Basílica de Nuestra Señora de la Paz
Yakro, como la conocen los marfileños, era la
capital política de Costa de Marfil y lugar de nacimiento ‘del padre de la
independencia del país’, Félix Houphouët-Boigny. Como consecuencia de ello, era en la actualidad hogar mayoritario de los baulé,
etnia del ex presidente Boigny.
Era,
además, un destacado destino turístico, gracias a la ensoñación (no podría
llamarse de otra manera) del presidente que, en un delirio de megalomanía, mandó
construir la Basílica de Nuestra Señora de la Paz, a imagen de San Pedro de Roma,
aunque más grande. Este impresionante edificio religioso, en medio de la sabana
selvática africana, se veía desde muchos puntos con imponente fuerza visual. Tardó
cinco años en construirse y fue inaugurada por el papa Juan Pablo II en 1990.
Era el lugar santo católico de mayor importancia de África. Cuando la visitó, la
parte de la columnata semicircular de la entrada principal estaba vallada, como
evitando los peligros por desplome de piedras o estructura. No lo sabe a
ciencia cierta, pero parecería algo creíble o asumible ¿Qué país pobre, con
débiles estructuras estatales, podría asumir las constantes reparaciones que un
edificio así demanda?
Llegó
a la ciudad un día cualquiera del mes de diciembre sin avisar, sin tener nada
preparado, ni siquiera un hotel dónde pasar una noche. A ello se dedicó nada
más apearse. Después de tres ‘hoteluchos’
visitados tropezó con uno nuevo, limpio y relativamente barato. El mejor del
viaje. Salió a curiosear y se encontró con una urbe deslavazada, con algunas
avenidas anchas sin justificación y, por supuesto, con socavones en su asfalto
por doquier.
Esta
urbe, en el centro del país marfileño, era conocida, como no, por el ‘lago de
los caimanes’, hábitat de cocodrilos traídos allí por la obsesión del
presidente por dejarse proteger por los animales más fieros y exagerados de la
fauna africana. Quizás fuera un elemento más de su tradición como baulé o pudiera ser la enfermedad de la
bufonada del poder. Hace un tiempo se hicieron famosos porque, en línea con su
fiereza, se merendaron a uno de sus cuidadores ante los atónitos y aterrados
ojos de los turistas. Desde entonces las autoridades prohibían acercarse a sus
aguas, aunque aparentemente esta restricción estaba desfasada y fuera de
cualquier control. Se veía poca gente paseando cerca de las vallas del lago,
aunque el viajero insatisfecho lo
hizo sin apreciar excesivo peligro en ello. Uno de los visitantes de entonces
consiguió atraer a unos cuántos de estos gigantescos reptiles, con golpeteos
insistentes en las vallas de protección.
Muchas
fotografías para el recuerdo y ‘Adiós,
cocodrilos, adiós’.
En ella, también tenía su sede la Fundación Félix Houphouët-Boigny, un edificio de tintes
megalómanos como su impulsor, aunque de líneas rectas y estilizadas. A fin de
dejar para la posteridad una imagen de hombre de paz, creó en 1989, unos años
antes de su muerte, un premio, patrocinado por la UNESCO, para la búsqueda de
la paz, enteramente subvencionado por fondos extrapresupuestarios aportados por
la Fundación. Como no permaneció este mochilero mucho tiempo en Yakro,
haciendo bueno su habitual ‘culo inquieto’,
no visitó esta fundación de tan difícil renombre.
Pero
los curiosos del tema tienen detallada información en la red.