22 de julio de 2016

La sierra de los tarahumara

Vista que el tren dejaba a su paso

El célebre y renombrado tren “Chihuahua al Pacífico” (también conocido como “el Chepe”) que comunica una zona árida del centro de México (Chihuahua, en concreto) con las tierras verdes de Los Mochis, atraviesa la sierra Tarahumara. El viajero insatisfecho que tenía ganas de conocer esta sierra sentía una predilección especial por las barrancas. Agarró el tren en Los Mochis que se precipitó a su ritmo lento, después de más de dos horas de recorrido por un aburrido valle, en un paisaje singular y bello. No podría decir que era espectacular y deslumbrante pero si se atreve a calificarlo de extraordinario. Espectacular podría ser la famosa barranca del Cobre, cerca de la que el tren pasaba durante un momento del trayecto. 
El Chepe transitaba por vías al lado de precipicios, por puentes, túneles y cañones. El trazado de una vía única bordeaba una larga serie de precipicios dando a grandes barrancos donde, a veces, en el fondo aparecían viejos vagones destartalados, oxidados por las lluvias, el tiempo, difuntos descarrilados ellos con las presumibles consecuencias (primera fotografía). La zona tenía unas condiciones abruptas que aprovecharon antaño los indígenas tarahumaras para protegerse de los amenazadores colonizadores españoles. También, allí, a salvo estaban de los trabajos forzados en la mina. Pero allí comenzaron a florecer también las minas como la de Batopilas, cerca también de la barranca del Cobre, llamada así porque los jesuitas españoles iban buscando este metal aunque encontraron otro no menos atrayente, plata. Pero el territorio era propicio para que los tarahumaras pudieran escabullirse. Las barrancas, además, guardaban en su vientre ópalo y oro.

Una mujer tarahumara con su niña en brazos

Este mochilero, precisamente, decidió descender en el apeadero llamado Barrancas, aunque realmente el pequeño poblado se llamaba Areponapuchi (con este nombre no se podría explotar turísticamente). Después de procurarse una habitación para dormir comenzó con sus paseos que le llevaron a unos miradores donde a los pies se observaban las famosas barrancas, la de Urique o la del Cobre. Se sentó en una de las rocas y en completo relax observó, miró y volvió a descansar la mirada sobre aquel vasto territorio lleno de belleza. Pero el turismo invasor también se acordó de ese lugar. A la izquierda de su observatorio, un hotel-mirador se apoyaba casi en el precipicio de grandes rocas, estropeaba en cierta forma el entorno y avasallaba la increíble panorámica.
Aun así, las barrancas se alejaban en el horizonte con la certeza se sentirse queridas, protagonistas y observadas.

Al fondo, las barrancas; en primer plano, el hotel

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9 de julio de 2016

Pomuch, un pueblo con una tradición maya

Iglesia de Pomuch

Hablaba con un camarero, en un bar de Campeche, México, cuando se enteró de una extraña tradición maya: la limpieza de los huesos de los muertos en la población cercana de Pomuch. El amigo era de ese lugar y conocía, por supuesto, todos los pormenores de la tradición que le explicó a grandes rasgos.
Al viajero insatisfecho le quedaba una tarde de sol y calor en la ciudad, y de no hacer nada, antes de tomar el bus nocturno hacia Veracruz, siguiente destino. Decidió visitar el pueblo de Pomuch, a unos 50 kilómetros, que gracias a este ritual ancestral maya se ha convertido en una población conocida, en un pueblo mágico, aunque no ostente de manera oficial ese título. Le preguntó al camarero dónde podía agarrar (como decían allí) un colectivo (minibus) y se presentó en el lugar. Paró en la plaza de la Iglesia, un monumento del siglo XVII que encontró cerrado, de esta manera no pudo ver la figura sagrada hecha de pasta de maíz, única en México, según le explicó también el amigo camarero de Campeche. Agarró un ‘ricksaw’ que le recordó a su estancia en India, y se dirigió al cementerio. El muchacho que le llevaba en bicicleta le habló un poco del significado del cementerio y de los muertos. Poco, muy poco le comentó, o era tímido o poco hablador. Tal vez su juventud le impedía ser más expresivo.
Se dio perfecta cuenta de este ritual al entrar al recinto. Los nichos, pintados y decorados con diferentes colores no estaban cerrados, sino que mostraban en su interior una especie de urna que almacenaba unos limpios cráneos y huesos humanos, decorada exteriormente con telas delicadamente bordadas. El cementerio más que para enterrar al muerto se utilizaba para exhibir sus huesos.

Nicho, con urna y huesos

Para algunos, según pudo saber, el ritual de limpiar los huesos de los difuntos resultaba extraño, pero para los habitantes de esta comunidad era una tradición maya que debía perdurar. El aseo empezaba por las extremidades inferiores y terminaba con el cráneo, éste se colocaba sobre los demás huesos, según se podía apreciar en la mayoría de los nichos. La limpieza anual y ritual era meticulosa e incluía el uso de escobas y brochas, además se contaba con una cajita de madera o urna para la colocación final de los restos. Mientras se efectuaba esta ardua tarea -también, según pudo saber- los niños observaban, recibían lecciones y escuchaban narraciones de cuando estaba en vida el difunto.
Paseó sin rumbo entre las tumbas, bajo un calor hiriente, sofocante y pesado, observando detalles de cada una de ellas, tomó varias fotografías y sin preguntarse más, se marchó de allí con esa sensación de lo extravagante de la mente humana.
Nicho, con dos urnas y los huesos

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1 de julio de 2016

México, próximo destino


México, próximo destino. Sazonado, eso sí, por los países centroamericanos más cercanos. Quizás Guatemala, El Salvador, Honduras o Nicaragua, pero el país de inicio de la aventura será sin duda México. Sabemos, sabe el viajero insatisfecho, que alberga una gran riqueza en playas espléndidas (no es su vocación principal), deslumbrantes ciudades coloniales y gigantescos parque nacionales, razón suficiente para que sea el próximo destino. Pero, no olvida tampoco su historia, sus gentes, sus revoluciones no resueltas, sus revoluciones por venir, su particular forma de enfocar la vida, la vorágine o el mundo.
Su imagen es la de un mundo cosmopolita, bullanguero, contaminado y lleno de gente, algo sencillamente fascinante.
Está cargando la mochila.
Está llenando el espíritu.
Está completando y ordenando su cabeza.
Lleva pasaporte, dinero, pasión, libros, guías, ilusión, ropa, ganas, va encandilado, utensilios, paciencia, primeros auxilios, orgullo…., de todo ello lleva en cantidad suficiente, un buen volumen, ¿cómo regresará?.
Y como leyó hace poco unas frases de Ángeles Mastretta sobre este país, las va a colocar aquí:
México puede ser indescifrable. Así pensamos muchos de quienes aquí nacimos y seguimos viviendo, y eso hemos aceptado, impávidos, con nuestros ojos habituados a mirar lo inaudito como si fuera lógico, como si el tiempo lo volviera invisible”.


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