Se le acaba de caer de las manos ‘La tierra de Oz’, de Manu Leguineche, pero no porque el libro fuera malo (tampoco es bueno, conoce otros mejores) sino porque acaba de terminarlo. El libro trata sobre un viaje, pareciera de evasión, a Australia, un recorrido desde la ciudad norteña de Darwin hasta Sidney pasando por Adelaida, en el sur. Así comienza el autor el relato: “Oz, sobrenombre cariñoso e irónico de Australia, inspirado en el país del mago del mismo nombre. Los australianos se llaman a sí mismos ozzies, o también aussies”.
No
tenía ni idea de tal apodo, aunque hace unos días tomo conciencia de nuevo de
él al oírlo en un programa documental de La 2.
¡Qué
cosas tan casuales!.
No
conocía de nada este libro y lo adquirió de segunda mano en una de esas
librerías que últimamente aparecen como churros por los barrios de Madrid.
Estos ejemplares, aún en apariencia nuevos, suelen oler a polvo rancio, a
suciedad añeja pero debe ser ese tufo ya impregnado en el papel que ha ocupado
años y años un sitio en estanterías de casas moribundas. Cree. Consultó en Wikipedia
las obras de este gran periodista y ‘La tierra de Oz’ no aparece entre ellas. Debe de ser un libro menor.
Se
lee bien, no se hace pesado y cuenta anécdotas sobre un país que pareciera
haber nacido hace pocos años. Pero lo que le ha llamado al viajero insatisfecho la atención es la descripción que hace sobre
la ciudad de Sidney que, sin ser una joya literaria ni imaginativa, le ha
gustado y, en cierto modo, le ha incitado a visitarla, aunque no lo tiene
previsto, por el momento.
“Sidney
vive de puertas hacia fuera. ‘Sólo entran en casa para orinar, y eso desde hace
muy poco’, aseguraba un humorista. La arquitectura no es gran cosa, tal vez
porque, como afirmaba el urbanista Richard Johnson, la topografía y el puerto son
tan impresionantes que ‘hemos ignorado la arquitectura’. Las casas pueden ser
vulgares, pero la luz es pura, esa luz alabastrina de invierno que se diría
procede de las heladas montañas de la Antártida para iluminar las alas blancas
del palacio de la Ópera […]. ‘Mi impresión –escribía en 1921 Lord Northcliffe-
es que hay demasiadas diversiones. No se parece en nada a lo que tenemos en
casa’.
[Sus pobladores] son cáusticos y se consideran el ombligo del mundo. Entre los chistes que circulaba hace ya años estaba el del agente del censo que preguntaba a una mujer cuántos hijos tenía y ésta respondía: ‘Cinco, dos viven y tres residen en Melbourne’…..”.
[Sus pobladores] son cáusticos y se consideran el ombligo del mundo. Entre los chistes que circulaba hace ya años estaba el del agente del censo que preguntaba a una mujer cuántos hijos tenía y ésta respondía: ‘Cinco, dos viven y tres residen en Melbourne’…..”.
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