Es verdad que las estrellas de mar mueren cuando están fuera del agua, en apenas un minuto aproximadamente. El viajero insatisfecho lo pudo comprobar en el Archipiélago de San Blas, en Panamá, cuando la sensual colombiana/alemana -se decía alemana pero hablaba un perfecto español con sonoridades colombianas- cogió dos de ellas, muy cerca de la orilla en una playa arenosa de una diminuta y apacible isla deshabitada, y las colocó -después de quitarse las telas de arriba- a modo de cazuelas de sujetador. Algo que no debería haber hecho con estos delicados equinodermos y, menos, mantenerlos fuera del agua un tiempo excesivo, aunque necesario para hacer una variedad de sensuales fotografías, como la que sirve de cabecera. Y sí, una de las dos murió ante los ojos de los inconscientes mochileros que reían las atrayentes posturas de la accidental y temporal modelo. Cuando la estrella de mar ha muerto, al introducirla de nuevo en el agua salada, no se mantiene en el fondo sino que flota, síntoma evidente de que ha caído en desgracia. Habría disfrutado de los turgentes pechos de la simpática colombiana/alemana pero su vida había valido eso, un tierno arrullo.
Todos apenados.
Las branquias dermales de las estrellas de mar están especializadas para la captura del oxigeno presente en el agua, y cuando estas especies son sacadas de su hábitat acuático no pueden realizar el intercambio de gases para su ciclos vitales, por lo que sufren una intoxicación, generalmente con dióxido o monóxido de carbono y, en un tiempo relativamente corto, mueren, es decir, se "ahogan".
Este sencillo ‘post’ es un pequeño aporte a la causa de un turismo
sostenible, un granito de arena en el arte de concienciar a otros sobre la
importancia de determinadas acciones que, quizás por desconocimiento, puedan
perjudicar a ciertos animales o determinadas plantas.
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