27 de abril de 2012

Bekele Woya


Bekele Woya debió ser un hombre más, aunque un gran hombre, uno de los muchos valientes soldados y feroces luchadores contra el ejército italiano invasor. Murió años más tarde del fin de la ocupación italiana de Etiopía pero allí estaba su lápida. Tenía su panteón recubierto por un templete verde metálico y su sepultura estaba en los aledaños de Trinity Cathedral, de Addis Ababa, uno de los lugares más venerados por los ortodoxos etíopes. Donde estaba situada, no era propiamente un cementerio al uso sino que unos centenares de tumbas ocupaban los jardines del famoso y reverenciado templo. Era tan admirado que incluso el emperador Haile Selassie construyó su museo y tenía allí un trono (segunda fotografía) que ocupaba durante algunos oficios religiosos.
Cuando Mussolini llegó al poder en 1922, Italia llevaba ya varios años con la vista puesta en Etiopía. No había digerido aún su anterior derrota ante el ras Makonnen Walda que frenó en aquel entonces, finales del siglo XIX, las pretensiones italianas sobre Etiopía y Somalia. Con la llegada de Mussolini los planes de ‘venganza’ se aceleraron. Quería presentar a Italia, ante los italianos y el mundo, como un país civilizador frente a otro que vivía en plena ‘edad media’. El 2 de octubre de 1935 Mussolini anunciaba desde el balcón principal del Pallazo Venecia la invasión de Etiopía, que comenzaría al día siguiente.
Cuando los italianos llegaron a Addis Ababa, en mayo del año siguiente, el júbilo en Italia fue enorme. Personalidades como el Papa Pío XI y Winston Churchill expresaron su admiración por la eficacia de la campaña italiana en Etiopía aunque también su preocupación por lo que esto significaba: el brutal expansionismo italiano acercaba a Mussolini a la órbita de Hitler.
La ocupación duraría hasta 1941 y dejaría en los etíopes un ‘mal sabor de boca’, con bastantes motivos para ello: se calcula que la población pasó de 16 a solo 9 millones.
Todavía ayer [tómese este ‘ayer’ como un cercano pasado] durante la visita del viajero insatisfecho al país, cuando los etíopes hablaban de ‘enemigos’ siempre se referían a los italianos.
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17 de abril de 2012

Piedra = Noemi Campbell

Quizás fuera la piedra más fotografíada de todo Perú; tal vez fuera más retratada que Noemí Campbell en la pasarela de Milán. Más fría, eso sí, que la guapa modelo y sin desarmar con su pícara sonrisa, no había duda de que, entonces, aquella piedra inca arrancaba pasiones.
[Las continuará arrancando].
Era la representación más palpable y cercana, un resumen de lo que suponía la ancestral arquitectura inca. Aquellos antiguos constructores, como imbuidos por la más absoluta sencillez, centraron su trabajo en los grandes bloques de piedra tallada que encajaban con una precisión milimétrica, formando muros ensamblados con esmero y pulcritud. Había miles de ellos por Cuzco y alrededores. En muchos casos, un ejemplo de integración; en otros, de abandono.
Aquel día, al pasar por delante de ella [de la piedra], este viajero insatisfecho, desconocedor de tenerla tan cerca (en plena calle, estrecha y peatonal que llevaba desde la plaza de Armas al barrio de San Blas, donde hospedaba) y alertado por el grupito de buscavidas/protectores de la piedra, asentados allí para extorsionar al turista, reaccionó tocándola con cierta admiración. Eso le valió la inmediata bronca de aquellos ‘niñatos’ buscavidas que pretendían con ello asustar, amedrantar e incluso timar a cualquier solitario paseante con aires extranjeros.
Luego, deambulando por callejones y avenidas, reflexionaba sobre la cantidad de entrometidos, granujas, rateros, estafadores, maleantes, bribones, engreídos, y demás tribus, que se mueven en los lugares turísticos de todo pueblo o ciudad del mundo mundial.
¿Qué no se podía tocar la 'cacareada' piedra de los doce ángulos?.
¡A mamarla!.



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8 de abril de 2012

Algo muy distinto a las cataratas del Nilo Azul

Paco Nadal le avisaba con su peculiar estilo en uno de sus comentarios: “Si vas a las cataratas del Nilo Azul, pregunta a qué hora sueltan el agua, porque se te cae el alma a los pies cuando las ves secas por culpa de la presa hidroeléctrica”. ¡Gracias, Paco!, pero este mequetrefe había estado allí el día anterior. Tu sabia sugerencia llegaría unas horas tarde. Algo, no obstante, había oído ya el viajero insatisfecho pero las ganas de estar en el sitio habían silenciado aquellos ecos agoreros.
Aquel día, por la mañana temprano, se encaminó a la ‘Bus station’ de Bahar Dar, ciudad a orillas del lago Tana, y esperó con paciencia a que el autobús adquiriera tono africano, es decir, enlatado, atiborrado de gente local. En la paciente espera, un viejo indigente negro y barbudo se paseó de principio a fin por el autobús tosiendo y doblándose como voraz tuberculoso. Creyó lo fuera. Todo el pasaje, entre protestas e improperios, se tapó sus bocas y narices con pañuelos y brazos, mientras este mochilero se cubría con su mascarilla ‘Michael Jackson’.
Despues de más una hora de trayecto, Tis Isat (así se llamaba el poblado cercano a las cataratas) le recibió en medio de un bullicioso mercado. Espectacular gentío que se olvidaba del recién llegado turista/viajero y dedicaba su empeño a menesteres de subsistencia. Más de una hora de caminata le esperaba hasta divisar las cataratas del Nilo Azul en toda su amplitud.
¡Qué chocante veía a aquellas mujeres que se cruzaba con sus vestidos tribales portando enseres hacia el mercado de Tis Isat!.
No veía sufrimiento ni trabajo, veía vida.

Cuando ya en ruta cruzó el puente portugués (primera fotografía), que recordaba de fotografías atestado de agua pero encontró seco, los malos augurios, alertas y premoniciones comenzaron a adquirir visos de realidad. Antes de visualizar tamaña sorpresa, por otra parte esperada, tuvo tiempo de ver un simpático salto de agua (segunda fotografía); cruzar al lado de varias cabañas de labriegos con sus ‘tortas de excrementos vacunos/boñigas’ a la entrada; sufrir el sofocante calor en subidas y bajadas y respirar de vez en cuando pero con pasión el sano aire del lugar.
Luego, la decepción final. Un escasísimo chorro de agua saltaba al vacío formando pequeñas cabriolas de nada en particular.
¡Cómo se pensaba encontrar las cataratas (tercera fotografía) y cómo se las encontró (cuarta fotografía)!.


Su ilusión se hundió.
Su cerebro se vació.


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