Por casualidad,
bueno, por una casualidad provocada, cayó en manos del viajero insatisfecho el libro “Un
guardia civil en la selva”, de Gustau Nerín. Le costó comenzar a
leerlo porque no tenía una curiosidad excesiva en conocer hoy en día este
fragmento del territorio africano: Guinea Ecuatorial.
Pero, ¡qué leches!, ¿y
la historia?.
Además, el título no era muy atrayente aunque, una vez leído, pudo ser al menos, cree, oportuno.
Además, el título no era muy atrayente aunque, una vez leído, pudo ser al menos, cree, oportuno.
Es un libro
sensacional, muy apropiado a lo que quería leer y, sin duda, clarificador. En
ciertos momentos de la lectura le recordaba los ‘ingeniosos' (¿lamentables?) hechos protagonizados por el Rey Leopoldo de los
belgas, en tierras del Congo.
Va a recoger un fragmento
que describe las curiosas (¿lamentables?) reacciones de una época [primer cuarto del siglo XX] ante el
hecho colonizador:
“Al enterarse de que la Guinea
Continental ya estaba preparada para la explotación, ciertos grupos de presión
españoles fundaron grandes compañías para tratar de apoderarse de todos sus
recursos […] Al final, la presidencia del Gobierno desestimó las solicitudes de
las grandes compañías, pese a haber sufrido grandes presiones por parte de
algunos grupos financieros […].
La conquista del Muni dio lugar a
otras iniciativas, algunas eran muy pintorescas (los europeos tenían la fea
costumbre de exportar sus ideas más peregrinas a otros continentes). Nuñez de
Prado, gobernador general de la colonia, pensó en enviar grupos de gente de las
distintas provincias españolas a varios lugares de Guinea y ofrecerles tierras
para que las trabajasen con braceros chinos; así, con la ayuda de los culis, en
cada zona de Guinea se reproduciría el espíritu de cada provincia española. El
superior inmediato del gobernador, el general Jordana, también tenía una
propuesta curiosa: distribuir el territorio entre los militares jubilados, tal
como lo hacían antaño las legiones romanas. Mientras tanto, algunos claretianos
[monjes] proponían la
creación de pueblos cristianos dirigidos por misioneros, en los que los
conversos fang [la tribu predominante en la zona] vivieran según la moral cristiana y se dedicaran al cultivo del cacao
(una especie de paraíso terrenal con vocación chocolatera). El ultraderechista
doctor Albiñana proponía colonizar la selva mediante la deportación a la
colonia de catalanistas e izquierdistas, entre otros “connacionales que desprestigian
a España” [Si Artur Mas hubiera vivido entonces, el doctor Albiñana lo
hubiera mandado de colonizador guineano. Seguro].
El propio Primo de Rivera [dictador
español de entonces, uno más] se planteó la
posibilidad de emplear Guinea como colonia penitenciaria, al igual que Francia
hacía con la Guyana”.
Al leer este libro
¡cuánto se acordó del otro gran libro “El
fantasma del Rey Leopoldo”, que describe la cruenta colonización del Congo
belga!. Por otra parte, muy
criticada.
No se debe olvidar que España también puso su
‘grano cruento’ en territorio africano. Este libro lo describe.
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