(La puesta en acción de este tren hacía
Katanga, sufrió multitud de avatares. Poco después de iniciada la construcción
se paró durante la Primera Guerra Mundial y no se reanudó hasta 1924. Pero
entonces, la falta de materiales y el aumento de precio que experimentaron se
añadieron al retraso, y la línea no llegó a las minas de cobre de Katanga hasta
1929, y no fue finalizada del todo hasta 1931. El recién construido puerto de
Lobito [a pocos kilómetros de Benguela] recibió el primer tren cargado de cobre
de Katanga ese mismo año).
Llegó a la ciudad procedente de Lubango, en el interior, y se sintió obligado a visitar el primer día la playa, playa Morena. Se dió de bruces —le quedaba de paso, pues se la encontró sin buscarla— con la iglesia de Nuestra Señora del Pueblo (Igreja da Nossa Senhora do Populo), muy venerada por los locales, con una construcción que desprendía cierto encanto fuera de su simbología religiosa. Una estatua de la virgen a unas decenas de metros de la entrada, parecía envolver la explanada de un halo místico y de respeto por aquel lugar sagrado. Entró. Como era a primeras horas de la mañana, sólo dos mujeres estaban arrodilladas en los bancos de la nave central, y única. Entró dentro por esa curiosidad como viajero, por ver si respondía a los cánones religiosos de otras iglesias o catedrales vistas. Y, sí, con humildad en su construcción y decorado, cumplía los cánones. Sorprendía el techo de madera y el retablo donde figuraba la Virgen sobre un fondo celeste.
Desde allí, callejeando por vías con
casas bajas a los lados, casas coloniales o especie de chalets de la época,
llegó a la calle que cumplía las veces de paseo marítimo. La extensa playa
semivacía, con unos jóvenes jugando al fútbol, se extendía en dirección norte y
sur. Árboles altos en la parte de la calle opuesta al océano daban sombra en
aquellos momentos a los pasos del viajero
insatisfecho. La ciudad, una urbe más colonial y, en su parte central,
organizada.
Contrató un motorista para visitar la
playa de Caota y Caotinha a unos cuantos kilómetros, unos treinta, del centro
de la población. Para llegar, había que atravesar una zona seca, de tintes desérticos,
con arbustos de aspecto desagradable y plagados de picos, y lleno de chumberas
salvajes y sin fruto.
Allí disfrutó de las vistas, de los barcos pesqueros fondeados o amarrados al dique. Observó cómo unos jóvenes construían una pequeña embarcación de madera y, de regreso, visitó unas salinas en Santo Antonio.
Movido día, con visitas varias, en Benguela.
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