29 de septiembre de 2008

El río Mekong


Bello. Impresionante. Húmedo. Salvaje, a veces. Turistas, muchos. Real, quizás primitivo. Fascinante. Todas estas cosas y muchos calificativos más corresponden al río Mekong.
Si hay un río en el mundo que sea en sí mismo agua abundante y riqueza comercial, ese es el río vietnamita por excelencia. Ni el Amazonas, ni el Nilo acaparan ese cauce económico que éste posee.
Vietnam resurgió con él.
Los americanos lo sufrieron. O arrasaban su primigenia fuerza o sucumbían al impacto de sus gentes.
Gentes peleonas, personajes diferentes. Si tuvieran la falsedad de los chinos, la belleza de tailandeses y el furor de los bucaneros malayos serían otra cosa, pero no vietnamitas.
Los vietnamitas son eso, y más.
El río Mekong es eso, y más. Es vegetación, es agua, miles o millones de metros cúbicos de agua. Son riberas, donde pequeñas fábricas artesanales de molinos de arroz, de sombreros vietnamitas, de salsa de pescado, de galletas de arroz, de cachivaches orientales, de papel de arroz (otra vez con el arroz),…., jalonan el camino, ocultas -mucha veces- por la vegetación natural del río.
Mercados flotantes.
El mercado flotante de Cai Rang se encuentra cerca de la ciudad de Cân Tho y es uno de los dos mercados del suroreste de Vietnam. Para ofertar sus productos, el vietnamita-flotante los suspende del poste (beo cây) en la proa del barco.
Muy elemental, aunque no deja de ser original.
En este río todo es elemental pero todo -también- original. Hasta la presencia del viajero insatisfecho en su curso y orillas.

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22 de septiembre de 2008

¿No se habrá tomado las pastillas?

El abuelo no se ha tomado las pastillas”, dejó caer el otro día uno de los muchos bloggers que bromean sobre la edad y la memoria de McCain, candidato republicano a presidente de Estados Unidos, a raíz de una entrevista en la que le preguntaban por el presidente Zapatero y probablemente pensó que la entrevistadora “estaba hablando de Zapata, porque para McCain 1910 es prácticamente ayer”.
¡Qué genio este blogger!.
¿Qué le pasó a aquel otro abuelo chileno en Foz de Iguaçu, ciudad cercana a las cataratas, que lloraba como una magdalena cuando el viajero insatisfecho se despedía para tomar el avión a Río de Janeiro?. Había charlado con él un rato antes de ver las cataratas y otro poco al día siguiente de haberlas visitado.
¿No se habría tomado las pastillas?.
¿La vejez sensibiliza y confunde tanto, que McCain no supo que la guerra de Cuba había terminado o el abuelo chileno olvidó que los españoles ya no somos sus jerifaltes a quienes deben sus lloros y pleitesía?.
El mundo está confuso, a veces por la vejez, o quizás por la quietud.
Yo creo que si McCain hubiera viajado asimilando un poco, habría sabido discernir que Spain no está en South America sino que pertenece a Europe. Si aquel chileno no hubiera visto disminuida su capacidad por la propia vejez habría sabido que el “españolito” no era su protector ni mecenas sino un despistado viajero con ganas de ver y transitar.
El mochilero cree que los dos casos son tan estrambóticos como diferentes.
La torpeza de McCain es producto de no haber sido un asimilador viajero, o viajar con la manifiesta ignorancia que lo hacen un sinnúmero de americanos; el desliz del abuelo chileno tuvo que ver con la emoción de sentirse escuchado, de haber recibido la atención de un español con ganas de conocer, escuchar y vivir -a través de otros- unas aventuras que contar.
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Nota.: La fotografía cortesía de su autor y de Google.

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17 de septiembre de 2008

Patio dos Quintalinhos

Alahbáaa!!. Alahbáaa!!.
Sibri surijhi irimera alherita, dirimo.
Alahbáaa!!. Alahbáa!!”.
Perdón, por estos casi ridículos sonidos onomatopéyicos, pero así, o similar, sonaba la llamada a la oración desde los altavoces de la “mezquita verde” de Ilha Moçambique, a diez metros de mi lecho, en una habitación con cierto encanto enclavada en el hotel Patio dos Quintalinhos que regentaba un avispado italiano. Eran más o menos las cuatro y media de la mañana -noche cerrada- y aquellos cacharros que expulsaban estruendosas voces metálicas pareciera que sonaran en lo alto de la almohada.
¡Malditos!, gritaba entonces el viajero insatisfecho.
Luego, cuando el sol se había ya levantado a lo lejos, en el horizonte del reposado océano, se repetía él mismo tratando de convencerse: ¡Qué bello es despertarse en medio de la noche con los chirridos metálicos de una oración que no entiende “ni el tato”!.
¡Malditos!, grita de nuevo el mochilero al escribir estas líneas, mientras en su memoria flotan las estridentes voces enlatadas.
Contradicción, otra vez.
Sus ganancias y rentas estaban claras. Se levantaba y paseaba al amanecer por una silenciosa playa donde recibía, sentado y sereno, a los extrañados pescadores de ciudad Makuti que preparaban sus aperos para las tempraneras faenas.
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11 de septiembre de 2008

La flor de la montaña

Cuando el viajero, después de una tempranera e impresionante tormenta tropical, ve aquella flor de la montaña crecer orgullosa, aguantar las tiernas ráfagas de viento al amanecer y absorber la lluvia recién caída, piensa en el poderío de Inka Yupanki (o Pachakuti), que desde aquella impresionante y privilegiada atalaya ajardinada (frase prestada), controlaba a sus trabajadores afanados en la construcción de su hacienda Real (Machu Picchu), y donde ahora, más de quinientos años después, esta hermosa flor escudriña y tantea los valles con su hierática mirada.
Domina Machu Picchu, como un día lo hiciera Inka Yupanki; vigila su poderío, como un día lo hiciera Inka Yupanki, y acaricia el cielo, como un día -también- lo hiciera Inka Yupanki.
Al frente, las ruinas de un imperio orgulloso; a la derecha, el empinado barranco que adormece o, quizás, solivianta al hermoso río. Este mochilero, a su lado, observa el entorno del Paraíso o, al menos, así se lo imagina.

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