28 de mayo de 2012

Obligado acercamiento a un ex mubarak


Iglesia colgante de Santa María, en el barrio copto de El Cairo
Después del viaje a Etiopía, este viajero insatisfecho se solidariza, sensibiliza o, simplemente, recuerda a los coptos etíopes como un pueblo sencillo, sincero e íntegro. Aquellos coptos/ortodoxos de Lalibela mandaban un mensaje de tranquilidad al mundo desde sus miradas antiguas y trasnochadas.
Y le viene esto a la mente por los avatares que están pasando estos otros coptos, los egípcios, en un momento tan importante para ellos, para su futuro como grupo/pueblo, rodeados como estan del, a veces, populacho islamista. Cuando hace unos años visitó el barrio copto de El Cairo, le resultó un lugar cerrado, cohibido, vulnerable, donde la religión importaba, donde los mensajes eran sinceros aunque en cierta medida engañosos para unos ojos extraños. Un barrio digno, con matices ancestrales, antiguos, perdido en el tiempo y, sin embargo, hasta cierto punto con una gran sinergia con el resto.
Estos días (estamos en mayo del 2012) los coptos se debaten entre un imposible apoyo a un político islamista y el obligado acercamiento a un ex mubarak. Terrible decisión para este grupo religioso que -seguro- verá el futuro lleno de incertidumbre, metido como esta en un Egipto lleno de incógnitas. Ni la religión, a la que siempre se han agarrado, les salvará en estos momentos de un pensamiento meditado de huida.
Este mochilero se internó en su día en aquel barrio copto y, desde la ignorancia e incomprensión de las religiones, vio VERDAD, manipulada verdad en sus humildes y discretos ojos.
Y espera que, después de la tan cacareada ‘primavera árabe/egipcia’, este pueblo sea respetado y su futuro sea lo menos incierto posible.
Este viajero tiene sus dudas.
Copyright © By Blas F.Tomé 2012

21 de mayo de 2012

¡Mierda p'a la Cuatro!


Hace unos pocos días este viajero insatisfecho vio un 'pelín' (quizás 5 minutos) de un programa que ni siquiera tenía constancia de su existencia. Un programa que después de las primeras imágenes, habría que decir píxeles, le produjo una repugnancia de difícil calificación. La bazofia en cuestión (cosa soez, sucia y despreciable, dice la RAE) era Perdidos en la tribu [Cuatro].
Si existe tal indignidad a la hora de producir un serial de estas características, el personal está un poco más cerca de perder el sentido de la cordura a la hora de moverse por el mundo. Si se llega a trivializar tanto a un pueblo y a una raza (aún con su consentimiento, después de 'untar'/sobornar bien hasta el más paria de la 'falsa' tribu), es porque se han perdido las más mínimas cotas de convivencia. En esos 5 minutos vio burla hacia el otro que no entendía por desconocer el castellano; críticas con mal estilo; menosprecio hacia el local/indígena; trato auto-suficiente y despreciativo como si el otro fuera inferior, y hasta amenazas soeces.
 “La familia de San Sebastián se instala en Togo, África, junto a los tamberna, un pueblo muy activo sexualmente que pondrá la nota más morbosa de esta edición”, decían -sin ningún tipo de crítica y reparos- en una crónica de un periódico digital español.
Este mochilero les desea lo peor a esa pandilla de productores, negros/ganapanes, realizadores y equipo técnico.
¡Mierda p’a la Cuatro!.
¡Mierda p’a Berlusconi!.
¡Una vergüenza!.

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14 de mayo de 2012

Largo trayecto, viejo Peugeot 504


Que el trayecto entre Antananarivo y Mahajanga (Madagascar) era largo, lo sabía; con carreteras alicatadas de profundos baches, lo había oído; con alguna que otra avería, intuía, y con pinchazo imprevisto, suponía. Lo que no sabía, ni intuía era hasta dónde podría cargarse aquel viejo pero brillante Peugeot 504 que tenía delante y, sobre todo, qué posibilidades de respirar tendría entre achuchones, tanta camiseta raída y vestidos de inseparable sudor negro.
El conductor se esforzaba en colocar fardos en el techo del pequeño vehículo, atiborrado ya de cajas, calabazas y sacos. Esperaban allí dos personas cuando el viajero insatisfecho preguntó al hombre de las alturas si aquel era el transporte para Mahajanga. Movió su marcada mollera negra y sus ojos saltones mientras le hacía gestos para que encaramara a lo alto su pesada mochila portada a la espalda.
La plaza al lado del conductor estaba ocupada por una señora gorda, silenciosa y negra/brillante, con vestido floreteado de colores y negra cabeza llena de rizos. El leonés tomó posesión detrás, en el amplio asiento intermedio, a la espera -pensaba- de otras dos personas. En cuanto a aquel asiento delantero ya ocupado, después de una larga tertulia, no exenta de griterío, en la que intervino no sólo el conductor sino todos los que por allí merodeaban, y eran muchos, fue abandonado por aquella taciturna mujer. Un viejo ochentón de aspecto moribundo (quizás, enviado a casa, desahuciado de algún dispensario), rostro amarillo, pálido y en constante y trabajosa respiración, fue aupado y colocado entre un mozalbete y una mujer. La hija, supuso. Con lo que a la vera del conductor iban ya tres personas más. La señora gorda pasó a ocupar el puesto que este ‘blogger’ tenía al lado.
Poco a poco, con un pertinaz goteo, el Peugot se fue llenando. En la parte de atrás (normalmente, maletero), mediante alguna componenda casera, habían habilitado otros dos asientos, ya repletos con dos jóvenes y una mujer de bonito pañuelo granate enrollado a modo de turbante.
Entretanto, el moribundo ochentón no se le iba de la cabeza. ¡Pobre hombre!.
El viajero, con su mochila azul en brazos, aplastado contra la oxidada puerta y presionado por la floreteada gorda, sin atreverse a protestar, miró a los otros tres que ocupaban este segundo asiento intermedio. El suyo. Todavía hubo espacio para que otra joven se sentara despreocupada en el suelo del vehículo, doblada, a los pies de un señor, con su cabeza apoyada en la vecina gorda de vestido floreado. Con un asustado niño pequeño, alzado en aquel instante al asiento trasero, eran trece personas.
Como si se le hubiera aflojado una biela del cerebro, el mochilero les contaba una y otra vez mentalmente. Preocupado, pensaba en las largas horas y meditaba la decisión a tomar: continuar hasta el final del trayecto o apearse y esperar al dia siguiente, aún previendo que sería, quizás, más de lo mismo.
¿Quién dijo miedo?.
¡Áfricaaaaaaaa!.

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5 de mayo de 2012

Miradas ¿de reproche?


Este leonés, cuando viaja, siempre termina sus paseos en los mercados. No es que pretenda llegar a ellos -a veces, sí- es que se los encuentra cuando más perdido está por las locas caminatas sin rumbo que dedica a las grandes ciudades o pequeñas poblaciones.
Una colectividad humana ésta de los mercados que va a lo suyo, que avanza parsimoniosamente entre tenderetes, cestos de frutas y verduras, bultos de ropa usada, charlas de comadres y fardos de comida. Una colectividad que se apresura a tapar, con empujones, andares y huellas, las huellas u olor del paso del aventurado visitante. Algunos metros transitados entre la multitud en el centro de esos mercados bastan para abolir el mundo exterior, el de la calle; un universo deja lugar a otro bien distinto, donde el sentido del olfato se agudiza y el sentido de la vista se alerta y se previene.
Pero el viajero insatisfecho con pinta extranjero o el sursuncorda, aunque quiera, nunca pasa desapercibido. Aunque pareciera que la incondicional mezcolanza con la multitud, muy propicia en los mercados, le va a llevar a pasar inadvertido siempre se encuentra unos ojos que observan sus movimientos preguntones y, a veces, admirativos. Cuando fotografía, le lanzan esa mirada de reproche, de curiosidad o sorpresa aunque, casi siempre, sea difícil discernir su tipo. Se le encogen los músculos al saberse sorprendido y nunca sabe si debiera pedir disculpas, agradecer el gesto o hacerse el despistado; mostrarse firme cuando recibe una regañina o excusarse con el que se muestre ofendido.
¡Le han pillado, viajero y fotógrafo aprendiz!.
¡Ríndase ante la evidencia!.

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