La oscuridad en la noche era absoluta en el barco, metido de lleno en el curso amazónico y descendiendo el río Amazonas en su ruta de Manaos a Belem. ¿Dónde exactamente se encontraba en estos momentos? Este viajero insatisfecho miraba a babor y a estribor y, desde esa pequeña altura (2º piso) donde solía dormitar, no alcazaba a ver ni el agua, pero el tuc-tuc-tuc del barco se oía a la perfección.
¿Cómo conseguía navegar el barco en aquella negra noche de primeros de septiembre?
Se acercó a la proa del barco para pasar el rato, para ocupar su tiempo y observar. Y observaba la noche en silencio, el espíritu en silencio y el silencio en silencio. Desde donde se encontraba se daba cuenta de esa particular navegación nocturna, tan nueva y extraña para él, inexperto en tantas cosas y más en temas de avance fluvial. Un foco de luz-dirigida en la parte delantera del barco lanzaba fogonazos intermitentes, breves y precisos, para localizar en la oscura noche ora la orilla derecha (a lo lejos), ora la izquierda (más lejos aún). Crean a este patrañero que las distancias eran lejanas, casi imperceptibles, pero para el experto piloto, suficientes. Tuc-tuc-tuc…..tuc-tuc. No salía de su asombro al comenzar a entender esa manera de mantener el preciso rumbo y al concluir que así el capitán o su ayudante, o quien fuera, mantenían la ruta ya conocida.
¿Cómo conseguía navegar el barco en aquella negra noche de primeros de septiembre?
Se acercó a la proa del barco para pasar el rato, para ocupar su tiempo y observar. Y observaba la noche en silencio, el espíritu en silencio y el silencio en silencio. Desde donde se encontraba se daba cuenta de esa particular navegación nocturna, tan nueva y extraña para él, inexperto en tantas cosas y más en temas de avance fluvial. Un foco de luz-dirigida en la parte delantera del barco lanzaba fogonazos intermitentes, breves y precisos, para localizar en la oscura noche ora la orilla derecha (a lo lejos), ora la izquierda (más lejos aún). Crean a este patrañero que las distancias eran lejanas, casi imperceptibles, pero para el experto piloto, suficientes. Tuc-tuc-tuc…..tuc-tuc. No salía de su asombro al comenzar a entender esa manera de mantener el preciso rumbo y al concluir que así el capitán o su ayudante, o quien fuera, mantenían la ruta ya conocida.
Salió una y otra noche, se colocaba en el mismo rincón de proa y se pasaba los minutos observando cómo el fogonazo de luz-dirigido daba con una ribera u otra del río más caudaloso del mundo, tuc-tuc-tuc. Y así, como una ley aprehendida de la naturaleza, avanzaban en la noche rumbo al fiero océano.
Copyright © By Blas F.Tomé 2007