Casa típica de aquella región
Parte
del reconocimiento personal y expreso de que no preparó el viaje a Canadá. No
lo planificó como los canadienses, y el resto del primer mundo (?), quieren que
se prepare. Previsión de lugares a visitar, reserva de hoteles, coche de
alquiler (si fuera posible), planning
de recorridos, reservas de autobuses, aviones o cualquier medio de transporte.
Si, así se inclinaría a hacerlo el más inteligente, así parece ser que se viajaría a Canadá,
a Estados Unidos, a Italia o a San Petersburgo. Todo ello, muy lejos de cómo el
viajero insatisfecho quiere moverse.
¡Se
acabó!
Si
tiene que cumplir todos esos parámetros de estupidez organizativa, de previsión
impuesta por la masificación turística y de falta de libertad de movimientos al
no tener un sitio reservado con unos días, semanas o meses de antelación, este
mochilero leonés se retira a su ‘terruño’ y que viaje el sursuncorda. Tratará -antes de que le acoten aún más el camino a
recorrer- de ir a lugares donde intuya cierta libertad y albedrío. Piensa en la
parte de África que le queda por conocer, tal vez un poco de Sudamérica y algún
que otro país del Extremo Oriente. Si, aun así, necesita el ‘Booking’ como aplicación de cabecera, ya
vera el rumbo a tomar.
¡A
la mierda, la organización!
Que
tiene cosas interesantes este país, Canadá. No lo duda. Que tiene paisajes de
ensueño en sus montañas rocosas. Cierto, y lo sabe. Que sería toda una
experiencia atravesar del Pacífico al Atlántico en un típico tren canadiense. ¡Menuda
envidia este recorrido! Aunque insiste, ¡a la mierda, la organización!
Pero,
una vez referidas estas actitudes a modo de introducción, va a contar algo más
sobre su ‘insulso’ viaje a Canadá. Caros alojamientos, aunque dignas
habitaciones en colegios universitarios (pero no es el estilo de este mochilero
el alojarse así) y la masificación en albergues y otros alojamientos fue tónica
general en su periplo canadiense. No quiere contar, tampoco, la prepotencia que
encontró en alguna de estas estancias, en régimen cuasi-dictatorial, con formas
poco educadas y personajillos en recepción amenazantes hacia el posible o
futurible huésped.
¡Lamentable,
si!, pero cuenta una realidad vivida.
Al
decidir lanzarse desde Quebec a conocer la península de Gaspé que se forma más
al norte, hacia la desembocadura del río San Lorenzo, pensó que una buena etapa
sería llegar hasta Rimouski, donde podía aprovechar para conocer el Parque
Nacional de Bic. Pero los parques nacionales no están al lado de las ciudades
como era de suponer, y ya suponía este viajero. Se acercó a la oficina de
turismo, muy peripuesta y emperifollada, por cierto, para intentar lograr
información sobre la forma de llegar a aquel parque nacional. Pero no, no había
en toda la ciudad ningún tour o agencia
que acercara al visitante al mismo y, por supuesto, no había medio de
transporte público que dejara a cualquier interesado en los alrededores.
Sugerían, desde la oficina de turismo, contratar un taxi. ¡Valiente oficina de
turismo! Aunque bien atiborrada de folletos, lo único que ofertaba era un paseo
por la orilla (asfaltada, eso sí) del río San Lorenzo, una visita al museo del
Mar o al museo Regional de Rimouski,
rutas de senderismo para ‘pasar la mañana’, y poco más.
Isla de Saint Barnabé
Se
levantó animoso al día siguiente en el impresentable hospedaje (a 65 euros la
noche), con dueño estúpido, donde se encontraba. No sólo eso, para ducharse
había que descender varios tramos de escalera hasta el sótano. Decidió
acercarse a la isla St. Barnabé, frente a la localidad de Rimouski. Era una isla
hermosa y tranquila cubierta de bosque, atravesada por senderos, orlada de
playas de piedra y arena y poblada -decía el libro/guía- de garzas reales
azules y focas.
¡Mentira!.
Se
encontró con una islita (4 km. de largo por 400 m. de ancho), eso sí, con una
breve historia de contrabando de alcohol: un cartel al llegar contaba estos
avatares. En otro lugar de la isla, en un cuidado tenderete, se relataba
también la historia, esta sí más duradera, de sus últimos propietarios, una familia
con varias generaciones en ella. Pero, recopilando hechos más antiguos, en el
siglo XVII, la isla fue habitada por Toussaint Cartier, un ermitaño, cuya
historia aún está envuelta en el misterio, aunque todos los de la población
debían conocer. El ermitaño se trasladó al centro de la isla, en el lado sur,
donde construyó una cabaña y un pequeño establo. Se basaba en el cultivo de un
pedazo de tierra y en la cría de algunos animales domésticos. Se creía que
"a veces cruzaba a Rimouski para asistir a los servicios
religiosos de la misión”.
Y
en fin, ¡vuelta a la ciudad!
Esta
situación de falta de oferta de transporte para visitar sitios emblemáticos, le
ocurrió en tres o cuatro localidades más: en Trois Rivières, en Montreal, en
Mont Tremblant,… En algún caso, les sugirió que era algo de lo que deberían
disponer para el turista de a pie, pero levantaban los hombros como indicando
no saber qué contestar.
Como
no había nada que hacer en Rimouski, trató de organizar algo
para su próxima etapa, Gaspé y Percé, en la desembocadura del río San Lorenzo.
Lo primero, fue el alojamiento. Nada. Imposible encontrar algo después de
desmembrar las páginas de ‘Booking’, y
otros buscadores. No se aventuró a ir pues debía llegar de noche a Gaspé y, en
vista de lo ya experimentado, sin un lugar de cobijo era desacertado aparecer.
No quiere cansar con más
divagaciones pero, eso sí, alguno de estos detalles podrían ser elevados hasta
el infinito.
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