2 de junio de 2023

Pungo Andongo y las cataratas de Kalandula, Angola


Pungo Andongo

De Luanda a Malanje –próxima parada de la ruta- tomó una especie de 4x4, que salía hacia su destino cuando estuviera lleno: nueve personas contando al conductor. Un sistema muy común en muchos países africanos y Angola no debía ser una excepción. El interés por ir a Malanje, además de para conocer la zona, era para tomar esta ciudad como punto de partida de la visita a las cataratas de Kalandula, que distaban unas cuantas decenas de kilómetros. Recuerda que era sábado cuando “aterrizó” en la ciudad dispuesto a conocer el famoso salto de agua al día siguiente, domingo. Previendo, según algunas informaciones, que las cataratas estarían más solitarias entre semana decidió ir primero a otro lugar menos concurrido, aunque en este país, algo turístico era normalmente visitado por un escaso número de personas. Mínimo, diría. Aun así, proyectó acercarse a Pungo Andongo, como destino alternativo de domingo.

Llegando a Pungo Andongo


Mujeres recogiendo agua, habitual escena en los poblados

Se levantó en Malanje pronto y tomó un candongueiro -como llamaban los angoleños a lo que en otros lugares africanos apodaban matatus- hacia la población de Cacuso, desde donde se podía desviar a Pungo Andongo y, también, a Kalandula. Uno, tomando un camino hacia la izquierda, y otro, a la derecha. ¿Qué mejor que ir de paquete en una moto?, se dijo al llegar a la población de Cacuso. Como sabía que había una distancia de unos cuarenta kilómetros, tenía que sopesar si el precio de la moto era o no abusivo y asequible. Y, no, para nada resultaba abusivo.

Pungo Andongo eran unos bloques montañosos de piedra que se erguían solitarios, algunos unos doscientos metros de altura respecto a la sabana circundante. Según la información entresacada del libro-guía, estas rocas constituían un misterio geológico pues parecían fuera de lugar en relación con el entorno. Era también un lugar de mitos y leyendas, y había servido de capital en el antiguo reino Ndongo. Además, desde los antiguos tiempos de la reina Ginga (famosa reina ndongo) había sido un punto estratégico: presidio durante años de la colonización portuguesa y, también, campo de batalla entre las fuerzas de la UNITA y el MPLA. Llegó hasta allí en la moto alquilada después de atravesar zonas inhóspitas llenas de arbustos, campos de caña de azúcar y varios poblados típicos angoleños y, junto con el motorista, subió a uno de los montículos desde donde se divisaba la grandiosidad de estas formaciones rocosas. Sobretodo el sol, pero también una pequeña brisa, acompañaron al viajero insatisfecho en aquellas alturas, y la soledad de la ruta y la naturaleza virgen que la envolvía, eran buenos estímulos para el gozo personal, aunque temporal.


Secado de mandioca en los arcenes

Si bien era domingo, y temía por el volumen de turistas (luego, estaría casi solitario), después de visitar aquella zona de rocas decidió acercarse en el mismo transporte a las cataratas de Kalandula. Había una buena carretera entre Cacuso y Kalandula lo que facilitó que el tiempo de trayecto no fuera exagerado. No obstante, tenía toda la tarde por delante y la distancia eran unos cincuenta kilómetros. Una sentada de una hora en la moto, con el culo dolorido, sería el resumen del recorrido. Bueno, también las escenas habituales del secado de mandioca en los arcenes y las extensiones del verde que rodeaban los bordes de la carretera. Hierbas altas, de más de dos metros, que impedían la visión de todo lo que circundaba.

La vista de las cataratas fue algo llamativo y colorista. Se llegaba a la parte alta, donde se iniciaba el salto, y desde un mirador construido ad hoc se observaba toda la caída del agua en su conjunto. De una altura de 105 metros y una anchura de 400, la ancha cascada conformaba una escena espectacular. El sonido del agua y el arco iris que se formaba en conjunción con el sol imperante eran dignos de un bello recuerdo. La bajada al pie de las cataratas se realizaba por una senda resbaladiza y complicada. Optó por dejar esta experiencia para otra ocasión debido a sus problemas de rodilla y a la posibilidad de un resbalón nada recomendable. Además, se podía uno acercar al borde mismo del salto, con el peligro que ello conllevaba, aunque varias señales recomendaban no hacerlo.


Cataratas de Kalandula

Eran imponentes las cataratas de Kalandula, la imagen turística de Angola, naturales, bellas e intimistas en su disfrute. Recordó que el pantallazo de bienvenida que aparecía en las televisiones del avión de la compañía bandera angoleña, TAAG, que le había llevado al país, era de esas cataratas. 


Cataratas de Kalandula

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20 de mayo de 2023

La entrada en Angola


Eu love Luanda, en 'la Marginal' de Luanda

La llegada a Luanda, la llegada al Aeropuerto Internacional 4 de Fevereiro, generaba ya una primera, aunque muy pequeña, incertidumbre. Según las informaciones que ya poseía el viajero insatisfecho, había tres cosas que reducían las posibles preocupaciones: el aeropuerto se encontraba inmerso en la zona urbana; el aterrizaje era a primera hora de la mañana, no de noche como solía ocurrir en muchos viajes africanos, y la distancia al hotel era en cierta manera mínima. Insiste en ello pues las llegadas a estos aeropuertos siempre le generan una extraña inquietud.

Avenida 'la Marginal', vista desde la Fortaleza de São Miguel

Se presentaba allí con un pre-visado, pero necesitaba la pegatina en el pasaporte con la que actualmente se suelen formalizar y pagar el inevitable “impuesto revolucionario” por este visado real. Una larga y prolongada cola para este fin fue lo primero que se encontró. Como no había facturado su mochila grande, sino que la llevaba consigo, la preocupación por si había llegado o no el equipaje a la cinta transportadora desaparecía. Luego, el desarrollo del resto de actividades fue rápido. Cambió un poco de dinero en kuanchas (moneda local) y salió al exterior dispuesto a conseguir un medio de transporte para acercarse al hotel –un hotel que ya había reservado por internet (2 noches)-. Los hoteles en Luanda son excesivamente caros ¿por qué? Este mochilero no acierta a descifrar exactamente los motivos, pero algo tendrá que ver el que los precios -en la parte de Luanda donde se movían los negocios y las exportaciones de materias tan sugerentes como el petróleo o los diamantes, o las importaciones de productos básicos que Angola no generaba- se hincharan sin control para todos los extranjeros que allí desembarcaban. Si no era por esto que alguien se lo explique. El resto de barrios de Luanda, más baratos, se convertían en poco apropiados para el foráneo que llegaba a pisar el territorio.

Arribó en el recomendable y asequible hotel Ritz Capital, que había reservado por internet (luego, se daría cuenta de que nada que ver con el desorbitado precio de las habitaciones en el mismo hotel si se contrataba directamente en Recepción), dispuesto a desmenuzar y descifrar una parte de la ciudad, comenzando por los barrios aledaños. Tenía dos días, pues el proyecto era salir zumbando de allí cuanto antes.

El primero de ellos, visitó la Marginal -el paseo marítimo de la ciudad, moderno y tranquilo- y se acercó a la Fortaleza de São Miguel, precioso fuerte portugués situado en lo alto de un pequeño cerro, con vistas hacia toda la bahía y a la entrada de la ilha do Cabo (más bien península, pues estaba unida al continente). En esta fortaleza actualmente se situaba el Museo Nacional de Historia Militar de Angola, donde se mostraban sobre todo armas utilizadas en las últimas batallas libradas a fin de convertir el territorio en país (en Estado), y otros elementos más antiguos en un edificio central, o casamata, adornado con multitud de azulejos de la época portuguesa. Bellos azulejos, que hacían honor al nombre pues todas las escenas representadas y dibujos eran azules. En la llamada avenida la Marginal se encontraba el cartel “Eu love Luanda”, similar al de otras muchas ciudades, en otros tantos países de todo el mundo.


Interior de la Fortaleza de São Miguel


Casamata de la Fortaleza de São Miguel

El segundo día, un accidental resbalón/caída a primeras horas de la mañana en los adoquines de una pendiente acera, frustró todos sus proyectos de visita. Dolorido en la rodilla y guardando un cierto de reposo tuvo que anular todos los posibles recorridos para ese día. Bastante tenía con sufrir el percance calladito, sin cabrearse mucho y en la soledad de su habitación.

El viaje con esta caída adversa sería ya diferente, pues se vio obligado a reducir la movilidad lo máximo posible, pasear lo mínimo y hacer muchos trayectos en coche, autobús o moto. Estos últimos, muy frecuentes. Aun así, disfrutó (¡créanlo, amigos!) de su experiencia angoleña hasta el último día.

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25 de abril de 2023

Angola


Sencillo mapa de Angola

Cuando este ‘post’ salga a la luz, el viajero insatisfecho ya estará metido de lleno en un nuevo trayecto de mochila y caminatas. En esta ocasión, un viaje por Angola, país que no ha visitado, pero que siempre quiso conocer.

Angola es uno de los países africanos en los que más ha durado una guerra, que podría llamarse, guerra civil.

En el país, al independizarse en 1975, se formaron tres partidos independentistas, claves para entender la historia de lo que vendría después. Los partidos fueron MPLA, FNLA y UNITA. Éstos iniciaron una guerra antes de iniciar el traspaso de poderes, que cedían los portugueses. Se podría añadir un partido más, el FLEC, que pretendía la independencia del enclave de Cabinda (dentro del territorio del Congo), de Angola.

Todo un conglomerado de intereses, por parte de las potencias extranjeras, y las luchas de poder internas prolongaron la guerra y la inestabilidad hasta los primeros años del siglo XXI. Es decir, hasta hace unos pocos años.

Tiene referencias de que el país circula aún con múltiples problemas, pues tan larga lucha y guerra ha propiciado cierta devastación, sobre todo respecto a los recursos naturales agrícolas. Eso sí, tiene otros potenciales muy importantes como son petróleo, gas e, incluso, diamantes. De ahí que las potencias extranjeras tengan mucho interés en penetrar -ya lo han hecho- con sus garras explotadoras en el país.

Por aquí “mochileará” unos días, tratando de conocer, siempre desde su perspectiva, algo sobre este territorio, antigua colonia portuguesa.

No habla portugués, pero no lo considera un problema. Tal vez, alguna dificultad para moverse por el idioma, pero esto suele ser habitual en sus trayectos.

¡Hasta la vuelta!

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18 de abril de 2023

Sibu y Bintangor, Malasia


Llegando a Sibu, Malasia

Había terminado la visita a Laos, un país con muchas más cosas que ver que las disfrutadas. Había hecho un recorrido de norte a sur y con ello había conocido un poco, sólo un poco el país. Laos se merecía más visitas, sin duda. Se había ganado un tiempo que no le dedicó, seguro.

Después de atravesar la frontera con Camboya, el viajero insatisfecho se dirigió a Phnom Penh. Allí tomaría un vuelo para acercarse a Malasia, otro país que desconocía hasta entonces. Primero, aterrizaría en la parte malaya de la isla de Borneo y pisaría, así, una isla mítica, que siempre desprendió su curiosidad. Sin tener mucha idea hacia dónde ir, decidió empezar por Sibu, en el estado de Sarawak, una ciudad que resultó ser poco atractiva, a orillas del río Rajang. El ambiente de las calles, las edificaciones, lo que desprendía la ciudad a primera vista no le causó buenas sensaciones. Llegó, ya entrada la noche, procedente del aeropuerto, a un hotel con poca prestancia, como todos en los que solía pernoctar, pero éste, además, tenía poco que agradecer a la limpieza y al estilo. Únicamente destacaría la amabilidad del viejo recepcionista que le ayudó en lo que pudo, durante los días que estuvo allí. Al día siguiente, a primera hora de la mañana, daría una vuelta por los alrededores del hotel. ¿Qué encontró? Una ciudad más, moderna y simple, sin ese algo de esencia asiática o, al menos, no lo vislumbró. Poco que hacer en esta ciudad y pensó que, si todas las localidades malayas eran así, sin identidad, no habría mucho que ver y, menos, disfrutar.


El V(B)iajero Insatisfecho, en Bintangor

“¿Qué puede hacer un visitante como yo en esta ciudad?”, le preguntó al recepcionista. Con muchas dudas y con gestos de “¡no tengo ni idea!”, le indicó al final que visitara una población cercana donde había una competición de motos y lanchas acuáticas. Como nunca había visto tal cosa, se lanzó a la pequeña aventura. Un autobús le llevaría a Bintangor. Allí, en el caudaloso río que atravesaba la población, una gran muchedumbre esperaba la celebración de la competición, o eso dedujo, pues no preguntó a nadie. Desde la parada del autobús, guiado por la gente que circulaba por las calles, llegó al puerto fluvial donde se desarrollaban las carreras. Sin haber visto aún el agua, en los aledaños del río, se cruzó con varias lanchas rápidas trasportadas en remolques, tenderetes con artículos de todo tipo, locales provisionales de venta de comida y fuerte música que salía de las casetas. Ver el ambiente, le animó por momentos. Y pasó la mañana, casi el día, en aquella población disfrutando del jolgorio de fiesta y competición que desprendía el entorno. Sin duda alguna, era el único extranjero que por allí pululaba. Nadie de la multitud parecía proceder de otro sitio que no fuera de la propia isla de Borneo. Recorrió gran parte de los grupos de forofos allí asentados en los muelles, en los edificios que bordaban el río y en los ribazos que el propio cauce había propiciado, y no pudo deducir que alguno de ellos fuera turista o mochilero.


Competición de lanchas rápidas

Competían unas motos acuáticas y unas lanchas de aerodinámico diseño, decoradas con colores alegres y llamativos, y equipadas en apariencia “a la última”. Se celebraron varias carreras en un circuito de ida y vuelta por el ancho cauce. Vistosos derrapes cuando debían girar 180 grados, y tomar el sentido contrario, justo después de traspasar una boya. Velocidad espectacular sobre el agua. Presenció varias competiciones y diferentes modalidades de pruebas. Le interesaban las lanchas, la competición, pero también le agradaba observar a aquellas gentes en su terreno, con sus alegrías y decepciones. Los malayos eran morenos de piel y se les diferenciaba perfectamente, pero había también una gran mixtura, pues se cruzaba con muchos locales orientales de rasgos chinos. No pasó desapercibido. Cuando se encontraba en lugares así no solía ocurrir. Siempre era el extranjero, el distinto, el turista que curioseaba, a quien todos debían echar el ojo.

Así pasó varias horas.

La isla de Borneo le llevaba a una sofisticada modernidad, cuando en el avión pensaba que lo trasladaría a épocas pasadas.


Público, presenciando las carreras

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6 de abril de 2023

Las “4.000 islas” del río Mekong


Don Khon, desde el puente francés

La zona de las “4.000 islas” era una región situada al sur de Laos, haciendo frontera natural con Camboya. El rio Mekong, con su particular color marrón, discurría sorteando multitud de islas de las cuales las más grandes eran Don Det y Don Khon. Según referencias, parecía ser que la mejor de las islas para descansar unos días era Don Det. Allí decidió ir, aunque luego se daría cuenta de que cualquiera de las dos hubiera sido una buena decisión. Para alcanzar la pequeña isla, en el centro del río, el minibús desde Pakse le dejaría en Nakassong, a orillas del río. Desde allí, en unos minutos, un pequeño bote le acercaría a su destino.

Don Det y Don Khon eran, sin duda, un destino de turismo de mochila. Un turismo que, como despedida de Laos antes de salir por el sur hacia Camboya, buscaba un lugar tranquilo de relax, al sonido de las aguas del río Mekong y los silencios de los campos de arroz. Porque ambas islas eran eso: paseos en barca, caminatas entre arrozales y trayectos en bicicleta por caminos de tierra y piedras.

El viajero insatisfecho se adaptó al ambiente de inmediato. Nada más llegar. Alquiló un pequeño hotel, algo más caro de lo habitual, pero teniendo en cuenta que era zona turística lo tomó como plus impuesto y, después de una ducha, se dispuso a inspeccionar aquel conjunto de callejuelas, con hoteles o guesthouse, y casas de pescadores y de dueños de arrozales. Había muchas tiendas de alquiler de bicicletas, puestos de venta de regalos, bares y pequeños restaurantes, algunos de ellos con terrazas sobre pilotes con vistas al río. Los carteles anunciaban: Mekong river tours, Money exchange, Rental bikes, shop,…de todo. Y todo para el disfrute de mochileros, también para las gentes de paquetes turísticos. Un par de perros peleaba a la entrada de un bar y varios gatos observaban el juego, entre vigilantes y curiosos. Las aguas circulaban mansas, silenciosas como un desfile fúnebre, por los laterales de la pequeña isla. Con buenas sensaciones, se retiró a su habitación.


Mujeres recolectando arroz

A la mañana siguiente, alquilaría una bici para recorrer los arrozales de la isla y se acercaría a Don Khon para lo que era preciso cruzar el llamado puente francés, aún entero y útil para el trasiego e intercambio entre islas. Don Khon tenía una carretera central recientemente asfaltada y llana lo que posibilitaba un reposado pedaleo. Visitó las cataratas Somphamit, donde el rio Mekong generaba pequeños, pero ruidosos saltos, debido al terreno rocoso por el que atravesaba. Los sonidos que saltaban al aire cuando el agua y la espuma rompían con las rocas, atronaban. En aquellos momentos, dos jóvenes locales en la misma orilla de la corriente envenenada colocaban redes o algún artilugio que desde donde estaba no conseguía distinguir. ¡Eran dos reyes de las aguas feroces del Mekong! 

También, pedaleó sin mucho esfuerzo hasta el extremo sur de la isla donde se ubicaba un antiguo puerto fluvial francés. El agua de un coco le sirvió allí de líquido revitalizador.

Otro día, andando, disfrutaría más de las orillas y de las aguas del mítico río de la Indochina colonial.


Cataratas Somphamit, en el río Mekong

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25 de marzo de 2023

Vat Phou, a unos kilómetros de Pakse


Gigantesco buda. Al fondo, Pakse

Los alrededores de Pakse, además de lo ya citado en el post anterior, ofrecían otros enclaves interesantes, o visitables. Cruzando el río Mekong, en la ladera de una pequeña montaña que se alzaba a lo lejos había otro monumental buda que extendía su mirada reposada sobre toda la ciudad, postrada a sus pies. Allí se dirigió el viajero insatisfecho dispuesto a alcanzar el enclave, después de ascender varias escalinatas, con gran pendiente e inclinación. Desde lo alto, se divisaba Pakse en toda su amplitud, el río Mekong y sus alrededores. Al lado del gigantesco buda, decenas de budas más pequeños, de tamaño humano, se alineaban en un lateral de un templo budista muy venerado y visitado. A aquellas horas, solitario, para satisfacción de este intruso mochilero. Los pequeños budas eran regalos de líderes extranjeros en sus visitas al país o presentes de prestigiosas instituciones internacionales al pueblo laosiano. En un pequeño letrero figuraba el origen del obsequio. La ascensión y la visita le ocuparían casi la mañana. En lo que quedaba de ésta, y en la tarde, se acercaría en su motocicleta Honda de alquiler a la cercana ciudad de Champasak, a unos 30 kilómetros.

Filas de budas

Champasak era el nombre de la provincia y de una población. Cerca de ésta se encontraba el antiguo templo de Vat Phou, objeto de la visita.

Vat Phou era un complejo en ruinas del imperio jemer, construido en el siglo XI, y declarado como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en el año 2001. Este antiguo imperio jemer era el mismo que construyó los templos de Angkor, en Camboya, más monumentales, sin duda, que Vat Phou. El complejo constaba de unos lagos artificiales, de los que partía una calzada ceremonial, delimitada por dos filas de pilares con forma de flor de loto, hacia la parte intermedia, donde se ubican sendos edificios cuadrangulares caracterizados por conservar bellas decoraciones talladas, pero ya bastante deterioradas por el paso de los años. Después, una escalinata central ascendía por la ladera a la parte más alta y sagrada de templos.


Edificio cuadrangular, Vat Phou

Estas ruinas no eran especialmente espectaculares y carecían de la grandiosidad de los templos de Angkor, en Camboya. Todo el complejo estaba relativamente cuidado, pero no dejaba de ser algo de difícil comprensión para el curioso foráneo, aunque sí alcanzaba la valía para una corta visita.

Además, ¡qué leches!, sólo el viaje en solitario y en motocicleta desde Pakse ya merecía la pena. Los 30 kilómetros de ruta cruzaban por arrozales, donde se veían muchos búfalos de agua de pequeños propietarios; por bosques de árboles y, más cerca de las ruinas, a los lados de la carretera, minúsculos campos de flores de loto.


Calzada, Vat Phou

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10 de marzo de 2023

Pakse, ciudad al sur de Laos


Ofrenda matinal

Siempre ha pensado que los viajes, los trayectos y los instantes no son algo rígido y sometido, y sí, elementos con vida propia. No siempre se atienen a previsiones o programas y cambian, como éste, en este caso. En la salida de Phonsavan hacia nuevo destino, el pensamiento del viajero insatisfecho era encontrar un transporte hasta una ciudad (no recuerda su nombre) que servía de punto de enlace para, luego, tomar rumbo sur, hacia la ciudad de Savannakhet. Lo encontró y se montó, pero mientras circulaban el conductor no le avisó de la parada en esta ciudad y el vehículo continuó su trayecto hacia su destino final, Vientián. A mitad de la ruta, al enterarse, tuvo que tomar otro autobús de vuelta a la citada ciudad que había quedado atrás.

Cuando llegó después de este trayecto inútil, le mostraron un autobús que salía en ese preciso momento hacía Pakse. Sin pensarlo lo tomó. Tenía una parada en Savannakhet pero, como ha dicho anteriormente, los trayectos y los instantes tienen vida propia, no son rígidos, y decidió continuar. Tenía dudas sobre el interés de esta población intermedia.

El trayecto hacia Pakse era largo. Sabía que tendría que pasar noche en el autobús, pero la decisión estaba tomada.

Amanecía en Pakse cuando el autobús entraba en la estación. El sol levantaba su pesado cuerpo luminoso por el horizonte y con sus rayos despertaba a las gentes del entorno. Un grupo de monjes budistas recogía, entonces, las ofrendas matinales entre los pocos creyentes que había por los alrededores de la parada de bus. Una imagen típica, pero no por eso menos sobrecogedora e interesante. La religiosidad y la devoción sobrevolaban el acto. El cuadro que presenciaba era el siguiente: una joven reverenciaba a los monjes en silencio y entregaba la ofrenda con sumisión y fervor; éstos, con movimientos suaves y un paso lento, recibían uno a uno la donación en el cuenco que llevaban colgado del hombro.

El tímido frescor de la mañana recién nacida lo envolvía todo. Los aromas de la naturaleza mezclados con los olores de la ciudad -despertaba entonces- agradaban las sensaciones y el espíritu del recién llegado. La población de Pakse se asentaba a orillas del río Mekong y a los dos lados de un afluente, que desembocaba, justo allí, en él. A primeras horas ya era una ciudad activa, luego con el paso de las horas, sería una ciudad tremendamente vital.


Motocicleta alquilada

Siguiendo las sugerencias del libro-guía tomó una guesthouse de cierta calidad, pero de precio asequible, como suele ser habitual. Los turistas y mochileros que había en la localidad -supuso- estaban concentrados en aquella zona. Callejeó ese día por los aledaños cercanos y paseó por la orilla del río Mekong que allí se presentaba ancho y caudaloso.

Al día siguiente, alquilaría una motocicleta para visitar los alrededores. Un intenso día de circulación, aunque reposado y relajante. La libertad de sentir el aire templado de la zona a la velocidad que los pocos caballos del motor le permitían era todo un privilegio. A ratos, las nubes amenazaban con descargar sobre el nuevo motorista, pero se libró siempre de ello.

Visitó dos espectaculares cataratas a unos cuarenta kilómetros de Pakse: Tad Fane y Tad Yuang, muy cerca la una de la otra. ¡Qué belleza natural la de ambas cataratas, en especial, la de Tad Fane con sus dos bocas naturales y un salto de agua de 120 metros! Disfrutó del camino, de muchas escenas rurales, de los niños que gritaban al paso de la moto, de negocios artesanales a orillas de la carretera y, en general, de la vida laosiana.


Catarata Tad Fane


Catarata Tad Yuang


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24 de febrero de 2023

Phonsavan y la llanura de las jarras


Restaurante en Phonsavan

Phonsavan era una población del centro-norte de Laos, conocida por la Llanura de las jarras y reconocida, recientemente, como Patrimonio cultural de la Humanidad por la UNESCO.

Llegó a punto de anochecer a la estación de autobuses, bastante solitaria y alejada del meollo poblacional, y se hizo de noche cerrada tratando de encontrar un tuk-tuk que le dejara en una de las guest-house del centro. Había varias y llevaba una de referencia, y esto le indicaría al conductor del vehículo de tres ruedas.

La guest-house resultó ser una preciosa casa de dos pisos con habitaciones a lo largo de un jardín o patio interior. Se accedía a ellas por puertas situadas en una galería o corredor que daba a dicho jardín. Se asemejaba a una corrala, pero relativamente nueva y especialmente limpia. Allí pasaría tres noches. La entrada daba a una ancha calle o avenida, en el centro de la ciudad. Frente a ella, un restaurante presentaba a la entrada unos grandes y oxidados proyectiles americanos, a modo de decoración art déco laosiano. En él comería, tomaría alguna cerveza y redactaría notas recordatorias de la ciudad.

Para la visita a la Llanura de las jarras, o tinajas, utilizaría los servicios del recepcionista que en su tiempo libre se convertía en motorista de alquiler. Casado, todo venía bien al joven matrimonio, con hijo pequeño, aunque no le vio excesivamente interesado por el dinero que tan justamente se había ganado.

Llanura de las jarras


Llanura de la jarras
Motorista y las tinajas

Esta famosa llanura, en realidad, constaba de varios asentamientos de tinajas en los alrededores de la ciudad. Pateando uno de estos lugares, parecía ser suficiente, pues todos eran más o menos lo mismo: un “sembrado” de jarras, unas de granito y otras de piedra arenisca, que ocupaban una extensa zona de terreno. Las jarras, de uno a tres metros, estaban esparcidas sin aparente control. Unas tumbadas, otras en pie; unas destrozadas y otras bien conservadas, pero todas ellas formaban un bonito conjunto.

Aunque no se conocía a ciencia cierta el uso de esas antiguas jarras, durante la excavación, el arqueólogo francés Colani, en 1930, observó que su interior contenía restos humanos, aunque no todas, pero muchos huesos mostraban evidencias de incineración. Algunos hoyos o socavones cercanos a las jarras daban cuenta de explosiones de bombas americanas durante la guerra en el país, según dijo el recepcionista-motorista.

El asentamiento visitado, tenía además una cueva, que bien podría haber sido refugio en tiempos bélicos. Ahora, un pequeño buda y unas ofrendas ocupaban uno de los laterales interiores. En el camino de vuelta a Phonsavan, visitaría otro buda, éste de proporciones gigantescas y en apariencia sin terminar, en la parte alta de una pequeña elevación de terreno.

¡Qué obsesión laosiana por construir grandes y dorados budas en los mogotes cercanos a las poblaciones!


Buda, en lo alto de un cerro

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8 de febrero de 2023

En Phongsali / Laos


Mujer (¿akha?) con vestimenta local

Estaba en Luang Namtha, en el norte de Laos, eligiendo y decidiendo el próximo destino: uno de ellos podría ser Phongsali. Sobre esta población se informaba en unas breves líneas del libro-guía. Según éstas, la población se levantaba en una sinuosa meseta, alejada unos trescientos kilómetros, o poco más, de donde se encontraba.

Nunca pensó que fuera tan largo el viaje hasta allí. La carretera era sinuosa, sí, y estaba trazada por las cimas de aquellas montañas que conformaban estrechos valles. De una cumbre a la otra o de una estribación montañosa a la siguiente. Fue un largo trayecto de más de catorce horas de ruta en un minibús cargado de viajeros, y se hizo muy largo. Arribaron a la población muy entrada la noche.

La estación de autobuses estaba a unos dos kilómetros del centro y gracias a la amabilidad de un vigilante de la estación (pagando el trayecto, por supuesto) pudo este viajero insatisfecho localizar uno de los pocos hoteluchos para pasar la noche. Era muy difícil la comunicación en aquella zona donde parecía no haber llegado turista alguno, ni mochilero perdido, pues todo el mundo hablaba su idioma local y carecía, al menos en apariencia, de una mínima infraestructura para desplazamientos por los alrededores. Aun así, al levantarse al día siguiente inició la dura batalla de tratar de conseguir algún medio para visitar algo de la zona circundante. Paró a un veterano motorista que le miró al pasar y, aunque ni era experto ni parecía fuera su labor, se lanzó a negociar el precio del trayecto a Ban Komean, un pequeño poblado -según detallaba la guía- productor de té, ubicado en una de las muchas laderas de la zona. El interés no era tanto por las plantaciones como por encontrar en la ruta algún pequeño pueblo local y tradicional, en el que siempre podría surgir la sorpresa de alguna actividad social típica o arcaica.


Dos trabajadores arreglando la antigua plantación de té

Con la moto circulando por caminos de tierra y piedras, socavones y baches, llegaron a la zona de las plantaciones de té después de casi una hora de trayecto. Nada especial, nada reseñable en el camino, sólo el disfrute de la naturaleza rural y las espectaculares panorámicas de valles y montañas que se extendían hacía el horizonte. Una vez allí, un paseo por los antiquísimos terrenos, con viejas plantas de té. Poco más en aquella excursión rural y sin mayores pretensiones.

Vio varias mujeres con atuendos tradicionales a lo largo de la ruta y, en especial, se cruzó con una que llamó su atención. Le hizo una foto para el recuerdo e intentó conocer su procedencia y el porqué de aquella vestimenta. Imposible la comunicación e imposible averiguar dónde se asentaba su poblado: desistió de conocer sus orígenes, aunque podría ser de algún pueblo Akha de los alrededores.

Pasó una larga mañana por los alrededores de Phongsali, intentando avistar algo llamativo, un poblado tradicional o una cultura local, pero, si bien disfrutó del aire fresco y virgen de la zona, no pudo saborear nada auténticamente antiguo y típico.

¡Cosas de la vida mochilera!


Mujer de la zona


 Copyright © By Blas F.Tomé 2023

27 de enero de 2023

Presentación del libro FAKAHA


Asistentes a la presentación

El viajero insatisfecho no está acostumbrado a presentaciones o charlas. No es un lobo de conferencias ni un ave rapaz de soliloquios ante un público más o menos entregado, conocido o, todo lo contrario, difícil. Pero reconoce que en esta ocasión se sintió pleno, contento, feliz y ubicado (muy importante sentirse ubicado). Era el día de la presentación de su libro “Fakaha. Los pintores del bosque de Pablo Picasso”.

Llegó a la librería Gaztambide, donde tenía lugar la presentación, con el tiempo suficiente para sentir el local como algo suyo, como si fuera el salón de su casa o un habitáculo familiar ¡Hacerse con él! Una llamada de Paco Nadal al móvil preguntando si seguía “en pie lo de mañana” le ubicó definitivamente. “¡No, Paco, que es hoy, que es ahora!”. Era una broma de este gran amigo y viajero, que estaba ya a sólo unos metros el local.

La parte comercial de la librería era un espacio atrayente, lleno de estanterías y mesas con libros, volúmenes y ejemplares de todo tipo, formando un conjunto abigarrado de objetos de culto, aunque también de polvo. El sótano -al que se accedía por una pendiente escalera- igual de sobrecargado y barroco, transportaba al visitante hacia la intimidad y la cercanía. A sentir la protección de tanta letra enlatada y tanto libro envasado en estanterías laterales y frontales.

Y llegó Paco Nadal.

Saludos y sonrisas de bienvenida, ante otro gran amigo, Pepe, que instalaba una cámara para recoger la charla y empaquetarla luego en el recuerdo. El público asistente comenzó a llegar en tromba. Puntuales, deslumbrantes, contentos y animados. Algunos besos; a otros, abrazos. Algún saludo de lejos, pero cercano.

Y aquellas filas de sillas, que vio -en principio- como demasiadas y excesivas, se fueron ocupando. Culos y más culos se unieron al cómodo asiento. Sobre ellos, amigos y amigas relajados, pero expectantes. Más personas bajando las escaleras. No cesaban de entrar. Se llenó, y comenzamos. En los siguientes minutos, las escaleras de acceso sirvieron también de reposo para los más retrasados.

“Voy a empezar contando cómo conocí a un personaje como Blas, a un personaje peculiar. No me diréis que no es peculiar, porque rarito, rarito es”, así comenzó el acto de presentación de este libro africano y picassiano. Más, en concreto, de su autor. Estas fueron las primeras, cariñosas y sinceras palabras de Paco Nadal, desde aquel alto taburete. El público, sin duda, comenzó a darse cuenta de qué iba aquello y del tono en que iba a discurrir la reunión. Las sonrisas de los asistentes afloraron y todo el mundo se relajó. El primero, el que escribe estas líneas.

“Desde que abrí un blog en El País, desde el minuto uno, apareció un tío, un tal Blas F.Tomé, que me hacía comentarios en todas y cada una de las entradas. ¡Era un tocapelotas! No os lo podéis imaginar”. Paco ya se había ganado al público con ese tono, con esa facilidad de comunicación, de exteriorización de sus sentimientos y cordialidad en sus palabras ¡Gracias, Paco!

Todo, a partir de ahí, discurrió con un público animado, predispuesto a escuchar, a dejarse encandilar por el agradable y experto viajero, Paco Nadal. Se habló de África, de Picasso, de las máscaras, de las religiones animistas, de los recorridos mochileros, de los precarios hoteles, de sexo, del turismo de agencia, de cómo se había fraguado el libro […], de todo. Se expusieron ideas y temas africanos a diestro y siniestro. Al final, hubo preguntas. Y deduce este mochilero: porque el tema había sido interesante.

Gracias, a todos, por asistir. Gracias, Paco, Pepe, Zule, Pilar, Isabel, José Ignacio, Oriente, Inma, Perpe, Carmen, Beatriz, otra Beatriz, Jesús, Cristina, José Manuel, David, Ania, Marta, Melchor, Melchor Jr., Rus, Lou, Luis, Paula, Lola, Merche, Begoña, Prado, Melda, Nacho, Miriam, Miguel, Zulayka, María, Tatiana, Juan, Sandra, Noemí,... , y gracias a todos los que no cite por su nombre.

¡Un rato muy agradable!

VÍDEO

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21 de enero de 2023

Aquel norte de Laos


Paisaje laosiano

Nada más llegar a la población de Luang Namtha, en el norte de Laos, después de un día completo de transitar por no muy buenas carreteras, donde los baches imperaban a sus anchas, el viajero insatisfecho se encontró con una pareja de españoles, que se convertirían en compañeros de recorridos los dos días que estuvo en esta localidad. Un simpático y armonioso duplo, incansables fumadores y trabajadores de Correos.

El primer día, después de alquilar dos pequeñas motocicletas automáticas, se lanzaron a la carretera en busca de puntos interesantes por la zona del Parque Nacional Nam Ha. Era un lugar que “vendían” como ideal para hacer trekking, pero este mochilero cree que la opción elegida -hacerlo en moto- no fue desacertada. La carretera cruzaba el parque y, durante el trayecto, realizarían varias paradas. Una de ellas, en un poblado tradicional laosiano donde la amabilidad de las gentes, las tareas que realizaban y la alegría de los niños hablaban de su naturalidad y, hasta cierto punto, de sus raíces, ancladas aún en lejano pasado, pese a estar ubicados a orillas de la carretera. Aparcadas las motos al lado de aquellas casas de madera que formaban este tranquilo poblado rural, pasaron un buen rato disfrutando de la alegría de aquellas gentes. Muchos niños jugaron a ser niños y varias ancianas miraban con curiosidad a los foráneos invasores.


Poblado tradicional laosiano

Pararon, también, cerca de los campos de arroz que salpicaban la ruta para fotografiar de cerca las labores de la recolección y visitaron una cueva -resultó estar abandonada- que se anunciaba a pocos metros del camino. Una buena cerveza y un sabroso arroz con delicias locales sirvieron para tomar fuerzas. Después de descansar, iniciaron el camino de regreso a Luang Namtha.

En la siguiente jornada, una nueva ruta exploratoria: inspeccionaron las cataratas de Nam Dee, nada espectaculares y, después de retomar la carretera principal, se acercaron a Muang Sing, ciudad fronteriza con China, llena de chinos. Muchos kilómetros: parte de la vuelta y la entrada a la ciudad de origen fue ya de noche.

No había grandes cosas. La zona no tenía espléndidos y grandiosos monumentos, pero hicieron kilómetros y kilómetros experimentando la libertad, la alegría del relax y la pasión por descubrir nuevos lugares y sentir remotas sensaciones.


Recolección de arroz

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5 de enero de 2023

Fakaha. Los pintores del bosque de Pablo Picasso


SINOPSIS

En un reciente viaje que el autor realiza a Costa de Marfil, visita el pueblo de Fakaha, una población perdida en la sabana boscosa del norte del país. Allí se encuentra un cuadro, supuestamente pintado por Pablo Picasso a su paso por esta localidad, a finales de los años sesenta del siglo pasado. Las gentes de Fakaha, según algunos inverosímiles testimonios y el documento acreditativo adosado al viejo lienzo, fueron testigos de la llegada de aquel hombre blanco, viejo, descamisado y descalzo. Allí dejó –ahora, expuesto entre todas las telas- un ingenioso lienzo salido de su imaginación, sus manos y sus pinceles.
El autor comienza aquí la construcción del relato de aquel idílico e improbable viaje de Pablo Picasso a tierras africanas, en 1968, a punto de cumplir 87 años. Este libro es una interpretación imaginaria de aquel viaje del artista en busca de la realidad mística y mítica de las máscaras africanas, elementos claves en ciertos momentos en la evolución de su pintura. A través de las páginas, que reconstruyen el trayecto de Picasso realizado por el país en aquellos difíciles años, y de los capítulos en los que el propio pintor expone diferentes hechos en ciertas etapas de su vida, el autor profundiza en la visión trascendental del creador, sus obsesiones pictóricas, su evolución artística y hace, en fin, un singular repaso a la vida del pintor malagueño.
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Para más información y adquisición [AQUÍ].
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Muñoz Torrero, 1
37007 - Salamanca

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1 de enero de 2023

Luang Prabang, ciudad Patrimonio de la Humanidad / Laos


Museo del Palacio Real

El trayecto de Vang Vieng a Luang Prabang, en un minibús repleto de pasajeros, fue toda una aventura de baches, saltos y sobresaltos. Un gran derrumbe de tierras en la carretera -atravesaba ésta una zona montañosa- hizo que a la duración del viaje se añadieran tres horas: la espera para sobrepasar con tranquilidad aquel inconveniente. Fue necesaria la intervención de una gran máquina con pala para limpiar el terreno y arrastrar a los vehículos hasta cruzar el trecho de zona afectada. Llegaron a Luang Prabang ya entrada la noche cuando lo previsto había sido alcanzar la ciudad con la claridad de media tarde.

Luang Prabang era una ciudad espectacular, muy turística. Guardaba aún el encanto de antigua colonia francesa pero poblada de multitud de templos, monasterios y todo tipo de vestigios budistas. Y monjes, muchos monjes budistas. Se contaban por cientos, puede que por millares. Monjes madrugadores, para recoger las ofrendas de sus fieles.

La ciudad, a orillas del río Mekong, rodeaba al templo Phu Si, erigido en lo alto de una pequeña montaña o elevación en cuya ladera crecían árboles y arbustos (De noche, la estupa débilmente iluminada, que coronaba el monte y el templo, parecía flotar sobre la ciudad, que dormía en su base).


Jóvenes monjes budistas preparando adornos


Templo, con la naga preparada para el desfile nocturno

La jornada transcurría para el viajero insatisfecho entre los paseos y las visitas a la multitud de templos perdidos en sus calles y callejuelas: Wat Mai Suwannaphumahm, Wat Ho Pah Bang, Royal Palace, Wat Siang Thong,… y más y más templos. También, con los recorridos por la parte alta de la ribera del río Mekong, donde un gran número de cafés y restaurantes animaban al turista a presenciar el tranquilo transcurrir de sus aguas, y a disfrutar de las maravillosas puestas de sol, perdido en ese momento entre la vegetación de la orilla contraria, las palmeras y el verde que lo imprimía todo de color.

Había muchos sitios en esta ciudad dónde centrar la mirada: en los templos; en las casas coloniales; en las guesthouse típicas, aparentemente limpias y muy cuidadas que salpicaban la parte más vieja de la ciudad; en los puestos callejeros, y en la amabilidad de sus gentes que no parecían estar hartas de la constante invasión del turismo.

Todos los días, en las primeras horas de la noche, se montaba un mercadillo variado de productos locales, de objetos turísticos, de jugos tropicales, de comida. Cientos y cientos de puestos sobre el suelo, en la calle principal que adquiría el valor de peatonal. Todo esto se añadía al Night Market que tenía su sitio fijo en una gran plaza en la base de la montaña central. Se llenaba de puestos, de mesas, de luces y, en general, de vida. Todo Luang Prabang parecía cenar en la vía pública y vivir al son que marcaba el extranjero, el foráneo que buscaba cosas típicas y originales.


Templos iluminados el día antes del Festival de la Luz

Una de las noches -recuerda que fueron tres- se celebró el Festival de la Luz o Barcas de fuego, de gran colorido, luces, carrozas de dragones o serpientes y gente alrededor. Una celebración local y tradicional, desvirtuada en los últimos años por la multitud de turistas, aunque aún mantenía cierta autenticidad. Una procesión de grandes barcas, repletas de velas encendidas y recubiertas con papel de colores sobre una estructura de bambú formando grandes serpientes luminosas: las nagas, diosas de las aguas. Estas grandes nagas iluminadas avanzaban por la calle principal hasta el principal monasterio de la ciudad, el Vat Siang Thong. Por un antiguo embarcadero real descendían hasta las aguas del río Mekong, donde las barcas eran liberadas creando un espectáculo precioso.

Una de las nagas en el desfile del Festival de la Luz

Había, además, en los alrededores, sitios que merecían una visita. Unos botes en la ribera del río Mekong, ofertaban recorridos a las cuevas Ban Pat Ou, y varios tuk-tuks, estacionados en los alrededores de Night Market, ofertaban visitas individuales o colectivas a las cataratas de Kuang Si. No era complicado pues llegar a estas cataratas, a unos 30 kilómetros de Luang Prabang. Varios pequeños saltos de agua durante un pequeño recorrido culminaban en una gran catarata principal.


Cataratas de Kuang Si


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