La llegada a Luanda, la llegada al Aeropuerto Internacional 4 de Fevereiro, generaba ya una primera, aunque muy pequeña, incertidumbre. Según las informaciones que ya poseía el viajero insatisfecho, había tres cosas que reducían las posibles preocupaciones: el aeropuerto se encontraba inmerso en la zona urbana; el aterrizaje era a primera hora de la mañana, no de noche como solía ocurrir en muchos viajes africanos, y la distancia al hotel era en cierta manera mínima. Insiste en ello pues las llegadas a estos aeropuertos siempre le generan una extraña inquietud.
Se
presentaba allí con un pre-visado, pero necesitaba la pegatina en el pasaporte con
la que actualmente se suelen formalizar y pagar el inevitable “impuesto revolucionario” por este visado
real. Una larga y
prolongada cola para este fin fue lo primero que se encontró. Como no había
facturado su mochila grande, sino que la llevaba consigo, la preocupación por si
había llegado o no el equipaje a la cinta transportadora desaparecía. Luego, el
desarrollo del resto de actividades fue rápido. Cambió un poco de dinero en kuanchas (moneda local) y salió al
exterior dispuesto a conseguir un medio de transporte para acercarse al hotel
–un hotel que ya había reservado por internet (2 noches)-. Los hoteles en
Luanda son excesivamente caros ¿por qué? Este mochilero no acierta a descifrar
exactamente los motivos, pero algo tendrá que ver el que los precios -en la
parte de Luanda donde se movían los negocios y las exportaciones de materias
tan sugerentes como el petróleo o los diamantes, o las importaciones de productos
básicos que Angola no generaba- se hincharan sin control para todos los
extranjeros que allí desembarcaban. Si no era por esto que alguien se lo
explique. El resto de barrios de Luanda, más baratos, se convertían en poco
apropiados para el foráneo que llegaba a pisar el territorio.
Arribó
en el recomendable y asequible hotel Ritz Capital, que había reservado por
internet (luego, se daría cuenta de que nada que ver con el desorbitado precio
de las habitaciones en el mismo hotel si se contrataba directamente en Recepción),
dispuesto a desmenuzar y descifrar una parte de la ciudad, comenzando por los
barrios aledaños. Tenía dos días, pues el proyecto era salir zumbando de allí
cuanto antes.
El primero de ellos, visitó la Marginal -el paseo marítimo de la ciudad, moderno y tranquilo- y se acercó a la Fortaleza de São Miguel, precioso fuerte portugués situado en lo alto de un pequeño cerro, con vistas hacia toda la bahía y a la entrada de la ilha do Cabo (más bien península, pues estaba unida al continente). En esta fortaleza actualmente se situaba el Museo Nacional de Historia Militar de Angola, donde se mostraban sobre todo armas utilizadas en las últimas batallas libradas a fin de convertir el territorio en país (en Estado), y otros elementos más antiguos en un edificio central, o casamata, adornado con multitud de azulejos de la época portuguesa. Bellos azulejos, que hacían honor al nombre pues todas las escenas representadas y dibujos eran azules. En la llamada avenida la Marginal se encontraba el cartel “Eu love Luanda”, similar al de otras muchas ciudades, en otros tantos países de todo el mundo.
El segundo día, un accidental resbalón/caída a primeras horas de la mañana en los adoquines de una pendiente acera, frustró todos sus proyectos de visita. Dolorido en la rodilla y guardando un cierto de reposo tuvo que anular todos los posibles recorridos para ese día. Bastante tenía con sufrir el percance calladito, sin cabrearse mucho y en la soledad de su habitación.
El viaje con esta caída adversa sería ya diferente, pues se vio obligado a reducir la movilidad lo máximo posible, pasear lo mínimo y hacer muchos trayectos en coche, autobús o moto. Estos últimos, muy frecuentes. Aun así, disfrutó (¡créanlo, amigos!) de su experiencia angoleña hasta el último día.
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