16 de agosto de 2020

En tierra de exploradores (y en el recuerdo)


Uno de los edificios coloniales de Bagamoyo

Tabora era una ciudad en el centro de Tanzania. Nudo de comunicaciones para el lago Tanganica y para el lago Victoria. Árida, superpoblada y lejos de lo que se ha vendido como sueño africano, la ciudad de Tabora tiene más características de gueto que cualidades y beneficios de paraíso. Un lugar donde se mezcla la tradición centroafricana con las tendencias occidentales inmersas en la sociología como país. Si alzas la vista para ver más allá de las multitudes, las formas de vida precarias y la desigualdad, puedes conseguir observar una belleza natural, una belleza que reside en la mezcla entre naturaleza africana, sociedad plural y un cielo casi interminable. En línea recta, está a medio camino entre Mbeya, de donde venía y por donde había entrado en el país, y Mwanza, donde se dirigía. Pero el trayecto desde Mbeya había sido parecido a una odisea. Se había empeñado en recorrer la distancia entre Tabora y Mwanza, a orillas del lago Victoria, en tren. Llegar al lago en este medio tan tradicional africano y tan vapuleado por el resto de los occidentales que lo consideran mediocre, lento e incómodo, le parecía entrar dentro del espíritu de un explorador. ¡Insensata ilusión! Desde Mbeya se vio obligado a hacer una ruta en zigzag de difícil explicación en cualquier país europeo.

Mbeya-Dar es Salam-Dodoma-Tabora.

En Dar es-Salam había merodeado por la zona portuaria y por donde partían los barcos hacia la isla de Zanzíbar. Visitó Bagamoyo, a unos cuantos kilómetros. A esta pequeña población llegaban a finales del siglo XIX, procedentes de Zanzíbar, todas las caravanas en búsqueda de esclavos, todas las relacionadas con el descubrimiento del nacimiento del río Nilo, o las expediciones de búsqueda de una ruta al Atlántico. De ahí partió Richard Burton y su compañero John Hanning Speke en busca de las fuentes del Nilo, y también, como no, la búsqueda emprendida por Henry Morton Stanley para localizar el paradero de David Livingstone.

Aquí se descargaban esclavos, marfil, sal y cobre antes de ser enviados a la isla de Zanzíbar y a otros lugares. Era el puerto de embarco y desembarco de mercancías con la isla. Fue, en fin, punto de entrada para los misioneros, exploradores y comerciantes árabes y europeos en África oriental y central, y para la infame trata de esclavos.

Pidió al conductor del matatu que le dejara en el centro. Eran unas calles de renombrada fama, algunas sin pavimentar, y otras laterales con un conjunto de casas deshilachadas, entre palmeras y arbustos, al margen de su historia tan relacionada con Royal Geographical Society, institución británica impulsora de aquellos intentos por descifrar, descubrir y dar luz, desde la perspectiva europea, a los recovecos del continente africano.

Bagamoyo es un lugar con una sólida historia, pero tiene ya poco de su gloria pasada. Únicamente unos edificios medio desahuciados por el tiempo, el calor y la humedad. El Viejo Fuerte construido en 1860; la primera Iglesia Católica Romana en África Oriental construida alrededor de 1868 que poco después serviría de tumba temporal para el explorador Livingstone antes de ser trasladado a la ceremonia de entierro en Inglaterra; el antiguo mercado de esclavos, y ese sabor que permanece en el ambiente de gestas, exploraciones y explotaciones.

Aunque depende mucho de su estado, a veces, al viajero insatisfecho le atraen las poblaciones decadentes, esas que, con aire nostálgico, dejan libre a la mente para imaginar cómo surgieron, cómo deslumbraron y de qué colores eran sus casas cuando vivieron su mejor época. Esa inquietud se mezcla y enturbia su mente al recordar el por qué esos edificios están ahí, por qué fueron construidos y para qué fueron utilizados. En el caso de esta pequeña población costera, muchas de estas construcciones desarrollaron un papel nefasto, relacionado con lo más indigno de la esclavitud.

Después de pasar allí unas horas, entre la alegría por pisar esa tierra plagada de efemérides y la tristeza al recapitular quién la había pisado antes, en sus peores momentos de notoriedad, regresó a Dar es-Salam.
[Continuará].


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