30 de octubre de 2007

Parque Nacional Tayrona


Cuando se acercaba al Parque Nacional Tayrona -entre la ciudad de Santa Marta y la Sierra Nevada colombiana- este mochilero iba en fila india (tras el guía local, dos jovencísimas danesas y un amigo) por una vereda complicada, donde a veces -las más- la naturaleza era la que mandaba. Una larga senda de subidas y bajadas donde el sol se imponía con fuerza sobre el hombro y la espalda del caminante, a quien exprimía sus jugos como si fuera limón-cítrico.
Al llegar a la playa de Cañaveral (dentro del parque), entre trinos de pájaros que componían su propia música, los agotados viajeros se alegraron de encontrar una playita, casi piscina natural a la orilla del mar, rodeada de rocas redondas y orondas. Agua limpia, transparente, templada para limpiar los sudores del recién llegado, tranquila con sus pocos moradores y serena de espíritu para todo el que se atreviera a mirarla.
Se recorría este precioso parque nacional siempre por estrechas sendas, a veces tayronas, otras labradas a golpe de pisadas de guías y defensores de sus agrestes tierras, vestidas éstas de colores cada día para recibir al atónito visitante.
Llovía cuando al viajero le apetecía andar seco y rugía el mar cuando la tranquilidad del visitante menos lo necesitaba. Bravo el mar, el océano, bravas sus olas que obligaban a poner el cartel de “Es peligroso bañarse”.
Al final se llegaba al “Área de descanso”, que era de jolgorio nocturno mochilero, fumadero de hierbas que colocaban y de relajo musical, en largas horas de hamacas alquiladas.
En la lejanía, en las montañas de Sierra Nevada, se oían -en sueños- los gritos de indignación de los pueblos kogis y arzarios, descendientes vivos de la civilización tayrona.

25 de octubre de 2007

Vacas de colores


Pensé que estaba soñando cuando circulando a 120 kilómetros por hora aparecieron vacas de colores a un lado de la autovía, como pastando en verdes prados de verdes dehesas.
Pero, no.
Eran animales estáticos, surgidos de la mente de algún artista que no recuerdo, pero que supo exhibirse -eso sí lo recuerdo- por las grandes ciudades de una variedad de países. No sé si eran las mismas, o pertenecían a cualquier otro genio moderno de los muchos que plasman su arte en objetos conocidos. Esas exposiciones, en principio itinerantes, comenzaron -creo recordar- por intereses caritativos. Conseguir dinero para una buena causa.
¿Esas vacas de colores que vimos a lo largo de la autovía pertenecerían a ese mundo altruista o serían producto de la vil mercadotecnia?. O quizás, pastarían con reposo para seducir a portugueses y españoles, habituales transeúntes de esos lugares.
Tienen su encanto.
No molestan a nadie.
Alegraron el viaje cateto del viajero insatisfecho.
Decoran la casi-aburrida ruta de Salamanca a Ciudad Rodrigo y, encima, se dejan fotografiar, ¿qué mejor?.

22 de octubre de 2007

Zanzíbar

Como si persiguiera a su “propio Livingstone”, la puerta de entrada de este viajero a África fue la isla de Zanzíbar y, según decía Henry Stanley en su libro En busca del doctor Livingstone, “ignoraba completamente qué era necesario para emprender una expedición al interior de África, y toda la noche estuve haciéndome preguntas, ¿Cuánto dinero se necesita? ¿Cuántos soldados o askaris?...”.
Zanzíbar -continúa Stanley- es el Bagdad, el Ispahan, el Estambul de África oriental”, aunque, ahora, es conocida más popularmente como la “isla de las especias”.
Y es todo eso.
Pero también es una tierra de gentes multiétnicas de ascendencia oriental, árabe, negra, indo-musulmana, europea,…. Llena de comerciantes, en tiempos del explorador Stanley, y llena de comerciantes, en tiempos actuales.
La ciudad vieja o “Stone Town” (Ciudad de Piedra) es un conglomerado -casi laberinto- de calles estrechas. Pasear por ellas es volver, con mente abierta, a siglos ya pasados, es recrearse con las casas, con sus arcadas árabes, sus puertas talladas, hay centenares (ver fotografía), con sus ventanas de celosías y con las mezclas árabes y swahilis en sus habitáculos. Relaja pasear por el laberinto sintiéndote como antiguo morador y posible explorador de las tierras interiores africanas. Relaja sentarse en la terraza del Africa House Hotel, de impresionantes vistas y sillones ahora cojos y destrozados, aunque lustrosos en tiempo de conquistas y épocas coloniales.
Este viajero insatisfecho no quiso mirar al brujo, encantador de serpientes, que, alertado por la afluencia turística, hacía malabarismos en la esquina de una concurrida calle.

Falso brujo, falsa serpiente, falso trabajo, falso turista, falso reclamo, falso ambiente, destructor de culturas ancestrales.

18 de octubre de 2007

¿Qué nos das, hija-e-puta?.


Vosotros, ¿podéis desprenderos de las cosas a las que tenéis mucho cariño?.
Este viajero, no.
No pudo tirar la primera linterna que compró para iluminar el oscuro mundo a recorrer. Todavía funciona. No pudo tirar la primera riñonera que compró en una de sus estancias veraniegas en Palma de Mallorca, antes de su primer viaje de aventuras. No pudo desprenderse de su pequeña mochililla de mano. Ésa donde lleva la cámara, el libro, el diario de viajes, el tabaco, la fruta-por-si-apetece, el chubasquero-por-si-acaso…., cuando la otra -más grande- es abandonada en cualquier hotelucho de descanso.
A ésa, a la pequeña, este viajero insatisfecho la tiene especial cariño. Salió de ruta con él en su primera ronda aventurera por la India y le siguió sus pasos en su último viaje a Perú. No ha descansado en ninguno de los intermedios. La han pintado a mano una mariposa, en Tailandia; ha pasado noches enteras a la intemperie en la selva ecuatoriana, y ha soportado lluvias torrenciales en la selva amazónica.
Siempre protegida.
No por ella (o sí), sino -¡egoísta viajero!- por su contenido y enseres personales.
Se la han pedido como regalo. “No, ni soñarlo, amigo”. Han insinuado que al regreso a España se la enviara a su casa, para ello le han pasado la dirección. “No, no puedo. Es un regalo”. Han intentado comprársela. “No, la tengo mucho cariño”,….
Al escribir estas líneas, este tierno-mochilero se da media vuelta, la ve en lo alto del armario de su desordenado cuarto y se pregunta: ¿Qué nos das, hija-e-puta?.

15 de octubre de 2007

Una obligada y necesaria parada


Mientras más se acercaba el autobús a la frontera, más interesante era la naturaleza, el paisaje, el colorido, los bellos picachos y los grandes precipicios. Más traspasaba la brisa las desvencijadas ventanas y el olor penetrante de la India se iba transformando en fantasmas de altas cumbres. No había aparentes problemas en el exterior, el verdadero problema viajaba en el interior. El conductor.
Había que estar loco, o ser un suicida, o tener el sentido de la responsabilidad por donde transitan los caracoles para hacer un recorrido tan temerario como el que este personaje hacía con un vehículo cargado de humanos. Este viajero insatisfecho se lo tomó, entonces, como una experiencia y no iba preocupado en exceso. Ahora, sí. Desde la lejanía de los recuerdos, le parece que aquello podría haber sido un desastroso día para los 50 seres que allí ocupaban sus asientos, previamente adquiridos y pagados con religiosidad oriental.
Después de sacar con total imprudencia a un camión que circulaba en sentido contrario de la carretera, y al que abandonó a su suerte, atascado y destrozado en un pequeño ribazo que le salvó de ir al precipicio, el conductor-suicida ni se dignó parar para comprobar los efectos de su desalmada fechoría.
Las recíprocas miradas de asombro de los pocos viajeros occidentales, daban la voz de alarma general ante tanta tropelía. Uno, dos, tres percances similares en pocos kilómetros avivaron los murmullos de indignación y en cierto sentido alimentaron la coherencia del conductor.
Casi al mismo tiempo llegó la avería.
Satisfacción entre los mochileros occidentales. También entre los locales.
Relajación.
Una avería que sirvió para pasear largas horas como sonámbulos por las orillas de la peligrosa vereda y observar a las pacientes ovejas y gallinas, hacinadas entre mochilas y fardos, en el techo del destartalado autobús. Faltaban pocos kilómetros para llegar a Sonauli, en la frontera con Nepal. Un agotador trayecto desde Benarés, complicado por la actitud irreflexiva de aquel conductor hindú.

11 de octubre de 2007

¡Ya tengo al español!

Hace unos días este viajero insatisfecho leyó en el periódico que a Calderón, presidente del Real Madrid, le habían detenido unas horas en un aeropuerto como sospechoso de “no sé qué”. Ningún interés tiene en parecerse a semejante personaje, pero esa experiencia le hizo recordar su salida por el aeropuerto de Guayaquil (Ecuador), después de disfrutar de su mochila en un periplo de 25 días por Perú.
Había facturado su raído morral, le habían cacheado como a todos y había pasado el control de pasaportes, cuando un joven, serio y seco policía ecuatoriano -ya en el interior de la sala de embarque- le pidió el pasaporte y le conminó a que le acompañara a un pequeño habitáculo de la sala. Allí le registró su mochileja de mano y, una vez finalizado, le hizo un interrogatorio policial serio, pensado, razonado (de eso se daría cuenta más tarde).
¿Por qué entró por Guayaquil para visitar Perú habiendo en Lima un bello aeropuerto?. “Vine a ver a un amigo”. ¿Vino a ver a un amigo o a una pelá?. “A un amigo”. ¿Por qué vuelve a salir por Guayaquil estando útiles los aeropuertos internacionales de Perú?. “Porque quería conocer Guayaquil”. ¿Para qué vino a Perú?. “Para hacer turismo”,……, y más y más preguntas.
¡Acompáñeme!.
Le llevó por un estrecho pasillo (rampas y escaleras) donde se cruzaron con otro poli ecuatoriano: “¡Ya tengo al español!”, le espetó, casi sin mirarse. “Usted me dijo que esto era un control rutinario y, ahora, a su compañero le dice que ‘ya tengo al español”. Se detuvo: “Usted, hermano, podría transportar droga peruana a España, a través de Guayaquil. Le registraré su equipaje facturado, esté donde esté”.
Ufff. Iba pensativo, temeroso. Con temblores. Conocían todos los pasos, salidas y entradas de Ecuador. Los ordenadores en los puestos fronterizos también cumplen esa misión.
Sacaron la mochila, ya en la panza del avión, después de mucho rebuscar en sus tripas y, allí, en la propia pista de aparcamiento de aeronaves, el policía -sintiéndose Sherlock Holmes- la desvalijó. Estaba desordenada, llena de inmundicia y ropa sucia, pero no dejó un calzoncillo-manchado sin revisar.
¡Visto!.
Ni un ¡perdón!. Ni una simpática sonrisa.
Esperó a que la rehiciera y acompañó a este viajero insatisfecho al terminal, que iba preguntándose: “¿Ya tengo al español? ¿Qué habrá querido decir?”.

8 de octubre de 2007

Isla de Goré (Senegal)


¿Quién paseando ahora por los estrechos callejones de la isla de Goré se puede imaginar el horror que allí se vivió?.
Plagada de vestigios coloniales es difícil trasladarse a la época del apogeo de la esclavitud. Nadie parece presagiar -o mejor, recordar- que esas calles estrechas, ahora adornadas de flores ajardinadas, fueron recorridas por centenares de miles de esclavos rumbo a las américas, para enterrar sus vidas en la travesía o, si la suerte y su vigor físico les acompañaban, en el barro de las tierras recién colonizadas por “el blanco”.
Fue en este islote, que podría asemejarse a una Habana diminuta o a un Salvador Bahía minúsculo, donde los cipayos portugueses, ingleses, holandeses y franceses habrían centralizado un más que lucrativo negocio de venta de esclavos.
Ahora, visto desde el paso de los años, este islote respira con el turismo y para el turismo. Y su pulmón-maltrecho es el puerto al que llegan las chalupas desde los cercanos muelles de Dakar. Los negros milanos -como negra es África- planean por su cielo, como reivindicando a los buitres de otras épocas, ya lejanas, ojo avizor con el cadáver negro, muerto y destrozado por la brutalidad de negociantes y negreros.
Este viajero insatisfecho se perdió media jornada por sus calles (ver fotografía), hasta que el cielo se tiñó de un rojo-color-sangre.

5 de octubre de 2007

¿Puede ocurrir?


Este viajero insatisfecho quiere referirse a un tema para mayores. Todos lo somos. Pero también para jóvenes. Todos lo somos. También para niños. Todos lo somos.
Es la experiencia viajera lo que le hace exponer algo, no de un único viaje, sino de la mayoría de las veces que transitó por los países como terco trotamundos. Escuchen lo que el veterano mochilero quiere contarles:

Por aquellos días, la necesidad sexual se convirtió en una de mis preocupaciones y no es que llegara de manera repentina, más bien lentamente, poco a poco. Me levantaba por la mañana y la camarera que me servía el desayuno, en el garito frente al viejo y destartalado hotel de planta baja en el que dormía, me destapaba la primera libido del día; luego lo serían las guapas y jóvenes morenas con las que me cruzaba en los largos paseos matinales. Cuando ya me habían traspasado, no me daba la vuelta para seguir disfrutando por pura discreción. Pasaban a mi lado y me producían escalofríos. ¿Cuánto tiempo llevaba de viaje para colocar esta necesidad en primer término?. Mi cabeza no se centraba y se mezclaban mis necesidades con la vergüenza que la situación me provocaba. El placer individual comenzó a aparecer en esos días".

Gracias por escucharme.

4 de octubre de 2007

¡¡Birmania, LIBRE!!


SINOPSIS y FRAGMENTO del libro “El arpa birmana”, de Michio Takeyama:

En los últimos días de la II Guerra Mundial, el sureste asiático está plagado de tropas japonesas, que exhaustas e incomunicadas, vagan sin rumbo acosadas por las fuerzas aliadas. En Birmania, una compañía singular, mandada por un capitán que en la vida civil ejerce la profesión de músico, es conocida por “la compañía de las canciones”. Los soldados que la integran forman una masa coral que interpreta magistralmente canciones tradicionales. Tras entregarse a las tropas británicas, el cabo Mizushima, virtuoso intérprete del arma birmana, es enviado a una arriesgada misión de paz, tras la cual desaparece sin dejar rastro.
……………

Un muchacho tocada el arpa a la puerta del templo, bajo la estatua de un león que abría sus fauces. La gente al pasar le iba echando monedas.
El arpa que usan los birmanos tiene precisamente la forma de una berenjena; es un estupendo instrumento hecho de madera pulida con incrustaciones y adornos. Hemos oído decir que la música birmana comenzó imitando el ruido de la lluvia. Pero la tradición musical de este país es muy antigua, y su pueblo muy amante de la música; de ahí la gran variedad de sus instrumentos, y el desarrollo de unas melodías tan complicadas y difíciles.Anteriormente, cuando en nuestras entradas y salidas oíamos de pronto música de arpa, solía cogernos por sorpresa, y acto seguido nos acordábamos del compañero muerto. Pero ya por entonces nos habíamos acostumbrado también a eso, y ni nos sorprendía gran cosa, ni nos ponía tristes, ni nada por el estilo
”.
(La fotografía "Arpa birmana", tomada de Google).

1 de octubre de 2007

El gato familiar


Este viajero insatisfecho vive en una ciudad cosmopolita, una ciudad a la que adora, una ciudad que abandona por unos días cuando la presión interna le obliga hacer un viaje a sus orígenes terruñeros.
La visita a la familia forma parte de nuestras comunes obligaciones y quehaceres, que todos realizamos con amor y desinteresadas formas.
Un viaje, al fin y al cabo.
En la casa familiar, el gato -también familiar- ha sido tradición en mis ancestros. Siempre hay un gato, durante muchos años es siempre el mismo gato. Pasan los años y cambia. Le coges cariño, le acaricias cuando llegas, le acompañas en sus juegos (cuando son pequeños), le animas a que siga cazando (a veces ratones despistados) y le echas de tu lado cuando el humor no te acompaña.
Volverá.
Necesita también tu cariño, aunque tenga la mala fama de ser independiente. Huidizo.
Volverá y rozará tus piernas con el rabo, con ese fino pelillo y llamará tu atención.
Eso lo llamo: FIDELIDAD.
¿La tenemos los humanos?
”.


(Es mi humilde aportación al maravilloso mundo de los gatos).