29 de agosto de 2023

Benguela / Angola


Iglesia de Nuestra Señora del Pueblo

En Benguela se notaba mucho su pasado colonial, un pasado colonial portugués. Nacida al amparo de la explotación de minas de cobre de la zona de Katanga, su parte céntrica estaba cerca de una gran playa. Mediante un relativo moderno tren, aunque su construcción fuera de primeros del siglo XX, tenía una perfecta comunicación con Lobito, a unos treinta y tantos kilómetros.

(La puesta en acción de este tren hacía Katanga, sufrió multitud de avatares. Poco después de iniciada la construcción se paró durante la Primera Guerra Mundial y no se reanudó hasta 1924. Pero entonces, la falta de materiales y el aumento de precio que experimentaron se añadieron al retraso, y la línea no llegó a las minas de cobre de Katanga hasta 1929, y no fue finalizada del todo hasta 1931. El recién construido puerto de Lobito [a pocos kilómetros de Benguela] recibió el primer tren cargado de cobre de Katanga ese mismo año).

Llegó a la ciudad procedente de Lubango, en el interior, y se sintió obligado a visitar el primer día la playa, playa Morena. Se dió de bruces —le quedaba de paso, pues se la encontró sin buscarla— con la iglesia de Nuestra Señora del Pueblo (Igreja da Nossa Senhora do Populo), muy venerada por los locales, con una construcción que desprendía cierto encanto fuera de su simbología religiosa. Una estatua de la virgen a unas decenas de metros de la entrada, parecía envolver la explanada de un halo místico y de respeto por aquel lugar sagrado. Entró. Como era a primeras horas de la mañana, sólo dos mujeres estaban arrodilladas en los bancos de la nave central, y única. Entró dentro por esa curiosidad como viajero, por ver si respondía a los cánones religiosos de otras iglesias o catedrales vistas. Y, sí, con humildad en su construcción y decorado, cumplía los cánones. Sorprendía el techo de madera y el retablo donde figuraba la Virgen sobre un fondo celeste.


Construyendo una barca en la playa

Desde allí, callejeando por vías con casas bajas a los lados, casas coloniales o especie de chalets de la época, llegó a la calle que cumplía las veces de paseo marítimo. La extensa playa semivacía, con unos jóvenes jugando al fútbol, se extendía en dirección norte y sur. Árboles altos en la parte de la calle opuesta al océano daban sombra en aquellos momentos a los pasos del viajero insatisfecho. La ciudad, una urbe más colonial y, en su parte central, organizada.

Contrató un motorista para visitar la playa de Caota y Caotinha a unos cuantos kilómetros, unos treinta, del centro de la población. Para llegar, había que atravesar una zona seca, de tintes desérticos, con arbustos de aspecto desagradable y plagados de picos, y lleno de chumberas salvajes y sin fruto.

Allí disfrutó de las vistas, de los barcos pesqueros fondeados o amarrados al dique. Observó cómo unos jóvenes construían una pequeña embarcación de madera y, de regreso, visitó unas salinas en Santo Antonio.

Movido día, con visitas varias, en Benguela.


Salinas de Santo Antonio, a las afueras de Benguela


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18 de agosto de 2023

La zona de Lubango / Angola


Loma de Lubango
Si algo sorprendía de Lubango y de su centro, era un relativo orden. Su cuidado aspecto y cierto desarrollo urbanístico, con calles bien asfaltadas, aceras ordenadas y motos y coches en relativo orden. Cuando apareció por allí, el viajero insatisfecho se encontró con una ciudad que no parecía muy africana. El río, con escaso cauce, estaba muy bien delimitado y un gran paseo nuevo florecía en ambas orillas.

Letras de Lubango


Cristo Rey

Desde cualquier parte de la ciudad se divisaba el Cristo Rey y las grandes letras de LUBANGO, ambas en la montaña que se elevaba a las afueras de la ciudad. Creía que el sitio merecía una visita y en ello se empeñó contratando a uno de los motoristas que circulaban por las calles. Había un largo camino hasta allí, pero consiguió un precio muy razonable. Creo que le sorprendió incluso al moto-taxi que le pidiera precio para ir hasta allí. Una carretera serpenteaba hasta subir a la parte alta de aquella loma. Luego, un desvío llevaba, primero hasta una base militar y, luego, al monumento.

La estatua era una versión reducida del famoso Cristo del Corcovado de Rio de Janeiro, y estaba iluminada incluso por las noches. Fue construida entre 1945 y 1950 utilizando mármol blanco brillante. El Cristo, sobre un pedestal y con los brazos abiertos, había sido restaurado hacía poco, pero aún mantenía cicatrices de guerra, aunque difícilmente apreciables. Pasó un largo rato por allí, apreciando Lubango en toda su amplitud y se acercó también a las grandes letras con el nombre de la ciudad. Como acababa de llegar a la ciudad y no quedaba mucho día por delante, con esta visita lo dio por concluido, pero al finalizar contrató al mismo motorista para que al día siguiente le llevara a las fisuras volcánicas de Tunda-Yala, lugar obligado de visita.


Fisura de Tunda-Yala

Cuando llegaron a la zona, mostraba la más absoluta soledad. Solamente una muchacha muila o kunene (?) merodeaba por allí a la caza de visitantes, a los que pudiera sonsacar algo de dinero, como fue el caso. Le dio unas pocas monedas, y su simpatía se abrió así para dejarse fotografiar, sin malas caras y gestos de desaprobación.


Joven muila o kunene

Tunda-Yala era una asombrosa garganta recortada en las laderas de Chela. Había un mirador de hormigón al borde del acantilado sobre un profundo barranco de unos mil metros. El lugar era tranquilo porque la visita fue entre semana, pero, según pudo saber, los fines de semana se llenaba de gente de Lubango que llegaba allí a disfrutar de esa brisa de montaña, fresca, casi fría por las tardes, y de las virtudes visuales de la zona. El sentimiento de paz y tranquilidad era engañoso pues Tunda-Yala tenía una historia macabra. Fue un lugar en el pasado, en un pasado relativamente reciente, donde a los criminales, desertores y rebeldes se les vendaban los ojos y se les disparaba o se les hacía caminar hasta el borde con las previsibles consecuencias que todos imaginarán.

Desde otro de los miradores, se apreciaba la extensión de aquel valle en todo su esplendor, con la población de Bibala, vista en miniatura desde aquella altura, al fondo de aquella vasta y verde extensión divisada.

Una vez recorridos todos los recovecos de la zona y disfrutado de la leve brisa, la vuelta fue tranquila, lenta y dichosa.

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2 de agosto de 2023

La welwitschia mirabilis, Namibe


Welwitschia mirabilis

Un nuevo día en Moçamedes/Namibe. Un nuevo día y el último en esta ciudad, después de dormir en ella dos noches. El objetivo de esta jornada era internarse en el desierto, o al menos en un paisaje desértico, para descubrir o tener a sus pies una planta, única en su género, endémica del desierto del Namib y, por tanto, más famosa de la zona: welwitschia mirabilis. Una planta de difícil nombre, pero el viajero insatisfecho no conoce otro con más sabor castellano, o más sencillo de pronunciar.

Desayunó tranquilamente en el hotel donde se hospedada. Aunque barato, incluía este refrigerio diario dentro del precio, y se lanzó a la calle a la búsqueda de una moto, cuyo conductor supiera llevarle a la zona donde hubiera ejemplares medianamente grandes de esta planta. Tuvo gran suerte, pues el primero que paró, dijo conocer la zona —no todos los motoristas la conocían, según él— y le explicó un poco las condiciones generales para poder llegar. Unos ejemplares pequeños de la welwitschia estaban a unos diez kilómetros de la población, pero para llegar a otras algo más grandes y abundantes necesitaban recorrer unos veinticinco kilómetros, pero por una buena carretera. Dejando ésta unos cientos de metros se podrían encontrar. ¡Perfecto!

Eligió la última opción, la de ejemplares más grandes.

Negociaron el precio y salieron zumbando hacia el lugar. La carretera llevaba primero al aeropuerto de la ciudad y luego continuaba hacia la población de Tombua, uno de los puntos más al sur de Angola, en pleno desierto del Namib. En un punto intermedio entre Moçamedes y Tombua se encontraba la welwitschia, según explicaba el joven.

Era difícil determinar la edad de estas plantas, aunque parecía ser que podían llegar a vivir más de mil años, incluso dos mil. “Se cree —según dice Wikipedia— que la planta absorbe el agua a través de estructuras peculiares en sus hojas que le sirven para aprovechar el rocío nocturno del desierto. Friedrich Welwitsch la descubrió en 1860, considerándose una de las plantas más raras que existen y bastante apreciada por coleccionistas. Está en peligro”.

La carretera era espectacular en medio del desierto que, según pasaban los kilómetros, se veía más íntegro: ¡más desierto! La total falta de circulación, el paisaje vacío y el sonido de la moto convertían el momento en único. Y mucho más, con la expectativa de encontrar la endémica planta. Transcurridos los kilómetros, desde el propio borde de la carretera el motorista mostraba unos puntitos verdes relativamente lejanos.

Abandonaron la carretera unos centenares de metros y allí, allí había varias. Eran realmente diferentes a lo que es una planta habitual, tendrían una envergadura de unos tres o cuatro metros y parecían de otro planeta o salidas de película de ciencia ficción. Aún inmóviles, aparentaban ser peligrosas, como si de pronto fueran a tomar vida, absorbiendo hacia su interior al incauto viajero. En aquella zona había varias. Cuando en el desierto llovía –difícil, pero a veces ocurría— aquella zona era el cauce temporal de las aguas, de ahí que fuera la zona más apropiada para encontrarlas.

No era un gran monumento, ni era un paisaje de gran belleza, pero no hay duda de que fue un momento importante en el recorrido de este mochilero por Angola.


Detalle de la planta


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