23 de mayo de 2014

Un viajero ‘selfie’, en La Rioja

Una calle de Laguardia

Como regalo al segundo premio del concurso de selfies, en ‘El viajero: un viaje de dos días a La Rioja. Por libre. A tu aire. Teniendo como base logística Logroño, el curioso viajero tuvo oportunidad de conocer otros lugares y desplazarse por sus alrededores.
Laguardia, en La Rioja alavesa, era una de los puntos más característicos de esta región vitivinícola. Su enclave era una delicia: situada en una pequeña elevación se ha mantenido a través de los años con exquisito cuidado. Ciudad amurallada y empedrada, de calles estrechas y complicada estructura, toda ella horadada de bodegas (320) como si de un queso gruyère se tratara.
Entre las bodegas soterradas, destacaba la bodega El Fabulista, situada bajo el palacio de los Samaniego y lugar dónde Félix María Samaniego –según la guía parlanchina- se inspiraría para escribir sus obras literarias. Algunas de las fábulas del escritor formaban parte del actual etiquetado de sus vinos. Etiquetado, por cierto, un poco llamativo y hortera.
La bodega contaba con 2 lagares a la entrada en los que se producían anualmente 32.000 litros de vino, de forma artesanal, pisando la uva a base de furia humana y pies 'trotones' calzados en botas de goma. El vino producido en esta tradicional bodega, partiendo de mostos de maceración carbónica, pasaba a envejecer, en algunos casos 15 meses, en barricas de roble francés y americano.
Según decían, una exquisited.
Asimismo adornaba la entrada una despalilladora, raro elemento que para un neófito como el mochilero leonés era un artilugio antediluviano. La bodega propiamente dicha, se encontraba a siete metros de profundidad, conformada por tres calados paralelos. Uno de ellos era de elaboración, el otro de crianza (con gran cantidad de barricas de roble) y el tercero estaba preparado para la degustación y cata de vinos.
Despalilladora
Ahí, no participó.
El viajero insatisfecho no aprecia los caldos.
Este tercer hueco era el más elegante del recorrido, también el más seguro ya que contaba con las arcadas de ladrillo y piedra que afianzaban el pasillo.
Para evitar la contaminación con los gases tóxicos de la maceración, estos túneles contaban con luceros de ventilación. Era fácil imaginar lo que ocurriría allí, tal y como bien supo explicar la guía, de no existir aquellos estratégicos agujeros.
No obstante, bajar a la tradicional bodega reportó al viajero tranquilidad, sosiego y paz, algo que sin duda habría sido imposible encontrar en bodegas nuevas, plagadas de acero y apoyadas por las más modernas tecnologías.
Mereció la pena, un poco la pena.


El tercer túnel, de cata

Copyright © By Blas F.Tomé 2014

15 de mayo de 2014

Un ‘selfie’ viajero

'Selfie'
Esta fotografía ha merecido el segundo premio de selfies, en El viajero” de El País. Por la originalidad y, sobre todo, por su natural colorido, o eso le dijeron al viajero insatisfecho. En la comunicación telefónica de la modesta recompensa, explicó a la redactora curiosa el lugar donde fue tomada y las sensaciones. Esto fue lo que recogió en el pie de foto y que todo el que quiera puede leer en el anterior enlace:

Un 'selfie' de los otros
En la segunda foto ganadora, el viajero desaparece para mostrar el viaje. El destartalado autobús está en Etiopía. Va de las Cataratas del Nilo Azul al Lago Tana. "Viajar en un autobús así puede ser incómodo, pero es como se conoce de verdad un país", dice el autor, Blas F. Tomé, que se considera "un mochilero de toda la vida" y ha ganado una escapada a La Rioja por esta foto. "Soy un apasionado. Siempre viajo solo, al margen de los circuitos turísticos", dice. De aquel autobús recuerda "el calor, el sudor y el polvo". "El trayecto es por una carretera de tierra y la señora que iba detrás de mí (camisa con rayas, en la foto) me pedía que no me moviera pues iba a aplastar los huevos que llevaba en una cesta al mercado de Bahar Dar".

El mochilero acababa de visitar las cataratas del Nilo Azul: una decepcionante experiencia pues estaban secas, y la sensación de aquel ‘chorrillo’ de agua cayendo unos metros era hasta cierto punto ridículo. Pero…
No se arrepintió, eso sí. Todo lo que sea un diferente recorrido alimentaba el espíritu y la pasión del viaje.
Ya un poco agotado, tomó el camino de vuelta hacia la ciudad de Bahar Dar, a orillas del lago Tana. En ese autobús destartalado tomó el selfie, o lo que sea que hizo.

Copyright © By Blas F.Tomé 2014

4 de mayo de 2014

Los ‘gwembe tonga’

-Lago Kariba-
Cuando ya había tomado la decisión de visitar el embalse de Kariba (5.400 metros cuadrados), en la frontera entre Zambia y Zimbabwe, lo único que llegó a sus oídos de la zona fue: “mucho calor”. Una evidencia real nada más pisar las orillas del lago, el poblado de Siavonga. Un sofocante calor le tiraba a hacia atrás cuando avanzaba por aquella empinada calle que le llevaría al Lodge donde pasaría la noche.
Para llegar a Siavonga había que tomar en Lusaka un minibús, saturado de gente que sube y baja, y para y para hasta llegar al lejano destino. Nada de eso desanimaba al mochilero. Su sana curiosidad por esta presa tenía que ver con los desmanes que -según sus noticias- se habían producido durante su construcción. Conocía la problemática de la edificación de otra presa africana, el embalse de Akosombo, que forma el Lago Volta (8.500 metros cuadrados), en Ghana, y quería conocer de primera mano los problemas surgidos, hace ya más de 50 años, cuando este lago artificial ‘zambezí’ se formó.
No conocía muchos más detalles sobre el embalse de Kariba.
Ahora, si los conoce.
No conocía que para su construcción despejaron de la zona a 57.000 miembros de la tribu ‘gwembe tonga’, que fueron reasentados en pésimas condiciones en una zona árida y de duras sequías, en tierras de escasa fertilidad y con frecuentes plagas de mosca tse-tsé. No es que en España cuando se construye un pantano no haya gente que es expulsada de la zona [conoce de primera mano la expropiación de la zona de Riaño, en León, en pasadas épocas] pero en los casos africanos las injusticias son más lapidarias.
El objetivo principal de la presa fue proporcionar electricidad a las minas de cobre e industrias de la actual Zambia y Zimbabwe. Los ‘tonga’, cuyos antepasados siempre estuvieron asentados en estas orillas del Zambeze, no recibieron a posteriori ni electricidad ni agua del enorme embalse. Se resistieron al desahucio, pero sus lanzas y porras no podían competir con los rifles de la policía colonial.
La represión fue dura.
Durante los desalojos de 1958 (el viajero insatisfecho nacía entonces), las autoridades policiales quemaron hasta sus chozas para impedir que volvieran. Había comenzado la masacre del pueblo ‘tonga’. Aún continúa pues no reciben ayuda alguna de los gobiernos de Zambia y Zimbabwe, expropiadores principales de sus tierras.
-El conductor que le llevó posa ante el embalse-

El mochilero, cuando alcanzó la zona del embalse, vio como un chino vestido de obrero daba órdenes a unos locales que se movían alrededor de un camión de carga. Al preguntar entonces quién había construido la presa le dijeron que los chinos.
¡Date, lo que él pensaba!. 
Pero otra documentación consultada aseguraba que fueron empresas italianas. En todo caso, empresas coloniales que impusieron sus normas, al margen de las inquietudes y dignidad de los gwembe tonga.

Copyright © By Blas F.Tomé 2014