“Que no se ponga ni una piedra más sin preguntar por qué”. Hacía tiempo que no oía una frase tan acorde con lo que yo pienso de este mundo cotidiano, de esta realidad diaria, de lo habitual y rutinario, de la vida cercana que nos envuelve.
Hoy, leía esta frase de Saramago en el periódico de hace unos días.
Ayer (un ayer impreciso de hace un mes), viajaba yo en el carísimo tren que me llevaba desde Ollantaytambo a Aguas Calientes, en mi terca persecución del Machu Picchu. Frente a mí, en el incomodísimo tren -los pies los pasajeros, frente a frente, se entremezclaban por la estrechez del espacio- tenía (¡casualidad!) a dos arquitectos: uno, francés; ella, argentina. Hablábamos -sobre todo ellos- de estas profesiones en Argentina y Francia. Yo, que ni era arquitecto ni soñaba con serlo, hablaba, por derivación y con mi ignorante lenguaje, de la construcción en España.
No es éste un comentario de arquitectura ni de sabuesos constructores, sino de viajes. Porque los viajes también son relaciones humanas, conversaciones de intercambio, vivencias en las charlas de tren o autobús, o tomándote un cerveza, o un café,…
- “¿Y la situación en España?”, me preguntaba uno de ellos. No recuerdo quién.
Hoy, leía esta frase de Saramago en el periódico de hace unos días.
Ayer (un ayer impreciso de hace un mes), viajaba yo en el carísimo tren que me llevaba desde Ollantaytambo a Aguas Calientes, en mi terca persecución del Machu Picchu. Frente a mí, en el incomodísimo tren -los pies los pasajeros, frente a frente, se entremezclaban por la estrechez del espacio- tenía (¡casualidad!) a dos arquitectos: uno, francés; ella, argentina. Hablábamos -sobre todo ellos- de estas profesiones en Argentina y Francia. Yo, que ni era arquitecto ni soñaba con serlo, hablaba, por derivación y con mi ignorante lenguaje, de la construcción en España.
No es éste un comentario de arquitectura ni de sabuesos constructores, sino de viajes. Porque los viajes también son relaciones humanas, conversaciones de intercambio, vivencias en las charlas de tren o autobús, o tomándote un cerveza, o un café,…
- “¿Y la situación en España?”, me preguntaba uno de ellos. No recuerdo quién.
- “Un desastre. Creo que podríais ir por allí y acabar con todo. Podríais construir España entera y rellenarla de edificios, como ya está la costa mediterránea, en especial”. Parecían no entender lo que les decía -un poco el francés, muy poco la argentina- pero quisieron saber mi solución para el problema.
- “La costa española está completamente edificada. ¿Soluciones?. Bombardearla entera y dejarla toda llana” -decía yo, no sin cierta vehemencia-. “Pásate, por España”, le insistía al francés. Miradas de incomprensión y extrañeza, falta de conocimiento de la realidad nacional y… cambio disimulado de conversación.
Tal vez, pensaban, “en España, todos son medio terroristas”. Ahora les podría haber dicho, más prudente: “que no se ponga ni una piedra más sin preguntar por qué”.
- “La costa española está completamente edificada. ¿Soluciones?. Bombardearla entera y dejarla toda llana” -decía yo, no sin cierta vehemencia-. “Pásate, por España”, le insistía al francés. Miradas de incomprensión y extrañeza, falta de conocimiento de la realidad nacional y… cambio disimulado de conversación.
Tal vez, pensaban, “en España, todos son medio terroristas”. Ahora les podría haber dicho, más prudente: “que no se ponga ni una piedra más sin preguntar por qué”.