Cuando abordó aquel
paraje iba acompañado por el sonido de una pequeña moto y el motorista (zems-taxi/motos benineses) que la
conducía. Apareció en el patio abierto de aquella comunidad peul, en el norte de Benín, y toda la
familia se escondió en sus circulares chozas de barro. Tenían sus mujeres fama
de vergonzosas ante el resto de las gentes locales y, en aquel momento, estaban
solas. Únicamente les acompañaba un ciego anciano al que le costaba caminar.
Las dos niñas, supuso hermanas, se mostraron, en principio, tímidas y vergonzosas, aunque de vez en cuando sus sonrisas las delataban como alegres y normales. Ocultaban su rostro con sus menudos brazos llenos de pulseras de aluminio pero por los resquicios que dejaban se entreveía su simpatía.
Las dos niñas, supuso hermanas, se mostraron, en principio, tímidas y vergonzosas, aunque de vez en cuando sus sonrisas las delataban como alegres y normales. Ocultaban su rostro con sus menudos brazos llenos de pulseras de aluminio pero por los resquicios que dejaban se entreveía su simpatía.
Los peul (también llamados fula o fulani) son el pueblo nómada más grande del mundo.
Su origen es
desconocido.
Si este mochilero
quisiera resaltar un momento agradable de su recorrido por el país, sin duda
éste alcanzaría los primeros puestos. Toda la familia, después de diluido el
primer sobresalto, se mostró alegre, y sus componentes -poco a poco
aparecieron- dicharacheros, simpáticos y, sobre todo, pacientes. Les encantaban
las fotos, reírse de sí mismos y disfrutar -cree este viajero insatisfecho- con la presencia
de un blanco, calvo a trozos, barbudo y melenudo más.
Siempre recordará la
tarde con aquella familia de antiguos esclavos peul, la etnia más extendida por el Sahel, pastores nómadas
en origen pero, entonces y ahora, asentados al regazo de aquella urbe, Banikoara,
relativamente cercana. A la distancia justa para no sentirse olvidados pero
tampoco engullidos. Circunstancias como la elevada
desertización o la globalización pudieron llegar a persuadir como pueblo, a aquellos y a
otros muchos anteriores, de llevar un modo de vida sedentario y casi urbano.
Y, en estas
condiciones, se vislumbraba un mundo que se acaba. Un mundo africano ancestral,
enraizado a sus tradiciones que valía la pena descubrir antes de que fuera
demasiado tarde.
Si no lo era ya.
Copyright © By Blas F.Tomé 2013