28 de marzo de 2024

Llegada a Sudáfrica


Hotel Kimberley


Taberna, Hotel Kimberley

El viaje a Sudáfrica era una cuenta pendiente. Tenía comprado el vuelo en el 2020, pero la variante sudafricana del coronavirus frustró tal viaje. KLM le devolvió el importe del billete, pero siempre quedó sonando “el run run“ (como dice la canción de Estopa) de un viaje no realizado.

Largo trayecto se impuso el mochilero por conseguir el vuelo más barato: Madrid-Doha-Ciudad del Cabo, y regreso, a la inversa. Llegó a Ciudad del Cabo por la tarde, a última hora. Tenía una habitación contratada por Booking en el centro de la ciudad y hasta allí le llevó el taxi, con el correspondiente “impuesto-novatada”. No quería estar nada más que un día, aunque esta ciudad necesita varios, pero pensaba —como siempre— dejar la visita como colofón del viaje.

Durmió esa noche en el Kimberley Hotel, que ya tenía reservado: un bonito edificio, colonial y viejo. Tenía una taberna, en el bajo comercial, digna de ser visitada: clásica, auténtica, con sabor de mediados del siglo XX, y mantenida tal y como debió de ser en sus orígenes. Allí se tomaría la primera cerveza sudafricana y escucharía ritmos de música “de los 80, 90 y 2000”.

No había decidido qué rumbo tomar y entre trago y trago, entre acordes que le entraban por los oídos, fue planteándose el trayecto sudafricano a ritmo también de la vieja guía de Lonely: el primer destino que veía en su mente era Bloemfontein, para desde allí dirigirse a Lesoto.


Edificios coloniales, en Long Street

Pasó todo el día siguiente recorriendo sin rumbo el centro de Ciudad del Cabo, sin programar nada, sin atenerse a un plan, sabiendo que le dedicaría tiempo al regreso. Paseó por los jardines de la Compañía; el edificio donde Mandela dio su primer discurso al salir en libertad; Long Street, la calle más auténtica, que mantenía muchos edificios coloniales; pequeños mercadillos en el centro; Slave Lodge, casa museo de los esclavos; castillo de Buena Esperanza, que estaba en la ciudad no, como pensaba, en su homónimo cabo.

¿Había peligro en este viaje? Parecía que ese rápido trayecto urbano fuera para sacar conclusiones. Pero, no, no tenía esa intención. Era, en realidad, una inspección de curioseo viajero. La Table Mountain (icónica montaña de fondo) estuvo todo el día cubierta de nubes y la pregunta interior de cómo sería con el cielo despejado se quedó sin contestar. Ya lo averiguaría a la vuelta. Vio en el rápido recorrido tantos negros como blancos, sin observar extrañas diferencias. Vio turismo, se apreciaba un constante goteo de visitantes que parecían fáciles de identificar. Y lo eran. Algún “sin techo”, pero como en todas las ciudades. ¿Qué tenía entonces de especial Ciudad del Cabo? Su ubicación; su función económica como puerto, su realidad social, y sin duda su historia.


Castillo de Buena Esperanza

Era sábado y, en varias plazas, vio y oyó grupos de jóvenes cantando y bailando música góspel, o sin ser tan puristas, música de ritmos que siempre identificamos como de negros. En un círculo, muchos turistas observaban, tiraban fotos, alguno bailaba al ritmo y, otros, cumplían con la cita del sombrero, allí colocado para la consabida colecta. El primer día, el viajero insatisfecho terminó agotado, había recorrido de norte a sur y de este a oeste todo el centro antiguo de la ciudad.

La abandonaría al día siguiente.


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9 de marzo de 2024

Salar de Uyuni, última etapa boliviana


Salar de Uyuni, Bolivia


Monumento Dakar

Uyuni, el salar de Uyuni sería la última etapa reseñable del viajero insatisfecho en Bolivia. Después vendría el paso de frontera con Argentina para internarse en este país, y conocer, a la vez, Paraguay.

Llegó a este municipio boliviano (Uyuni), procedente de Potosí, en un autobús que había tomado a primerísima hora de la mañana. Fueron dos o tres horas de viaje (no recuerda) y, una vez abandonado el bus, se uniría a una expedición de cuatro personas (todas ellas españolas, aunque no conocidas hasta entonces) para hacer el recorrido en 4x4 por el salar y, dos días más, para recorrer Reserva Nacional de Fauna Andina Eduardo Avaroa. Era una buena manera de hacerlo, y poder disfrutar así de los atractivos de estos lugares únicos.

Con una superficie aproximada de 10.500 kilómetros cuadrados sobre el altiplano, era el desierto salado más grande del mundo. Una inmensa llanura blanca, y sin duda una inmensa panorámica, de las que se podían grabar en la retina para siempre. De hecho, se le grabó. El salar de Uyuni representa un importantísimo motor económico para Bolivia, no sólo por ser un reclamo turístico que atrae a miles y miles de personas cada año, sino porque de él se extraen anualmente unas 25.000 toneladas de sal. Además, se encuentra la mayor reserva de litio del mundo, y ya se sabe lo importante que se ha vuelto este mineral para unas amigas del género humano: las baterías.


Cementerio de trenes

La excursión comenzó con la visita al cementerio de trenes, un lugar extraño con un montón de vagones oxidados que no se levantaban de allí por su atractivo fotográfico para turistas y viajeros. O eso creyó. Posteriormente, la incursión en la extensión blanca, casi infinita — kilómetros y kilómetros— ocuparía todo el día. A una velocidad constante de unos 40 kilómetros por hora, se hicieron paradas en diferentes sitios para admirar ciertas peculiaridades. La primera parada, después de recorrer varios kilómetros fue para pisar el salar (caminar sobre él), sentir y palpar su atractivo, y hacer las siempre imprescindibles fotografías. La segunda, para también retratar el “monumento Dakar” y zampar el almuerzo correspondiente en un restaurante-comedor, allí, al lado del monumento. En el resto de la tarde, el trayecto se extendería hasta la isla Incahuasi, en medio del salar (en quechua significaba «la casa del Inca»), una isla repleta de cactus gigantes que podían llegar a los diez metros de altura. Después de varios kilómetros de recorrido una parada para hacer las originales fotos con peculiares perspectivas, una actividad muy popular (¿y ridícula?), pero que dejaba imágenes simpáticas. A última hora de la tarde, visita al lugar que vulgarmente era conocido como ‘de los reflejos’, para hacer más fotos, usando el efecto de la luz y la suave capa de agua, y conseguir más originales instantáneas. Cree, no obstante, este mochilero que lo mejor del salar de Uyuni, sería disfrutarlo, pues contarlo se hace reiterativo y difícil. De todo ello, se grabaron las imágenes en la mente, mantenidas para siempre como un poso de vivencias.


Juego de perspectiva


Isla Incahuasi

Después de una noche en un humilde hotel construido a base de bloques de sal, comenzaría el itinerario por la Reserva Nacional Eduardo Avaroa, durante dos días. Impresionante y muy bella excursión. Se recorría toda una altiplanicie rodeada de grandes montes andinos, algunas lagunas y un territorio semidesértico con espectaculares momentos. El contrato de esta marcha hablaba de los siguientes lugares y zonas a visitar: laguna Cañapa, laguna Hedionda (fuerte olor a azufre y sedimentos), desierto de Siloli, árbol de Piedra, laguna Colorada, géiseres, desierto Salvador Dalí,….. Multitud de sitios, imágenes y sensaciones que se iban guardando en la retina y en el interior de la psiquis viajera. Las lagunas de coloridos espectaculares (blancos, con verdes, morados y rojizos), los flamencos picoteando y alimentándose de sedimentos y algas, que solamente se encontraban en ellas. Algunos otros pájaros, o llamas y vicuñas, acompañaron en el recorrido para convertirlo en original, auténtico y distintoParajes que se extendían en el horizonte, donde crecían plantas como la queñua o la yareta (arbusto nativo del altiplano, de apariencia similar al musgo).


Árbol de piedra, R.N. Eduardo Avaroa
Terminó todo —después de dos días— y, de nuevo, en la población de Uyuni. Las dos jóvenes vascas y el murciano que le acompañaban se despidieron hacía otras y diferentes aventuras.

Fin.


Laguna Colorada, R.N. Eduardo Avaroa


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