La
distancia entre Pucallpa e Iquitos, en línea recta, eran alrededor de 550
kilómetros, pero siguiendo el curso del río Ucayali se convertirían en unos mil, aunque allí nunca se hablaba de kilómetros de distancia sino en horas o días de
trayecto. Este trayecto podría ser, por un lado, en barca rápida (2 días), y
por otro, en lo que ellos llamaban lancha (5 días), pero que para el viajero insatisfecho sería un carguero.
Muchas
sensaciones vividas a lo largo de los días, muchos kilómetros de ribera
selvática y escenas en las poblaciones ribereñas, mucho tiempo de observación y bonitos amaneceres.
Cuatro encuadres en este
vídeo bastarán para dar una idea del volcán de bellos momentos.
Había
un objetivo claro en este viaje a Perú: hacer una bajada por el río Ucayali
hasta su encuentro con el río Marañón (cuando los dos anteriores ríos se
juntan, el curso unitario pasa a llamarse Amazonas), cerca de Iquitos. Desde
allí, navegar ya por el río Amazonas hasta su desembocadura, en Belém, o al
menos, hasta la ciudad de Manaos.
No
pudo ser. Las fronteras terrestres estaban cerradas debido al Covid-19, vulgarmente llamado pandemia.
Pero,
el viajero insatisfecho comenzará por el principio.
El velo de la novia
Llegó
un buen día a Pucallpa, destino final para tomar el barco por el río Ucayali.
Una gran ciudad, Pucallpa. Los alrededores daban sensación de riqueza, con
variedad de productos en su suelo: cacao, yuca, caña de azúcar, pero también
el comercio, la industria maderera y el turismo. Pucallpa era, además, un
importante puerto fluvial que, a través del río Ucayali, se comunicaba con la
otra gran ciudad de la Amazonia peruana, Iquitos, y con Leticia, ciudad colombiana
situada en la Triple frontera entre Perú, Colombia y Brasil. A través del río
se trasladaban comerciantes, mercadería, lugareños y animales en grandes
barcazas donde la gente, durante el trayecto, descansaba tranquilamente en hamacas, que los propios lugareños
llevaban como equipaje. Así, de esta manera aparentemente tranquila, se transitaba
por el Ucayali, por el Marañón o por el Amazonas.
Pucallpa
tenía, por tanto, una salida por río, una carretera que atravesaba los Andes
peruanos y la comunicaba con Lima y el resto del país, y un aeropuerto que, sin
ser internacional, tenía bastante actividad debido, en especial, a la situación
geográfica de la ciudad.
Casas pintadas de San Francisco, la población shipibo
Pasó
unos días visitando la ciudad y la zona. Visitó la laguna de Yarinacocha e,
incluso, desde allí, alquiló un motocarro y salió a recorrer los alrededores
campestres de Pucallpa. El joven conductor del motocarro, le acercó a una
localidad llamada San Francisco, en la que vivían gentes del grupo étnico shipibo, con idioma propio y
peculiaridades como pueblo indígena que es. Y de ello se enorgullecían. Un grupo
de niños se empeñaron en cantar el himno en su idioma local (no entendió nada).
Los shipibos vivían por lo menos en
150 pequeñas comunidades a lo largo del río Ucayali, sus afluentes y en las lagunas de
meandro, como la de Yarinacocha. En esta población de los shipibos, San Francisco, además de su gran mercado de artesanías, observó las fachadas
de las casas pintadas con figuras geométricas que tenían, según pudo saber, un
valor de protección familiar. La iglesia del poblado también tenía decorada su fachada
con dibujos geométricos de difícil interpretación.
Otra
jornada, se acercó al salto de agua Velo
de la novia, muy alejado de Pucallpa, y realizó otras actividades, hasta que se
embarcó rumbo a Iquitos. Luego, se arrepentiría de no haber realizado paradas en
alguna de las poblaciones intermedias, como Contamana, Orellana o Requena.
Pero así son los viajes:
aciertos y arrepentimientos.