Vista que el tren dejaba a su paso
Este mochilero, precisamente, decidió descender en el apeadero llamado Barrancas, aunque realmente el pequeño poblado se llamaba Areponapuchi (con este nombre no se podría explotar turísticamente). Después de procurarse una habitación para dormir comenzó con sus paseos que le llevaron a unos miradores donde a los pies se observaban las famosas barrancas, la de Urique o la del Cobre. Se sentó en una de las rocas y en completo relax observó, miró y volvió a descansar la mirada sobre aquel vasto territorio lleno de belleza. Pero el turismo invasor también se acordó de ese lugar. A la izquierda de su observatorio, un hotel-mirador se apoyaba casi en el precipicio de grandes rocas, estropeaba en cierta forma el entorno y avasallaba la increíble panorámica.
El célebre y renombrado tren “Chihuahua al Pacífico” (también conocido como “el Chepe”) que comunica una zona árida del centro de México (Chihuahua, en concreto) con las tierras verdes de Los Mochis, atraviesa la sierra Tarahumara. El viajero insatisfecho que tenía ganas de conocer esta sierra sentía una predilección especial por las barrancas. Agarró el tren en Los Mochis que se precipitó a su ritmo lento, después de más de dos horas de recorrido por un aburrido valle, en un paisaje singular y bello. No podría decir que era espectacular y deslumbrante pero si se atreve a calificarlo de extraordinario. Espectacular podría ser la famosa barranca del Cobre, cerca de la que el tren pasaba durante un momento del trayecto.
El Chepe transitaba por vías al lado de precipicios, por puentes, túneles y cañones. El trazado de una vía única bordeaba una larga serie de precipicios dando a grandes barrancos donde, a veces, en el fondo aparecían viejos vagones destartalados, oxidados por las lluvias, el tiempo, difuntos descarrilados ellos con las presumibles consecuencias (primera fotografía). La zona tenía unas condiciones abruptas que aprovecharon antaño los indígenas tarahumaras para protegerse de los amenazadores colonizadores españoles. También, allí, a salvo estaban de los trabajos forzados en la mina. Pero allí comenzaron a florecer también las minas como la de Batopilas, cerca también de la barranca del Cobre, llamada así porque los jesuitas españoles iban buscando este metal aunque encontraron otro no menos atrayente, plata. Pero el territorio era propicio para que los tarahumaras pudieran escabullirse. Las barrancas, además, guardaban en su vientre ópalo y oro.
Una mujer tarahumara con su niña en brazos
Aun así, las barrancas se alejaban en el horizonte con la certeza se sentirse queridas, protagonistas y observadas.
Al fondo, las barrancas; en primer plano, el hotel
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