Vista general de Borobudur
Para
no complicarse la vida, y eso que era fácil encontrar transporte público, el viajero insatisfecho se embarcó en un
viaje para trotamundos, extranjeros solitarios que necesitaban de otros extraños
para completar un minibús. De ello se encargaban la multitud de agencias que
había por la zona mochilera. Era una manera fácil. Una hora de trayecto,
aproximadamente. Luego, allí, y después de hacer los trámites de entrada, la
visita era ‘cada uno a su aire’. Con un libro-guía en la mano era muy asequible ponerse
en situación.
En
1200 años desde su fundación, el templo había sufrido en repetidas ocasiones
tanto ataques de las fuerzas de la naturaleza como las del hombre. La ‘Lonely planet’ decía que “en su periodo de abandono, que se prolongó
durante casi un milenio, los terremotos y las erupciones volcánicas
desestabilizaron el conjunto monumental más si cabe y la selva javanesa lo
reclamó por medio de raíces gigantes que penetraron por doquier partiendo en
dos muchos bloques de piedra”. Todo ello había sido enmendado con una colosal
obra de restauración. En 1991, una vez reformado, Borobudur fue declarado
Patrimonio Mundial por la Unesco.
Stupas, en Borobudur
Desde
lejos, y con los rayos de sol aún mortecinos, Borobudur parecía una
pequeña y uniforme colina de piedra llena de montículos. Contemplándolo en
conjunto tenía una fuerza impresionante. De cerca, en cambio, extasiaba la
belleza, armonía y perfección de todo lo que allí se había construido.
El
sol iría demostrando su fuerza según el curioso mochilero iba ascendiendo las
diferentes plataformas por unas escaleras perfectamente diferenciadas. Plataformas
que contenían multitud de stupas y
budas, alguno de ellos en su interior. No recuerda el número de niveles, pero
unos seis o siete, todos ellos coronados por un número simétrico de estas
formaciones. Era en cierto sentido una sensación mágica: el visitante paseando
por las terrazas de piedra y, por un lado, las stupas y, por otro, los bellos relieves que narraban multitud de
historias alrededor de Buda, su vida, el nacimiento del príncipe Siddhartha,
o la búsqueda del nirvana. Fueron más de dos horas deambulando por allí,
subiendo y bajando escalones admirando las paredes recargadas de relieves y
comprobando que todas las stupas
contenían imágenes en su interior. Desde lo más alto, era interesante pararse
un rato a observar cómo los rayos solares hacían brillar la vegetación
circundante y el verde brillante pasaba a convertirse, con el paso de los
minutos, en verde más bien de amarillenta tonalidad.
Buda y stupas, en Borobudur
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