada de un halo místico y de respeto por aquel lugar sagrado. Entró. Como era a primeras horas de la mañana, sólo dos mujeres estaban arrodilladas en los bancos de la nave central, y única. Entró dentro por esa curiosidad como viajero, por ver si respondía a los cánones religiosos de otras iglesias o catedrales vistas. Y, sí, con humildad en su construcción y decorado, cumplía los cánones. Sorprendía el techo de madera y el retablo donde figuraba la Virgen sobre un fondo celeste.


Construyendo una barca en la playa

Desde allí, callejeando por vías con casas bajas a los lados, casas coloniales o especie de chalets de la época, llegó a la calle que cumplía las veces de paseo marítimo. La extensa playa semivacía, con unos jóvenes jugando al fútbol, se extendía en dirección norte y sur. Árboles altos en la parte de la calle opuesta al océano daban sombra en aquellos momentos a los pasos del viajero insatisfecho. La ciudad, una urbe más colonial y, en su parte central, organizada.

Contrató un motorista para visitar la playa de Caota y Caotinha a unos cuantos kilómetros, unos treinta, del centro de la población. Para llegar, había que atravesar una zona seca, de tintes desérticos, con arbustos de aspecto desagradable y plagados de picos, y lleno de chumberas salvajes y sin fruto.

Allí disfrutó de las vistas, de los barcos pesqueros fondeados o amarrados al dique. Observó cómo unos jóvenes construían una pequeña embarcación de madera y, de regreso, visitó unas salinas en Santo Antonio.

Movido día, con visitas varias, en Benguela.


Salinas de Santo Antonio, a las afueras de Benguela


Copyright © By Blas F.Tomé 2023 

18 de agosto de 2023

La zona de Lubango / Angola


Loma de Lubango
Si algo sorprendía de Lubango y de su centro, era un relativo orden. Su cuidado aspecto y cierto desarrollo urbanístico, con calles bien asfaltadas, aceras ordenadas y motos y coches en relativo orden. Cuando apareció por allí, el viajero insatisfecho se encontró con una ciudad que no parecía muy africana. El río, con escaso cauce, estaba muy bien delimitado y un gran paseo nuevo florecía en ambas orillas.

Letras de Lubango


Cristo Rey

Desde cualquier parte de la ciudad se divisaba el Cristo Rey y las grandes letras de LUBANGO, ambas en la montaña que se elevaba a las afueras de la ciudad. Creía que el sitio merecía una visita y en ello se empeñó contratando a uno de los motoristas que circulaban por las calles. Había un largo camino hasta allí, pero consiguió un precio muy razonable. Creo que le sorprendió incluso al moto-taxi que le pidiera precio para ir hasta allí. Una carretera serpenteaba hasta subir a la parte alta de aquella loma. Luego, un desvío llevaba, primero hasta una base militar y, luego, al monumento.

La estatua era una versión reducida del famoso Cristo del Corcovado de Rio de Janeiro, y estaba iluminada incluso por las noches. Fue construida entre 1945 y 1950 utilizando mármol blanco brillante. El Cristo, sobre un pedestal y con los brazos abiertos, había sido restaurado hacía poco, pero aún mantenía cicatrices de guerra, aunque difícilmente apreciables. Pasó un largo rato por allí, apreciando Lubango en toda su amplitud y se acercó también a las grandes letras con el nombre de la ciudad. Como acababa de llegar a la ciudad y no quedaba mucho día por delante, con esta visita lo dio por concluido, pero al finalizar contrató al mismo motorista para que al día siguiente le llevara a las fisuras volcánicas de Tunda-Yala, lugar obligado de visita.


Fisura de Tunda-Yala

Cuando llegaron a la zona, mostraba la más absoluta soledad. Solamente una muchacha muila o kunene (?) merodeaba por allí a la caza de visitantes, a los que pudiera sonsacar algo de dinero, como fue el caso. Le dio unas pocas monedas, y su simpatía se abrió así para dejarse fotografiar, sin malas caras y gestos de desaprobación.


Joven muila o kunene

Tunda-Yala era una asombrosa garganta recortada en las laderas de Chela. Había un mirador de hormigón al borde del acantilado sobre un profundo barranco de unos mil metros. El lugar era tranquilo porque la visita fue entre semana, pero, según pudo saber, los fines de semana se llenaba de gente de Lubango que llegaba allí a disfrutar de esa brisa de montaña, fresca, casi fría por las tardes, y de las virtudes visuales de la zona. El sentimiento de paz y tranquilidad era engañoso pues Tunda-Yala tenía una historia macabra. Fue un lugar en el pasado, en un pasado relativamente reciente, donde a los criminales, desertores y rebeldes se les vendaban los ojos y se les disparaba o se les hacía caminar hasta el borde con las previsibles consecuencias que todos imaginarán.

Desde otro de los miradores, se apreciaba la extensión de aquel valle en todo su esplendor, con la población de Bibala, vista en miniatura desde aquella altura, al fondo de aquella vasta y verde extensión divisada.

Una vez recorridos todos los recovecos de la zona y disfrutado de la leve brisa, la vuelta fue tranquila, lenta y dichosa.

Copyright © By Blas F.Tomé 2023  

2 de agosto de 2023

La welwitschia mirabilis, Namibe


Welwitschia mirabilis

Un nuevo día en Moçamedes/Namibe. Un nuevo día y el último en esta ciudad, después de dormir en ella dos noches. El objetivo de esta jornada era internarse en el desierto, o al menos en un paisaje desértico, para descubrir o tener a sus pies una planta, única en su género, endémica del desierto del Namib y, por tanto, más famosa de la zona: welwitschia mirabilis. Una planta de difícil nombre, pero el viajero insatisfecho no conoce otro con más sabor castellano, o más sencillo de pronunciar.

Desayunó tranquilamente en el hotel donde se hospedada. Aunque barato, incluía este refrigerio diario dentro del precio, y se lanzó a la calle a la búsqueda de una moto, cuyo conductor supiera llevarle a la zona donde hubiera ejemplares medianamente grandes de esta planta. Tuvo gran suerte, pues el primero que paró, dijo conocer la zona —no todos los motoristas la conocían, según él— y le explicó un poco las condiciones generales para poder llegar. Unos ejemplares pequeños de la welwitschia estaban a unos diez kilómetros de la población, pero para llegar a otras algo más grandes y abundantes necesitaban recorrer unos veinticinco kilómetros, pero por una buena carretera. Dejando ésta unos cientos de metros se podrían encontrar. ¡Perfecto!

Eligió la última opción, la de ejemplares más grandes.

Negociaron el precio y salieron zumbando hacia el lugar. La carretera llevaba primero al aeropuerto de la ciudad y luego continuaba hacia la población de Tombua, uno de los puntos más al sur de Angola, en pleno desierto del Namib. En un punto intermedio entre Moçamedes y Tombua se encontraba la welwitschia, según explicaba el joven.

Era difícil determinar la edad de estas plantas, aunque parecía ser que podían llegar a vivir más de mil años, incluso dos mil. “Se cree —según dice Wikipedia— que la planta absorbe el agua a través de estructuras peculiares en sus hojas que le sirven para aprovechar el rocío nocturno del desierto. Friedrich Welwitsch la descubrió en 1860, considerándose una de las plantas más raras que existen y bastante apreciada por coleccionistas. Está en peligro”.

La carretera era espectacular en medio del desierto que, según pasaban los kilómetros, se veía más íntegro: ¡más desierto! La total falta de circulación, el paisaje vacío y el sonido de la moto convertían el momento en único. Y mucho más, con la expectativa de encontrar la endémica planta. Transcurridos los kilómetros, desde el propio borde de la carretera el motorista mostraba unos puntitos verdes relativamente lejanos.

Abandonaron la carretera unos centenares de metros y allí, allí había varias. Eran realmente diferentes a lo que es una planta habitual, tendrían una envergadura de unos tres o cuatro metros y parecían de otro planeta o salidas de película de ciencia ficción. Aún inmóviles, aparentaban ser peligrosas, como si de pronto fueran a tomar vida, absorbiendo hacia su interior al incauto viajero. En aquella zona había varias. Cuando en el desierto llovía –difícil, pero a veces ocurría— aquella zona era el cauce temporal de las aguas, de ahí que fuera la zona más apropiada para encontrarlas.

No era un gran monumento, ni era un paisaje de gran belleza, pero no hay duda de que fue un momento importante en el recorrido de este mochilero por Angola.


Detalle de la planta


Copyright © By Blas F.Tomé 2023 

14 de julio de 2023

Algunas peculiaridades de Moçamedes/Namibe


Barco oxidado y varado

Barco oxidado en la playa

A las afueras de la ciudad, aunque muy cerca, se veía aquel barco oxidado, varado en la playa como un gran monstruo surgido de alguna de las posibles atrocidades cometidas por el capitán Nemo, en sus fantásticas aventuras marinas. Se veía desde la playa-centro de la ciudad y allí se acercó utilizando uno de los moto-taxi tan abundantes en esta población pesquera y en toda Angola. Cuando apareció por allí, un grupo de muchachos de indeterminada apariencia dialogaba cerca del casco, un monstruoso forro oxidado. El motorista les saludó, y el viajero insatisfecho le preguntó si él los conocía: dijo que era costumbre saludar, para tratar de empatizar con el jefe o con todos los componentes del grupo, y evitar problemas. El saludo correspondido suponía una aceptación tácita de la interrupción y visita. En la parte de amura de babor aún era visible el nombre del barco Independencia, y debajo, S.V. Cabo Verde. Unas fotografías de aquel estropicio natural -producido por las olas después de la rotura de amarres en el puerto pesquero cercano- y posterior regreso a la ciudad.


Barco oxidado y muchachos charlando

Puerto pesquero

En la parte sur de la ciudad estaba el puerto pesquero, uno de los más importantes de Angola, junto a Luanda, Lobito y Benguela. Cuando realizó la visita, había cierto movimiento, aunque no coincidió, según pudo saber, con el momento de gran apogeo de pesca y mercancías.


Al fondo, puerto pesquero

El faro

En la parte norte de la ciudad y a una distancia de unos ocho o diez kilómetros se ubicaba el antiguo puerto minero y, relativamente cerca, el faro centenario, en peligro de derrumbe. Se acercó con el mismo moto-taxi y le pareció un lugar fuera de tiempo, abandonado, pero con ese sabor de faro colonial que le elevaba al púlpito de "antigüedad en peligro de descomposición". Situado en la parte alta de una meseta a orilla del mar, las aguas rompían con fuerza en el acantilado cercano. Tres o cuatro casas de pescadores, con plásticos, trapos, palos y pedruscos se ubicaban en los alrededores. Un ambiente de pobreza y miseria desprendían aquellos trastos colocados y organizados para servir de vivienda.

Casa de pescadores y, al fondo, el faro

El antiguo cine o cine-estudio

El cine-estudio, apodado por muchos como “la nave espacial”, estaba ubicado en un terreno baldío, en el centro de la ciudad. Construido en 1973, nunca fue inaugurado y jamás proyectaron película alguna en sus dos salas. En el momento de este paso por allí, estaba descuidado y desamparado, ocupado en parte por personas marginales. No era recomendable visitarlo ni pasear por su interior aún sin concluir.


Cine-estudio

Vóley-playa

Era sábado y tuvo oportunidad de ver vóley-playa en la playa de Moçamedes. El vóley-playa, una variante del voleibol, se juega sobre la arena y playas. Allí, unas jóvenes locales disfrutaban entonces de este deporte, con pocos espectadores, pero muy organizados, callados y expectantes. ¿No estarían admirando los cuerpos femeninos y esculturales de sus jóvenes locales?


Joven jugando al vóley-playa

 Copyright © By Blas F.Tomé 2023

1 de julio de 2023

El principal destino al sur: Namibe

De nuevo en Luanda, después de haber visitado Malanje -con las cataratas de Kalandula y Pungo Andongo- se planteó un largo trayecto (unos 1.000 kilómetros) que le llevaría rumbo sur, a la zona de Namibe, a la ciudad de Moçamedes, como se llamaba la población más grande de la región, aunque en libros-guía y en varias informaciones de internet identificaban Namibe como nombre de la ciudad. El autobús salía por la tarde, desde una de las estaciones terminales de la empresa Macon en Luanda, con destino a Benguela. Allí tomaría el primer autobús que saliera hacia Namibe. Llegó a Benguela sobre la 1,30 y el autobús hacia el sur del país partía a las 4,30 de la madrugada: tres horas de espera. Le restaban aún otras muchas de autobús hasta llegar a destino.


Mapa de Angola

En total, desde Luanda, el viaje duró unas veintiocho horas, aunque, ejerciendo de mochilero, nunca le asustaban esos trayectos largos pues entraban dentro de la organización y planes viajeros. 

La empresa Macon, en Angola, era como un emblema del país. Una empresa que se convertía en internacional pues tenía destinos fuera de Angola: a Windhoek (Namibia) o Kinshasa (Congo).

Durante el trayecto, pasada la sierra de Leba, el paisaje cambiaba a sabana-desértica y varios pobladores de tribus locales se dejaban ver en las paradas obligadas del bus. Sobre todo, mujeres vendiendo productos del lugar.


Mujeres de la etnia mucubais, durante el trayecto a Namibe

Una vez en Moçamedes/Namibe era primordial encontrar un hotel bueno, bonito y barato: un propósito complicado en aquella ciudad de áridos alrededores, aunque con un puerto pesquero importante para el país. Era una población costera del desierto situada en el suroeste de Angola y fundada en 1840 por la administración colonial portuguesa. En la actualidad contaba, según informaciones, con cerca de ochenta mil personas y con muchos edificios de la época colonial. 

Al bajar de la Macon, y no sabiendo nada de la ciudad, un taxi-moto era la mejor opción para encontrar alojamiento. Le llevó a un pequeño hotel, pero no le gustó; un segundo, no disponía de habitaciones, y en el tercero, hubo suerte: le dieron lo que deseaba. Ya avanzaba mucho la tarde, por lo que una vez descargada su mochila grande en los aposentos se dedicó a conocer los céntricos alrededores de esta pequeña urbe. También, a localizar un sitio para poder ingerir algo caliente. Llevaba más de veinticuatro horas sin probar bocado en condiciones, más allá de la fruta comprada en las paradas del bus y aquellos fritos en un puesto de la ruta que, por cierto, le sentarían mal. Atravesó el paseo principal e hizo un primer acercamiento al océano que, en aquella zona, era una extensa playa. El puerto se veía a lo lejos en uno de los extremos; en el otro, un barco varado en la orilla parecía, desde donde se encontraba, un fantasma marrón oxidado. Los brillos del sol le daban incluso un aspecto casi sanguinolento.

¡Ya se acercaría a visitarlo en otro momento!


Playa de Moçamedes/Namibe

El final del atardecer el viajero insatisfecho lo pasaría dentro de un restaurante local, motivado por una buena Cuca (la cerveza del país) y un apetitoso plato caliente.


Edificio colonial en Moçamedes/Namibe

Copyright © By Blas F.Tomé 2023 

16 de junio de 2023

La palanca negra gigante / Angola


Palanca negra gigante (Foto.: gentileza de Google)

Al borde de la extinción, la palanca negra gigante es una rara especie de antílope sable que sólo se encuentra en Angola, concretamente en la provincia de Malanje. Además de ser uno de los símbolos del país (también, logo de la compañía aérea bandera de Angola, TAAG), es un animal de enorme belleza y solemnidad. Tanto los machos como las hembras tienen cuernos, y pueden alcanzar el metro y medio de longitud. Los ejemplares adultos pesan más de 200 kilos y, aunque son tímidos por naturaleza, pueden mostrarse muy agresivos si son atacados. Viven en bosques, cerca del agua, y su caza está totalmente prohibida.
Logo de TAAG

Se llegó a pensar que la especie había perecido durante la guerra angoleña, pero en 2004 un equipo de investigación de una Universidad angoleña consiguió grabar a una manada de palancas negras gigantes en el Parque Nacional de Cangandala.

El viajero insatisfecho estaba en Malanje, cerca de este Parque Nacional ¿qué le impedía acercarse por allí y tratar de divisar, fotografiar y disfrutar de la palanca negra? Había ya visitado las cataratas de Kalandula y su poco organizado plan viajero pasaba por tratar de conocer de primera mano a este animal, como quien trata de conocer a un león, un elefante o a un guepardo: verle desde la distancia y con la seguridad que da ir en un 4x4, algo imprescindible en la mayoría de los parques del mundo.

Se informó en Malanje sobre cómo acercarse a la población de Cangandala, puerta del parque. Tomar un transporte local resultaba ser el método más barato y eficaz de llegar. Se subió a aquel autobús, cargado hasta los topes de gente del lugar, a una hora más bien temprana. El trayecto de unos cuarenta kilómetros fue relativamente rápido. Una extensa sabana, de verde vegetación y hierbas altas, se veía desde las ventanillas del autobús, salpicada de vez en cuando por pequeños pueblos de chozas de barro y techos de latón. Como el sol lucía entonces con especial fuerza, las paredes de las cabañas mostraban un bello color rojizo.

Una mujer que viajaba al lado, trabajaba en el centro de recepción de visitantes del parque, lo que le facilitó a la llegada la localización del lugar. Le acompañó. Allí, en el centro especial, un amable encargado, en un perfecto español, le informó de la imposibilidad de visitar el Parque Nacional, por tres motivos:

- Las recientes lluvias convertían en intransitable el camino de acceso.

- La palanca negra era imposible divisar en ese momento, debido a las hierbas altas y el resto de la vegetación, frondosa por las recientes lluvias. Además, ese antílope no se acercaba a beber agua a los lugares habituales pues disponía de ella en multitud de sitios alejados.

- El parque nacional permanecía cerrado hasta julio (entonces, era mayo).

Dio una pequeña vuelta por Cangandala, un pueblo cuidado y con relativa imagen de progreso, y regresó a Malanje.

Para otra ocasión.

Copyright © By Blas F.Tomé 2023 

2 de junio de 2023

Pungo Andongo y las cataratas de Kalandula, Angola


Pungo Andongo

De Luanda a Malanje –próxima parada de la ruta- tomó una especie de 4x4, que salía hacia su destino cuando estuviera lleno: nueve personas contando al conductor. Un sistema muy común en muchos países africanos y Angola no debía ser una excepción. El interés por ir a Malanje, además de para conocer la zona, era para tomar esta ciudad como punto de partida de la visita a las cataratas de Kalandula, que distaban unas cuantas decenas de kilómetros. Recuerda que era sábado cuando “aterrizó” en la ciudad dispuesto a conocer el famoso salto de agua al día siguiente, domingo. Previendo, según algunas informaciones, que las cataratas estarían más solitarias entre semana decidió ir primero a otro lugar menos concurrido, aunque en este país, algo turístico era normalmente visitado por un escaso número de personas. Mínimo, diría. Aun así, proyectó acercarse a Pungo Andongo, como destino alternativo de domingo.

Llegando a Pungo Andongo


Mujeres recogiendo agua, habitual escena en los poblados

Se levantó en Malanje pronto y tomó un candongueiro -como llamaban los angoleños a lo que en otros lugares africanos apodaban matatus- hacia la población de Cacuso, desde donde se podía desviar a Pungo Andongo y, también, a Kalandula. Uno, tomando un camino hacia la izquierda, y otro, a la derecha. ¿Qué mejor que ir de paquete en una moto?, se dijo al llegar a la población de Cacuso. Como sabía que había una distancia de unos cuarenta kilómetros, tenía que sopesar si el precio de la moto era o no abusivo y asequible. Y, no, para nada resultaba abusivo.

Pungo Andongo eran unos bloques montañosos de piedra que se erguían solitarios, algunos unos doscientos metros de altura respecto a la sabana circundante. Según la información entresacada del libro-guía, estas rocas constituían un misterio geológico pues parecían fuera de lugar en relación con el entorno. Era también un lugar de mitos y leyendas, y había servido de capital en el antiguo reino Ndongo. Además, desde los antiguos tiempos de la reina Ginga (famosa reina ndongo) había sido un punto estratégico: presidio durante años de la colonización portuguesa y, también, campo de batalla entre las fuerzas de la UNITA y el MPLA. Llegó hasta allí en la moto alquilada después de atravesar zonas inhóspitas llenas de arbustos, campos de caña de azúcar y varios poblados típicos angoleños y, junto con el motorista, subió a uno de los montículos desde donde se divisaba la grandiosidad de estas formaciones rocosas. Sobretodo el sol, pero también una pequeña brisa, acompañaron al viajero insatisfecho en aquellas alturas, y la soledad de la ruta y la naturaleza virgen que la envolvía, eran buenos estímulos para el gozo personal, aunque temporal.


Secado de mandioca en los arcenes

Si bien era domingo, y temía por el volumen de turistas (luego, estaría casi solitario), después de visitar aquella zona de rocas decidió acercarse en el mismo transporte a las cataratas de Kalandula. Había una buena carretera entre Cacuso y Kalandula lo que facilitó que el tiempo de trayecto no fuera exagerado. No obstante, tenía toda la tarde por delante y la distancia eran unos cincuenta kilómetros. Una sentada de una hora en la moto, con el culo dolorido, sería el resumen del recorrido. Bueno, también las escenas habituales del secado de mandioca en los arcenes y las extensiones del verde que rodeaban los bordes de la carretera. Hierbas altas, de más de dos metros, que impedían la visión de todo lo que circundaba.

La vista de las cataratas fue algo llamativo y colorista. Se llegaba a la parte alta, donde se iniciaba el salto, y desde un mirador construido ad hoc se observaba toda la caída del agua en su conjunto. De una altura de 105 metros y una anchura de 400, la ancha cascada conformaba una escena espectacular. El sonido del agua y el arco iris que se formaba en conjunción con el sol imperante eran dignos de un bello recuerdo. La bajada al pie de las cataratas se realizaba por una senda resbaladiza y complicada. Optó por dejar esta experiencia para otra ocasión debido a sus problemas de rodilla y a la posibilidad de un resbalón nada recomendable. Además, se podía uno acercar al borde mismo del salto, con el peligro que ello conllevaba, aunque varias señales recomendaban no hacerlo.


Cataratas de Kalandula

Eran imponentes las cataratas de Kalandula, la imagen turística de Angola, naturales, bellas e intimistas en su disfrute. Recordó que el pantallazo de bienvenida que aparecía en las televisiones del avión de la compañía bandera angoleña, TAAG, que le había llevado al país, era de esas cataratas. 


Cataratas de Kalandula

 Copyright © By Blas F.Tomé 2023

20 de mayo de 2023

La entrada en Angola


Eu love Luanda, en 'la Marginal' de Luanda

La llegada a Luanda, la llegada al Aeropuerto Internacional 4 de Fevereiro, generaba ya una primera, aunque muy pequeña, incertidumbre. Según las informaciones que ya poseía el viajero insatisfecho, había tres cosas que reducían las posibles preocupaciones: el aeropuerto se encontraba inmerso en la zona urbana; el aterrizaje era a primera hora de la mañana, no de noche como solía ocurrir en muchos viajes africanos, y la distancia al hotel era en cierta manera mínima. Insiste en ello pues las llegadas a estos aeropuertos siempre le generan una extraña inquietud.

Avenida 'la Marginal', vista desde la Fortaleza de São Miguel

Se presentaba allí con un pre-visado, pero necesitaba la pegatina en el pasaporte con la que actualmente se suelen formalizar y pagar el inevitable “impuesto revolucionario” por este visado real. Una larga y prolongada cola para este fin fue lo primero que se encontró. Como no había facturado su mochila grande, sino que la llevaba consigo, la preocupación por si había llegado o no el equipaje a la cinta transportadora desaparecía. Luego, el desarrollo del resto de actividades fue rápido. Cambió un poco de dinero en kuanchas (moneda local) y salió al exterior dispuesto a conseguir un medio de transporte para acercarse al hotel –un hotel que ya había reservado por internet (2 noches)-. Los hoteles en Luanda son excesivamente caros ¿por qué? Este mochilero no acierta a descifrar exactamente los motivos, pero algo tendrá que ver el que los precios -en la parte de Luanda donde se movían los negocios y las exportaciones de materias tan sugerentes como el petróleo o los diamantes, o las importaciones de productos básicos que Angola no generaba- se hincharan sin control para todos los extranjeros que allí desembarcaban. Si no era por esto que alguien se lo explique. El resto de barrios de Luanda, más baratos, se convertían en poco apropiados para el foráneo que llegaba a pisar el territorio.

Arribó en el recomendable y asequible hotel Ritz Capital, que había reservado por internet (luego, se daría cuenta de que nada que ver con el desorbitado precio de las habitaciones en el mismo hotel si se contrataba directamente en Recepción), dispuesto a desmenuzar y descifrar una parte de la ciudad, comenzando por los barrios aledaños. Tenía dos días, pues el proyecto era salir zumbando de allí cuanto antes.

El primero de ellos, visitó la Marginal -el paseo marítimo de la ciudad, moderno y tranquilo- y se acercó a la Fortaleza de São Miguel, precioso fuerte portugués situado en lo alto de un pequeño cerro, con vistas hacia toda la bahía y a la entrada de la ilha do Cabo (más bien península, pues estaba unida al continente). En esta fortaleza actualmente se situaba el Museo Nacional de Historia Militar de Angola, donde se mostraban sobre todo armas utilizadas en las últimas batallas libradas a fin de convertir el territorio en país (en Estado), y otros elementos más antiguos en un edificio central, o casamata, adornado con multitud de azulejos de la época portuguesa. Bellos azulejos, que hacían honor al nombre pues todas las escenas representadas y dibujos eran azules. En la llamada avenida la Marginal se encontraba el cartel “Eu love Luanda”, similar al de otras muchas ciudades, en otros tantos países de todo el mundo.


Interior de la Fortaleza de São Miguel


Casamata de la Fortaleza de São Miguel

El segundo día, un accidental resbalón/caída a primeras horas de la mañana en los adoquines de una pendiente acera, frustró todos sus proyectos de visita. Dolorido en la rodilla y guardando un cierto de reposo tuvo que anular todos los posibles recorridos para ese día. Bastante tenía con sufrir el percance calladito, sin cabrearse mucho y en la soledad de su habitación.

El viaje con esta caída adversa sería ya diferente, pues se vio obligado a reducir la movilidad lo máximo posible, pasear lo mínimo y hacer muchos trayectos en coche, autobús o moto. Estos últimos, muy frecuentes. Aun así, disfrutó (¡créanlo, amigos!) de su experiencia angoleña hasta el último día.

Copyright © By Blas F.Tomé 2023