El pequeño horno. La alimentación era por arriba
El
viajero insatisfecho (iba con él 'de paquete') sintió
indignación, aunque fueran solo 500 CFAs.
Aquel
paisaje de raros árboles y matojos medio secos era algo diferente al recorrido
matinal, más atractivo éste y con cierta empatía, aunque igualmente sabana
africana. Una sabana, con cierto desdén por poseer una rica tierra, más bien
todo lo contrario, árida, mal cultivada, abandonada al sol y moscas. Algún
pellizco de su inequívoca riqueza le sacaban los gigantes árboles de mango, las
plantaciones de algodón, los recolectores de anacardos o el ralo mijo. El sol
había caído ya bastante de su centro neurálgico y era fácil encontrar solitarias
gentes por el camino dirigiéndose al hogar. Paró, de nuevo, en un cruce de
caminos para orientarse e intentar coger el camino adecuado. Tomó, con acierto,
la vereda más pisada y transitada.
Al
llegar a Koni, un nuevo control policial se veía a lo lejos en la calle
central del pueblo. Con un pequeño rodeo consiguió evitarlo. Un poco más
adelante, en una casa cercada con patio se encontraba el artesano del hierro.
Un grupo de cinco o seis italianos acababan de llegar. Eran los primeros
blancos que vería entonces en el viaje a Costa de Marfil. El mochilero se unió
a las explicaciones de aquel simpático lugareño, trabajador del hierro y la
forja.
La tierra, con alta concentración de hierro
Un
horno, en aquel momento encendido, era el artilugio más importante de su
trabajo. En él conseguía compactar el material ferroso que sacaba de un montón
de tierra, en apariencia normal, aunque -dijo- con un exceso o aglomeración anormal de este material. Esa tierra, en pequeñas bolas, era introducida por unos
orificios en la base del horno a su centro incandescente, alimentado con carbón
vegetal por una abertura en la parte superior del montículo. De aquel proceso extraía
una masa de hierro compacto que al secarse más parecía una irregular roca
coralina.
Ya
tenía el hierro en bruto. Darle forma después en otro horno especial era ya una
labor artesana de hierro fundido por calor y golpes para esculpir las formas
requeridas.
Agujeros en la base para introducir las bolas de tierra
Asistió
allí a aquella exhibición de todo el proceso, atento como no a los detalles de
su elaboración, incluso subió al horno artesano a comprobar con sus propios
ojos el fuego infernal que entonces había en su interior. Una posterior visita
a la exposición de objetos trabajados fue el colofón de aquel trayecto a unos
cuantos kilómetros de Korhogo. Abundaban los estilos y los
tipos de trabajo, aunque se notaba que vivían más de las visitas curiosas que
de una venta real: desde la tradicional azada, rejas, rudos candelabros o
machetes, toscos sonajeros y algunos artículos de decoración de ridículas
formas y, supuso, de mala venta o colocación.
Lo
interesante ya estaba revisado: la forja.
Después, la satisfacción
de haber visto todo aquel proceso artesanal en un apartado lugar.
Estilizando una herramienta, a base de fuego y golpes
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