El Huayna Picchu es la montaña que aparece al fondo en la mayoría de las fotografías de este impresionante enclave. La montaña (dice Wikipedia -y un letrero en su parte alta, también- que tiene 2.667 metros sobre el nivel del mar. ¡¡Pues no es pa’tanto!!) se puede ascender, cómo no, previo pago de un ticket de entrada. Su ascensión es dura, aunque escalonada para inexpertos. Pero al llegar a la cima, y contabilizar 50 minutos de ascensión, al viajero insatisfecho se le hinchó una vez el pecho de satisfacción (¿contradicción?), y muchas veces más, no por la subida de autoestima sino por la falta de aire, que costaba respirar, al ser empedernido fumador (Ya lo ha dejado).
Desde allí, se divisa Machu Picchu como si fuera ‘a vista de pájaro’. Se ven sus formas geométricas, sus delicadas aristas y, aunque palidece su belleza, aparecen sus diferentes tonos de verdor, más suaves y cuidados que los de su alrededor. Desde allí, desde aquella milenaria atalaya, se muestra al visitante el territorio del emperador inca Pachacutec en toda su privilegiada altivez, se ve y se disfruta toda la magia de este inmortal lugar.