30 de junio de 2011

Bienvenida sea una democracia imperfecta

El leonés leía hace unos días en El País que Egipto vive en plena efervescencia, con grandes esperanzas de futuro, “pero la revolución iniciada el 25 de enero -decía la crónica- está resultando muy cara”. El crecimiento económico se ha frenado y el turismo ha huido.
Siendo egoísta, ‘¡bendita huída!’, se dice este viajero insatisfecho, en un momento de ataque de agobio y ansiedad. Aquella experiencia de hace sólo dos años le resultó en ese terreno un poco asfixiante, aunque única, bonita y necesaria, donde las aglomeraciones para ver cualquiera de los monumentos hablaban sobre todo español.
En Abu Simbel, a primera hora de la mañana, después de unas horas de autobús desde Asuán, la muchedumbre hablaba español.
En el templo de Luxor, ya de noche, con una espléndida iluminación de sarcófago, las multitudes, casi sombras, hablaban en español.
En el valle de los Reyes, ya en el interior de las bellas tumbas (¡increíbles!) era fácil que mientras bajaba, el que subía fuera español. Como fácil era, en las visitas a cualquiera de los monumentos, soltar un ¡Ohhh! (de admiración), pero sin duda en las subterráneas tumbas de aquel valle era casi inevitable, como inevitable era el hormigueo del público.
Era como aquel juego de la juventud más joven, ¿Dónde esta Wally? [fotografía].
Piensa en aquellas imágenes y, si bien grita de nuevo ‘¡bendita huida!’, desea al pueblo egipcio un feliz tránsito de la dictadura a, si todo sale bien, una democracia imperfecta
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22 de junio de 2011

Secaderos de pescado, pescado seco

¡Cuántas formas y clases de secaderos de pescado existen en el mundo!. Siempre cutres ellos, pero siempre prácticos y útiles. En Gambia, en esas plazas olía a sabroso asado pero también a desperdicios: los esparcidos en sus alrededores.
En Islandia, los secaderos estaban construidos con grandes palos de madera sobre la arena volcánica de los que colgaban los peces. En Nazaré (Portugal) estaban al lado de sus coloridas lanchas.
En Indonesia…..bla, bla, bla, bla. En Galicia……
En territorio africano, los había desperdigados por las orillas, al remanso del gran lago (Malawi), sobre la arena de una playa atlántica (Ghana) o construidos en forma de hornos alimentados por fuego de troncos de madera (Gambia).


Una vez finalizado el proceso, una vez seco, el pescado se comerciaba en los territorios de interior y en los pueblos de otros vecinos países. Sobre sus cabezas, mujeres y niños ofertaban el producto en mercados, paradas de autobuses, caminos, semáforos o en cualquier bache de la vía susceptible de una lenta rodadura de vehículos.
[En África, los baches se van agrandando, podían ser semi-eternos y traían aparejado, incluso, un mercadillo en sus alrededores. Y esto, que pareciera una exageración del viajero insatisfecho, constituía una normalidad en numerosas áreas africanas].
El pescado seco era, y es también, claro está, una variedad en la dieta alimenticia de los pueblos de tierras interiores.



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14 de junio de 2011

La emocionante vida vegetal

Cuando a la naturaleza se la permite hacer, sin molestar, nos deja muestras como las de esta fotografía.
En un pequeñísimo islote del archipiélago de San Blas (Panamá), despoblado de humanos y también animales, únicamente algún ave posábase en sus palmerales, se producía sin engaños el milagro de la vida.
La pequeña palmera crecía en el arenal de aquella isla; se veía su fuerza y no era un huracán; se veía la potencia de sus hojas y se olía la brisa marina que acariciaba a su sombra. Se apreciaba aún el coco enraizado en la arena, el coco germinando ese brote de esperanza. El proceso vital se había iniciado en aquel paraje abandonado. Encontrar este mínimo apunte de vida era fácil, y admirarlo ayudaba a olvidar la ñoña sensación del viajero principiante.
Pero, aún así, emocionaba estar al lado de aquella planta. El viajero insatisfecho ni se atrevió a tocar una sus hojas; se alejó un poco, se agachó y sacó la fotografía. Luego caminó serpenteante un rato, obsesionado por localizar algún otro signo tan palpable, que no pudo encontrar. Allí, en territorio cuasi-virgen, la fuerza natural era mayor y evidenciaba, por contra, mejor que en otro sitio la capacidad dañina del hombre.




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6 de junio de 2011

Los 'merima' y 'betsileo' alegran a sus muertos

Cada cierto tiempo este veterano leonés recuerda su viaje a Madagascar. Fue, y es, un país de leyendas miles; de cuentos de ‘la Disney’; de ritos ancestrales; de manuales de corsarios y de escritores aventureros. Un país donde este viajero insatisfecho, antes de su visita, situaba su ilusorio país de “Libertalia”; después, una tierra imposible para ubicar nada imaginario.
Y si se citan los ritos ancestrales hay uno especial entre los más recónditos pueblos malgaches: los rituales de la muerte, que se dan, especialmente, entre los merina, pueblo de los altiplanos de la isla, aunque también entre los betsileo.
Ambos pueblos saben honrar y alegrar a sus muertos.
Cada cierto tiempo, los miembros de la familia del fallecido acuden a la ceremonia de "meneo de huesos", que enfatiza los vínculos entre la vida y la muerte. Los familiares abren la tumba y sacan a los muertos que transportan al pueblo. Unos días después limpian los restos, los envuelven en nuevas esteras o sudarios y los entierran de nuevo. Los sudarios viejos son entregados a los recién casados y a las parejas sin hijos para que cubran con ellos el lecho matrimonial. Antes de devolverle a su definitiva morada, la costumbre exige que se jaleen y muevan sus huesos en un ambiente de fiesta y regocijo. Mantener felices a los muertos de esta forma garantiza que sus espíritus seguirán próximos para ayudar a la familia.
Este intruso/mochilero se dejó llevar por un destartalado taxista, en consonancia con su coche, que le prometió, o eso entendió, presenciar uno de estos rituales.
El taxi saltaba, a la vez que tronaba, por aquel camino de tierra y polvo, en un larga carrera/taxi ya regateada. Atravesaron uno o dos pequeños poblados de cabañas de hojalata y plásticos, donde varios perros ‘galbaneaban’ sin enterarse siquiera del paso del ruidoso y viejo Peugeot.
Ya en el lugar supuestamente pactado, en vez de rituales para alegrar a los muertos, lo único que encontraron fue una especie de tumba removida al lado de un arbusto lleno de cristales, fetiches y trapos.
Burdo engaño y pequeñas calamidades viajeras, quizás en esta ocasión, por la falta de entendimiento idiomático.

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