-Fuerte Frederick / Trincomale-
Siempre le llama la atención el exceso o, al menos, el mucho papanatismo
religioso que hay en determinados sitios. Y, sencillamente, en los territorios en los que domina la
religión hindú o la budista al viajero
insatisfecho le parece especialmente sangrante. Sobre otras religiones en
este ‘post’ no quiere pronunciarse aunque, sin duda, tienen elementos muy
parecidos si no iguales.
Dentro del fuerte Frederick, en la ciudad de Trincomale, la mezcla de
funcionalidades y especialidades era realmente llamativa. A la entrada, una vez
cruzado el antiguo arco portugués (u holandés pues éstos se lo usurparon a los
portugueses a mediados del siglo XVII) había un acuartelamiento con soldados
haciendo guardia y barracones repletos de personal militar. No muy lejos, un monumento
a Buda,
éste erguido, adoptando una de sus habituales posturas (mano levantada
saludando o dando parabienes ¡quién lo sabe!) y mirando fijo a la bahía frente
a la ciudad. Continuando por el fuerte entre árboles centenarios (¡que
maravillosa sombra proyectaban!) y después de una pronunciada subida, el templo
hindú Kandasamy Kovil dedicado al dios Siva (sí, ese que
tiene más brazos que un saltamontes patas) con la misión de proteger la isla de
Sri Lanka de desastres naturales. Como siempre.
Llamaba la atención el emplazamiento del templo, la gran cantidad de
peregrinos y, en especial, el mercadeo, o ‘tiendeo’, o ‘compreteo’ en sus alrededores. Alguno que lea esto dirá: ‘lo mismo
pasa en Lourdes’, y el mochilero lo sabe, pero, ahora, quiere mostrar esa incomprensión
por el papanatismo allí encontrado, aunque menor, incluso, que el que recordaba de
India. El camino que llevaba al templo, una vez en la cima, estaba bordeado de
tenderetes a ambos lados. Todo se vendía. Fruta, bebidas, golosinas, amuletos,
ofrendas, guirnaldas chinas, velas, piedras de todo tipo, abanicos chinos,
bandoleras chinas, cuadros chinos, fetiches, sombreros, flotadores de plástico
chinos, chinos, chinos y más artículos chinos. Era más lamentable y peor
incluso, si esto fuera posible, que la invasión de baratijas chinas en España.
Un mercadeo de ‘todo a cien’ que chirriaba a los oídos y deslumbraba los ojos.
Pero así eran las cercanías de los templos hindúes famosos o los más
frecuentados por los peregrinos de todo el país. Y no llegó en el momento de
mayor acumulación de gente. Cuando subía a la cima se encontró mucho sari femenino
bajando. La puja (oración) ya había
finalizado. Aún así, el lugar desprendía multitud.
-Camino de acceso al templo, repleto de tiendas-
Compró
agua, un mango verde troceado, salpicado de sal-chili (un agradable sabor
agri-dulce-picante que ya había descubierto en Camboya) y, descalzo como todos,
abordó el templo con la curiosidad como única justificación.
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