25 de febrero de 2017

Borobudur / isla de Java


Vista general de Borobudur

Cuando preguntaba en Jogjakarta, isla de Java, cómo se podía ir al templo de Borobudur (a unos 50 kilómetros), el primer apunte era que había que visitarlo temprano: “luego se llena de colegios y chavales”, decían.
Para no complicarse la vida, y eso que era fácil encontrar transporte público, el viajero insatisfecho se embarcó en un viaje para trotamundos, extranjeros solitarios que necesitaban de otros extraños para completar un minibús. De ello se encargaban la multitud de agencias que había por la zona mochilera. Era una manera fácil. Una hora de trayecto, aproximadamente. Luego, allí, y después de hacer los trámites de entrada, la visita era ‘cada uno a su aire’. Con un libro-guía en la mano era muy asequible ponerse en situación.
En 1200 años desde su fundación, el templo había sufrido en repetidas ocasiones tanto ataques de las fuerzas de la naturaleza como las del hombre. La ‘Lonely planet’ decía que “en su periodo de abandono, que se prolongó durante casi un milenio, los terremotos y las erupciones volcánicas desestabilizaron el conjunto monumental más si cabe y la selva javanesa lo reclamó por medio de raíces gigantes que penetraron por doquier partiendo en dos muchos bloques de piedra”. Todo ello había sido enmendado con una colosal obra de restauración. En 1991, una vez reformado, Borobudur fue declarado Patrimonio Mundial por la Unesco.


Stupas, en Borobudur

Desde lejos, y con los rayos de sol aún mortecinos, Borobudur parecía una pequeña y uniforme colina de piedra llena de montículos. Contemplándolo en conjunto tenía una fuerza impresionante. De cerca, en cambio, extasiaba la belleza, armonía y perfección de todo lo que allí se había construido.
El sol iría demostrando su fuerza según el curioso mochilero iba ascendiendo las diferentes plataformas por unas escaleras perfectamente diferenciadas. Plataformas que contenían multitud de stupas y budas, alguno de ellos en su interior. No recuerda el número de niveles, pero unos seis o siete, todos ellos coronados por un número simétrico de estas formaciones. Era en cierto sentido una sensación mágica: el visitante paseando por las terrazas de piedra y, por un lado, las stupas y, por otro, los bellos relieves que narraban multitud de historias alrededor de Buda, su vida, el nacimiento del príncipe Siddhartha, o la búsqueda del nirvana. Fueron más de dos horas deambulando por allí, subiendo y bajando escalones admirando las paredes recargadas de relieves y comprobando que todas las stupas contenían imágenes en su interior. Desde lo más alto, era interesante pararse un rato a observar cómo los rayos solares hacían brillar la vegetación circundante y el verde brillante pasaba a convertirse, con el paso de los minutos, en verde más bien de amarillenta tonalidad.

Buda y stupas, en Borobudur

Poco a poco el monumento se fue llenado de turistas, de visitantes venidos de todos los rincones de la isla de Java, de alumnos jóvenes que aparecían allí uniformados y en bloque. El silencio que campaba a sus anchas al iniciar el recorrido matinal se transformaba, así, en ruidoso griterío escolar. Con esta moda de los selfies muchos solicitaron a este mochilero que posara con ellos. Una fiebre de selfies, saltos y sonrisas, y caras alegres también. Ya no era muy apto para la tranquilidad, además, el tiempo de visita iba concluyendo.
Abandonó Borobudur con la sensación de haber visto algo único.



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11 de febrero de 2017

Volcán Bromo / Isla de Java

Caldera de Tengger, con el volcán Bromo humeando (desde el punto panorámico)

El volcán Bromo, en Java (Indonesia), era uno de los lugares más visitados dentro del conjunto de los cientos de islas que componen el país. Era, incluso, la imagen de portada de la guía/libro de Lonely Planet, todo un símbolo de viajes.
No puedo dejar de verlo’, se dijo el viajero insatisfecho.
Su fijación era tratar de estar en el lugar al amanecer pues algo había oído sobre su particular belleza. Lo que no se imaginaba era que también lo habían oído muchos otros y cuando alcanzó aquel punto de vista panorámico (view point, que decían los indicadores) era un hervidero de turistas japoneses, chinos, locales o malayos. Definitivamente, y después de meditarlo, este mochilero va a tratar de evitar lugares famosillos.
¡Que vayan los chinos!.
Se levantó muy pronto, a las 3 y media de la mañana. El conductor del jeep venía a recogerles sobre las cuatro (iba con otros 3 mochileros) al hotel donde habían pernoctado, unos 8 kilómetros del punto panorámico. Después de circular una media hora por un maltrecho camino (no veían gran cosa pues era noche cerrada) llegaron al lugar indicado. Atestado de turistas como estaba, repleto de móviles y palitos de selfie y, encima, obligado a alquilar un chaquetón porque a esa altura y aquellas horas corría una brisa del carajo que dejaba fríos los huesos, se arrepintió de haber dado aquel paso. Luego, el cabreo se iría transformando en tranquilidad hasta llegar a sentirse realmente animado y cómodo. El amanecer, la suave luz primeriza iba dejando que las formas de aquel espectáculo natural fueran apareciendo poco a poco. Las formas, los colores y el humo que desprendía el volcán a lo lejos conformaron, al fin, un conjunto visual hermoso. Cuando el sol iluminó el paisaje era el momento de acercarse al volcán Bromo que se veía al fondo de aquel hermoso plano y era posible ascenderlo. Desde donde se encontraba, el jeep les bajaría a la caldera y acercaría hasta la base.

El volcán Bromo
El Bromo (Gunung Bromo) era uno de los volcanes más activos de Indonesia con más de 50 erupciones en los últimos 250 años, siendo la última en el año 2011. Dentro de la caldera de Tengger, el Bromo no era el pico más alto del Parque Nacional del Bromo Tengger Semeru, pero si el más activo. Estaba también el volcán Semeru, y el conjunto de ambos conforma un auténtico paisaje lunar. Allí, dentro de la caldera y en la base del cráter, había un templo hindú. En Java no hay muchos, pero los habitantes de aquella región mantuvieron su religión mientras en el resto de la isla adoptaron la musulmana.
Una vez el jeep les dejó, alcanzar lo alto del cráter era misión de cada uno. Primero era necesario ascender unas resbaladizas laderas con pequeños barrancos pero, luego, eran 253 escalones los que separaban de la cumbre del volcán. Y allí, en lo más alto del cráter, al borde del abismo que aparecía a sus pies y donde la naturaleza mostraba su fuerza, fue donde pensó que había merecido la pena.

Al pie del volcán Bromo, vendedor de ramos para lanzar al volcán


[VÍDEO]



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