26 de mayo de 2018

Otras imágenes birmanas

Imágenes o escenas que no tienen una aparente ilación con otras historias ya contadas pero que sin duda elevarán, si ya lo hubiere, el instinto ambulante y nómada. También, fueron momentos de un viaje mochilero. Un relleno más a la mochila viajera. Myanmar tuvo sin duda muchos momentos extraños pero tiernos,  diferentes, tranquilos como sus gentes, cálidos, sugerentes, bellos e imprevistos. Con estas instantáneas el viajero insatisfecho propone dar a conocer un poco más una realidad y otorga al curioso otros elementos, aunque mínimos, que le darán una visión cercana del país.
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A orillas del rio Ayeyarwady, las gentes se afanaban en el secado de aquel pescado que con esfuerzo habían usurpado al río. El rio Ayeyarwady (Irawady) era columna vertebral y manantial de vida para las diferentes etnias que conforman el país.

Estaba en Katha y quería descender por el río hasta la ciudad de Mandalay. La víspera se acercó al pequeño muelle y vio zarpar un barco gemelo al que tomaría al día siguiente. Como salió aún de noche, no pudo fotografiar en toda su extensión el barco que le transportó.

Cualquier árbol de cualquier ciudad podía ser soporte de un pequeño altar de oración y ofrendas. Vio muchos. Este, en una tranquila calle de Mandalay.

No posaban para él pero fue un momento mágico de vida. La familia, o amigos, se mostraban orgullosos de visitar la ciudad de Inwa, cuatro veces capital real de Birmania. A pesar de su rica historia era un remoto lugar rural con algunas ruinas, monasterios y estupas.

Aquel personaje local birmano se dejaba fotografiar, en el lago Inle, sin mostrar enfado o exhibir impaciencia. Ver aquella cara, era ver en ella a muchas gentes birmanas.

Delicada joven birmana, a la puerta de uno de los múltiples templos de Bagan. Como cualquiera de sus congéneres tenía la cara embadurnada de thanakha, para reducir el impacto del sol y, en su tradición, sentir mayor armonía.


Escena en el Shwedagon Paya, el templo que domina Yangón. Un templo cargado de amarillo oro y lleno de edificios, budas y estupas. Sagrado para el pueblo birmano. En la fotografía, uno de los postes planetarios. Había doce. Los lugareños se acercaban a ellos y echaban de manera insistente agua sobre la estatua de Buda del poste que señalaba el día que nacieron. Pero discernir qué poste correspondía, era tema arduo y complicado en extremo para un occidental como el mochilero leonés.


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6 de mayo de 2018

Trenes, y Bago / Myanmar (Birmania)


Tren Yangón-Bago

Estación de Myitkyina

En el mundo actual, lleno de AVE’s, rápidos Altaria’s, Talgo’s o los trenes-bala japoneses, ¿quién no añora con cariño aquellos trenes de mitad del siglo pasado, lentos, zigzagueantes, ruidosos, machacones y perezosos?. El viajero insatisfecho si los añora, en especial el que conoció de niño, aunque no en su tramo completo: el famoso tren de vía estrecha La Robla-Bilbao, y más, en concreto, el ramal del mismo estilo entre León y Matallana de Torío.  El origen del proyecto del ferrocarril de La Robla -según explica Wikipedia- “habría que buscarlo en la gran importancia adquirida por la industria metalúrgica en el País Vasco a finales del siglo XIX, y su considerable repercusión en el desarrollo industrial del norte español. El combustible fósil llegaba a los puertos vizcaínos por vía marítima, procedente de Asturias e Inglaterra en los mismos barcos que exportaban el mineral de hierro. Pero la brusca subida del carbón inglés entre 1889 y 1890 dio lugar a que el poderoso capital siderúrgico vasco buscase alternativas en las cuencas carboníferas leonesa y palentina. Fue entonces cuando surgió la necesidad de un medio de transporte eficaz y económico que uniera las emergentes acerías vascas con las aisladas cuencas mineras. El elegido fue el ferrocarril, que tras la Revolución industrial se había convertido en el transporte terrestre más ventajoso”.
Algunos recuerdos, e historia.
En la actualidad, y en cuanto a la red española de alta velocidad, es la más extensa de Europa, con 3.100 kilómetros, y la segunda más larga del mundo solo superada por la china. Pero este mochilero leonés debe ir al grano, a referirse a su última experiencia en trenes lentos, muy alejados del AVE actual. En su último viaje a Myanmar tuvo oportunidad de disfrutar de dos recorridos en este pausado transporte. Uno de ellos, le llevó prácticamente el día solar, salió de Myitkyina sobre los 8 de la mañana y llegó a Katha (su destino final) sobre las 5 de la tarde, cuando el sol comenzaba a dar sus últimas bocanadas. El otro trayecto, mucho más corto, fue entre Yangón y Bago, antigua capital birmana. En ambos trenes (en el primero de ellos acoplado en un anticuado pero cómodo asiento mullido de primera clase) disfrutó a sus anchas. No le pareció una pérdida de tiempo, sensación tan extendida en este mundo de prisas y atropellos. Disfrutó del paisaje, a veces semi selvático; otras, moteado de pueblos birmanos con vida, con gentes, con antiguas y pequeñas estaciones, con jolgorio aunque, quizás, todo ello entumecido por el carácter apacible de sus gentes.


Trayecto Myitkyina-Katha

Trayecto Myitkyina-Katha

El trayecto Yangón-Bago (alrededor de dos horas y media) lo utilizó de ida y vuelta. A juicio del mochilero leonés, un medio barato hasta la saciedad, con clásicos asientos de madera que le transportaron su mente a aquel viaje infantil en tren León-Villamanín, también lento y con duros asientos de tiras de madera. Su objetivo era visitar la antigua capital birmana de Bago. De acuerdo con la leyenda, el símbolo de la ciudad era una hamsa hembra (ave mitológica) sobre el lomo de una hamsa macho. A un nivel más profundo, el símbolo representaba la compasión del ave macho que ofrece a la hembra un sitio donde posarse en medio de un lago en el que solo había una isla. Por eso se decía que los hombres de Bago eran más gentiles que los de otras partes de Myanmar. Sin embargo, en la cultura popular birmana los hombres bromeaban diciendo que no se atrevían a casarse con mujeres de Bago por temor a ser dominados.
Este tímido mochilero, en su visita, no vio hamsa alguno.
Historias y leyendas.

Pequeños, entrado en un monasterio, en Bago


No tenía mucho tiempo para recorrerla queriendo, como quería, regresar a Yangón ese mismo día. Alquiló, una vez más, una moto-taxi con una misión clara: recorrer los lugares más emblemáticos de la ciudad en sólo tres horas. Esto ni es de empedernido y ducho viajero ni siquiera de un bisoño turista, pero era el tiempo que tenía y a ello se atuvo. De la visita  en si a la ciudad, más de lo mismo. Mucho templo, muchos budas, alguno de ellos gigantesco, y grandes estupas doradas.
Fin.
“¡Quiero, quiero, quiero volver a África!”.

Gigantesco Buda tumbado, en Bago


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