La
localidad nació con el nombre de San Francisco de Cuellar para luego
pasar a llamarse San Felipe el Real de Chihuahua. Se fundó gracias a las
riquísimas minas de Santa Eulalia cercanas al emplazamiento, situado en la
confluencia de los ríos Chuvíscar y Sacramento. Actualmente, canalizado su
lecho con esmero y, en el momento de la visita, con el cauce seco.
Al
arribar allí en el autobús que le traía de otra población del mismo estado (Estado
de Chihuahua), el viajero
insatisfecho se encontró con el problema ya recurrente de buscarse un
alojamiento para descargarse del mochilón un rato y pasar alguna noche.
Preguntó a un joven vendedor de tacos y perritos calientes que le indicó, cree
que con cierta sorna, un hotel barato. Luego resultaría ser un ‘putiferío’.
Como no lo encontraba, se acercó en la calle a otro individuo a interrogarle
por el sitio. El personaje le miró, y dijo “¿pero en ese tugurio te quieres
hospedar?, búscate otro sitio porque de ahí, si sales, sería con lo puesto” (no
fueron exactamente estas palabras, los mexicanos hablaban utilizando su jerga).
Y le indicó otro hotel de mejor calaña.
Después
del alojamiento, todo fue visita, recorrido, miradas, paseos por la ciudad ‘más
perra’ de todo México: Chihuahua.
Quinta Gameros
Le
pareció una ciudad tranquila, llena de elementos históricos. Incluso situándose
uno desde la lejanía, por ejemplo en España, la ciudad tenía cierto recuerdo a
películas de vaqueros y mexicanos, a acciones revolucionarias, a paseos a
caballo de Pancho Villa y a diálogos mexicanos de Anthony Quinn. Le resultaría
difícil definir su sociedad pero tenía algo que le parecía cercano, algo afín.
Visitó
la Quinta
Gameros, una casa señorial que decían era la mejor muestra de ‘art noveau’, o quizás rococó, en México. Diseñada por un
arquitecto colombiano para la familia pudiente Gameros, nunca fue habitada
por sus dueños, debido a la revolución mexicana que la confiscaría tres años
para instalar en sus dependencias el cuartel general de Pancho Villa.
De
allí, a la casa-museo de Pancho Villa, gran héroe de la revolución, eran al
menos seis o siete cuadras.
Cerca.
Aunque llegó, preguntado y preguntando.
Doroteo
Arango Arámbula (1876-1923), así se llamaba, fue un campesino pobre, huérfano, con
escasa formación, bandido, líder del movimiento revolucionario del norte (al
mismo tiempo que lo hacía Emiliano Zapata en el Sur) y el único que consiguió
invadir una parte de los Estados Unidos saliendo victorioso. Murió ‘baleado’ en 1923.
Coche en el que asesinaron a Pacho Villa
Y
allí, en su casa-museo, digna de una reposada visita, se podía admirar el
coche, cosido a balazos, donde el gran revolucionario murió.
Pero aún había otro
personaje mítico en la villa de Chihuahua, y ese personaje era Anthony
Quinn. Allí nació en plena revolución mexicana, y allí era venerado entonces.
Una estatua, en uno de los parques más visitados de la villa, rememoraba su trayectoria
cinematográfica, inmortalizada como Zorba
el griego, bailando el sirtaki.
Estatua de Anthony Quinn, en Chihuahua
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