31 de enero de 2013

Los tejedores del palacio real de Glele/Benin


El viajero insatisfecho como avezado, pero frustrado, periodista de investigación no tiene precio, y lo dice sin ánimo de vanagloriarse. Él sólo, sin ayuda de nadie, careciendo del olfato de Sherlock Holmes y la intuición de Hércules Poirot y sin recurrir al guía local descubrió, aunque parezca raro decirlo así, la senyera con la que se 'ahorcará' Artur Mas.
Dos hábiles tejedores, con sus tradicionales telares, urdían sin descanso y con maestría la gran senyera. Pero la gran curiosidad, o gran descubrimiento, fue que la estaban trenzando en el patio exterior del palacio real del antiguo rey Glele de Abomey, reinado anterior a la dominación francesa, que sometió a los reyes locales. Allí, en los portales donde esperaron los súbditos antes de ser recibidos en audiencia real, se estaba maquinando un proceso secesionista.
La gran mayoría del pueblo de Benín pertenece a la etnia ‘fon’ y hablaban el ‘fon’ y el francés. Pero había otros muchos pueblos como los ‘yoruba’ que ocupaban el centro; los ‘tofi’, del lago Nokoue; la etnia de los ‘taneka’, aún con taparrabos, representaban a ese África que se resistía a cambiar; los ‘somba’ del noroeste que se extendían además por el país vecino, Togo [separados como consecuencia de las divisiones coloniales hechas a principios del siglo XX con el proceso de independencia]; los ‘fulani’, aún nómadas, compartían su territorio con varias etnias más, aunque la más importante es la ‘bariba’ que significa ‘pagano’; los ‘songhay’ que ampliaban su expansión a Nigeria y, como no, los ‘gurma’, originarios de Burkina Faso. Todos estos pueblos, y muchos más, con rituales diferentes, religiones diversas y lengua o estatus sociales distintos estaban bajo la bandera y gobierno de Benín. 
Y no pasaba nada. 
Cuando un extranjero preguntaba algo en francés, todos los que lo supieran contestaban en el idioma galo.
Uno, no supo si ‘fulani’, ‘fon’ o ‘somba’, se rió -a 5.000 kilómetros de distancia de España- ante este mochilero del problema diferencial entre Madrid y Barcelona y la actitud secesionista de Cataluña que conocía de manera somera.
Riámosnos también todos con mucha, muchísima ironía y respeto.

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22 de enero de 2013

Las tata-somba, una tradición mantenida/Benín


Sencilla tata (observad el sombrero de una de las torretas donde se guarda el sorgo y el mijo)

Era el primero de año. Alquiló un zem (taxi-moto beninés) y se dirigió a Koussou desde la ciudad donde se encontraba, Natitingou, al norte del país. Y alquiló este popular vehículo de Benín porque la población distaba 25 kilómetros por una pista de tierra, transitable para motos y, aunque podía ir en taxi-brousse colectivo (más barato), le apetecía celebrar el inicio de año dándose una buena paliza de saltos y botes moteros (a decir verdad, NO más que si lo hubiera hecho en taxi-brousse) para seguir malogrando su -ya jodida- espalda.
Koussou, y algún que otro poblado tribal más, era un verdadero paraíso tradicional, cultural y arquitectónico: constituía el territorio somba, asentado en la sierra de Atacora (pequeñas elevaciones que allí se consideraban sierra pero que no dejaban de ser eso, pequeñas elevaciones). Este pueblo era conocido por su tradicional, original y particular forma de construcción de sus casas, sus tatas. El pueblo somba ha sabido conservar esta tradición a pesar del progreso (¿qué es el progreso?) y las presiones del mundo moderno.
Otra tata, más elaborada, con tres niveles de terraza

En este poblado era posible dormir en una de las varias tatas de particulares que allí existían, como una experiencia viajera digna de ‘niñatos pijos’ y algún que otro ‘veterano snob’ (se permite esta pequeña crítica aunque no pretende 'sentar cátedra'), y a pesar de los constantes comentarios que circulaban entre los viajeros sobre el frío de la noche si el turista en cuestión no iba preparado, al menos, con un saco de dormir de verano. 
En el ‘radio-macuto’ viajero se recomendaba dormir en los habitáculos de la terraza (donde suelen dormir separados el hombre, la mujer y los niños, que acceden por una diminuta entrada) pues en la parte de abajo, a veces, guardaban animales domésticos y además solía estar lleno de humo [Este leonés se sorprendió, y mucho, al ver -eran las 11 de la mañana- a aquel viejo, literalmente, metido en una pequeña hoguera y respirando humo en la planta baja].
Viejo somba, en la hoguera de la tata

Esto lo llamaban turismo sostenible, y de mantenerlo tal se encargaba la organización La Perle que gestionaba y repartía el dinero obtenido de manera equitativa [50% Eco-guías; 20% Comunidad; 20% Propietarios de las tatas, y 10% Funcionamiento de la organización]. 
Esta organización La Perle contaba con un presidente elegido, una serie de eco-guías y una veterana francesa que pasaba largas temporadas en el país ayudando, de manera desinteresada, en la gestión del entramado. Este viajero insatisfecho habló unos minutos con ella, en su elemental francés -no pasa la criba como el inglés de Sergio Ramos-, aunque pudo deducir que era una simpática y bella persona.
Las malas lenguas, o las buenas, hablaban (se enteraría luego) de que el presidente actual, a quien el mochilero saludó durante el recorrido de la visita, se estaba lucrando con el dinero recibido del extranjero, no destinándolo al fin requerido, aunque NO con el que reciben por el alquiler las tatas. La francesa, según parece, estaba al margen y desconocía todo aquel tejemaneje.
Con corruptelas africanas (y de otros mundos, ¿os suena?) o sin ellas fue, sin duda, toda una vivencia comprobar cómo eran las tatas, cómo vivían sus gentes, los sombas, y cómo mantenían su territorio y tradiciones.
Terraza de las 'tata-somba', con sus habitáculos para dormir y guardar el sorgo y el mijo

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4 de enero de 2013

Breve apunte en la vida del lago Nokoué/Benin


En los poblados lacustres del lago Nokoué (Benin) había, sobre todo, niños que, como en todas partes, y allí no era distinto, adoraban los "chuches". El viajero insatisfecho llevaba -casi siempre lleva- «bolas de anís»: una foto, una «bola de anís»; una pirueta, otra «bola de anís». Así funcionaba el trueque en aquel momento, en el poblado llamado So-Tchanhoué, apartada localidad al lado de Ganvié, principal núcleo urbano lacustre dentro del lago Nokoué.
Allí fue a ver una ceremonia de vudú (en otro momento, contará) y allí fue dónde los niños le rodeaban en busca de su «bola de anís». Los niños de las fotografías fueron alguno de ellos. Le sorprendió a este mochilero las tempranas escarificaciones en el rostro (luego ya vio muchas), pero -en ese momento- las normales diferencias culturales se sobreponían a cualquier crítica-opinión que surgiera del "coco" del visitante.
Las escarificaciones son cicatrices, incisiones poco profundas en la piel, a menudo con pretensiones artísticas. Normalmente se practican en ritos iniciáticos relacionados con la pubertad: tal vez aquel jovencito ya había llegado tempranamente a ella, o tal vez fuera una marca tribal, auténticos pasaportes que distinguen a cada una de las etnias. 
Las escarificaciones femeninas son consideradas un elemento más de feminidad y con finalidades eróticas. Hay etnias a las que le fascinan los cortes en las nalgas de las mujeres.
[No comprobado; pura documentación].

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