(Resumirá la visita en este único ‘post’).
A
ello se dedicó los siguientes días. Un planing
ambicioso desde la ciudad de Salta, donde se encontraba, pues las
distancias en este país eran siderales, sobre todo, empeñado como estaba en
hacerlo por la vía terrestre y evitando el avión como medio para los traslados.
Un autobús nocturno le colocaría —después de horas y horas de trayecto— en la
ciudad de Corrientes, a orillas del río Paraná. Esta ciudad, tenía como
vecina muy cercana, la población de Resistencia, otra gran urbe.
Corrientes tenía la parte central urbana muy del estilo colonial, con
reminiscencias arquitectónicas españolas, con calles angostas y un casco funcional.
Había varios lugares antiguos para visitar. Pero la ciudad había crecido y creado
su personalidad propia. Corrientes, a orillas del río Paraná, tenía un moderno
paseo pegado a la ribera del río, aunque su centro histórico parecía no mirar hacia
él. La creencia popular afirmaba que el suelo de Corrientes tenía "payé": Una magia que atrapaba a
todo aquel que lo pisaba y, por más lejos que se encontrara, siempre sufriría
de añoranzas por estas tierras. Fundada en 1588 por Juan de Vera y Aragón, era
la ciudad más antigua del nordeste argentino.
Después
de recorrer el centro y el parque se acercó hasta la Punta Mitre, una de las
siete puntas de tierra y piedra que sobresalían sobre el Río Paraná y que le
dieron el antiguo nombre a la ciudad: San Juan de Vera de las Siete Corrientes.
Orgullosos como estaban de ello, una señora le insistió que hiciera un
recorrido por todas aquellas puntas. Aunque, no eran nada más que pequeños salientes
que los correntinos cuidaron y empedraron para mantener su forma y fama.
Disfrutó
de la brisa.
De
esta ciudad se dirigió hacia la frontera de Clorinda para entrar en Paraguay.
El autobús le dejó en el centro de Asunción, capital de Paraguay, a orillas
del homónimo río, y en la frontera con Argentina. Una pensión, en una típica
casa colonial en la zona centro, con un patio-jardín interior, le sirvió de
refugio nocturno. Le atendió una bella y simpática mujer paraguaya. Cree
recordar que vio muchas de este estilo, lo que en su mente generó un bello
patrón de mujeres paraguayas. En una habitación grande, con una cama king size, permaneció tres o cuatro
noches.
Asunción
tenía unas edificaciones en sus alrededores sin estilo, pero su centro urbano,
estaba relativamente bien cuidado, aun con una Catedral poco altiva, pero,
también, muy apreciada por los locales. Entró en el Panteón Nacional, mausoleo
del país, donde reposaban los restos de diversos personajes de gran importancia
en la historia del Paraguay, siendo, arquitectónicamente hablando, la réplica paraguaya
de Le Panthéon, monumento ubicado en París.
Debe reconocer que no le dedicó mucho tiempo a la ciudad: se habría merecido más oportunidades y pausados recorridos. Otra mañana, se acercó a San Bernardino, en el vecino lago Ypacarai, orillas del lago muy apreciadas por los habitantes de la gran capital, que las utilizaban como zona de veraneo y fines de semana. Podría haber desestimado esta visita, de escaso atractivo para este mochilero.
En
sucesivas jornadas, conoció también Ciudad del Este, una ciudad con inevitable
actividad comercial por ser frontera con Foz de Iguaçú, Brasil. Sobre todo, en
los alrededores fronterizos, esta actividad era hasta excesiva y agobiante.
La represa de Itaipú (“piedra que suena”, en guaraní), que visitó en medio de un aguacero, merecería un capítulo aparte por su grandiosidad y las impresionantes cifras sobre construcción, y acumulación y aportes de agua para dos países. Era una hidroeléctrica binacional que estaba situada entre las ciudades de Hernandarias (Paraguay) y Foz do Iguaçu (Brasil), sobre el río Paraná, en la frontera entre ambos países. Según Wikipedia, la represa “es el resultado de una maniobra diplomática para evitar un conflicto bélico entre Paraguay y Brasil por una cuestión limítrofe”.
(Los lectores, que queráis saber más sobre los voluminosos datos de la represa, visitad "la Wiki").
Conoció,
además, la cercana población Presidente Franco (nada que ver con
el dictador español), donde estaban las cataratas del Monday, que los
paraguayos promocionaban orgullosos, al estar a unos pocos kilómetros de las
famosas cataratas de Iguaçu, en las que no tienen parte. Atravesando la
frontera con Brasil, se llegó hasta estas cataratas, que ya conocía de su viaje
anterior a Brasil, hace muchos años. La experiencia de la visita, en esta
ocasión, fue horrible: agua y agua cayendo del cielo sin compasión durante todo
el recorrido. Tanto chaparrón que, ese mismo día, cerraron la parte argentina
de las cataratas, por desbordamientos y destrucción de varias pasarelas.
(Luego se enteraría de que la parte argentina estuvo cerrada varias semanas más).
Finalizó su recorrido paraguayo, en Encarnación, esta ciudad a orillas del río Paraná, con una envidiable playa fluvial, de gran actividad turística. Visitó la población, su playa y, también, algunas misiones jesuíticas por la zona, entre ellas, la de la Santísima Trinidad, a más de una hora en un autobús local. Otro aguacero, éste a media mañana, le impidió pasear con cierto reposo por todas aquellas ruinas.
Al día siguiente, atravesaría el puente sobre el río Paraná y daría con su cuerpo en la población argentina de Posadas.
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