No
se arrepintió pues era una tranquila ciudad rodeada de montañas y bosques, la
más frondosa que encontraría en todo Armenia. Había reservado a través de Booking una habitación que le resultó
difícil encontrar. El nombre que figuraba como dirección más bien era la parte
de atrás de dicha calle y nadie conocía semejante lugar. Mochila al hombro, se
arrepintió de no haber tomado un taxi. Enfadado y cabreado con la situación,
después de mucha vuelta, preguntas y vaivenes encontró el lugar. Una tranquila
casa, semejante a un chalet, con una habitación de invitados a la entrada del
jardín.
Dilijan
no era muy grande. Se asentaba a la orilla de un río y en la ladera de varios
montículos adyacentes. Verde, muy verde, con un centro que estaba en una de sus
laderas y no por donde pasaba la carretera general. Era domingo y necesitaba
dinero armenio, pero no logró encontrar un sitio donde le hicieran el trueque.
Eso sí, recorrió a pie toda la ciudad en su busca.
Descansó esa noche y en la mañana se dispuso a conocer la zona. Ayudado por el taxista con el que negoció se marcó un recorrido por los alrededores que abarcaba al menos tres monasterios. Sin que su pasión sean las piedras, esto le permitía conocer un poco toda el área. Los taxistas armenios, además, eran muy asequibles para el raquítico bolsillo del viajero insatisfecho, por lo que no dudó en encomendarse a sus servicios. Los dos primeros, eran unos monasterios abandonados en medio del monte, poco visitados y menos atractivos. Le dieron la oportunidad, nada más, de pasear solitario por aquellos parajes pues el taxista en un determinado lugar le mandó subir, primero, por una estrecha vereda hasta donde cuatro piedras añejas formaban una iglesia rectangular y, luego, por una empinada cuesta para alcanzar el musgoso y deshabitado monasterio del siglo X.
El
tercero, más famoso, se encontraba alejado, pero sin problemas. El taxista,
según lo convenido, le acercó, le esperó el tiempo necesario y le devolvió a
Dilijan. Se llamaba monasterio Haghartsin, El monasterio de la danza de las
águilas. Bonito nombre. Construido entre el siglo X y XII tenía tres iglesias:
la de San Gregorio el iluminador, la de la Virgen y la de San Esteban (¡Qué
cosas os cuenta!). Tras una reciente restauración, financiada por el jeque de
Sharjah, de Emiratos Árabes Unidos, las iglesias habían perdido la pátina
histórica y a muchos visitantes les resultaba desconcertante su aspecto
reluciente.
¡Verdad!
En
la parte de atrás, un tronco viejo, quemado y con varios agujeros era talismán.
Atravesar por uno de sus huecos daba suerte.
¿Verdad?.
Regresó a Dilijan. El resto de tarde, unas cervezas, un paseo por la orilla del río y un entretenimiento que le recordaba a sus años infantiles: abrir nueces con una navaja para comer su interior blancuzco, aún sin secar.
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